miércoles, 29 de abril de 2015


 

 

 

Si no consigo ese aplazamiento

 

 

         La villa y corte amanece sitiada: se combate…se muere…los oscuros asesinos, los extraños,  que acaudilla el cabo extranjero David Ricardo Smith –londinense y ex economista alucinado y- ya han iniciado su estrategia última…la guerra genocida…la Solución Final…

 

Se peleaba con daga trabuco naranjero y ahogamientos en el Manzanares y violaciones heterosexuales  y homosexuales puntillosamente prolongadas y atemperadas en un silencio tierno donde sólo la víctima chillaba [por sus vicios old fashion] y se sucedían los ahorcamientos tristes  bajo la cúpula de La Bolsa y tronaban los rifles automáticos y en las pausas narcóticas de las trincheras se leía a Von Hayek a Milton Friedmann y a El Hombre Araña y a El capitán Trueno…y  otros teóricos de la inteligencia militar…

 ¡ los ya escasos  resistentes con fugaz placer consumían literatura degenerada!

 

¡Si no consigo un aplazamiento, mañana moriré….!. Pensó, temblando,  el hombre solitario…que era (fue) narrador y periodista, en sus ratos libres. Y es el testigo, que estamos escuchando, de todo lo que acontece.

[…si no consigo que me den más tiempo… ¡Necesito una pequeña tregua!, un diferimiento ¿una posibilidad imposible de decir lo que acontece?

         Entregaré mis menguadas notas, es todo lo que puedo…estos esbozos…Y a esperar que haya suerte y acaso esto los calme…acaso entonces ocurra el aplazamiento…

 

         Pero si no lo consigo… ¿entonces?]

 

         Y el hombre desnutrido tuvo un estremecimiento que le golpeó en las vértebras como un chispazo de todas la tormentas…en el mismo exacto punto de su cuerpo donde, desde su infancia,  le clavaba sus garras el buitre. Y sudó el miedo y el silencio que está debajo del miedo.

         Y vio lo invisible que lo controlaba. Y la música enferma del cuerpo del pánico.

 

         Había releído un millón de veces su manoseado cuadernito de notas, sucio ya. Allí colgaba sus ideas, el balbuceo de sus letras de araña. Había releído -¿última vez?- aquella misma mañana, al alba, mientras se sumergía en la estación de metro de Quevedo.

 

          Montado en el tren ciego viajaba ya quedaban minutos apenas pese a la lentitud de la máquina para arribar a la zona céntrica donde estaban las oficinas del editor (¡sólo se salvarán quienes editen!) y cuando subiera hacia el aire áspero de Madrid aún le restarían  diez o quince minutos de paso rápido hasta el parque y su destino. Siempre y cuando no me detengan en algún control imprevisto, una nueva barrera, nuevos gritos. Me han dicho los rumores constantes que habían visto o creído ver nuevos controles –desde hace un par de noches- en las cercanías de El Prado….

…porque los casi siempre infructuosos intentos de esos hombres al servicio de…para volver al orden…maniobras frustradas  que acumulaban ira,  esos intentos buscando sorprendernos…cambiando al azar vallas de espinos –alambres retorcidos hediondos de peste ya- y púas y guardias y combatientes cada día más jóvenes más asustados…corriendo bajo el ruido cascado de los muelles que montan los percutores de los  fusiles de cerrojo o bajo el aceitado siniestro de los fusiles corriendo de una calle a otra entre las nieblas del alba o de la noche enmascarados en las leves penumbras…

 

         Pero los osados mártires casi siempre lograban burlar las trampas móviles…y entraban  en los aledaños del Hotel Palace  y el templo del Cristo de Medinacelli…y allí morían, desangrándose; sonrientes en la deflagración de sus cargas.

 

         Todo eso ya no puede durar mucho más –pensó el hombre. ¿Pero, llegaré yo a ver cómo se detiene todo…cómo lo que ocurre ya no ocurra…y se congele su poder?

 

         El hombre aún no había cumplido los cuarenta y, tal vez por eso, se aferraba todavía a la esperanza. Su carne pedía vida. Más. Otra. Todavía.

Mientras, miraba a través de los mugrientos cristales del vagón hacia la noche falsa. Y veía su cuerpo inaccesible en el reflejo bamboleante. Tendría que haberme afeitado, caviló. Tal vez ese detalle de pulcritud, de mi cuidado, los hubiese predispuesto bondadosamente hacia mis ideas y hacia  mi mismo. En el fugaz instante en que estire mi mano y entregue estas notas. En todo ese instante infinito.

 

Sabiendo que no podría fumar por la prohibición, lió sin embargo- con torpeza- un cigarrillo deforme. Y succionó aquella forma muerta, apagada, sin brasa, como por si ese remedo de tubito –ese gusano- entrara el aire imprescindible. Se le inundó la boca de amargo. Entonces raspó una cerilla. El vagón estaba vacío (¿Quién podría verlo? ¿Quién husmearía el breve fuego?…salvo aquella mujer muerta…o dormida). Y ya poco importaba adelantarse a la confrontación. Todo era vacío, todo inútil. Iba cayendo.

 

Como el viaje subterráneo duraba tanto, el hombre (lo llamaré Juan) se sentó en un extremo del vagón, el más lejano a la mujer extraña y comenzó a leer, muy de prisa y moviendo involuntariamente sus labios mudos, como si rezara, como cuando era niño. Juan leía sus notas en desorden, a veces para él mismo ininteligibles “(…) el valor supremo para quienes luchan en nuestra ciudad es la economía de los emprendedores y la salud –de la mano de obra- . Todo lo contrario a las quimeras de los resistentes, que se niegan al cambio de modelos, se niegan a la libertad absoluta del mercado y de la tasación de las almas… (¿podría interesar este vago comienzo a los editores?). A quienes anhelamos un futuroNi siquiera el amor puede ya importarnos. Y menos, cualquier idealismo romántico en desuso. De hecho sólo interesa el aparearnos…porque puede valernos como un fugaz olvido de la ansiedad, de la melancolía, de la acedía (¡quitar esta palabra, borrarla…recordar que la usan los vencidos!) (…) se ha comprobado en recientes estudios de la ‘Methodist Clinic’, de Oregón –U.S.A.- que sus seguimientos de campo (¿inducen/ concluyen?) que el sexo –y la reflexión- aplicados a los enfermos durante treinta minutos por día –sin abusar jamás- generan procesos positivos para su salud. Además de producir nuevos trabajadores sometidos y nuevos soldados orgullosos. Por eso Los Vencedores del Ejército Ricardiano nunca se entregan a estas experiencias (ni a sus simulaciones digitales)…lo que acaso los llevaría hacia…los... a… posturas menos radicales e ideologizadas, menos prejuiciosas, sectarias…que son la raíz central de su evidentes violencia elitista. Y en cambio, los resistentes son seres vencidos, pesimistas hasta la  inhumanidad…que no confían en la productividad ni en la Historia Económica y concluyen defendiendo con vehemencia insana –subversiva- los relatos mitológicos  de la trascendencia, la felicidad mística…(…) lo demostrable de  el fracaso, de la  ruina…y finalmente, de la inanidad de la Muerte (¡esta última retahíla…no me ha quedado tan mal…y si la leyera de prisa cuando me reciban, mucho mejor, se ilusionó Juan)

 

 

Pero diga lo que diga…….puede que más tarde –casi seguramente, sea condenado- como aquel que esperaba a las puertas de El Castillo…o el hombrecito de mazapán, que nombró Walter Benjamin… (piensa Juan).

©carlosmamonde.

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