Si no consigo ese aplazamiento
La villa y corte amanece sitiada: se
combate…se muere…los oscuros asesinos, los extraños, que acaudilla el cabo extranjero David Ricardo
Smith –londinense y ex economista alucinado y- ya han iniciado su estrategia
última…la guerra genocida…la Solución Final…
Se
peleaba con daga trabuco naranjero y ahogamientos en el Manzanares y
violaciones heterosexuales y
homosexuales puntillosamente prolongadas y atemperadas en un silencio tierno
donde sólo la víctima chillaba [por sus vicios old fashion] y se sucedían los ahorcamientos tristes bajo la cúpula de La Bolsa y tronaban los
rifles automáticos y en las pausas narcóticas de las trincheras se leía a Von Hayek
a Milton Friedmann y a El Hombre Araña y a El capitán Trueno…y otros teóricos de la inteligencia militar…
¡ los ya escasos resistentes con fugaz placer consumían
literatura degenerada!
¡Si no consigo un aplazamiento,
mañana moriré….!. Pensó, temblando, el hombre solitario…que era (fue) narrador y
periodista, en sus ratos libres. Y es el testigo, que estamos escuchando, de
todo lo que acontece.
[…si no consigo que me den más
tiempo… ¡Necesito una pequeña tregua!, un diferimiento ¿una posibilidad
imposible de decir lo que acontece?
Entregaré
mis menguadas notas, es todo lo que puedo…estos esbozos…Y a esperar que haya
suerte y acaso esto los calme…acaso entonces ocurra el aplazamiento…
Pero
si no lo consigo… ¿entonces?]
Y el hombre desnutrido tuvo un
estremecimiento que le golpeó en las vértebras como un chispazo de todas la
tormentas…en el mismo exacto punto de su cuerpo donde, desde su infancia, le clavaba sus garras el buitre. Y sudó el
miedo y el silencio que está debajo del miedo.
Y vio lo invisible que lo controlaba. Y
la música enferma del cuerpo del pánico.
Había releído un millón de veces su
manoseado cuadernito de notas, sucio ya. Allí colgaba sus ideas, el balbuceo de
sus letras de araña. Había releído -¿última vez?- aquella misma mañana, al
alba, mientras se sumergía en la estación de metro de Quevedo.
Montado en el tren ciego viajaba ya quedaban
minutos apenas pese a la lentitud de la máquina para arribar a la zona céntrica
donde estaban las oficinas del editor (¡sólo se salvarán quienes editen!) y
cuando subiera hacia el aire áspero de Madrid aún le restarían diez o quince minutos de paso rápido hasta el
parque y su destino. Siempre y cuando no
me detengan en algún control imprevisto, una nueva barrera, nuevos gritos. Me
han dicho los rumores constantes que habían visto o creído ver nuevos controles
–desde hace un par de noches- en las cercanías de El Prado….
…porque
los casi siempre infructuosos intentos de esos hombres al servicio de…para
volver al orden…maniobras frustradas que
acumulaban ira, esos intentos buscando
sorprendernos…cambiando al azar vallas de espinos –alambres retorcidos
hediondos de peste ya- y púas y guardias y combatientes cada día más jóvenes
más asustados…corriendo bajo el ruido cascado de los muelles que montan los
percutores de los fusiles de cerrojo o
bajo el aceitado siniestro de los fusiles corriendo de una calle a otra entre
las nieblas del alba o de la noche enmascarados en las leves penumbras…
Pero los osados mártires casi siempre
lograban burlar las trampas móviles…y entraban
en los aledaños del Hotel Palace
y el templo del Cristo de Medinacelli…y
allí morían, desangrándose; sonrientes en la deflagración de sus cargas.
Todo eso ya no puede durar mucho más
–pensó el hombre. ¿Pero, llegaré yo a ver cómo se detiene todo…cómo lo que
ocurre ya no ocurra…y se congele su poder?
El hombre aún no había cumplido los
cuarenta y, tal vez por eso, se aferraba todavía a la esperanza. Su carne pedía
vida. Más. Otra. Todavía.
Mientras,
miraba a través de los mugrientos cristales del vagón hacia la noche falsa. Y
veía su cuerpo inaccesible en el reflejo bamboleante. Tendría que haberme
afeitado, caviló. Tal vez ese detalle de pulcritud, de mi cuidado, los hubiese
predispuesto bondadosamente hacia mis ideas y hacia mi mismo. En el fugaz instante en que estire
mi mano y entregue estas notas. En todo ese instante infinito.
Sabiendo
que no podría fumar por la prohibición, lió sin embargo- con torpeza- un
cigarrillo deforme. Y succionó aquella forma muerta, apagada, sin brasa, como
por si ese remedo de tubito –ese gusano- entrara el aire imprescindible. Se le
inundó la boca de amargo. Entonces raspó una cerilla. El vagón estaba vacío (¿Quién
podría verlo? ¿Quién husmearía el breve fuego?…salvo aquella mujer muerta…o
dormida). Y ya poco importaba adelantarse a la confrontación. Todo era vacío,
todo inútil. Iba cayendo.
Como
el viaje subterráneo duraba tanto, el hombre (lo llamaré Juan) se sentó en un
extremo del vagón, el más lejano a la mujer extraña y comenzó a leer, muy de
prisa y moviendo involuntariamente sus labios mudos, como si rezara, como
cuando era niño. Juan leía sus notas en desorden, a veces para él mismo
ininteligibles “(…) el valor supremo para
quienes luchan en nuestra ciudad es la economía de los emprendedores y la salud
–de la mano de obra- . Todo lo contrario a las quimeras de los resistentes, que
se niegan al cambio de modelos, se niegan a la libertad absoluta del mercado y
de la tasación de las almas… (¿podría interesar este vago comienzo a los
editores?). A quienes anhelamos un futuro…Ni siquiera el amor puede ya importarnos. Y
menos, cualquier idealismo romántico en desuso. De hecho sólo interesa el
aparearnos…porque puede valernos como un fugaz olvido de la ansiedad, de la
melancolía, de la acedía (¡quitar esta palabra, borrarla…recordar que la
usan los vencidos!) (…) se ha comprobado
en recientes estudios de la ‘Methodist Clinic’, de Oregón –U.S.A.- que sus seguimientos
de campo (¿inducen/ concluyen?) que el sexo –y la reflexión- aplicados a los
enfermos durante treinta minutos por día –sin abusar jamás- generan procesos
positivos para su salud. Además de producir nuevos trabajadores sometidos y
nuevos soldados orgullosos. Por eso Los Vencedores del Ejército Ricardiano nunca
se entregan a estas experiencias (ni a sus simulaciones digitales)…lo que acaso
los llevaría hacia…los... a… posturas menos radicales e ideologizadas, menos prejuiciosas,
sectarias…que son la raíz central de su evidentes violencia elitista. Y en
cambio, los resistentes son seres vencidos, pesimistas hasta la inhumanidad…que no confían en la productividad
ni en la Historia Económica y concluyen defendiendo con vehemencia insana
–subversiva- los relatos mitológicos de
la trascendencia, la felicidad mística…(…) lo demostrable de el fracaso, de la ruina…y finalmente, de la inanidad de la
Muerte (¡esta última retahíla…no me ha quedado tan mal…y si la leyera de
prisa cuando me reciban, mucho mejor, se ilusionó Juan)
Pero
diga lo que diga…….puede que más tarde –casi seguramente, sea condenado- como
aquel que esperaba a las puertas de El Castillo…o el hombrecito de mazapán, que
nombró Walter Benjamin… (piensa Juan).
©carlosmamonde.
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