miércoles, 27 de mayo de 2015


 

 

 

 

 

 

Carlos Hugo Mamonde

 

 

 

 

 

 

 

MI CASO NO ES EL DE FRANZ KAFKA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INDICE

 

 

 

 

 

   6……………….Mi caso no es

 

 31……………..   La biografía imaginaria de WB.

 

 87……….….. … ¿Quién habla de esa historia?

 

107……………..  Muñeca Brava

 

119………… ….. Poemas para una casa sola

 

137……………   Una lectura política de Hölderlin

 

146………………Fin de la visita a los santos lugares

 

152………………Espejo del que muere por la boca

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

COMO SI FUERA PROLOGO…

 

 

       “Hola, Carlos Hugo. Te escribo con un poco de retraso estas breves líneas; yo estoy igual y  (…) he leído tu nuevo libro  -bizarro- “Mi caso no es el de FK”…que me enviaste, pidiéndome un prólogo ¿No te hice ya uno, hace algunos años para el libro “La vida como era”? Tampoco hay que abusar de un señor mayor como yo. (Es broma) Ya sabes que me gusta que me escribas a mi retiro en Colonia, a pocas leguas de donde vivía Larsen, junto al viento del gran río inmóvil; viento que espero que me lleve para arriba, el día que me vaya (Esta idea de “arriba” es pura teología barata,” kitsch”, pero nadie se escapa).

       Bueno, yendo al tema: me releo en aquel prólogo: “(…) los cuentos de Carlos son espejismos, pánicos, seducciones (…) “barrocos” (…) con lentitud van formando su atmósfera, te contagian despacito”. ¡Igual me pasé un poco criticándote! Ahora me parece que no fui tan positivo como el recuerdo -de que lo pasé bien leyéndolos- me dice que debí haberlo sido. Excúsame. Es la vanidad del crítico que quiere que se vea que lleva navaja afilada. Pero, a mis años, ya todo se ha mellado. Menos mi curiosidad, mi amor por cualquier hálito de vida y de deseo; mis ansias de amistad y calor de los vivos (pese a que vivo solitario, por elección, desde que ella - mi maga- se me murió…y cerramos el circo que teníamos, desde nuestro regreso del exilio en París).

       (…) estos nuevos relatos, de este libro tan poco ortodoxo tuyo (pero ¿cuál es el canon?) no me parecen cuentos, al menos en el sentido en que me enseñó mi padre (…) tienen estructura frágil, no son “redondos” y cerrados (“esféricos” decía él)  y me parece que lo que los sostiene, en cambio, es un inenarrable  deseo de escritura, un goce de narrar, subvertir la forma, dejar que estalle la memoria. Me parecen  “tranches” de vida…brevísimas “nouvelles” (perdona los galicismos que siempre me traicionan) No están mal…si te arriesgaste en eso, de verdad.

 Ahora, como decía el viejo “(…) hay que dejar que los textos se defiendan solos, como gato panza arriba”.

Espero que sigas escribiéndome. No me olviden. Pero igual ya no hay más prólogos. ¡Voy a terminar siendo “escritor de prólogos”! como decía Jorge Luis. Aunque a él –en el fondo-creo que le gustaba y lo decía por coquetería y por milonguear nomás. Te abrazo, desde el frío de este otoño austral.  !Addio fiorito…si non ti vedo piú, felice morte!!”.

Horacio Oliveira

 Vecino de Colonia del Sacramento, en La Banda Oriental.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MI CASO NO ES

 

 

Mi caso no es el de Franz Kafka, despertado por Dios una mañana en el callejón de la Alquimia, a orillas del Moldava, convertido en un bicho, un gran insecto, dice él…o lo dice, lo grita,  ya  lo dice el propio bicho porque quien debía estar pensando en ese momento en que ya se había  comenzado a escupir la historia no era otro sino el bicho…en ese instante posterior a la noche, aunque aún se moviera a la sombra de la mole de San Vito en el Castillo –los dedos de la sombra bajando desleídos hacia las rampas de la vertiginosa iglesia de San Nicolás y los pasadizos inhumanos, las casas mazmorras del pobrerío de ‘Malá Strana’- tenía que ser el bicho –no un hombre- quien nos estuviera hablando… y si así entendemos la voz y sentido de tal  persona -o cosa que balbucea- es porque somos bichos como ello lo es ya, en ese instante.

 

Esta sospecha es lo que más me hiere de ese cuento, que no releo desde hace décadas, por ese dolor que me lijaba; y porque también hace ya muchos años que han naufragado mis ilusiones literarias y ya sólo me dedico a una práctica que parece haber quedado como la única verdad sin sombras de mi identidad: me dedico a sospechar de los hombres y a matarlos –¿“asesinarlos” podría decir  (sin exagerar) alguien que me mirara desde fuera de mi alma?- si me dan una perentoria  orden del poder que me dice “mátalo”; con razón o sin ella.

 

 ¡Sé cuán ridículo –y esnob- suena sugerirse un perfil de asesino aficionado  a la literatura…alguien que especula con los reflejos, entre bellos y perversos, de un alma poética!

 

       Pero yo también he despertado esta mañana. (Despertar para mi, en cierto modo es una bendición; por mis largos años del potro del insomnio infernal…aunque este despertar ha sido detestable…si es que ya no es él último, el deseado).

 

          Desperté remoloneando, con la vibración de los recuerdos desflecados de la vieja Checoslovaquia –donde viví tantos años, ocultando mi daga cerquita del pecho: donde tuve que matar a una joven pareja, ambos hermosos, durante los días de esperanzas de la “Primavera de Praga”-…desperté un poco con los recuerdos de otro río, absolutamente diverso del Vltava y al otro lado del Atlántico, un desmesurado río que se ahoga en su propio lodo e inmensidad lamiendo a  Buenos Aires –donde tuve que dispararle al Rusito Saper, porque él luchaba contra el gobierno de la Junta Militar; que me pagaba ¿(quién puede entenderlo, un buen poeta como el Rusito, luchando hasta perder la vida por cosas de la puta Historia?) y, al fin, con la luz de este otro río cotidiano de mi vida en Lisboa, donde hoy habito enmascarado y todo me promete ya que permaneceré y envejeceré hasta mi muerte.

 

 Diversos ríos fluyendo diversos destinos y rostros superpuestos para ocultarme como sicario, para perfeccionarme como tal, no en un aura sino en una sombra sin límite. Muchas corrientes heladas  para acurrucar mi cabeza y dormir junto a ellas, gimiendo por el don del olvido…muchas corrientes para reflejarme al despertar. Ciudades en que he vivido –junto a otras que prefiero no nombrar- aunque no haya nacido en ninguna de ellas.

 

Lo que me produce el pánico que estoy intentando sortear con este sofoco de palabrerío sin fin de mi soledad…es que hoy me he despertado dándome cuenta de que he olvidado el nombre de mi jefe superior, el nombre del fiscal oculto que controla –a veces- mi sección y aún el nombre del propio ministro; mi amigo D..

 

 Hasta se me ha ocurrido que durante la noche he podido morder los eslabones y hoy la atadura del hierro ya se ha desvanecido en la niebla, arrojándome al terror de hacerme cargo de mi propia conciencia. En un entresijo del pánico pensé incluso – o tuve una tentación, que no es pensar exactamente- de precipitarme hasta la iglesia de San Judas, que duerme a la vuelta de mi esquina, en busca de un consuelo dudoso pero acaso posible…pero he olvidado también el nombre de ese sacerdote alto que suelo ver pasar…el de los alzacuellos roídos por su barba dura y el maloliente aliento, royéndole los dientes amarillos.

 

¿Cómo podría comenzar mi eventual confesión?: mire padre -¿o debo llamarle Padre? aunque usted no sea él y él esté muerto desde mil novecientos sesenta y seis, cuando me abandonó a la orfandad y a lo precario e inestable en el bamboleo del planeta…si entiendo su punto de vista, padre,  el movimiento planetario no tiene un cuerno que ver con toda esta sordidez de nuestras vidas, de mi vida, de esta mañana translúcida en que todo se revela y es epifanía inversa de lo milagroso…-si así podría verse- tiene usted razón; pero ¿por qué?  ¿por qué me llama usted Francisco, padre?…si mi nombre es otro, mi nombre son otros…bien es verdad que los he olvidado ya…y ahora usted, Eminencia, quiere saber cual fue primer crimen…creo que fue el asesinato de un pájaro que cantaba hermosamente –no conozco los nombres de los pájaros, qué pena- cuando  yo era aún adolescente, al que ¿confundí? con un cuervo; si le disparé con una carabina muy ligera del calibre 22 long rifle que me había regalado Carlos –mi padre se llamaba Carlos, perdone-… y sí, sí …hasta hace poco he conservado esas amistades de la infancia con quienes salía a matar. No, no recuerdo el nombre del amigo, de los amigos, que fueron testigos…aunque dicen que al envejecer crecen como gigantes de emoción los recuerdos de los amigos de la infancia, no me ocurre a mí ese curioso fenómeno…por mi mucha culpa. Tiene razón Eminencia…así será... por esa culpa río que me lleva. Con esos niños, además de aventuras sangrientas como esa…entonces solíamos retar mucho a Dios…uno de nuestros retos predilectos era, me parece, encaramarnos en el breve parapeto que abrigaba la torrecita de la iglesia del pueblo…y poniéndonos cabeza abajo hacer la vertical sobre  ese murete de apenas diez centímetros de ancho –“hacer el pino” lo llamábamos nosotros- sosteniéndonos rectos como una jabalina sólo sobre la tensión de los deltoides , en el borde mismo del abismo, que prometía muerte, pero usted me reconocerá que la libertad humana se ciñe solamente a  tocar los límites de la bondad y del mal y arriesgarnos a la falencia de la Promesa…esta era la blasfemia de nuestros músculos, como blasfemaban las pequeñas balas aquellas  descabezando los pajarracos del bosque, su inocencia, y difiriendo la ejecución de nuestros grandes crímenes hacia un momento todavía futuro en nuestras vidas dejadas de la mano de Dios.

 

 

       La noche de este otro crimen mío –personal- que he venido a confesar

 

(Todo lo dicho golpeado por el miedo que desconocía …lo dicho por mi y que he pedido al padre Manuel Bueno –párroco de San Judas- que pase mi  relato en limpio él mismo –escribiendo en  tercera persona- , para que se evidencie un mirar desde afuera…donde yo no pueda justificarme. Y quiero que así quede registrado; aunque haya varios errores de transcripción por su parte)…además de lo raro de ver que esta es mi primera ejecución decidida por mi mismo ¿en mi propio beneficio?...y no por el poder. Por fin, se diría, he sido libre actuando en mi propio libérrimo acto de asesino; para mi único beneficio, para la soberanía de mi deseo, sin órdenes superiores que me justifiquen.

 

  La noche de este otro crimen mío (¿acaso fue esta noche última? ¿Usted cree, monseñor, que por eso es que me siento tan culpable? ¿No será por mi maldad en sí miasma? Pero usted insiste en que la culpa mayor es por mi homosexualidad… ¿pero eso que importa, padre?, si yo amaba mucho, y verdaderamente, a Joao…no sólo era lujuria de la carne, como usted insiste...era la ternura de Joao eran sus celos locos y los míos….

 

       Recuerdo, apenas, que  un coche –si, si… pudo haber sido mi propio coche…ya se sabe que dormido todo sueño es incongruente y caprichoso y las cosas se desplazan y superponen…bueno, ese automóvil estacionó furtivamente cerca de los primeros chalés del barrio Alto (y aquí es dónde usted debe comenzar a contar o a  transcribir…se lo agradezco Padre…le cedo la palabra…hable)…

 

       “Un coche estacionó sin ruido, no más allá de donde -tensando algo el oído- se escuchaban los últimos rumores del oleaje. En la zona de  Nazaré-playa, al norte de Lisboa, por la carretera que sube hacia el norte, hacia Oporto –…ahí  junto al barrio Alto de  Nazaré, la antigua villa izada a un promontorio por el funicular,  alguien estaba frenando y desconectando el motor…en esa calle ya alejada de la avenida de la playa y del ruido noctámbulo de las discotecas.

 

       Era poco más de las tres de la mañana y estaba refrescando y haciéndose más añil la sombra, como siempre antes de la madrugada. Un tipo se bajó del auto y casi furtivamente trotó unos pasos hasta pasar la verja del chalé doce. Golpeó muy despacito con los nudillos y ya estaba por sacar la llave del bolsillo cuando alguien le abrió y lo hizo entrar.

 

       --¡Por Dios…te has dado cuenta de la hora que es…!--, protestó un muchacho joven que había en la casa, mientras se ceñía una bata azulona, lo único que llevaba sobre los calzoncillos. La bata tenía, en la espalda, un raro  estampado chillón de un dragón rampante, que al hombre siempre le parecía haberlo visto antes en alguna otra parte.

 

       --¡No empieces ya fastidiarme, no me jodas ya…por favor!, contestó el visitante, quitándose la chaqueta que  casi arrojó  a la cara del joven.

       Joao colgó la americana de F. en un perchero y murmurando algo por lo bajo se metió en el salón. El hombre que había llegado en la noche rebuscó entre unas botellas y empezó a beber algo.

--¿Y a mi no me das nada?…también tengo sed--, le dijo el muchacho mientras se tiraba en el sofá.

--Me parece que ya bebiste demasiado en el bar…--, contestó con sorna el otro.

Joao se puso de pie para ir a servirse algo. Tenía la boca seca y respondió de  mala gana.

       --No te metas conmigo…no tengo ganas de cachondeo a estas horas. ..y además que en el bar no bebí nada. Cuando trabajo, trabajo…y volviendo a la hora que es…

       El hombre mayor se fue a sentar, con una copa y una botella en la mano, en un sillón, frontal a la ventana por donde al amanecer se adivinaría el Atlántico.

       El más joven acabó a grandes tragos un vaso largo de whisky y empezó a quejarse, con una voz falseada. Le reprochó al visitante su afición por las mujeres. Esas “hembras”, dijo, esas “salidas”…No entendía que pudieran gustarle y que se acostara con ellas, además. Como podía, incluso, haber llegado –en su juventud a casarse con Bethania, una de esas-¡No comprendo nada, nada…!, gritó. Porque no entendía que aquel hombre, su amante, pudiera haber hecho semejante cosa sin decírselo; que hubiera llevado una doble vida sin arrepentimientos, dijo,  sin arrepentirte  después de tanto tiempo, años, juntos…después de lo que yo te he dado…

       --Muy joven, eres demasiado joven…--, murmuró el hombre con tono calmo, aunque como cansado ya de aquel diálogo de sordos.—Cuando tengas mi edad…a veces, bueno, uno a  veces hace las cosas porque las  tiene que hacer…eso es…

       --¡ Ajá, …--,comenzó a gritar , histérico e histrión, Joao. Y susurrando le agregó que no me vengas con la historieta de siempre…que tus veinte años de diferencia, que podrías ser mi “padre” y yo qué se…ya me da igual…porque lo cierto, lo cierto, es que de tu parte me has pedido, exigido, fidelidad. Y fidelidad has tenido, caradura, hijo de…!

 

       El hombre se puso de pie y se fue a mirar unos libros apilados sobre una mesa. Joao saltó hacia él y lo agarró por el cuello de la camisa.   Le gritó, descontrolado por los celos…te estoy hablando yo, yo…dijo, furioso y ahogado por su falta de elocuencia y como menguando la altura de la voz, rebuscando el recuerdo, acaso, de una intimidad que habían tenido…y , al final, miró al hombre mayor con unos entornados ojos como de muchacha sometida.

       --…y además, ese cuento de que ustedes los policías son muy celosos…---.dijo Joao.—Bueno, ya sé, ya sé… los ex policías…los peones de la violencia…si,  ya sé que renunciaste después de lo que pasó en Abril…y que ahora eres joyero, una joya el señor…una joyita…

       --¿Qué quieres decir con eso…--, se sorprendió el otro, ya muy caliente la sangre.

       --Quiero decir, que yo, que yo…nunca te he puesto los cuernos, viejo de mierda---gritó el joven remachando las palabras---,…nunca lo hice, nunca…y no por falta de oportunidad, no…

       El invitado al chalé de Joao dejó los libros en su sitio y caminó en silencio hacia la puerta. El muchacho corrió detrás de F. y lo agarró con fuerza por la espalda. Le rogó al hombre que  no se marchara, le pidió perdón como un niño  por haberse abandonado otra vez a la debilidad de los celos y prometió, prometió mil veces que no volvería a hacerlo…suplicó… quédate un ratito más…. quédate…te tengo una sorpresa., te  tengo una sorpresa, repetía…

 

       Para el hombre fue algo cursi y algo chocante. Después de salir un momento a la cocina, Joao regresó con una botella de champán y copas y se movía lentamente y se desnudó despacio y parecía escuchar una melodía triste que sólo estaba dentro de su mente.

 

       Treinta minutos más tarde, el hombre que había llegado en la madrugada se irguió -desde la tibieza de la carne del joven- y, en silencio, comenzó a vestirse. Joao lo miraba entre aterrado y perplejo. Parecía que no podía creer que el otro se marchase, pero al comprobarlo comenzó de nuevo su gangoseo quejicoso, ahora te vas, ahora, después de haber hecho el amor, te vas…Pero el otro ignoró la  súplica primero y los insultos después. Se ató con parsimonia los  zapatos y le dijo: esto es lo que hay, muchacho; lo tomas o lo dejas…no me pidas más.

       Joao, atolondrado por la pena lo observaba marcharse a través de la bruma de sus lágrimas. No podía reconocer a su amante en aquel hombre duro. Encorajinado por el dolor le gritó al  ex policía, ex soldado, ex… ¡voy a decirlo, voy a decirlo, sí…todos  sabrán  lo que eres…ya no te tengo miedo…todos sabrán que eres homosexual, gay, maricón avergonzado…todos sabrán…!

       Entonces el  amante de Joao se acercó casi sonriendo, le acarició la nuca y la espalda con espantosa ternura, parecía querer tranquilizarlo antes de abandonarlo.

 

       La caricia duró largos minutos. Entonces el hombre se puso de pie, dio un par de pasos hasta el bargueño y ciñó con su fuerte mano la estatuilla de mármol de una ninfa, acaso una Venus vaciada en bronce, dulce muchacha  desnuda. Qué absurdo ¿será una ninfa o una musa?...como musa podría ayudarme a volver a escribir poesía.

 

Y volvió junto a Joao que gimoteaba sin tregua como un chiquillo aterrado…le acarició y besó suavemente la cabeza y los hombros. Después con un solo y  fuerte, sólido, limpio golpe, le incrustó la estatuilla entre los parietales y la coronilla... Hubo otro golpe, hasta dos golpes, dos relámpagos callados, dos crujidos brillando en el silencio.

       Las lágrimas cesaron, los gemidos cesaron.

       El visitante nocturno salió a la noche, bajo las estrellas indiferentes. Del coche arrastró hasta el chalé un par de bidones. En el dormitorio, empapó el cadáver como si lo asperjara para una fiesta, roció la sangre de Joao caído boca abajo. El gasóleo chocaba por su fuerte olor ajeno a todo parentesco con el amor que fuera. Después, en repetidos viajes, llevó hasta el coche estacionado el televisor, el vídeo, unos jarrones caros. Hecho el trasiego, el hombre encendió su mechero y lo arrojó sobre el cuerpo que se enfriaba. Carne ya sin reproches, carne sin enfados ni histeria, boca que no gritaría al mundo ni una sílaba siquiera de la palabra maricón, la palabra  que lo avergonzaba. La palabra que él usara, en comisaría, para otras técnicas…para reírse de los débiles, para acojonarlos, para que mearan encima durante los hábiles interrogatorios.

 

       Apenas cinco años antes de aquella noche…en Peniche, a pocos kilómetros de Nazaré, sobre el mismo horizonte de arena en el viento y frías moléculas atlánticas chirriando en rompientes de espuma, tuvo lugar una boda. Se casaban Ana y Francisco. Ella era de Faro y tenía poco más de cuarenta años. Era viuda y madre de un chico casi adolescente todavía.  El novio, de cincuenta años, era de la región de Tras os Montes, avecindado en Lisboa, viudo también desde hacía poco y padre de un hombre de veinticinco, ya casado, y de una muchacha de casi veinte.

 

Se casaron Ana y Francisco. A los pocos invitados – dos viajantes de joyería, colegas del novio; algunas amigas de ella—ese casamiento les pareció raro: una pareja desparejada que quería rehacer la vida  tras la pérdida de sus primeros cónyuges.

 

       Ana llevaba ya muchos años de soledad, conviviendo con J., su hijo de diecisiete años.  Estaba como acostumbrada a su rutinaria vida. Su única distracción era jugar al bingo por  escaso dinero, ir a un casino de vez en cuando. Era operaria en una pequeña fábrica textil donde tenía algunas amigas que la querían mucho, con ese trato íntimo, impertinente y cursi de los barrios. Francisco, el novio cincuentón, después de un pasado laboral del que no solía hablar, se había hecho representante de joyería. Al principio él fue el más reticente ante una nueva boda, pero lo sedujo la tardía y dulce belleza de la mujer.

 

Serás muy feliz con Francisco, estoy seguro…-- tiernamente le comentó Joao al oído de su madre. Ana miró al muchacho un poco sorprendida. Y de la sorpresa pasó al rubor porque tuvo que besar al novio por agobiante petición de los invitados que los aplaudían.

Joao se pasó casi toda la velada pendiente de su padrastro. Le rellenaba la copa, le preguntaba si le gustaba lo que habían servido. Francisco le respondía sonriente y parecía tan complacido con el joven que una vez, acaso,  pareció acariciarle la hermosa melena pesada y rubia. El hombre sabía que aquel niñato –obcecado- le había insistido a Ana que se  casase. Ahora parecía agradecérselo.

 

A la vuelta de la luna de miel a las Azores, la pareja se fue a vivir  con Joao y la hija menor de Francisco  a la casa del novio, en el barrio de Graça.

 

No se asomen por el balcón…--, les dijo, riéndose, Francisco a los nuevos miembros de la familia. Por ahí se había caído Bethania, la primera esposa.

 

La convivencia comenzó más o menos  fluidamente. Francisco viajaba mucho por el interior de Portugal con sus muestras de joyería. Ana dejó la fábrica de tejidos de punto y se dedicó a ser ama de casa. Algunos ratos perdidos volvió, meses después, a su afición al juego.

 

--¿Cómo te fue ayer en la timba, Anita…?—le preguntó él como bromeando una mañana de domingo, mientras se preparaba la comida.

Bien, a veces se gana, a veces se pierde…---, comentó ella, distraída leyendo con un ojo una revista.

A ver...mujer –dijo Francisco, extendiendo la mano--, quiero ver la guita…

 

Y Ana reaccionó intempestivamente, poniéndose de pie  de un salto y derramando lo que estaba bebiendo. Se le ruborizó cara y gritó con un grito que parecía excesivo para su pecho estrecho: ¡No sigas, Francisco, no sigas…ya me has hartado… no tengo otra cosa que esa pequeña distracción y dale y dale, siempre con lo  mismo…que si vuelvo tarde, que te muestre lo que gané, que si perdí… yo no me meto con lo que haces en tus viajes por ahí,  ni en lo que gastas ni cuanto ganas…te puedes  ir al mismísimo diablo…!.

 

       Rugiendo salió Ana de la cocina y se encerró en su cuarto. Atrancó la puerta con un violento golpe que retembló en la casa. Y allí se quedó quieta, como ensimismada, la mirada perdida, sentada con las piernas muy juntas en el borde de la cama de matrimonio.

 

       Francisco, se sirvió una copa y se asomó al balcón fumándose un rubio. A los pocos minutos Joao, su hijastro, se acercó para acodarse en la balaustrada junto a él.

       --Oí los gritos desde el baño…

       --Ya sabes. El juego…se gasta todo lo que gano…y no podemos, no podemos continuar así, hijo, tenemos muchos gastos y ya no puedo más…

       --Hablaré con ella, Francisco…a mi me hará caso, ya verás…

Y habló y dijo cosas que parecían raras en un muchachito de su edad…tienes que ser buena esposa para Francisco…él te quiere y no se lo merece…es un buen hombre…vive para sacrificarse por  nosotros, no lo comprendes, mamá.

 

       Ana estaba perpleja por los dichos de su hijo. Reproches y advertencias. Cuando vivían los dos solos, del sueldo de ella en el taller de ropa, nunca hubo reproches ni quejas. Francisco tenía una extraña influencia sobre el chico. Una influencia perversa, pensó la mujer.

 

       Entonces decidió volver a trabajar con sus compañeras, para ser libre, para disponer de su dinero, para taparle la boca a Francisco; que se metiera en sus cosas. Telefoneó a María, la encargada, y la amiga le contestó que  encantada que tu plaza siempre ha sido tuya y cuando quieras…

       --Volveré a primeros de octubre…--, le aseguró a María.

 

Un mes después, el Día de los Muertos, amaneció  una mañana  fresca de noviembre. Francisco se levantó tempranísimo, antes que nadie en la casa. Estuvo dando vueltas por la cocina, hizo el desayuno y despertó a su hija. Con ella se marchó en un tranvía  a la media hora, observado desde el balcón por una Ana intrigada. Antes que llegaran a doblar la esquina cercana, Joao también salió al balcón y les preguntó a los gritos que a dónde iban a esa hora. Pero no tuvo respuesta. Fue Ana quien le informó. Creo que se van al cementerio, hijo mío. Y entonces Joao la sorprendió diciéndole que ellos también debían acompañarlos. ¿Somos o no somos una familia, eh mamá…? dijo. La mujer se quedó mirándolo como turbada.

 

       Corriendo como si lo llevara el diablo, Joao se vistió a toda prisa y la madre lo vio salir saltando detrás de las huellas de su padrastro, gritando su nombre y el de la muchacha. Con parsimonia, Ana también comenzó a vestirse y salió de la casa para ir a deambular sin rumbo por las calles evanescentes de Graça y de Alfama  entre una niebla como de retardado amanecer.

 

            Ana pensaba o trataba de hacerlo. Procuraba  ordenar confusos datos de su vida más reciente. ¿Qué estaba ocurriendo; qué le estaba pasando a ella? No encontró la senda para encontrarse a ella misma en su circunstancia actual. ¿Por qué estoy haciendo lo que hago?. Nada estaba claro en  los últimos meses. Sólo el pasado se le antojaba diáfano, acaso puro. Cuando pudo encontrar el rumbo entre la niebla que se levantaba ante un sol difuso, Ana  cogió un tranvía y fue a llevarle flores a la tumba  del padre de Joao y a orar y a rogarle que la perdonara por haberse vuelto a casar con aquel hombre, el extraño Francisco que tanto influenciaba al adolescente. Lloró en silencio y después dejó abrirse el llanto, que empapó los recuerdos y los presagios hasta que el alma pareció habérsele desfondado. No había llorado de aquel modo ni en el día en que sepultaron esos huesos.

      

       Después, sin que nada cambiara demasiado, llegaron las navidades. La víspera de Nochebuena, Ana encontró a su marido en el dormitorio acomodando con mimo unos muestrarios de anillos de oro.

 

       --Esta mañana te llamó ese amigo tuyo de Oporto--, le contó ella desganadamente.

       --Si, ya  lo sé. Más tarde volvió a llamar. Tendré que ir a verlo.

       --¿A verlo hoy…hoy, la noche de Navidad…?. ¿Es que ni siquiera un día, una hora, puedes pasarte sin verlo…sin correr al norte cuando te llama…?.

 

       El hombre terminó de guardar los anillos con mucho cuidado, en silencio, mirándola a los ojos pero desde la indiferencia, como si estuviera muy, muy lejos y no a su lado, en aquella habitación que habían compartido. De un cajón de la mesa de luz sacó un montón de dinero y terminó de vestirse para salir. Ella lo siguió hasta el comedor y algo le dijo .Sí, le pareció escucharse a sí misma reprochándole que se marchara en Navidad. Pero ella sabía de algún modo que ya todo le importaba muy poco. Lo que no llegaba a explicarse era por qué aquel afán de reprochárselo, como si aún sintiera, como si estuviese viva.

       Inesperadamente, quien terció fue su hijo Joao pidiéndole que comprendiera a Francisco, justificándole su ausencia, conciliador. Si él tiene que ir a verlo a Oporto, será por algo importante, compréndelo, mamá, dijo.

 

       Ana estaba desconcertada, oía sin enterarse muy bien de lo que le pedía Joao. Y entonces comenzó a gritarle a su hijo, perdido el control, desmadejada, golpeada por una ola de algo parecido al odio  y  al desprecio:

       --¿Qué ha hecho contigo, ese hijo de puta…dime, qué te da, qué te dice…por qué lo quieres más a que a mí…más que a mí…--, gritaba y gritaba la mujer.

 

       Ante la indiferencia de Joao, Ana se revolvió contra Francisco, contra la estatua fría de un Francisco que observaba la escena desde la puerta como si todo aquello no fuese para nada con él, mientras  Ana seguía gritando con voz  loca, airada, desesperada.

       --¡Dímelo tú Francisco, dímelo, no te calles…qué le has hecho al chico, qué le has dado!--.

 

       Pero todo fue inútil, como ya lo sospechaba la zona más secreta de su desesperación. Francisco siguió con sus extraños viajes, impertérrito, inmune a todos los ruegos y a todas las quejas. Estaba claro que ella le importaba poco. Y al final la mujer pareció aceptar lo inaceptable, decidiendo que en cuanto pasaran las fiestas se marcharía de casa. Lo haría aunque Joao se quedara, como lo sospechaba, como lo temía. Aterradoramente.

 

       El último día de diciembre hubo una cierta especie de tregua. Se respiraba en el hogar una paz súbita y rara. Era como una convención o un juego aceptado por todos. Hasta Francisco  parecía menos distante y estuvo afable con sus hijos y cariñoso con Joao, como siempre. Los chicos improvisaron una suerte de fiesta en el salón con un tocadiscos y cerveza y cava. Los padres, discretamente, se marcharon a su cuarto. Francisco más que alegre parecía bastante bebido. Con prisas comenzó a desnudar a Ana, que se dejaba hacer como en un vértigo. La tumbó sobre la cama. Con sus brazos poderosos la giró como una muñeca hasta ponerla boca abajo. Como un golpeteo frenético, se repetían los besos del hombre sobre la nuca frágil.  Se montó sobre ella.

 

       --No, no, por favor…--musitó ella débilmente--, estoy harta de que lo hagas por…--apenas se la oía, tenía la boca apretada por la almohada--,…no, Francisco, no…siempre, siempre por atrás no…¿es que no tengo cara?…a mi marido le gustaba mirarme cuando…nos gustaba mirarnos cuando lo hacíamos…por favor…

 

       Después de aquella escena no hubo más contactos. Pasado el año nuevo, volvieron las riñas.  Y los viajes ignotos, las ausencias de Francisco se multiplicaron. Ana le reprochaba que no fuese un marido normal, como  todos. Francisco le echaba en cara, cuando se dignaba responderle, su afición al casino.

 

       Una tarde helada  de fines de  enero, de cielos como una blanca sábana deslucida, Francisco bajó a la oscuridad  del garaje,  mientras todos parecían dormitar la siesta, medio atolondrados por el frío húmedo del Tajo. Todos, excepto  Ana que aquel día hacía doble turno en el trabajo.  Debajo del asiento del coche lo esperaba la bolsa que había preparado. Mientras subía  la escalera palpó las formas y el peso del martillo, de la maza que había comprado. Para ayudar a mi hijo mayor  a tirar un tabique en su vieja casa de la Baixa, había pensado. Todos dormían. En la cocina, preparó un termo con té y limón muy caliente. Lo único que de verdad me templa es el té, decía siempre. Y bebía litros. Metió la botella en el bolso, con la maza. Salió de la casa sin hacer ruido, caminando de puntillas;… como los ladrones, pensó. Y pensó en el pesado martillo, no podía evitarlo.

 

       Hacia el atardecer llegó al taller, en una callecita de los suburbios. Era un salón amplio y helador medio desvencijado, lleno de conos de hilos multicolores y un ruidito incesante de bielas y cuchillas. Ana se puso pálida al verlo entrar, tal su sorpresa.

 

       --¿Qué haces aquí?--, le gritó, sorprendida por su grito un poco extemporáneo. No habrás venido a preocuparte por mí… a traerme un tecito, ¿no? Si alguien te ve se engañaría pensando que me cuidas;…si supieran,… si supieran que te preocupas más por mi hijo jovencito que por mí, ¿porque te preocupas más por él, no es cierto, Francisco?

 

       El hombre la miró con mal disimulado odio, mientras sentía las mil palpitaciones en que se le disparaba el corazón. Últimamente, cada vez que pensaba en ella y en lo que se veía obligado a hacer, el maldito corazón se desbocaba. Y ahora Ana no se callaba, no se callaba…qué dolor insoportable en las sienes… su voz era como un avispero reventado; zumbando, zumbando insultos, zumbando acusaciones, zumbando quejas…Todo el camino desde la casa hasta el taller se preguntaba qué estoy haciendo, qué estoy haciendo…y ahora el avispero reventado parecía la única respuesta, la respuesta deseada y tan temida.

 

       --Y esta amable visita a tu mujercita ahora lo arregla todo, no es verdad…habrás traído el coche también, para llevarme a casa como a una señora…pues has de saber que todavía tengo mucho trabajo…mal nacido…así que puedes irte por donde has venido...puedes  irte mejor a Oporto…a ver al desgraciado ese que visitas…porque no te creerás a estas alturas que soy imbécil…que no sé que eres un mariconazo, un zaraza de mierda...que te he escuchado hablando por teléfono con él…y lo peor, y lo peor, lo que no soporto, es saberlo a Joao cerca tuyo, monstruo… degenerado…

 

       Y mientras el muy lacerado corazón de Ana seguía abriéndose en su pena y su asco, como una herida en su demorada purulencia, el hombre comenzó a acercarse lentamente hacia ella, pisó su sombra…silenciosos sus músculos a espaldas de su esposa que seguía gritándole, que había comenzado a sollozar, hipando,…silencioso el hombre de espaldas a ella que seguía cortando hilos rojos con precisos golpes de una gran tijera.

 

       Pero hubo un silencio largo que pareció obligarla a volver la cara hacia el hombre que aguardaba. Entonces vio el fuerte brazo alzado. Y se encogió instintivamente como un caracolillo en su casita. Sintió el crujido en un punto variable sobre la frente. ¿Qué está pasando, qué me está pasando?; ¡no es cierto…no es cierto lo que está ocurriendo!. Francisco parecía sonreír… pero todo esto no es cierto, no es verdadero, es un mal  sueño. Y las manos se tocaron la humedad tibia que bajaba hacia  sus  ojos.

 

       Se le antojaba que estaba corriendo, o trastabillando hacia la puerta, hacia un vano que se alejaba, se alejaba…y el hombre intentaba detenerla o levantarla o golpearla y le apretaba el cuello con dedos agarrotados y le desgarraba en el tirón un lóbulo, el lóbulo del pendiente de oro que le regaló Francisco cuando la conoció, y ahora este hombre que me hace daño, que me hace mucho daño, Dios mío…

       Francisco izó la mano armada dos veces más y golpeó en la masa roja, en el pelo… que fuera de casi blanco oro y decaía como un revuelto sol rojo hacia la noche.

 

       Pasado un largo instante, Francisco se revolvió hacia el cuerpo yerto. Y vio unos recipientes del taller con tinturas inflamables y roció el jersey rosa, los muslos todavía tersos, la mueca de los labios, los ojos del inmenso asombro. Y arrojó una cerilla, a tientas, no queriendo mirar lo que veía ahora que el furor se remansaba.

 

       La policía rescató a F. con graves quemaduras, después que la caída de una viga del taller lo encerró (¿voluntaria, involuntariamente? con Ana muerta.

 

       Por esos días, como entre sueños, Francisco recordaría que el comisario Chávez fue a visitarlo al hospital.  Que se sentó y preguntó si podía fumar, como si le importara la respuesta, y sacó de un portafolio dos recortes adheridos a las hojas de un dossier mecanografiado; eran recortes de prensa, de “Noticias”, de Lisboa. Uno, fechado a fines del verano del hacía un lustro hablaba de un cadáver encontrado en un chalé del barrio alto en la colina de Nazaré. Aunque se lo halló medio calcinado, pudo identificarse a Joao Melo, de 22, oriundo de Setúbal. Tenía el cráneo hundido. Faltaban objetos de valor del domicilio.

       --¿Querías que creyéramos en los ladrones, Francisco? --.

       --¿Estás allí, comisario…eres tú que has venido a verme? Has venido a salvarme…

 

       El otro recorte tenía pocos días. Chávez lo leería, quizás; seguramente.

Narraba un incendio en una pequeña fábrica textil cerca de los suburbios de Lisboa, hacia la salida al aeropuerto. El fuego había costado la vida a Ana Henríquez, de 47, nacida en Faro. Pero lo más destacado de la nota era que la mujer no había muerto por el fuego, sino por heridas en el cráneo…

        --Pero eso ya lo sabemos los dos, ¿verdad,  Francisco? Y lo grave, para tú, es que esta vez hubo testigos. Sí, sí…su compañera de trabajo, María,  te  vio cuando iba  andando hacia la fábrica desde la parada del autobús, cuando iba a reemplazar a Ana en el siguiente turno…

       Chávez se habría quedado en silencio, mirando el parque por la ventana. Se habría puesto de pie como para irse, habría girado el picaporte para abrir…por el vano de la puerta entreabierta se vería el perfil del policía de guardia en el pasillo. Entonces, suspirando el comisario, el amigo, se abría sentado de nuevo…

 

       -- Y ahora lo de siempre, ya me dirás…no entiendo por qué carajo lo hiciste, Francisco.¿Por qué la jodiste, imbécil? Después de tantos años de este lado, hermano,…aguantando y golpeando, codo a codo…contra los rojos, cuando Salazar, te acuerdas…fue duro…después contra los ladrones, contra los asesinos, contra…pero siempre de este lado, Francisco. ¿Por qué lo hiciste? Bueno, lo de tu mujer, si me apuras, puede llegar a entenderse…pero ensuciarse las manos con el afeminado ese de Nazaré…ensuciarse las manos…cuando tú y yo sabemos cuánto despreciamos siempre a esos putos  de mierda…que les den bien por el culo ¡

 

Y en sus pesadillas de convaleciente, aterrado Francisco se preguntaría  ¿estás  allí, amigo Chávez, estás allí? Despiértame… ¡Oh!... Dios mío, despiértame…”

 

(Nota: Hasta aquí transcribo fragmentos de un cuaderno escrito en su celda por Francisco F.,”confesando mi crimen y homofobia” (SIC).

 Firma: Reverendo Manuel Bueno, presbítero de San Judas, en la Diócesis de Lisboa)

 

      

 

 

 


 


 


Addenda: “Informe sobre los trastornos del sueño del Sr.  F. F.”


 

 

       El hombre llegó a Budapest en un vuelo de la KLM a mediodía de un  jueves 20 de mayo. Venía desde América del Sur en busca del sueño.

 

Su viaje incesante se había iniciado hacía ya más de quince años; desde que sufriera las primeras dentelladas de una pesadilla insomne que fue como tormenta seca de granizo -sin agua y sin clímax y sin descanso cierto-  salvo la evasiva y aterradora ilusión de que podría hallarlo – a ese reposo amado- detrás del póstumo, fantasmal, cruce de los laberintos del suicidio. Ilusión heroica... tan anhelada y huidiza...acto pueril, aferrado a las manos  de las comadronas del miedo.

 

       Por razones obvias, el principio –la raíz- de su infierno estuvo en Buenos Aires...y cruzó el Atlántico junto a él –como su siamés, su alter ego, su sombra maldita- cuando huyó, buscando un infinitesimal instante de reposo, hacia clínicas de Madrid y Barcelona. Y también en La Salpetriére, en París, durante un invierno y una primavera ya olvidados. Como ya era previsible, los médicos lo recibieron al principio con incredulidad, con interés más tarde y con cansancio y agobio al final de los reiterados fracasos de los tratamientos. Alguno habló de cirugía; otros de hipnosis y de yoga y dietas y radicales cambios en las rutinas de su vida ¿pero cómo podía él dejar de ser quien era, quien había sido y ...específicamente, dejar de hacer lo que su profesión le requería desde los años de su juventud? ¿cómo es posible abdicar de la identidad... acaso?.

 

       En España pasó nuevamente por fases conocidas y por algunas nuevas variables, muy evidentes aunque imperceptibles; algunas inefables aún para los propios médicos, salvo para él que conocía tan bien su mal...que era  tan buen conocedor del monstruo... como era impotente  para romper esa casa de cristal y sombras donde vivía su espíritu desde la primera noche en que lo arrebató el infierno.

 

       ¿Recordaba aún con nitidez la suma de los actos de aquellas primeras semanas de estupefacción, incredulidad, pavor? Resultaba difícil asegurarlo: la niebla agria de la desmemoria había comenzado a roer -ya hacía mucho- las cuerdas sutiles que estabilizan la realidad.

 

 Había ya olvidado casi completamente  -por ejemplo-  la temeraria propuesta de un homeópata riojano afincado en Buenos Aires, en el Paseo Colón, cerca de la Casa Rosada, de someterlo a una arcaica droga quechua, milenariamente olvidada y reconstruida con esfuerzo sobrehumano -a partir de fórmulas evanescentes que se hundían en el polvo y en las sombras de signos tortuosos en devastados vasos cerámicos- por parte del famoso arqueólogo Antonio E. Fuentes. El doctor Fuentes había recorrido la casi  totalidad de Los Andes, a alturas próximas a los 6.000 metros, viviendo la fragilidad de sus pulmones dependientes de botellas de oxígeno y de sus ojos quemados por la nieve y la brújula...para recuperar junto a momias perdidas algunas hierbas extraviadas por la Farmacopea Euro Americana para siempre. Y consiguió un elixir que, al final, sus discípulos me ofrecieron en aquella casona del Paseo Colón como si hubiese sido libación de los dioses. Pero sólo consiguieron mi vómito.

 

¡Estuve vomitando durante cinco días y los espasmos de mi estómago estragado me produjeron llagas en tejidos que brillaban –incandescentes- en la penumbra de las  radiografías. Pero no arranqué a la mala voluntad de mi destino ni un segundo de obnubilación y sueño!

 

       En la primavera de 1992, una tarde en que –por aburrimiento- intentaba, con más desidia que interés, imaginar los paraísos del deseo...esa rueda donde los durmientes entran y  salen día tras día, noche tras noche... como entran y salen –en una rutina estúpida por su carencia de lucidez- de la carne de sus amantes fortuitos... intentaba imaginarme   –digo-  aquellos paraísos, mientras recordaba al unísono la emocionante tersura de los hombros de B. (aquella única muchacha que amé en el pasado, con grave peligro para mi alma)...

 

 ...Y aquella tarde de primavera meridional... ¡caí de pronto yerto al suelo de mi departamento...golpeado por un sueño postergado que se parecía mucho al coma y que llevó a los facultativos a darme casi por oficialmente muerto; si no hubiese yo súbitamente (¿pero dónde estaba mi yo en aquel éxtasis?) empezado a roncar con un mal ruido de dragón exhausto que dicen que provocaba inhumanas, inauditas, vibraciones ...acaso mortales para las personas, como la misma voz del ángel Metatrón  durante  la cita nocturna de  Moisés en la cumbre del Sinaí!.

 

 Durante aquella primera y misteriosa pausa de mi  insomnio pude dormir –como lo certifican los estudios que siempre llevo conmigo a todas las ciudades- durante cincuenta y siete días y noches  continuos. Pero esto sólo ha vuelto a ocurrirme dos veces más en mi vida.

 

Pero yo sólo dormía aparentemente...parecía dormir a los ojos de los otros, porque en el interior de la casa de mi alma todo era furia y desasosiego y multiplicidad de eventos que ocurrían en escenarios que nadie hubiera podido imaginar en todo  el transcurso de los siglos. Y yo era uno y varios –simultáneamente- en innumerables aventuras disímiles ¿paralelas?. Me veía dormir y soñaba que dormía y me soñaba atento en las vigilias del alba en mil amaneceres de violentos colores y  viento  matinal y extranjero  que me besaba la cara...y retornaba a soñar que imaginaba dormir al fin...y que finalmente podía soñar, como es uso en la tribu de los hombres.

 

 ¿Me veía dormir y soñaba que dormía y en vigilia me soñaba en un unísono de lugares y tiempos que violaba toda costumbre del espacio y el tiempo...?. Este es el esquema del laberinto.

 

Es una obviedad absoluta –me disculpo-  decir que tras los largos años de mi  cruel enfermedad yo ya ni siquiera desesperaba ya, más allá de los desiertos de toda desesperación; cuando una tarde ventosa de abril, cruzando la madrileña Plaza Mayor, me llamó la atención el ansia con que un mendigo hurgaba –refunfuñando- en una papelera ¿buscaba algo para leer...porque en las papeleras nadie suele arrojar comida? Misterio.

 

Al marcharse el desconocido con su enigmático  tesoro de periódicos viejos, dejó derramada tras sí una estela de trocitos de papel multicolores bailando en el viento. Recogí uno que se me pegaba a la pernera del pantalón. Era un cuarto de página de un tabloide irlandés fechado hacía una semana. ¿Restos de la incuria de un turista negligente o de un bárbaro hooligan borracho, saliendo en la madrugada de un cercano y falsificado pub  inglés que hacía esquina con el Arco de Cuchilleros?.

 

Yo no soy supersticioso ni creo en el destino. En realidad si alguien me preguntara seriamente sobre el sentido estricto de lo que designan estas palabras “superstición” “destino”; tendría un gran problema para responder. Mi profesión –aunque radicalmente relacionada con el acecho de la verdad- no es la de filósofo ni la de lingüista, precisamente. Y perdón por la ironía. Pero acaso algo de lo que vulgarmente llaman “destino” fluía en el viento que me trajo aquel recorte, hecho como a dentelladas en un diario viejo.

 

Me llamó la atención un modesto titulillo a dos columnas...que prometía tanto que no parecía serio. “Médico húngaro cura el insomnio de un campesino que llevaba  sin dormir desde el fin de la II Guerra Mundial”. Y más abajo añadía que el paciente, Ferencz Erzskel;  aún ya curado y diríase que insólitamente feliz, seguiría encarcelado perpetuamente en una cárcel de los Montes de Pilips, purgando dos asesinatos que había cometido acuciado por un desasosiego voraz  que le provocaba mutaciones monstruosas e invisibles. Yo también conocía esos riesgos, esas tentaciones del odio infinito...de modo que cuando terminé de leer, continué atónito varios minutos en medio del viento y la soledad como si hubiese visto una milagrosa epifanía del cielo, abriéndose sobre la fachada multicolor de la Casa de la Panadería...

 

Hablé enseguida por videoconferencia con los jefes de mi agencia, en América, y no tuve que rogar demasiado –porque algunos ya conocían mi enfermedad secreta- para conseguir una licencia sine die de mi servicio y poder  marcharme  a Hungría cuanto antes.

 

Tras un breve cambio de avión en el aeropuerto de Schiphol, el Airbus 380 de la KLM llevó al hombre hasta Budapest, donde arribó pasado ya el mediodía del jueves 20 de mayo de 2010.  Volaba ese día  desde Madrid, pero en realidad venía desde los límites australes del mundo en busca del sueño. Su viaje se había iniciado ya hacía más de quince años en Buenos Aires; donde había residido, prestando sus servicios imprescindibles, desde comienzo de los ’70. Viajaba sin tregua, como es fama que lo hizo, hacía más de XV siglos, Marco Flaminio Rufo, buscando beber en un río secreto, cuyas agua  no otorgaran ya la inmortalidad -como en el anhelo del desesperado tribuno romano- sino la más modesta y gozosa mortalidad del sueño.

 

Había estado, por su profesión, ya varias veces en la bella capital húngara. Pero era su primera visita privada y parecía que tenía los ojos más abiertos para ver más allá de objetivos predeterminados, más allá de ideologías estrictas e inhumanas...para ver la luz conmovedora de la ciudad y el río y de sus habitantes hospitalarios, hermosos.

 

Curiosamente, ¡se despertó!...sintió que se despertaba  mientras la nave comenzaba a bajar preparándose para el aterrizaje. Quizá se había quedado dormido sólo durante 30 o 40 segundos, a lo sumo, y pese al rugido de los reactores que frenaban, invertidos. Pero hacía años que no recibía esa bendición. Y la desconexión fugaz de sus nervios le había colmado el corazón de bienaventuranzas. Ahora estaba casi seguro –pensó sonriendo- de que en Budapest acaso podría hallar finalmente el agua absolutoria que le devolviera la gracia del sueño, por así decirlo (se avergonzó un poco por estas licencias poéticas algo cursis, lo sabía, que se tomaba cada cierto tiempo. No respondían –por cierto- ni a su carácter ni a las fuertes exigencias de autodisciplina de su profesión). 

 

Y el brevísimo sueño había sido, obviamente, distinto a sus sueños despiertos, tan contaminados de lógica (“...todo lo pensable y racional es real y todo lo real es pensable y racional”, como soñara –sofística, ingenuamente-  Hegel) pero este breve sueño había sido de aquellos de los territorios de la premonición... más bien. Era curioso como en el escenario virtual de los sueños –diurnos o nocturnos o meramente fantasmales e imaginarios- se abría un campo abonado para las intuiciones, los presentimientos, los deseos y el remordimiento.¡Si yo pudiese vivir sin remordimientos y sin esperanzas, en un puro presente inocente! (Pero este era un programa para ángeles y no para hombres –ya lo sabía-  y especialmente no para hombres tan frágiles como él...).

 

El taxista encendió su GPS chino  y lo llevó en volandas  al centro del viejo Barrio Cinco de Pest atravesando el Oktogon y la avenida Andrassy Üt hasta dejarlo casi a los pies del puente Szécheny –aún con el recuerdo de los impactos de metralla nazi en su elegante esqueleto-. El hombre se apeó en la puerta de la consulta del doctor Zsolt Marai.  Por dentro, el viejo palacio había sido reformado y renovado y parecía un enclave de la ciencia más vanguardista; aunque conservaba la dulce melancolía que –recordó- corona siempre toda la ciudad, desde la época imperial de Sissí, desde la época de los soviets, y aún hoy: en plena “primavera capitalista” y post-wojtyliana.

 

Las horas de esa primera tarde pasaron rápidamente entre entrevistas de anamnesis y exposición a flashes y luces estroboscópicas  y colgado  en una especie de arnés que, ora lo dejaba cabeza abajo, ora lo hacía girar como un trompo a cien vueltas por minuto en un habitáculo a presión hiperbática, como si lo estuvieran preparando para salir al espacio exterior y no para curarle la maldición de su  insomnio. El doctor Marai y sus ayudantes hablaban con precisión y lentitud un inglés burilado, domado en los años perdidos del exilio en América; de modo que parecían entenderse sin dubitaciones con el extranjero recién llegado ...aunque él no comprendía a qué conducía tanto aparato y trampantojo.

 

Cerca de las veintiuna ya, el paciente escuchó reiterados rumores de cansancio y proyectos de marcharse a casa entre los doctores. El se atrevió entonces a comentar que si podía irse ya, tenía reservada -como siempre- una habitación en el viejo Gresham, de la Roosevelt Ter, donde lo esperaban...pero todos movieron negativamente sus cabezas y se mostraron sorprendidos y le informaron que, a partir de ese momento, pasaría a residir en observación en  la “Klynica Zentral  Z. Marai”; donde lo cuidarían como a un príncipe... aunque le darían poco de comer –algún caldo y té, a lo sumo- porque desde ese momento debía considerarse sometido a dieta y a las órdenes y cuidados de la doctora Lázsló.

 

Ante semejante preparativo pensó, con extraña vergüenza, que lo meterían en una ruidosa ambulancia para llevarlo a la ignota clínica, apenas presentida. Pero fue una berlina oscura con un chofer caballeresco y tranquilizador quien lo transportó, entre las primeras luces de la noche, hacia las inmediaciones del gran estadio budapestian, el legendario “Stadionok” de la calle Stephanios Üt, entre la tranquilidad de las sombras azules de los grandes tilos de un previsible barrio residencial.

 

 Frente a los óvalos rojos de las pistas de entrenamiento –que acaso se verían desde su habitación de la tercera planta-, se levantaba la Clínica.

 

 Este era – ¡por fin había llegado!- el previsible punto final de su travesía del círculo del infierno; se atrevió a soñar...como sueñan con desenfreno los niños.

 

Y aquella misma noche la doctora Gabriella Lázsló comenzó su terapia.

 

Después de desembarazarlo del poco equipaje que traía, una enfermera le indicó por señas que se pusiera el pijama y unas zapatillas de felpa. Le permitieron conservar los calcetines. Sintió el raro desasosiego que precede al pudor. Aunque comprendía que este sentimiento estaba allí fuera de lugar. Y así, someramente vestido, cenó temprano en su cuarto un caldo de verduras, acaso demasiado  especiado. Pero la paprika es omnipresente en la dieta de los magyares. A las diez y media, otra enfermera vino a buscarlo. Cruzaron, en silencio, larguísimos corredores en sombras. Subieron un par de plantas por una escalera con los peldaños desgastados pero brillantes por la cera de abejas. El hombre sintió un estremecimiento de frío o, tal vez, de miedo.

 

Gabriella Lázsló tendría unos 35 años de edad. Era espigada y pálida como casi todas las mujeres en aquella tierra. Sus rasgos regulares no carecían de dulzura. El color de su pelo era el del bronce viejo.

 

El paciente la saludó en inglés...pero ella respondió al saludo con una frase en italiano. Enseguida se excusó diciendo, más o menos, que aunque pareciera extraño en esta época,  ella no hablaba inglés. Sólo hablo italiano y alemán...y húngaro, naturalmente; dijo con cortesía. Estudié en Heidelberg. Y, desde 1995, paso siempre mis vacaciones de verano en el Lido de Camaiore, una playita cerca de los montes de mármol de  Carrara. El hombre no supo qué responder. Se excusó a su vez por su ignorancia del alemán y dijo a la mujer que chapurreaba un poco el italiano y podría entenderla...porque lo había oído de niño en casa de su abuela inmigrante, huída de Palermo en algún momento de la Gran Guerra. El no pudo entender muy bien por qué aquella información sobre los idiomas cruzados, los códigos inadecuados,  le produjo cierta angustia y pesimismo. Aquello, seguramente,  no tendría nada que ver con su tratamiento.

 

Después de leer con interminable detenimiento el informe del doctor Marai –leía y levantaba la vista y lo miraba durante largos segundos con sus interrogadores ojos grises- la médica llamó a otra enfermera y –entre ambas- procedieron a quitarle la chaqueta del pijama y su camiseta. Le cubrieron el pecho y la espalda con un líquido que parecía vaselina semilíquida pero que secaba rápidamente. Así, le implantaron incontables electrodos que se quedaban instantáneamente pegados en aquel menjunje. Después le dieron unas pinceladas de lo mismo en el cuello y la nuca, en la frente, en los pómulos, en las muñecas, en los tobillos. Y otros muchos electrodos se le adhirieron al cuerpo como sanguijuelas. También le ciñeron al pecho unas bandas de goma que tenían algunas placas metálicas fijadas a intervalos regulares. Estos sensores electrónicos incrementaron su miedo. Le evocaban angustiosos recuerdos  acerca de objetos similares, vibrando eléctricos, que él no supo distinguir  si él mismo manipulaba en una escena  que  había vivido... o soñado. Después, le implantaron otros terminales de un electrocardiógrafo permanente. Y en el antebrazo izquierdo le ciñeron otra banda elástica. “Esté tranquilo...es un holter” creyó él entender -sin  entender- que le explicaba ella. Y una aguja hipodérmica le entró por una arteria para medir los niveles de oxígeno en su sangre. Y una sonda uretral lo ayudaría en su inmovilidad.

 

Intentando distraerse miró hacia la calle por una ventana cercana. Estaban encendidas las farolas y, al otro lado de la calle, estaban iluminadas más intensamente las pistas de entrenamiento del Stadionok de la calle Stephanios.  Un gran óvalo rojo -con andariveles nítidamente marcados en blanco- brillaba en la noche. Por ese camino infinito corrían rápidamente sombras de hombres y mujeres que entrenaban  carreras y saltos. Le extrañó que hicieran aquello a una hora tan avanzada de la noche. Acaso era costumbre de los deportistas del país. Pensó que preguntar sobre este tema relajaría un poco la tensión silenciosa  que había en la habitación donde lo preparaban. Pero no supo organizar una frase en italiano que pareciera suficientemente buena para interrogar a la extraña sobre todo aquello. Además, la doctora ya no lo miraba sino que charlaba animadamente en su enigmático y rápido idioma -ininteligible para él- con la enfermera. Como si ellas supieran lo que él pensaba, un momento después bajaron las persianas que cerraban las ventanas herméticamente. Y los cristales eran dobles y los aislaban de todo sonido exterior. La última imagen lejana que creyó ver –antes del encierro- era la de alguien que hurgaba en las papeleras de la acera que rodeaba al estadio, tal como lo hacía el  mendigo de la Plaza Mayor de Madrid. La enfermera expresó una frase más corta y con una leve reverencia se marchó. Quedaron solos bajo una blanca luz cenital.

 

Mientras le sonreía con dulzura,  como para aplacarlo, la mujer le explicó con frases entrecortadas y mímicas que le inyectaría un somnífero. El hombre intentó, sin éxito apreciable, hacerle entender que no existía en el mundo un somnífero que hubiese logrado dormirlo. Pero ella nada pareció comprender, detrás del misterio de su sonrisa.

 

Asiéndole la mano lo hizo poner de pie. Le hizo señas de que no se enredara con tantos cables ni los pisara. Lo dirigió hasta la cama cercana, que ya lo esperaba, abierta. Lo hizo recostar muy lentamente. Para que no doblara el cuello, le aguantó el peso de la nuca y la cabeza con sus manos tibias. Hacía tantos años que él no sentía el contacto de otra piel, que la suavidad de la carne de la doctora Lázsló lo estremeció como una electrocución. Rogó al dios en quien no creía que ella no se hubiese dado cuenta. Le hubiese dado una insoportable vergüenza. Se sentía vulnerable y frágil en manos de la extraña.

 

Había logrado entender que –tras inyectarle el inútil somnífero- ella pasaría a una pequeña habitación contigua desde donde velaría, controlando los aparatos que harían la ‘polisomnografía’. A través de un espejo, opaco hacia la habitación del hombre, la doctora László ya estaría mirándolo.

 

Siento que me mira...y aunque me mira como a un enfermo, como a una cosa ¿tal vez como a un monstruo?...ella será la primera persona que vele mi sueño en toda mi vida...la primera mujer que me observe cuando entre en el sueño -¿entraré yo en esa absolución?-...Dios mío, deseo tanto que el somnífero me duerma, para descansar, para que ella me vea dormir, puerilizado como si fuera inocente por única vez en toda mi historia. Siento que he blasfemado. Mi madre me decía –curioso este recuerdo olvidado- “No tomes el santo nombre en vano”. Y se que si ahora estoy orando estoy orando a la indiferencia de las estrellas, a la indiferencia del mar que bate sin tregua, a la indiferencia de mi muerta piedad por los otros.

 ¡Y ahora pido piedad... sabiendo que no la merezco! Pero acaso pueda ser posible...mientras duermo...mientras agonizo, mientras sus manos pulsan los artificios que interrogan el secreto de mi condena, mientras...

Pero, cuando sonó la alarma del electrocardiógrafo ya el hombre no pudo sentirla, porque estaba cayendo en el abismo del sueño y aún más allá. La médica húngara llamó por teléfono, gritó órdenes en mitad de la noche, se precipitó hacia la habitación donde el hombre estaba perdiendo la conciencia. Un error quedaba descartado. La dosis había sido mínima y todo estaba probado y protocolizado por el doctor Marai.

 

Ágil como era, la joven Gabriella Lázsló saltó sobre la cama del paciente desconocido, lo montó a horcajadas para aumentar la fuerza de sus brazos con el peso de su cuerpo y comenzó a darle un masaje cardíaco desesperado, mientras sentía la sal de sus lágrimas bajándole por el rostro. El desconocido no respondía al estímulo rítmico de sus manos...pero parecía  -sin embargo-relajarse más y más y distenderse sus facciones como cuando los durmientes, en todas las noches del mundo, se abandonan dulcemente a la bondad del sueño, cierran su libro en la página exacta, que marcan con una señal inequívoca, y apagan la luz de la mesilla y cierran los párpados sobre pupilas dilatándose y que ya avizoran simulacros del anhelado paraíso…del ineluctable fuego.

 

©carlosmamonde

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El Libro de WB

 

 

...fragmentos de ficción en  los márgenes  de  una biografía imaginaria de Walter Benjamín (Berlín , 1892- Port Bou, 1940)                          

 

 

(doce)

       Walter es mi nombre –Walter Benedix Benjamin Schönflies...”Benedix” es mi nombre secreto...impuesto por mis padres acaso por premonición del Holocausto-  y hoy tengo doce años. He elegido esta edad al azar para comenzar a narrar aquello que mi memoria guarde.  Memoria de una identidad persguida por la vida; memoria de un movimiento constante en busca de refugio: pasajes de uno a otro sitio y a otro sitio...sin que el caminante columbre ni aún los bordes más distantes del hiato..

Doce años es una edad que aún está en la infancia...aunque simula distancias a la infancia. (Pareciera que me place redundar: ya en otro texto autobiográfico mío -seguramente olvidado- “Berliner Chronik, 1900”; elijo como foco otro momento de la infancia, antes de los ocho años).  Nací, pues,  en Berlín -¡antes de las grandes guerras!- ... hacia el anochecer de  un 15 de julio; en el dulce verano de 1892.

              Berlín es una ciudad muy hermosa y amo pasear por ella. A un niño, los itinerarios solitarios, como juegos temerarios porque  siempre he tenido un pésimo  sentido  de  la  orientación,  aproximan secretamente a la ciudad. (¡...inusual soledad, que conseguiría sólo cuando lograba huir de la institutriz, la gouvernante francesa... y trazaba mis secretos mapas, porque siempre le he dado vueltas a la idea de organizar el sentido de mi vida como si fuera una topografía con límites y rumbos..Banal utopía: pretender ir sólo un pequeño paso más allá de la bella claustrofobia del Mitte!).

Pero, pese a mis perpetuos lazos con Berlín,  -profundos lazos, porque perderse en una ciudad como quien se pierde en un bosque  exige un adiestramiento muy especial- durante toda mi vida estaré obsesionado por  la cumbre de la belleza: París. ¡Lo diré una enésima vez más: París es el  “Zentralpark”...el jardín central del Universo!.

Tal vez en el futuro de este texto solipsista que hoy imagino, se abra la posibilidad –eventual-  de dejarme seducir por otras ciudades tan maravillosas como estas  ( Paris vécu... Berlín bien-aimé)...y en otro hiato distinto a este año de 1904. Pero en este día que vivo, este es el centro de mi ser. El centro desde donde hablo ¿para quiénes? Acaso para nadie. Tal vez sólo para mi único amigo ciertamente fiel: Gershom Scholem... y seguramente también para el muy querido poeta Fritz Heinle...que no me fue fiel, porque murió a sus diecinueve años. Recuerdo cada día su suicidio, aquel 8 de agosto...el calor enfermizo y su muerte: ¡acompañado a la muerte por su mujer bienamada!. Inicio de las pérdidas. (...con GS y con Ernest Bloch...compartí algunos fugaces, escasos, nirvanas del haschis...!  ¿Es que también fuimos ignotos discípulos del Viejo de la Montaña?)  Escribo, seguramente, para el silencio de las estrellas sin compasión.

 

Pero mi deseo esta mañana es sólo el intenso deseo  del  relato.  Aunque hable para nadie. La existencia es hablar para nadie, estrictamente.  Pero en las letras se abre un simulacro intenso del vivir. Los textos viven más hondo que quienes los escriben. ¿Los textos viven más hondo que quienes los escriben?. (Confío acaso demasiado en mi supuesta virtud para la escritura.(”…escritura en los dominios del misterio (...) pero contaminada de subordinadas paratácticas (...) suena como si su pensamiento recogiera las promesas de los cuentos y de los libros infantiles, en vez de rechazarlas con la despectiva madurez del adulto”....como, fraternalmente,  me criticará un día Theodor A). Aunque Adorno y todos deben comprender que si lo hice fue por una devoción inhumana hacia Hölderlin  (¡me maravilla cómo el maestro Hölderlin quiebra, deshuesa , desordena el lenguaje...sin que importe ya, al parecer, la comunicación...ni el sentido...ni el sujeto!. Esto habrá de  aceptarlo un día cabal el mismo Theodor A.

 Aunque en descargo de A., también debería describir cómo él me comprenderá al atisbar mi heroica  incapacidad para renunciar  a la promesa de felicidad que todo hombre atisba en sus años de infancia [aunque me parece recordar... que también pensabas que yo veía el mundo desde la perspectiva de los muertos...] ¡Querido amigo Adorno...cuánto te echare de menos –a ti y a tu amada Gretel Karplus- por toda la eternidad!).

Bien. ¿Bien...?. El tema de mi novela es mi vida. Porque creo vivir Historia...pero el residuo es Novela. Nada conozco peor que este tema: mi persona, mi máscara...mi ser como el fracasado más profundo del Mundo. Debo disculparme. Y cuando sea mayor creeré que la felicidad está/estuvo fugacísima/  en la ribera de la escritura. Escritura de lo desconocido. Lectura perpetua de lo desconocido.  Lectura ¿irreal? de la hermosura de sentirse vivo... como una dulce naranja que purga zumo sobre un cielo de violento cobalto y añiles y vacíos. ¡Así es la vida...que tanto amo...con la potencia angélica de mis doce años!. (¿Por cuánto tiempo, con cuánta romántica pasión...podré sostener esta verdad?). Además de la incertidumbre perpetua de los meandros imprevisibles hacia donde el texto me desliza:  porque al desplegarse los recuerdos se abre –inesperada, incontrolablemente- lo esencial de cada imagen, sabor , tacto ...y la memoria va de lo pequeño a lo más pequeño, de la pequeñez a lo microscópico... y lo más grandioso espera siempre en aquello por descubrir en este microcosmos.¡ De ahí ese juego mortal en que Proust queda atrapado y en el que encuentra sucesores;  pero muy difícilmente compañeros...!.

 

Meandros, laberintos de la amadísima vida... a la que yo mismo le quebraré el cuello con morfina –para defenderme de la vida/ defenderme de la muerte--  en un cubil de dolor intenso, en una mísera pensión  -la “Pensión Francia”- que ya está esperándome en Port Bou a una exacta hora de la noche del 26 de septiembre de 1940. (¡Relato sin sorpresas este relato que relata un niño de enormes ojos, negros, semitas...mirando a lo infinitesimal como exponente de lo Absoluto!). ¿Matarme en un cuartucho abismal  izado sobre un pueblo tristísimo en los Pirineos, en una hora  de soledad absoluta bajo el ataque del  relámpago nazi, del relámpago franquista? Hacerlo... sí, necesariamente, para poder morir enteramente muerto...porque sólo sobre una carne muerta  el Poder enmudece y deserta. ¿Dónde se oculta entonces la potestad de Dios?.

 

Así doy comienzo al “érase una vez” de Walter Benjamín, en este atardecer de un  viernes de 1904.  Pronto temblará en el cielo la primera estrella del crepúsculo...allá sobre el violeta muerto de los castaños húmedos del Oeste de Berlín, ciudad camino de las sombras,  y será ya el “sabath” y marcharé con mi padre, desde la cotidianeidad de nuestra casa en la calle Blumeshof,  a  la sagrada luz de la  sinagoga para procurar aplacar a Jehová...¿porque, solos, quién puede asumir coherentemente la irrealidad de toda esperanza?

Me ilusiona la idea de ir hoy al templo...especialmente porque podré viajar en el coche nuevo de mi padre. Máquina antinatural que me arrulla con su zumbido: es un coche inmenso y de los colores del negro y de la plata. Sólo para mi es su secreto ronronear...porque sólo yo se que está vivo, aunque su des-ensamblaje pudiera  matarlo, así como el soñar matará  mis textos. Y despertar a la vigilia de la Historia matará todo mi cuerpo. Lo veo en su cara. Porque el Daimler tiene  una cara con dos acuosos ojos amarillos. Un día le mencioné estas semejanzas a papá...pero él, naturalmente, se burló de mi. Eres demasiado imaginativo y eso no me gusta nada, hijo...¡no, no me gusta!, repetía... , mordiendo, muy nervioso, su pipa.

¡Este es mi padre,  Herr Emile Benjamin Mayer!...pero casi siempre gusto de estar algún tiempo con él; ir a la sinagoga, reencontrarnos con los Cohn, los Lepke, los Gershom, los Fränkel ...con tantos otros seres perdidos para siempre... Y me gusta especialmente ir en su coche, en medio de las sombras del viernes que muere. Ha comprado el Daimler este último invierno...porque ha ganado suficiente dinero vendiendo unos cuadros aterrados (aterradores)  de Herr E. Munch. No entiendo por qué nadie reprocha a Herr Munch tanto dolor en su arte. Mi padre, al contrario, lo lisonjea...lo invita con te o cerveza caliente, en la trastienda de nuestra  Kuntzgalerie, adjunta a la Casa de Subastas  de Arte y Antigüedades Lepke&Benjamín, en la Kochstraase. Algún día le preguntaré a papá, o acaso al propio Herr Munch, por qué no vende él mismo sus cuadros  y gana tanto dinero como Herr Benjamin y así el también se libra  de la pobreza de sus trajes,  de los tranvías helados del invierno con el viento del norte hincando sus dientes de nieve. Le diré que se compre un coche como el de mi padre. ¡Esto es sólo un sueño, lo se, pero me gustaría tanto otro destino para el viejo pintor!.  Es maravilloso –ya lo he dicho- el Daimler de papá, que él mismo suele conducir. Conduce en absoluto silencio siempre: quiero decir que tenemos rigurosamente prohibido hablar con él para no distraerlo, dice.  Y, en silencio, viajamos por la patria berlinesa, rumbo –casi siempre- a la Estación Central, en el noreste del viejo Mitte, desde donde un tren nimbado de vapor  como de magia nos llevaba los fines de semana a Suderode o a Hahnenklee o a Bad Salzschlirt.  Pero esta tarde todo será distinto porque  al Daimler lo guiará  nuestro  chófer, Herr Rauch...porque él no es judío y puede hacer lo que desee o necesite  –conducir, trabajar...-  aunque sea sabath  y lo proclamen ya todas las estrellas del cielo.

Este límite infranqueable de la primera estrella del viernes, me parece a veces sólo un cuento de hadas de mi bove Edwig,  y otras veces me estremece.  A mis doce años yo creo, sí, que las palabras recitadas y cantadas de la Torah llegan a Dios, sus veintidós letras esotéricas son suyas desde siempre (...alef, beit, gimel, dalet, hei, vav, zayin, chet, tet, yud, kaf, lamed, mem, nun, samech, ayin, pei, tzadik, kuf, reish,  shin, tav...) son tal vez Él mismo. ...siempre son Él, a cualquier hora y en cualquier día en que las pronunciemos, o tan sólo las pensemos. De mayor, seguramente lo comprenderé mejor. Pero las Letras son las claves del Mundo (...recuerdo que, sobre la magia de los libros, escribiré un día de mi adultez futura: (...) y en el colegio ,- o en el  Jugendbewegung, o en el Gymnasium Kaiser Friedrich ; o en las clases de la querida fraulein Helen Pufahl- finalmente, cada uno recibía su deseado libro de la biblioteca. Durante una semana uno se entregaba, por entero, al torbellino del texto que lo envolvía  suave y silencioso, denso e incesante como copos de nieve. Uno se internaba con infinita confianza. ¡El silencio del libro llamaba y llamaba!.  El contenido no era importante. Porque la lectura coincidía con la época en que aún uno mismo inventaba historias en la cama. Y el niño (Scholem, o Fritz, o Walter...) trata de seguir el rumbo impreciso de esas historias. Se tapa los oídos mientras lee; y el libro está sobre una mesa, demasiado alta y una mano descansa siempre sobre la página. Todavía lee las aventuras del héroe en el torbellino de las letras como si distinguiera los contornos de una figura y percibiera el contenido de un mensaje  entre los remolinos de una tormenta de nieve. Su aliento se confunde con la atmósfera de los acontecimientos...y todos los personajes lo respiran. El niño se mezcla  mucho más íntimamente con los personajes que el adulto. El acontecer y las palabras lo afectan muy hondo...y, cuando se yergue, todo él  se ha impregnado de lo que ha leído).

Este asunto del límite temporal de la primera estrella del sabath –como todas las fronteras- es un asunto de vida y muerte.

 

Pero ya la veo cómo se iza, diamante inasible,  sobre el jardín y debo bajar y calzarme los chanclos; porque aunque es ya es vecina la primavera, ha llovido sobre Alemania  y a mi padre  no le gusta el chapoteo ni las huellas de pies mojados y dirá: hijo mío, puedes acatarrarte y en sabath eso no está bien...

 

Me gusta ver los adoquines fugaces desde la altura de las ventanillas. Y ver el frío desde el artificio del abrigo. Frío de los otros, no perfectamente abrigados por su capote de pieles, como mi padre. O como Dora, mi hermanita pequeña, con su gorro de martas cibelinas, color de la plata. O como el hermoso abrigo celeste de Georg, mi hermano mayor. ¿Este dolor será otro misterio para cuando sea mayor?. Y la literatura; también la escritura, por supuesto.

Porque estoy escribiendo poemas –muy, muy malos...dice en sus cartas mi amada prima de Hannover, Brigit.

 

(mi vejez llega ya a los doce años y cuatro meses de edad ¡ya estoy un poco más cerca de la muerte...!)

 

...Brigitte sólo tiene dos años y medio más que yo, pero desde el trono sublime de su femenina juventud  ya cree ¡ saberlo todo sobre “El Todo” ¡ Pero en fin, pese a sus malvadas –amadas- críticas, ya estoy escribiendo...desde hace unos meses, cuando –adolescente- comencé mis estudios en el  Gymnasium  Kaiser Friedrich, en Charlotteriburg. Escribo sobre la importancia del abrigo, claro: ¡abrígate bien, muchacho!, me grita siempre mi padre cuando por las mañanas se marcha a la Kuntzgalerie L&B o a la agencia de su corredor de Bolsa. Y yo me quedo en casa, tras los cristales empañados escuchando el silbo sottovoce  de mis bronquios en las disonancias del asma.

¡La poesía! ...aus dem Geheimnes...en los dominios del misterio, la poesía  -su cura y su absolución; y acaso su condena- me acompañará siempre. Y aún más allá de siempre...porque en este acto e instante quien esté leyendo leerá una memoria imaginaria cuya osatura es el atrevimiento del poema  en lo futurible de los lindes...en una lengua  sin orden ni sujeto, como buscaba Hölderlin. ¿Y cómo irrumpe en lo real esta memoria ficticia y subjetiva... por qué me ha vencido el yo? Me presiento aplastado por el yo...cuando siempre pensaré (y creo que así lo escribiré un día) que mi creencia de que escribo –jamás vanitas vanitatum- un idioma alemán mejor que la media de los escritores de mi época...es porque lo debo a la obediencia, año tras año, de una única y brevísima regla que reza: no utilizar en lo posible la palabra “yo”; excepto en la correspondencia personal. La otra consigna es escribir con una seriedad animal, como también coincide conmigo mi Theodor Adorno. ¿Por qué entonces hoy me vence el ego...como mañana me vencerá la Muerte; a manos del estúpido odio franquista que me arroje en manos de los nazis?

Toda mi vida solo querré ser un poeta; pero habré de conformarme con la rama seca del pensamiento. Toda mi vida anhelaré escribir epigramas al nietszchiano modo...aunque distante de sus obsesiones. Epigramas como si fuesen residuos...nunca poemas asertivos como los suyos...aunque evidentemente floten demasiados celajes de su voz en mi alma  y en el aire eléctrico de nuestro tiempo histórico.

Y, pecaminosamente, amanezco este sábado encerrado en mi asma y soñando hoy –como siempre- con Brigitte y sus grises ojos que parecen de aria...aunque se ahuyentan rasgados y como velados en su penumbra asquenazí...sus ojos inolvidables...

... y ensayo en mi mente epigramas... y tiemblo, culpable, al pensar que alguien algún día pueda leer esta Memoria mía que jamás he escrito y siempre he balbuceado, como se ensayan –balbuceando- los nombres de ciudades utópicas... meras sombras en la topografía  fantasmal de  un país ignoto.

 

 Y si alguien cometiera ese innoble acto (¿deseado acto?) de penetrar en mis recuerdos, ideas, sueños...mi alma; seguramente,  gritaría: ¡falso, falso...un muchacho de doce años no puede pensar lo no pensable!.  Pero ocurre que ya ahora estoy recordando/narrando desde mis veinticuatro años (¿el Tiempo...quién pregunta por el sendero de ese Misterio?) tras el regreso de mi primer viaje a París...la ciudad de mis sueños y de mi cuerpo y de mi mente...el sitio del infierno de mi hermano Baudelaire...mon semblable, mon frère...

 

 

¿24...?

...con mi juventud se ha iniciado mi vida al  unísono con el tiempo que  entreabre la puerta oscura del siglo XX. Este nuevo siglo y yo apenas nos conocemos y poco sabemos el uno del otro. Pero hablemos aún del XIX... el momento en que, me parece, París es el gran retrato de la humanidad; es el síntoma. Porque una civilización es siempre un complejo de síntomas; como escribe Valéry. ¡Maravilla del hierro...que metaforiza nuestros sueños...y las pesadillas que sobrevendrán!. Chaque epoque rève la suivante...

 

En 1897, un indochino afrancesado, Nguyen-Trong-Hiep, escribió que “(...) en esta ciudad de sueño; es dulce observar el crepúsculo. Se sale a pasear. Las aguas son azules y las plantas son rosas y las grandes damas salen a su promenade...seguidas de pequeñas damas...”. Pobre Hiep: diríase que tu proustiano, romántico, París...se desvanece hacia sombras de muerte... si alguna vez existió realmente más allá del deseo y la mirada del deseante. París es bella sólo de un modo paradójico porque es una puesta en escena del mercantilismo, de la imaginación ramplona de pequeños burgueses que han hecho de la urbe un inmenso magasins de nouveautés...pero de esa avaricia ha emergido una quimera abigarrada, tan fascinante y cruel y contradictoria como nuestro corazón humano. Pero soy feliz escribiendo mis impresiones  sobre este París decimonónico: lleno de paisajes de Eiffel,  construidos por el Imperio para mayor gloria de los tenderos. Siento una risa sardónica en mi alma, cuando cavilo en que la ciudad de mis sueños ¡es más la ciudad de Emile, mi padre,  que la ciudad de mis sueños!. Pareciera que la comprensión de lo vivo sólo se realiza en una zona de radicalidad absoluta.

 

Y en París, como en ninguna otra ciudad de la Tierra, la arquitectura toma el papel del inconsciente. Arquitectura “snob” de los santuarios de peregrinación a los fetiches de las mercancías. Paris de la moda... La moda es la forma  que el fetiche de la mercancía elige, en cada momento, para ser adorado.

 

Mi primer contacto con París ha sido, como suele decirse, revelador: me ha revelado la Naturaleza y la Creación...y, en su reflejo, me ha revelado el eco de mi pequeño mundo berlinés. Esto sólo habría podido hacerlo París...allí donde Balzac habló por vez primera de las ruinas de la burguesía;  aunque sólo -y más tarde, más tarde...más allá de mi muerte-  sólo el surrealismo podrá liberar la mirada aprisionada entre aquellas ruinas.

 París, donde el desarrollo del mercantilismo  ha destruido los ideales y sueños del pasado; todavía antes que se desmoronasen los monumentos  que exaltaron la mirada burguesa...¡monumentos que ya comenzamos a ver como ruinas antes que se hayan desplomado!.

 

Creo que toda mi vida dialogaré con los misterios de  ese inmenso artefacto del hombre de mi tiempo que es la capital francesa...hay cosas en su organismo que me fascina leer...como me fascina la lectura de las letras de la Torah. Y las historias rabínicas de los Hagaddah. Decididamente pareciera que mi destino es/será mediocre: leer...el destino de la vertiginosa cobardía de leer...jamás seré un hombre de acción. Ni lograré crear. El fracaso es mi inefable destino.

--“¡Pensar, imaginar...eres un inútil Walter!”-- me dice, me humilla, mi padre (seguramente desesperado) cuando piensa que dejará –obligado- su dinero en mis manos...cuando la muerte lo desprenda del poder y la vida. Pero...mis poemas; si, también mis poemas son mediocres (¿o acaso sólo lo fueron en aquella – lejana-  época de las lecciones en Charlotteriburg?). “A tus versos les falta pasión...”, dice la prima Brigitte en sus misivas desde Hannover.

 

--¿Qué sabrá esa mujercita de pasión?--.

 

 

(¿Casi catorce años ya?. ¡Siento el paso de las horas...!).

Escena en el invernadero

Allí me escondía para leer a solas. Para volver a mirar -a solas- mis colecciones; volver a gozar de mis colecciones de juguetes, de muñecos, de sellos. Colecciones de mi infancia; que son premonición de mis afanosas colecciones de fragmentos del mundo...

 

Colecciono cada piedra que encuentro, cada flor arrancada, cada mariposa cazada...todo lo que poseo es mera “colección”. Cada niño, apenas entra en la vida  es ya cazador … caza los espíritus, cuya huella husmea en cada cosa y entre espíritus y cosas transcurre el tiempo en su campo de conciencia; el tiempo en que ese campo permanece libre de seres humanos. Le sucede como en los sueños; nada es permanente; todo  le ocurre –así lo cree él- ...todo acaece, todo le pesa. Sus años de nómade son años en la selva de los ensueños. Desde allí arrastra las presas al hogar...para limpiarlas, consolidarlas, quitarles el hechizo. Sus cajas de colecciones se convierten en zoológico y museo policial y cripta. (...pero todo en desorden...) porque “ordenar” equivaldría a destruir lo que aparenta: castañas que son estrellas, trozos de latón que son un tesoro de plata, cubos de madera que son ataúdes, espinosos cactus que son tótems...moneditas de cobre que son escudos. Hace mucho que el niño se mueve seguro en la sala social de los mayores; o en la biblioteca del padre o entre enervantes  secretos del cuarto de la madre...pero en su propio ámbito sigue siendo el huésped inseguro y errante...

… otra colección muy amada es aquella de los viajes imaginarios, a través de los sellos de correos, espiando el universo físico con  un prismático dado la vuelta, a veces contemplo la lejana Liberia, que extiende playa y palmeras detrás de su brevísima faja de océano...así la retratan sus sellos. Otros días navego con Vasco da Gama, alrededor de un triángulo que tiene dos lados iguales como la esperanza; lados de cambiantes colores según el estado de la mar y del clima en el Cabo de Buena Esperanza. Y cuando veo el cisne negro de los sellos de Australia; extraña ave que sólo habita en antípodas y se desliza en aguas de un estanque o de tranquilo mar. Los sellos son como tarjetas de visita que remotas naciones dejan en la puerta de las habitaciones infantiles. Y transformado en Gulliver, acaso, aquel niño viaja a través de países y de pueblos: toda la historia de Liliput, toda su ciencia y su arte, sus matemáticas y los signos de sus nombres que se asimilan en el sueño,. Y el niño que fui, participó en Liliput en banquetes y mítines y en la púrpura que acompañaba la botadura de sus barquitos y los aniversarios de sus absurdos monarcas arbitrarios y crueles... .y todo sigue viviendo en la eternidad de mis colecciones.

 

 El invernadero... embriagado por aromas intensos, cálidos, exóticos. En el invernadero húmedo...pugnando por respirar...como si fuese a ceñirse ya en mi tórax el lazo del  asma. Pero a veces consigo que todo mi ser se concentre, abnegándose,  en las texturas de este olor apasionante. Aún no conozco otro olor de lo biológico que me excite más --...y este pequeño reino de la flora tiene una naturaleza sensual que no encuentro en el aroma de los tilos de las avenidas berlinesas ni en el parque frondoso que rodea la casa de verano de  mis padres en Postdam.

Estaba –recuerdo o imagino- en el invernadero una tarde fría de mil novecientos cinco cuando Pauline, mi madre, irrumpió en esa atmósfera: mamá que, siendo menor que mi padre, una muchacha aún, yo veía –sin embargo- como vieja y vencida por la quemadura de la vida;...irrumpió ella, elegante siempre y siempre melancólica, como las finas vueltas de perlas sobre su modesto pecho –que  presiento dulcemente cálido-.

 Entró seguida por la aureola de su pelo oscuro, sujeto por una horquilla de plata y tímidos brillantes...entró Pauline en el artificioso laberinto de las plantas y su voz tierna gritó ¡Walter, Walter...! a este animalito semiescondido tras las sombras de un Palo del Brasil.

-...no sé cómo puedes soportar este calor, hijito. ¡Ven, ven ahora aquí que traigo una noticia para darte: tu prima hermana Brigitte vendrá desde Hannover para pasar sus vacaciones escolares de invierno con nosotros!.  Walter...mi niño...ven aquí y abrázame fuerte y dime que te alegras...

 

¿Alegrarme?...sentí un oscuro terror y un vértigo que pugnaban en mi pecho y en mis sienes. ¿Eso puede llamarse alegría?. Pero corrí a los brazos de mamá, junto a quien tan pocas oportunidades tenía de acercarme; siempre refugiada en sus habitaciones de la segunda planta, pintando naturalezas muertas, paisajes imaginarios de violentos colores.

Sus manos, como siempre parecían de fiebre. Aunque yo sabía que no estaba enferma. Es que, presumo, ella había nacido en un tiempo y una vida que acaso no le correspondía y toda su existencia era agonía silenciosa. Muchos años después sabré ya -por mis estudios y la vida- que este desangelado destino  es la sangre de comunión de casi todos los seres. Pero aquel quemarse de mi madre fue para mi la cumbre del abrigo. ¿Cómo podrían mis torpísimos textos reflejar la temperatura de esa llama, vertebrando la carne de Pauline... vacilante  en  la noche del universo?.

 

 

(Tarde, en la noche de ese mismo día...)

 

       ...a veces pienso que Brigitte Schönflies es aún una niña caprichosa; aunque por cierto es algo mayor que yo. Anhelo que sea gravemente cierta y no suene falsa su risa felicísima. ¡ Porque cuánto temo que no sea profundamente bondadosa!. Tampoco es malvada. ¿Cómo podría decirlo?. Es que siento su dureza conmigo, sus sarcasmos. Y tampoco es una niña ya –como yo aún suelo- ...es una hembra pequeña de la especie. Hembra pulida, como un cristal, por la cultura...pero ya tan poderosa cómo sólo pueden serlo aquellas que  han vivido mucho. (¿Acaso es la relativa pobreza de su padre...acaso la traiciona la envidia?). Y ya no parece necesario que confiese cuánto, involuntariamente, la amo... Estoy enamorado, fascinado como un demente...y a ella dedico mis poemas. ¡Los mismo textos que reciben su menosprecio y su burla!.

Estas navidades, B. vendrá a visitarnos. Para ella existen las navidades porque su madre no es judía, aunque casara con mi tío Schönflies. Y, por cierto...por ella, de algún modo, también hay navidades para nosotros...aunque sólo como un pálido contagio de la emoción de los gentiles. Porque nuestros calendarios y nuestras pascuas tienen otro ritmo sagrado (En mi infancia fue cuando me sentí –como judío- más diferente, más extraño...en mi vida adulta poco me importará esta diferencia y esta incompatibilidad de ritos talmúdicos y cristianos... ¡aunque –obsesivamente- cada día  será más enfatizada por la mayoría de mis compatriotas alemanes!. Y llegará la hora en que será banal el Mal...).

Rauch fue a la Estación Central a buscar a Brigitte. Y ella entró en nuestro jardín una tarde de diciembre, pisando entre el  temblor de los  carámbanos en los abetos. Como una sombra de mi madre –su tía carnal- ella es grácil; es mimbre.  Su pelo negro –su intensidad varía con la luz- se parte en dos bandas sobre el rostro, como dos alas. Lleva, es su orgullo, un único pendiente de oro con una gran perla, como una gota de lluvia increíble. Es un regalo de mi madre.

Nuestros tíos no son tan ricos como mi padre. En realidad mi tío, Herr Schönflies,  hermano mayor de mamá, es sólo el encargado de una oficina de representación de la firma Lepke & Benjamín, en Hannover. Estas diferencias sembraron  desconcierto en mi niñez. Un desconcierto perenne del alma, aunque mi mente adulta podrá analizarlo,...un malestar moral que me acompañará toda la vida. Incluso, dentro de decenas de años --¡dioses...si pudiera detener la deriva de la Historia...o tan sólo purgarla de sus lodos más tóxicos!--, cuando en 1933 sobreviva escribiendo, ya exiliado en París, para la “Zeitschrift für Sozialforschung” (¡un crítico futuro la anatematizará con sarcasmo por “su marxismo  peculiar y heterodoxo”!)...nadie me creerá nunca si yo dijese que comencé a entreabrir mi percepción  sobre  estas grietas en la sociedad de los seres a partir de las contradicciones, desasosiegos, que ya entonces estallaban entre mi espíritu y el de Brigitte; entre mi cuerpo y el suyo, entre mi casa y la suya...entre mi deseo y la zona inaccesible de la culpa por todo lo malhadado entre los existentes. Aunque, en este momento parisino, yo haya logrado ya ser infinitamente más pobre que ella (“…al huir de Alemania con nada más que una pequeña maleta, con dos camisas y un cepillo de dientes”; como escribirá Hanna Arendt).

 

“Passagenwerk”

 (o momentos intercambiables de una vida parisina)

 

Si en brevísimos instantes de tregua, logré olvidar la luz de B. para buscar la mía...se lo debo ciertamente a esta especie de fugaz vita nuova junto al Sena; transeúnte perpetuo y laberíntico,  penoso flaneur o vago –que todo se predicará de mi-, en la utopía rectilínea del Barón Haussman, perdido en penumbras ficticias de las calles en galería de Fourier. ¡Vida amadísima, por cierto , aunque fuese de honor sin fama, de grandeza sin fulgor, de dignidad sin recompensa: la plenitud de la vida de W.B. ¡

Y todo lo que resta es lenguaje  porque no sólo de él me sirvo para procurar reconstruir el corpus del Pasado...sino que en  la (¿ilusoria, ónticamente ausente?) materialidad misma del lenguaje es donde se despliega y vive lo que cazan sus redes de sentido. Como es en el humus corrompido de la Tierra donde se hunden los Imperios muertos...es en el humus del lenguaje donde lo sido de la mente es o fenece. ¡Ninguna otra topografía abriga al alba misma o al crepúsculo!.

Y en  París, aunque no durara mucho, pude pensar sin límites ni angustia. Terminé algún texto y comencé otros. Traduje con tristeza y pasión a  Baudelaire y, junto con Franz Hessel,  a Proust. Y viví solitario, flaneur –es verdad-...pero libremente solitario; porque no quise ver las caras de  otros alemanes que entonces pululaban por París: Ernest Jünger, Von Karajan, Carl Schmitt....

Traducciones, traducciones: trabajos todos de la mente teórica porque mi biografía –aparte de aquellos apuntes del mil novecientos- no fueron más allá de notas en un cuaderno desgarrado en  las zarpas de la tormenta. Porque creo que lo autobiográfico tiene que ver con el transcurso temporal, con el fluir constante de la vida...y sólo he dibujado espacios, instantes de algo que no fluye.

Acaso como simples actos vitales, de aquel tiempo sólo puedo referir que en París volví a ver a Gershom Scholem. Y fumamos haschís; como solíamos en aquel breve y remoto pasado. Soñamos con marcharnos a Palestina. Vanos sueños. Aunque él pudo cumplirlo. A mi sólo me esperan  breves y extraños viajes...primero iré al norte y al frío. Iré a Moscú.

Y, cumplido en 1924 el duro viaje ruso, mi itinerario, las trazas de mi cuerpo sobre  la dulce tierra nunca me llevarán más allá de la exótica –penosa-Ibiza o la casi postrera peregrinación a Dinamarca, para abrazar por última vez a  Bertolt Brecht, entre las hayas ateridas y el cercano ruido del oleaje perpetuo. [Y, antes de Ibiza, ¡una breve temporada surrealista en San Remo, en la pensión que regenta mi ex mujer...!. Siempre moviéndome;  siempre en la órbita de una perpetua fuga]

 

 

 

 

...extraños días en Ibiza

      

       En el verano de 1933, Walter Benjamín vivió en Ibiza  unos días intensos y de desesperante pobreza... tragando otra vez el agua amarga del exilio [destierro de pobre que lo obligó –incluso- a admitir en su dieta la comida de los campesinos, en base al cerdo, tan extraño para sus hábitos y cultura: “he comido para vivir sopa con huesos de cerdo,   huesos, hígado de cerdo frito, las costillas, la olla podrida...”

 Aunque también asume una lección muy honda de la no buscada convivencia campesina: “comer a solas vuelve fácilmente hosca y dura a la gente...quien tenga por costumbre hacerlo, ha de vivir espartanamente para no degenerar”].

 Pero, pese a estas contrariedades, fue un tiempo fructífero para mi reflexión y escritura: el espíritu atormentado dialogó con su ángel y redactó el enigmático texto del Agesilaüs Santander. Lo hago desde el centro de un enigmático momento de honda pobreza: mientras cultivo flores al borde del nivel de subsistencia.

 

 Todos estos avatares fueron testimoniados en una carta a mi hermana Dora.

 

       Pero estos ángeles, percibidos entre los olivos mediterráneos y el trabajo duro, difieren del Ángel de la Historia que WB otrora viera  en la pintura de Klee  (un ángel que parece pretender alejarse con pavor de algo que mira atónito...tiene los ojos abiertos en desmesura; igual la boca –como en El Grito de Munch...las alas ya se han tendido) y de quien nos habló en Angelus Novus. Ya no estamos hablando de ángeles del Bien. El Ángel de la Historia tiene otra facies: la cara girada hacia el Pasado, viendo catástrofes dónde nosotros apenas percibimos acontecimientos...catástrofes que izan piras de ruinas ante la visión del ángel. Y el ser enigmático pareciera desear detener su vuelo un momento para restañar esas ruinas y despertar a los muertos...pero sus alas se quiebran en vuelo por la violencia de una tempestad que sopla del Paraíso...a esta tempestad llamamos “progreso” y es la tormenta que arrastra al ángel desquiciado, que nos deja, mientras el túmulo de ruinas se levanta hasta el Cielo.

“Pronta al vuelo está mi ala,

Gustosamente volverá atrás...

Pues si me quedase Tiempo de Vivir

Mi suerte sería escasa”

 

 

la identidad de Agesilaüs

 

       Y ya en su propio título, el Agesilaüs Santander nos convoca al misterio, en su paradójica unión del nombre de una ciudad de España junto al de un rey de Esparta. ¿Qué sentido tiene todo esto? En principio, seguramente es otro de los anagramas con que me  gustaba jugar (¿jugar?). Gustaba de los anagramas porque en ellos  la palabra, la sílaba y el sonido se pavonean, emancipados de todo nexo tradicional de sentido, como cosas que pueden ser explotadas alegóricamente.

Así, solía firmar con el anagrama Anni M. Bie, en lugar del apellido Benjamin. ¿Su profundo conocimiento de los dramas barrocos de Calderón le dejaron ese placer ¿infantil? por los trampantojos lingüísticos?.

¡Pero el anagrama Agesilaüs Santander, (excluida la juguetona e impertinente i ) lo es de las palabras “Der Angelus Satanas”... El Ángel Satanás...!

 

Y a este texto, lo firmaré no con mi nombre, sino con mi nombre secreto Walter Benedix...como el que llevan  todos los niños judíos; a quienes sólo les es revelado cuando alcanzan la pubertad, en el bar mitsvá.

 

¿Ángel?

 

La segunda escritura del “Agesilaüs...”,   reza:

Cuando nací, pasó una idea por la mente de mis padres: la  de que acaso  llegaría a ser escritor. Sería bueno, entonces que nadie notara inmediatamente que yo era judío. De modo que añadieron a mi nombre otros dos más, excepcionales, en los que no pudiera  notarse que los llevaba un judío; ni que pertenecían a él como nombres. Hace 40 años, unos padres no podían dar  prueba de más visión. Aquello que tenían como una remota posibilidad, acabó por cumplirse. Sólo que sus precauciones, que hubieran querido conjurar el destino, fueron dejadas a un lado por aquel al que concernían. En vez de hacerlo público con los escritos que componga, procederé como los judíos con el nombre suplementario de sus hijos, que permanece secreto. Sólo se los comunican cuando se hacen hombres. Pero como hacerse hombre es posible que tenga lugar más de una vez en la vida y quizás el nombre secreto sólo permanezca igual e inmutable  para el hombre piadoso, es posible que al que no lo es se le revele su cambio repentinamente con una nueva llegada a la  edad varonil. Así a mí. No por eso deja de ser el nombre que aúna del modo más estrecho las fuerzas vitales y  hay que proteger de los no iniciados.

Pero este nombre, en modo alguno, comporta un enriquecimiento de aquel al que nombra. Al contrario: cuando es pronunciado, desaparece gran parte de su imagen. Pierde, sobre todo, el don de aparecer semejante al hombre (¿). En la habitación en la  que yo vivía en Berna, antes de salir de mi nombre a la luz ya armado con todas sus armas, dejó fijada en la pared su imagen: Ángel Nuevo. Cuenta la Cábala que a cada instante Dios crea un inmenso número de ángeles nuevos cuyo único propósito es, antes de desvanecerse en la nada, cantar por un momento la alabanza de Dios ante su trono. Por uno de ellos se hizo pasar el Ángel Nuevo ates de querer nombrarse. Sólo temo haberlo apartado de su himno un tiempo inconvenientemente largo. Me lo ha hecho pagar, por otra parte. Al aprovecharse de la circunstancia de que yo hubiera venido al mundo bajo el signo de Saturno -el planeta de la rotación lenta, el astro de las dilaciones y las demoras-, envió por el rodeo más largo, más fatal, su forma femenina ras la masculina de la imagen, aún cuando no se conocían, por más que hubieran estado muy próximas una de la otra.

“No sabía, tal vez,,  que con ello podían mostrarse del mejor modo posible las fuerzas de aquel al que quería alcanzar, a saber: esperando. Allí donde este hombre se topaba con una mujer que lo fascinaba, estaba ya dispuesto a acecharla toda la vida y esperar hasta que enferma, avejentada, en harapos cayese en sus manos. En pocas palabras, nada podía debilitar la paciencia de aquel hombre. Y sus alas se parecían a aquellas del ángel en que les bastaban muy pocos golpes para mantenerse mucho tiempo fijo ante el rostro de quien se ha resuelto a no dejar.

Pero el ángel se parece a todo aquello de lo que debí separarme: personas y sobre todo cosas. El habita en las cosas que ya no tengo. Las vuelve transparentes y detrás de cada una de ellas se me aparece aquel para quien están pensadas. Por eso soy superior a cualquiera en hacer regalos. Por cierto, tal vez el ángel se sintió atraído por aquel que regala y se queda con las manos vacías. Pues él mismo,  que posee pezuñas y agudas, filosas,... alas de cuchillo, no hace gesto de lanzarse sobre aquel en quien ha clavado los ojos. Fija sobre él su mirada largo tiempo, luego retrocede de pronto, inexorable. ¿Por qué?. Para arrastrarlo consigo por el camino al futuro, por donde él vino y que conoce tan bien que lo recorre sin darse la vuelta y perder de vista al que ha escogido.

 Quiere la felicidad: el conflicto en el que se une el éxtasis de lo único, de lo nuevo, de lo aún no vivido; con el júbilo de lo reiterado, del volver a tener , de lo vivido. No tiene, por esto, que esperar nada nuevo en ningún camino que no sea el del retorno, cuando se lleva consigo a un nuevo hombre. Como yo, que en cuanto te vi por vez primera regresé [contigo] al lugar del que vine…

 (esto lo escribí  en  Ibiza a finales del verano de 1933).

 

 

...digresiones GS...

 

Walter lo conoció casualmente en Berlín, durante  la primavera de 1915. Benjamín  tenía la edad de veintitrés años y Gershom apenas llegaba a los dieciocho. ¡Ángeles a la sombra del holocausto...su inalienable parusía !

Escribiendo treinta años después, Gershom Scholem  no puede evitar el duelo de la evocación...y por él sabemos que comenzaron a visitarse asiduamente, con la bella espontaneidad de los jóvenes...y la intimidad del diálogo y la afectuosa amistad muy pronto los bendijo.

Ocho ininterrumpidos años duraría –entre Berlín y Munich y Berna, la ciudad extranjera donde compartieron el mismo barrio- aquel diálogo personal de salvación del uno en el otro; hasta que GS emprendiera el legendario viaje  a Palestina. En aquel tiempo, Walter comenzó  a publicar una revistilla...con un nombre como un texto de la Anunciación: “Angelus Novus” (¿fantástica forma acaso entrevista en un secreto ángulo del “Ángel tras lo deseado” de Paul Klee?).

Y en la Universidad de Berna ambos estudiaron filosofía al alimón, mientras WB preparaba allí su doctorado. Y compartieron renovadas horas de amistad con Bloch.

Gershom  recuerda que a su regreso de Tierra Santa, ya sólo vería a WB en dos encuentros postreros; ambos en París y durante escasas semanas. Luego  –por fortuna- no vendría el silencio; pero sólo habría de unirlos ya el frágil lenguaje de su correspondencia incesante; agua de vida en la espera ansiosa de cada uno.

Hablábamos y hablábamos y hablábamos sin tregua...acaso para alcanzar  la santa ebriedad que traspasa los cortes del silencio en el mundo...

 

Mis obsesiones perpetuas fueron las de todos los hombres: las preguntas de la noria que escupe metafísica...y que en su veneno nos exaltan y en su ciénaga nos pierden y abandonan. También la discusión sobre el judaísmo (¡y sobre  nosotros mismos –extraviados/hallados-   en el resplandor y la noche del judaísmo!) nos acercó al pánico y al insomnio.

             y recuerdo  -una tarde- una tertulia que compartimos con Holborn y Albert Salomón...estuvimos polemizando sobre problemas de Historia y de sus métodos. Yo no sabía que Huizinga nos hubiese impresionado tanto,  pero alguien enfsatizó y recordó para nosotros parte del pensamiento de Huizinga, e hizo hincapié en su famosísima frase “la Historia responde más de lo que un sabio pregunta”.

Y, glosando a Huizinga , recuerdo que comenté mi intención de  escribir sobre ello  poniendo en el axis del pensamiento la idea de que en la Historia el concepto de desarrollo  acaso estuviese totalmente suplantado por el concepto de origen. Lo histórico, si se entendiera así, ya no podrá seguir explorándose en el marco de un desarrollo continuo, ilusorio.

       Como he escrito en alguna parte  la imagen de un marco, de un cauce, se sustituye por la de un remolino y dentro de ese remolino fantástico giran el antes y el después –la prehistoria, la post historia- de los eventos que acaecen y de los equilibrios establecidos en torno a estos sucesos. A partir de este cambio de enfoque, los verdaderos objetos develados por la Historia no serán ya puros acontecimientos sino, más bien, ciertos estatutos inamovibles del mundo en esos instantes del acontecer: por ejemplo el carácter agrario de Rusia, la ciudad de Barcelona, los desplazamientos poblacionales en la Marca de Brandenburgo, la bóveda en cañón...etc.etc.. Y, si además, forzamos esta idea huizinguiana de negar el evolucionismo universal de la Historia; veremos que lo determinante es más bien el choque de dos polaridades: lo histórico y lo político; y más sutilmente los histórico y el suceso. ¡Estos son dos planos radicalmente distintos!. Porque jamás podremos pretender que experimentamos lo-histórico, ni aún en la perspectiva de que una descripción lingüística de un evento nos aproximase a lo-histórico, a tal punto que se pudiese tener los efectos de un suceso...y por tanto tal descripción sería completamente inútil. Ni en el sentido de que hubiésemos experimentado los sucesos que hubieran estados destinados a devenir Historia. Otra concepción es ilusoria,... es periodística-.     

 

[“(...) imposible dar siquiera una idea de la filosofía de WB. Se desplegará en el tiempo, porque incluso su deseo más secreto es el deseo de todos. Pero se ha perdido su mirada... que veía el mundo desde la perspectiva de los muertos, como si yaciera ante él en una penumbra solar (...) de manera incansable, esta mirada mortalmente triste derramó toda clase de calor y esperanza sobre esta vida gélida”; pensó Adorno].

 

 

 

 

¿Escandalosas contradicciones?

 

Una concepción mística de la Historia, representada por una imagen: una flecha designa la dirección dinámica de lo profano y otra flecha la dirección de la intensidad mesiánica, entonces la búsqueda de la felicidad de la humanidad libre tiende ciertamente a alejarse de aquella dirección mesiánica; pero al igual que una fuerza puede , en su camino, favorecer a otra que está en el camino contrario, así el orden de lo profano puede favorecer la venida del reino mesiánico (...) se sabe que  los judíos se vedan investigar el futuro. La remembranza, en la que hemos de ver la quintaesencia  de su representación teológica de la Historia , desencanta el futuro, al cual presta sus oídos, obedientemente, la magia. Pero no por ello convierte al futuro en un tiempo vacío. Pues para ella cada segundo es la pequeña puerta por donde puede entrar el Mesías. (...) La interrupción mesiánica del acontecer es una oportunidad, una chance revolucionaria,  en la lucha por el pasado oprimido, (ruptura) en la mónada del objeto histórico que percibe el materialismo dialéctico...”

 

 

(Algunas interrogaciones  sobre  la mente de Walter en la mente de Scholem...)

 

“...aparte del azaroso enigma de la amistad, jamás podré entender qué hace junto a mi, en la alta noche, este judío extraño que se dice marxista, ergo hegeliano y materialista...(¿“rabino/marxista” no es acaso un insoportable oxímoron, en la tensión de los límites) y que debiera confiar sólo en la luz de la Historia ...pero a quien veo beber –como yo bebo- con sed del misterio de la cábala, de los milenios de éxtasis de nuestro pueblo...¿cuál es en esencia la pregunta que este hombre perpetuamente hace a mi alma?.

 Preguntar el suyo sin esperanza de respuesta porque  yo sólo puedo responderle con misticismo y fascinación y pánico hacia Jehová. ¿Entiende, acaso,  mi querido hermano Walter, que yo soy aquél que escribirá, años más tarde de su muerte  “Las tendencias  principales del misticismo judío”? (que publicaré en 1941 en Jerusalén y en América) ¿entiende WB que yo soy el hombre que mejor será comprendido, acaso,  por un Otro hombre de raza extraña, aunque contemporáneo ya de nuestra sombras, un gentil que ya ha nacido y se llama Jorge  Borges y será llamado Borges [ como el triste Franz Kafka vecino pánico de Praga, que por mor de Max Broch, devino luminoso Kafka kafkiano] ...Borges –un solitario escriba en las antípodas del materialismo-; al punto que parafraseando mis intuiciones escribirá “El Aleph”, un texto de sublime enigma  donde parecen reflejarse - minuciosas- mis propias vacilantes palabras, orando de algún modo al Misterioso: “(...) un símbolo en el cual la  existencia del Creador y de lo creado devienen Uno; un rayo de luz que desde la abismal oscuridad de las profundidades de lo existente se precipitan a nuestros ojos y penetran la totalidad de nuestro ser;...en una totalidad momentánea percibida intuitivamente en un místico “ahora”, al que sólo el símbolo da la dimensión apropiada”.

 ¡Y el símbolo perfecto será El Aleph...!. Y este extraño escribirá, también  para mi, sin conocerme, el poema “El Golem”:

 “(...) estas verdades las refiere Scholem/

 en un docto lugar de su volumen...”

 

¿ Dios, cuál es el aleph personal de mi querido Walter?.

 

 

 

 

Filosofía y kaddish

 

Y a tanto nuevo conocimiento que el alma de Scholem le regalaba, lo retribuía Walter  invitándolo a entrar en su poesía. En aquel tiempo escribió los legendarios “Cincuenta y dos sonetos  elegíacos  a la muerte de Fritz Heinle” ¡el otro inolvidable amigo que – con la mujer amada atada al flanco de su carne finita- el 8 de agosto de  1914 se marchó  a la muerte por propia mano en el perverso “amanecer” de la Primera Guerra!. Nunca olvidaría el terror de aquella tarde del doble suicidio en casa del doctor Fritz Fränkel. Inefabilidad del no-sentido que sólo vierte agua de angustia entre las encías.

 Fritz Heinle percibió esta angustia...pero WB  fue acaso el único que percibió en Fritz Heinle también el gravoso peso de la fatiga sobre el alma y la carne. ¿La fatiga del persistir en el ser... es aún más perversa, a veces, que el vacío interrogante sobre la identidad de la condición humana?.

 

 Y el propio Walter Benjamin leía en alta voz a GS muchos de aquellos poemas... como  un  mortuorio  y solemne  kaddish tardío e imprescriptible...hondísimas, hermosas,  plegarias de la no-creencia... ¿acaso hubo razón en  Adorno cuando arguía que WB veía el mundo desde los ojos de los muertos? Y también leyeron en griego los versos de Píndaro...y de Hölderlin...y de Novalis.

 

Otra noche de Berna, recordando al fantasma de Fritz Heinle...y a los de un múltiplo inefable de muertos, Scholem escucha a WB:

 

… desde hace siglos, Scholem, puedo ver cómo pierde su omnipresencia la Muerte  en la conciencia del pueblo...y cómo se pierde la comunicabilidad de su experiencia y ya casi no podremos narrarla (...) y esa pérdida de presencia se acelera porque los burgueses imaginan técnicas sociales higiénicas con el objetivo de facilitarle a la gente la posibilidad de evitar la visión de los moribundos...

Morir era antaño un acto público y ejemplar en la vida de un hombre (piensa en los pintores medievales que metamorfosean en trono el lecho mortuorio; al que se asoma la mirada del pueblo a través de las puertas abiertas de la casa que recibe a la Muerte). Pero morir en los tiempos modernos es algo que se empuja más y más lejos del mundo perceptible de los vivos. En otros siglos ya apenas había  casa o habitación donde no hubiese muerto alguien alguna vez (La Edad Media también experimentó espacialmente lo que, en un sentido temporal, expresa tan significativamente la inscripción del reloj solar de Ibiza:”Ultima multis”).

Hoy los ciudadanos, en espacios intocados por la Muerte, son flamantes residentes de la eternidad y, en el ocaso de sus vidas, son depositados por sus hijos en sanatorios u hospitales.  Pero es antes que en el moribundo que, no sólo el saber  y la sabiduría del hombre adquieren una forma transmisible, sino sobre toda su vida vivida, y ese es el material del que nace la posibilidad de narrar. De la misma manera en que, con el transcurso de su vida, se ponen en movimiento una serie de imágenes en la interioriad del hombre, consistentes en sus nociones de la propia persona, y entre las cuales, sin percatarse de ello, se encuentra a sí mismo y así aflora  en sus expresiones y miradas lo inolvidable; comunicando a todo lo que le concierne esa autoridad que hasta un pobre diablo muerto posee sobre los vivos que lo rodean.

En el origen de lo narrado está esa autoridad y la Muerte es la sanción  de todo lo que el narrador puede referir (...) y por ello la narración de los antiguos estuvo basada en el plan divino de la salvación, que es inescrutable, y

...mientras el Historiador está forzado a explicar y demostrar  de alguna manera por qué sucede lo que sucede- en la narración aparece la exposición exegética que no

 se ocupa de un encadenamiento de eventos determinados, sino de la manera de inscribirlos en el gran curso inescrutable del mundo....

 

 [Fragmentos de sus diálogos en los ensayos primeros del exilio...orgía perpetua del lenguaje,  lazo de oro religándolos al ser...]

 

 

 

 

Música y poesía en la soledad de la noche

 

¡...fiesta inefable de nuestras almas entre las tinieblas del siglo veinte! Recitación de poesía y audiencia de la música... (porque) Walter gustaba de poner discos y escuchar estudios y conciertos mientras trabajábamos.

 

- sabes, querido Scholem, mientras estés trabajando,... siempre intenta sustraerte a la medianía de la cotidianeidad; porque su quietud a medias, acompañada de ruidos triviales,  degrada. En cambio, verás como el acompañamiento de un estudio musical puede resultar tan significativo para el trabajo como el perceptible silencio de la noche...

 si ese silencio natural agudiza el oído interior, la música es piedra de toque para una dicción del texto cuya plenitud sepulta los ruidos más excéntricos. Procura siempre trabajar con esta atmósfera....

 

 

Mazapán

 

A Scholem le impresionó siempre la melancolía y la extrema cortesía y el recato, la timidez de WB – su cortesía china...como la llamara-. Y aunque llegaron a tutearse con el paso de los años; el íntimo territorio de Walter sólo pudo llegar a entreabrirse. Ni aún con el mismísimo Scholem, jamás compartiría demasiado W. su historia personal, su secreto.

¿Y acaso existía un enigma?. Si lo hubo; este fue inefable. GS solía citar, como una metáfora esencial de su amigo Benjamin, la anécdota del día en que, en una calle berlinesa, Ernest Bloch presentó a WB a su nueva amiga.

 Según se narra  este legendario encuentro fortuito; la joven habría quedado impresionada por el aura de tristeza del desconocido  Walter. Y así lo interrogó, espontáneamente, por esa pena. Y él habría respondido, sin hesitar, las famosas palabras:

       - Fraulein... ¿nunca la ha sorprendido el aspecto enfermizo que presentan las figuritas de mazapán?-

 

       A Scholem le impresionó siempre, junto a esa vaga angustia,  el genio metafísico de su querido amigo. Su talento sin límites...evidente en sus proyectos.... (¡Aunque paradójicamente  llegara a tener una insólita fama de escritor difícil; en sus momentos de mayor “popularidad”, cuando colaboraba con Brecht o escribía en la famosa revista berlinesa ‘Literarische Welt’, bajo la dirección de Haas!).

 Sus proyectos –que vio madurar entonces... ¡único testigo!- hacia la construcción soñada de un sólido sistema metafísico y de filosofía del lenguaje y filosofía de la Historia; del que Gershom llegó a leer numerosos esbozos. ¿Acaso, como sostuvo más tarde, parte de la causa de la frustración del ingente trabajo recayera en la súbita pobreza de WB?  cuando quien perdió  toda la  fortuna heredada  de Herr Emile Benjamin en los años de la devoradora inflación de la moneda en la República de Weimar; durante la tensa calma de posguerra y ya próximo el perverso nacimiento de los dragones nazis.

       ¿Pudo acaso  la pobreza quebrarlo y alejarlo del trabajo académico sistemático...atándolo al periodismo ocasional y de supervivencia?. Nunca cesó Scholem de interrogarse sobre este punto.

Como tampoco dejó de preguntarse hasta su muerte por las causas profundas de la inexplicable defección de WB del proyecto conjunto –acariciado sueño- de marchar ambos a Palestina...donde acaso Walter pudiera, incluso, haber llegado a salvar su vida... cegada por la tormenta de la blitzkrieg.

       Gershom Scholem guardó siempre un documento absurdo: un telegrama  inconsecuente de WB que reza “El 1 de diciembre de este año llego en barco a Palestina”.

       ¡La invisible velocidad de la comunicación eléctrica para la epifanía de la llegada de un hombre que se anunciaba con prisa...y que jamás arribó a la Tierra Prometida y se perdió en lo invisible...!.

 Como, desde la invisibilidad de lo ya sido, rescata la voz de GS algunos muy nítidos perfiles del filósofo...y recuerda y recuerda, ya anciano, como acaso sólo en el calor de la polémica de ideas, el alma de su amigo –sesgada de laconismo y melancolía- vibraba y se atrevía y, entonces ¡WB argüía... mirando espontánea y  abiertamente a los ojos del otro y su voz se alzaba hasta el énfasis más fuerte y desusado de su discretísimo cuerpo!

 

(Residuos de un sueño obsesivo...)

 

       [...en un texto que jamás podré leer porque fue terminado por mi amigo Bloch siete años después de  mi suicidio, con el título de El Principio Esperanza, hay una idea sobre la que conversamos más de una vez: para la conciencia, el sueño es una especie de inocencia alegórica...y –por ello- la interpretación de los sueños es un Miércoles de Ceniza...]

 

       ¿Un sueño es un texto narrativo –no teórico- que puede leerse?. Realmente, no creo a pie juntillas -como mi querido Ernest B.-  en las teorías de Herr Freud...pero ¿acaso no todo puede ser cierto? Claro que si fuese  comparable a un texto también el sueño sería, finalmente, un hermético escrito de recuerdos...que hablando con propiedad  no es sino la posibilidad de introducir infinitas interpolaciones en lo que ya ha sido...

       Y de estas interpolaciones, he sufrido muchas, a través de las décadas de repetición de lo soñado. De modo que, en mis notas, he elegido –al azar- sólo una versión...acaso la más constante de la (falsa) trama de esta historia que duerme, como los peces abisales, en el lago oscuro de mi alma.

 Allí morará ese pez para siempre...que nadie toque sus escamas frías...y que sus ojos ciegos me miren eternamente cómo la única estrella que acaso pueda llevarme al bosque de la Muerte....

¡  El gran pez incomprensible que encontrarán -aún tibio y ahogado en su morfina-  en la noche miserable  de la pensión de Port Bou ¡

 

       [Y una última advertencia antes de entrar en la compasión esencial de la noche (“lasciate ogni speranza, voi qui entrate...”): aunque en 1917   -muy prematuramente- me casé con Dora Sophie Kellner-Pollak  (¡e incluso engendré en ella a mi hijo Stefan!)...tras nuestro pronto divorcio, mi carne humana sólo ha conocido simulacros de amor –por piedad y a precio de mercado-  en los burdeles donde se admite a los flaneurs más pobres.

 

 

 Y sólo he amado a Brigitte; desde que en mi infancia “amé“ –es sólo una licencia del  decir- a la niña Louise Von Landau, muerta a los 10 años. (Acaso con la única y fugaz y humillante excepción de Asja Lacis [creo que ya vuelto totalmente imbécil por ella en, Moscú,… ¡por ella! llegué a aceptar un odioso menage à trois...]... hace ya tantos años).

  ¡Pero en la plenitud final sólo BS existió en los cielos y en la tierra!.

 

 Pero BS se casó en Hannover con el Otro: aquel que amaba ella...el Otro a quien Brigitte deseaba. Tal vez sólo este sueño habremos compartido. Sólo un sueño... aunque yo –fracasado y estólido- llegué a creer alguna vez que el amor sólo tiende a la muerte común de aquellos que se aman...y no a ninguna otra diversa cosa.

 

[Feminidad y virilidad en la coincidencia única del misterio, de la transubstanciación (“epifanía de los gentiles”), del ascua llameante del absurdo].

 

      

 

El sueño recomienza siempre

 con un breve viaje mágico hacia el antiguo teatro del balneario de Suderode, donde –con el patrocinio económico de mi abuela- se representa” Guillermo Tell”...y B. entra en un cuarto, mi cuarto, ya vestida para salir. La ciñe un  bellísimo vestido de sedas y bordados, con el escote ‘palabra de honor’ que tan sensual la inviste. Su color es el  azul pálido. A veces, -en sueños de otras noches-  un  rutilante rojo. Su cabello, oscuro y pesado, ceñido en una trenza única ‘alla radice’ italiana...que descansa en sus hombros, del color de la luna  llena.

 Lleva una sola joya: el pendiente de una perla, ovalada y tibia y  montada al aire en oro,  que fuera de mi madre.

       -Hermano (¿)...date prisa; ya herr Rauch nos espera- dice B.

 

Y verla aguardándome me pone más nervioso aún y no atino a abotonarme ni la chaqueta ni el chaleco. Brigitte se acerca a escasos centímetros de mi pecho. Siento su aliento en mis mejillas. Sus dedos ágiles me rescatan de la torpeza. Sentirla tan cerca exalta la ternura. Me reflejo en el acecho de sus ojos. La beso, ansioso,  en la palma de la mano. Ella me responde buscándome la boca.

       --¡Tu padre nos reñirá si llegamos tarde...!-- dice B., ya enlazándome en el juego de masacre.

En este punto el sueño reproduce -a veces- todo el drama de Schiller. Otras noches,  hay sólo  una violenta elipse y en un fugaz  segundo todo  el drama ha terminado y, emocionados, aplaudimos de pie. Al levantarnos, veo nuestros reflejos,  un instante,  en un angosto espejo que cierra un lateral del palco. Diría que  ambos, en la repetida  noche del sueño,  tenemos entre veintiocho y treinta años de edad. B. está feliz y ríe y el mundo se ilumina con el rubor de sus mejillas.

 

Y ella se cuelga de mi brazo y así salimos del teatro, con los corazones al unísono.

       --¡No esperemos a Rauch..-.grita-...tardará un siglo llevando   a toda la familia, viaje tras viaje. Corre, corre Walter...que alcanzaremos los  primeros  aquel coche de alquiler!.

       Indicamos al chófer un atajo por detrás del lago y entramos en la casa solitaria cuando los demás estarán aún en el cotorreo del ‘foyer’  Por absoluta prudencia no enciendo más que las luces imprescindibles. En este exacto momento del sueño hay un nudo de angustia: miro el rostro de B. como si la viese por primera vez y descubro, alterado, el énfasis de nuestro parecido.

 ¡ Un observador objetivo podría decir que somos hermanos.. y más aún: jurar que somos mellizos...gemelos!.

 

 

       Creo que es en el vestíbulo donde ya nos quitamos los abrigos. Brigitte sube la escalera como si volase, adelantándoseme. Cuando llego a nuestra planta, paso raudo frente a los dormitorios de mis dos hermanos, y voy directamente a su cuarto; urgido. Allí no hay nadie. Hay un momento de cruel confusión en que nada es comprensible en la penumbra. La llamo dando voces, aunque creo que susurro “sottovoce”.  Sin saber muy bien qué hacer me encamino a mi dormitorio. B. ha desaparecido.

       Junto a la luz que, desde el parque, entra  por la ventana de mi cuarto...está ella de pie. Tiene ya el cabello suelto y sólo la cubre una camisa blanca. Veo la agitación en sus pechos pequeños.

       -¡Walter...- musita ella- ...ya ves que somos uno...idéntica persona. Lo que hay dentro de ti es la materia de mi propia carne...siento que ya todo es lo mismo!.Y entonces B. besa y muerde los labios de mi sombra y yo la beso en el cuello y la desnudo y acaricio su fragancia hasta llegar al feliz  llanto... y la hecatombe. Y despierto escindido. Y blasfemo y odio la vida ... ¡odio que nunca me había permitido...ni   repetiré...ni pensarlo...!

 

(Ojos de los otros, lengua de los otros: materia de la Historia...huyendo hacia el exilio de la muerte (...) sólo sobre un muerto nadie tiene potestad”)

 

Cinco días después del comienzo del otoño de mil novecientos cuarenta, el gran escritor judío berlinés Walter Benjamín se suicidó, siguiendo el espíritu de su epíteto. En su auxilio usó una excesiva dosis de tabletas de morfina.

Había tenido que vivir huyendo y clandestino desde joven, cuando el ascenso nazi al Poder. Al comienzo, prudentemente se alejó de su patria por breves temporadas –como la de Ibiza, en la primavera de 1932...durante la cual escribió un texto sobre el intenso barroquismo de Baltasar Gracián e hizo circunstanciales amigos entre alemanes exiliados y algunos franceses- y más tarde enfrentó en París el definitivo destierro. Paradójicamente no encontró una acogida fácil, -¿cuándo el exilio puede ser fácil?- a pesar de su declarado amor por esta ciudad y por la lengua y cultura galas. El estólido chauvinismo de muchos nativos lo marginó. Ya lo habían perpetrado varios intelectuales parisinos con otros compañeros, pensadores de la Escuela de Frankfurt.

 

Benjamín, que fue siempre el más independiente entre ellos, no aceptó –sin embargo- marcharse de Europa cuando todos  cruzaron el Atlántico.

 Cuando sus amigos Theodor y Gretel Adorno  le escriben, incitándolo en 1938 a emprender el viaje, el valeroso -¿temerario?- WB responde enfatizando que, a su juicio, “aún quedan en Europa posiciones que defender”. Y, enigmático; agrega: “jamás se da un acto de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie”. Civilización y barbarie, lo obseden. Y también: “...la humanidad se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su auto alienación ha alcanzado ya el grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético”.

 

 

“Ultima multis”

Al final...después de sobrevivir a su internamiento en el campo de Clos Saint Nevers; WB cruza Francia hacia al sur, bajando hacia el rumbo de Marsella y luego hacia el pueblo de Lourdes; en compañía de su hermana Dora; quien también acababa de ser liberada de su reclusión en Gurs. En Marsella tuvo unas horas de tregua en que pudo ver, por última vez, a  su amigo Arthur Koestler. Y también pudo escribir a Adorno una misiva  póstuma: “(...) la total incertidumbre sobre lo que va a traer el día siguiente, la hora siguiente, dominan desde hace muchas semanas mi existencia. Estoy condenado a leer cualquier periódico como si fuera una notificación personal y a escuchar en cada emisión de radio la voz del mensajero de la desgracia”.

Ambos eluden al principio a los cipayos de Vichy. Pero luego será ya únicamente Walter sólo –agregándose a un desesperado grupo de fugitivos,  que habían llegado como él en el tren de Perpiñán y entre quienes se hallaban ya las testigos centrales de su agonía: Lisa Fittko y Henny Gurland- quien intente pasar los Pirineos, hacia la frontera española, buscando acercarse a Portugal...desde donde acaso sería factible un tardío intento de escape a América; usando el visado que le había enviado su amigo Mark Horkheimer desde Ginebra.

Y al mediodía del día 26, intenta cruzar a Cataluña por Port Bou pero los esbirros franquistas le cierran el paso y  cruelmente lo devuelven a Francia. Allí, un agente de la policía colaboracionista le informa que pronto será arrestado por la Gestapo.

 Entonces ya WB no sospecha sino que, claramente, ve la muerte a mano de los verdugos nazis...y entonces prefiere alcanzarla por su propia mano. Postrera libertad de las víctimas. Parece que, ya en el fin, sólo le interesa la suerte que pudiera correr su maletín negro; donde llevaba sus papeles; su fragmentaria obra. A Gurland entrega todo, junto con dos cartas –para Gershom Scholem y para Hanna Arendt, respectivamente. Y aún tiene tiempo para recordar a Theodor ya que  a la misma  Gurland, aquel hombre ya avecinado a la muerte, ruega: “Je vous prie  de transmettre mes pensées à mon ami Adorno...”

Y, tan imprevisible como  súbitamente,  el día 30 de septiembre  la policía entrega a Horkheimer algunos pocos objetos –ningún texto- que sobrevivieron a WB: sus gafas de miope, su reloj, su pipa,...algunas cartas,  huérfanas en el legendario maletín negro;  sórdido y triste como el de un obstetra laico atento a la parición de las serpientes...

 

Cuerpos y papeles fragilísimos

Lo legendario…apunta que el maletín negro fue el cofre del último tesoro que coleccionó WB: el texto legendario de su “Libro de los Pasajes” –acaso acompañado de las primeras versiones provisionalmente tituladas “Paisajes Parisinos”-  (hasta ocho semanas incluso,  antes de su muerte, todavía pudo W. escribir a Adorno, comentándole que trabajaba en esta obra; pese a las terribles circunstancias de la entrada del ejército nazi en Francia). Y parte de esa leyenda fue portada hasta América, hasta Chicago, por la berlinesa Lisa Fittko –activa antifascista en Alemania y en Francia- ; quien logró sobrevivir.

Esta mujer  -que alcanzara tan extraña forma de la fama como es la fama sobrevenida, involuntaria, agobiante y desasosegadora de todo testigo de una agonía sacrificial del héroe en medio de la tormenta del relato míticoinsistió siempre en que aquel extraño y circunstancial compañero suyo en el desgarramiento de la huída, no parecía tener mayúsculo interés en este mundo que hacer pasar su voluminoso portafolios más allá de la frontera, al utópico sitio en que la amenaza cesa.

Más que su propio cuerpo de fragilísima carne, aquellas letras parecían agitar el más extremo cuidado de su corazón.

 Pero los textos no fueron salvados por la mano de Lisa, sino por las de Henny Gurland –a quien acompañaba su hijo Joseph, de 17 años- . Y los testimonios de ambas –y del muchacho- fueron finalmente unidos por la tenacidad del ya anciano  Scholem, a principios de la década de 1980...y sirvieron para iniciar las primeras investigaciones sobre aquellos banales y casi olvidados días de dolor de hacía cuarenta años; investigaciones en el entorno de Port Bou  y en la ciudad catalana de Figueres.

 Los papeles oficiales y oficiosos que Scholem llamó “las actas españolas” confirmaron [aunque no hubo “actas” judiciales formalmente labradas; resta sólo una Carta con el sello de “Comisaría de Investigación y Vigilancia de la Frontera Oriental”, que los nazis dirigieron a Horkheimer (¿)  y nunca llegaron a entregarle] ...confirmaron el peregrinaje y los dichos de  Henny (quien, una década más tarde,  casaría en segundas nupcias en EE.UU. con Erich Fromm) y de Lisa, durante el tiempo del suicidio de Benjamin y después...

 

 

 

 

Rasgos circunstanciales...

¿Importan los detalles de la muerte de un hombre?. En la Fonda Francia, WB  pasó la noche del 25 al 26 de septiembre de 1940. Nunca sabremos la hora de la ¿valiente/cobarde? decisión, pero – solo en su cuartucho- a las diez de la noche ingirió una cantidad desusada de tabletas de morfina. Fittko y Gurland oyeron a través de la puerta clausurada los quebrados ruidos de la agonía. Y agonizó muchas horas; hasta más tarde del mediodía siguiente. A esa hora, las fugitivas llamaron a un médico, el doctor Ramón Vila; quien poco pudo hacer ya. Y Vila llamó al sacerdote católico del pueblo. Esta paradójica presencia llegó acompañada de dos monaguillos. ¡Toda una multitud ritual para el fracasado más hermoso del mundo! Henny Gurland apeló a la ¿memoria? y al azar para fingir conocimiento del rito católico. De ello dependía su supervivencia y la de todos. Acaso por no comprometerse o acaso por compasión, el cura cumplió con formulismo su deber y apenas preguntó nada. No surgió en ninguna boca la terrible palabra ‘suicidio’. Terminado el ritual, Henny se procuró ayuda para el enterramiento.  En el Registro de Port Bou, Vila  consignó la muerte “por causa de una hemorragia cerebral”. En el nicho número 563 –alquilado por Henny por cinco años-  del cementerio catalán, WB recibió “cristiana sepultura” el sábado 28 de septiembre.

Inexorablemente, cinco años más tarde, el escaso dinero del contrato ya no pudo protegerlo y los huesos de Walter Benedix fueron echados a una fosa común. Y se extraviaron para siempre en la nada del todo.  Nunca más existiría una tumba del poeta alemán.

 

 

La salvación “otra”

 

Y del texto que Walter quería preservar tanto como su alma, casi por muy poco sólo nos queda nada más que su título; porque fue precisamente su inicial salvadora, Henny Gurland, quien  también –posiblemente- lo destruyó más tarde. En un momento y lugar impreciso. ¡Texto desgarrado en el corazón topográfico de la utopía!.

Henny lo quemó  en un momento impreciso que ella insinúa en una abstrusa y tardía carta a Gershom. [Mensajes cruzados en el insomnio... territorio último de las noches de dos ancianos judíos que rememoran fluencias junto al río del Tiempo...] .¿La causa de esa destrucción?, su enigma reposa junto con la etérea sombra de la conciencia de Henny en algún meandro absurdo del laberinto de la Historia.

 

¿”Dinos, Wilhem Friedrich: todo lo real es racional y todo lo racional es real”?

 

       Cuando intento desesperadamente explicarme cuál era su pensar, el de WB,  en esas horas postreras me saltan a la memoria dos frases suyas, inolvidables: “(...) asombrarnos porque lo que vivimos hoy sea ‘todavía’ posible en el siglo XX no es un asombro filosófico” y “(...) la existencia no debe significar meramente la vida”.    

 

 

Con ideas axiales como estas, WB había estado escribiendo toda su vida –en diversos textos aparentemente autónomos-  una especie de genealogía arcaica de “lo moderno”. Sus textos no suelen ser lógica hegeliana y sistemática...a veces, más bien,  parecen abordajes oblicuos más próximos a la visión integradora de la psiqué surrealista... sin adscripciones al surrealismo del Manifiesto ni al método paranoico crítico del esnobismo  daliniano.

       Toda relectura global de WB es sin embargo feliz. Acaso su persona fuera triste; pero en su obra jamás hallamos la famosa “melancolía de las izquierdas”. Y, analizando, narra. Narrando, analiza. Narra el mundo desde lo marginal, desde el “minimalismo” más que desde el énfasis de grandes constructos teóricos. Aunque el cierre teórico ‘benjaminiano’  siempre es concluyentemente grandioso, como relato de una ‘anti–epifanía’ del arte en la época de la reproducción técnica de la imagen del mundo.

        Escribiendo con los estilemas de un romántico clásico más que con ideologemas marxistas –dialogados en su amistad con Brecht y Lukacs-, WB [así lo ve Bloch] escribe una especie de “historicismo fabulatorio”.

 

 

Y en su “Tesis de la Filosofía de la Historia”, dirá textualmente que la revolución es “un salto de tigre (...) hacia el pasado antes que al futuro, no para demorarse en el burdel de la meretriz del “érase una vez” sino para hacer una experiencia que haga saltar el continuum de la Historia”...sin dar nunca cabida al progresismo ingenuo.

       “Amanuense” de una obra  avant garde...que jamás se propone ser sistemática, WB relata procesos de ideas en la estela de Schelling que soñó “una filosofía narrativa”; como una especie de exhaustivo comentario textual de lo real de un mundo que hubiese que leer cuidadosamente, ...como si el mundo fuese escritura.

 

       Difícilmente,  podrá decirse que WB fue un marxista ortodoxo… o militante: él tuvo su ser  en los márgenes (como los míseros lo tienen en los bordes heridos de  la Historia) y en sus escritos no hay nada que movilice a las masas sino que lo que WB respira en ellas es la soledad.

 Extraño marxista que  explora las huellas mesiánicas para abrir su teoría de la salvación de los hombres.   

 

¿Contradicción y misterio?

(para quienes)...  descreen –algunos- de las investigaciones  de Scholem Gershom en torno a la extraña acción salvífica /sacrificial de Henny Gurland, su amiga y confidente al fin y al  cabo –junto con Lisa- en aquellas horas postreras...el último texto en el que WB trabajaba al momento de su muerte se conoce como “Fragmento teológico político” (¿acaso parte de su soñado “Zentralpark”, del cual, a su vez el mítico Passagenwerk es un fragmento y una culminación?) y bebe – como en el “Angelus Novus”-en la intuición de que su pensar y su vida corren por un filo de cuchilla indescifrable entre “la irrealidad de la desesperanza” y “ (...) el contexto de culpa de todo lo que es vivo”.

El último (¿otro?) texto en el que WB trabajaba al acercarse su muerte se conoce por  una trivial intersección de coincidencias... que hubiese fascinado hasta la estupefacción al propio André Bretón:

Antes de partir con su hermana hacia el sur, hacia la ignorada frustración de la fuga, a mediados de agosto de 1940 (¿acaso el golpe de alas de un presentimiento?) Walter Benjamín entra en el viejo palacio de la Biblioteca Nacional de Francia, en  París...

 

Entra y, súbitamente, se dirige a un joven y desconocido empleado: que nada logra entender de lo que le está sucediendo. Este muchacho es Georges Bataille... y ya ha comenzado a escribir, casi secretamente.

Benjamín abre ante él las fauces de su legendario maletín negro y extrae (¿el último?) manuscrito. Lo deja sobre la mesa de (el ignoto) Bataille y, sin pronunciar palabra, gira sobre sus pasos y se aleja hacia el  rojo vacío de esa parisina mañana  de verano.

Y ¿acaso ya lo sabe? se aleja hacia la muerte. Muerte de la misma materia de inexperiencia que le permitió escribir sus textos. Muerte por extrañeza del mundo. Muerte por pensar y no actuar. Muerte por no saber/poder modificar las cuerdas (¿ineluctables?) de su vida. Muerte por honda experiencia de todo vacío de inexperiencia.

 

“Jamás podremos rescatar del todo lo que olvidamos. Quizás esté bien  así. El choque que produciría recuperarlo sería tan destructor que al instante deberíamos dejar de comprender nuestra nostalgia”.

 (Walter, pensó...).

 

 

 

El cruce del agua...

       Y fue en el terrible verano de 1940,  cuando Walter Benedix Benjamin intentó el cruce. Era ya de noche cuando su cuerpo se arriesgó a  pasar la frontera. La Historia insiste en que jamás lo logró. Pero en aquella Hora comenzó a superar a la Historia y a la Noche. Fue en el exacto punto donde el niño berlinés y el hombrecito de mazapán  permanecen;  ya a salvo –siempre a salvo - del torvo mirar de Agesilaüs.

 

&

 

Y en la ribera otra...

 

       ¿Encontraste;  acaso?  La pequeña puerta del Mesías...

 

©carlosmamonde

 

      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

      

 

 

 

 

 

 

 

¿Quién habla de “Esa Historia”…de esa cosa enclaustrada sin aire?

 

 

Yo soy Bruno Saper. Yo soy médico…o lo fui alguna vez ¿qué más da ya todo, ahora? después de tanto tiempo. ¿Llegué a ser médico, realmente,…entre tanta muerte…No recuerdo ahora con precisión este detalle. No recuerdo si tuve tiempo para llegar a serlo.

 “Creo” –debo decir, entonces- que fui médico u odontólogo (¿o era especialista en Otorrinolaringología…como Wilhelm Fliess?) por lo menos eso creo que ponían  las aún grabadas y borrosas palabras en una plaquita de bronce junto al portal donde viví...donde vivíamos entonces –y tanto tiempo juntos, demasiado- con Inés (¿o era Isabel su nombre? a medida que entro en el crepúsculo de los ancianos y la mezquina sangre se retira de mi cerebro, como se retiran las olas cuando baja la marea, la memoria se vuelve un hilo de agua y se aniquila, se derrumba como un cuerpo al que le han vaciado de sus huesos). Decía que combatir la sordera ayuda  a los niños y a los tartamudos y a los extranjeros, los extraños que viven más allá de lo pronunciable, a entender nuestra rara lengua, comprender nuestros secretos y nuestros símbolos. Ahora veo que en  realidad yo fui un contrabandista y un traidor.  Entre las dos bandas del río, la banda del silencio eterno, la banda del ruido sin sentido, yo llevaba y traía a personas inocentes, a quienes creía que -de algún modo- salvaba pero a quienes en realidad traicionaba derivándolas del ensueño a la mentira, de la certeza a la leyenda, de la luz de sus dioses a la posibilidad de decir palabras de la lógica, palabras que nunca fueron más allá de un simulacro, como caminar en el aire, como soñar que se vence a la muerte o se vence al destino personal…cuando el destino había sido para muchos el confortable silencio, aquel paraje donde las preguntas no alcanzan a conmovernos con sus espantosas inquietudes; donde no llega –a través del lenguaje- la violencia de los genocidios.

Aprovecho para anotar estas líneas en mi agenda antes de que el sueño o la incipiente demencia vuelvan a voltearme en sus nocturnos sueños, vuelvan a arrastrarme hacia el espacio obsesivo donde las sombras no cesan de preguntar la misma pregunta sin sentido ¿Qué es “Esa Historia”? ¿Qué es “sagrado”? ¿Qué es venganza? ¿Qué significa “un atajo invisible hacia el sentido de  “Esa Historia”?. ¿Quién y para qué me ha enviado este cuaderno con fragmentos manuscritos…y el título con letra temblona y casi infantil: “Esa Historia”? ¿Quieren decirme algo? ¿Advertirme…acusarme? Y siempre hablando de una extraña guerra. Incesante. Repetitiva. Obsesa.

En cada país del mundo, la constante repetición de las sangres bruñidas por el pánico….los ritos infinitos.

 ¿Quién sino un dios degradado puede aún torturarme sin tregua preguntándome y preguntándome y preguntándome cuál es el sentido de toda esa violencia arrancando cada día de cuajo? ¿Sentido de qué cosa, de qué temporalidad, de que extraños acontecimientos como los mismos de mi vida y sus reflejos en el sueño? Soy una masa de nervios y de miedo que respira por un agujero…por otro defeca…por los que simulan ojos creo que veo aquello que no entiendo, por el agujero de  la boca aúllo como los perros extraviados…y la obsesiva pregunta sobre qué sea “Esa Historia”, cuál sea el rumbo, la deriva…vuelve en el oleaje de la alucinación o el sueño ¿Qué manos de asesino manipulan mi sueño, mis recuerdos de Isabel, mis recuerdos del lejano Ushuaia? ¿O era en Trelew? Y mientras vuelvo a soñar tengo plena conciencia de que -una vez más- nadie escucha mis ruegos, nadie detiene el devenir, nadie puede traerme una tregua…una tregua como una lluvia que me lave de todo lo mal hecho; que lave  el estruendo del mundo.

 Y entonces, huérfano de auxilio, cierro los ojos y recuerdo, el cielo rosa, el ambiguo crepúsculo…

…sólo recordaba el cielo rosa del crepúsculo en la casa de la montaña, no conseguía recordar el dialogo, algunas palabras sueltas venían y danzaban, en la cabeza y en vano trataba de armar algo coherente pero el puzzle de palabras se empecinaba entre las nubes rosa del atardecer en la casa de la montaña, después se abrió la puerta y de nuevo la misma pregunta, nunca una distinta. Siempre la misma: ¿Qué es “Esa Historia”?...

Había oído hacia algunos años en una clase de idiomas una palabra que le sonaba,  quizás una homonimia, pero era imposible en estos momentos recordar los ojos negros de Isabel mirándolo tras el humo del café y el eterno cigarrillo que le manchaba la cara interna de los dedos, habían sido felices, o eso creía, en la habitación de aquel hotel (¿se llamaba “Saussure Petit Hotel”…o el “Hotel del Abismo”?)   cuando se dejaban resbalar en el placer sobre el sudor de las pieles en la penumbra cálida del cuarto de hotel en lo gélido de Rawson, donde los alojaron, sintiendo el frío del miedo como agujas clavándosele en las suelas de los mocasines; los trataban casi con cortesía, nada de gritos ni insultos, sólo la pregunta: ¿Qué es ‘“Esa Historia”’? Y el miedo golpeando la boca del estomago y el frío de algún líquido corriendo por la garganta sentados frente a frente a la mesa en la terracita que cada tarde  comparten con otros parroquianos extranjeros, pero no como ellos, extranjeros si,  pero con otras preocupaciones y ocupaciones, con otros pensamientos: con otra opacidad y otra hosquedad. ¿Cuando comenzarán a preguntar: Qué es “Esa Historia”?  Y de nuevo los ojos oscuros de Isabel queriendo querer saber si quiero quererla  rescatándome de los brazos que a veces me aprietan el tórax para sentarme otra vez en la silla frente a la potente luz  del reflector de sus ojos encendidos esperando una respuesta mía como si me quedase algo de mí es ese momento en que no soy más que un arrebujo sucio de babas que no puede por que no sabe dar respuesta a la eterna pregunta que machaca treinta mil muertas veces dentro de la cabeza que no sabe y sigue sin  responder,  y en tanto ella/ellos esperando pacientes  ante la zancadilla de cualquier balbuceo. ¿Qué es “Esa Historia”? 

Quién la había pronunciado, dónde la había escuchado, algo levemente recordaba pero era como descifrar signos en un damero desconocido, como buscar un objeto oscuro, anónimo en la propia oscuridad, y sintió como la puerta se cerraba si bien todo se inundaba de luz en ese nimio instante entre apertura y cierre aunque el cuerpo antes alerta ahora estaba como suspendido en ese vacío viscoso de la penumbra. Y el recomenzar con la trillada pregunta: ¿Qué es “Esa Historia”?

 

Y

 

--A ver…el nuevo…el nuevo ingreso en este lugar oscuro. ¿Nombre…nombre? Rápido, rápido… ¡Responde, es una orden…habla, pedazo de mierda!

Ya me parecías el nuevo,  por la cara que pones. Esto es como todo –no tengas miedo, colabora con el programa- que al final es aburrido por eso rotamos tanto; imagínate que todo esto es como las imaginaciones del deseo con la  desconocida esa que ves pasar y te parece inalcanzable pero después la conoces hablas con ella te sonríe. Viene el juego de la seducción, el deseo que te desguaza y te unes a ella –tal vez- y al cabo de cierto tiempo cuando la desconocida te llama, cuando el deseo rebota y te reclama sin  postergación… a eso  me refiero, es como si te llevaran al  matadero de la desesperanza. Difícil describir aquello –danzar muy apretado al dolor que simula la angustia de la muerte- que no se conoce con lo que jamás hubo contacto, un color, una sombra, la sombra de algún alguien, un sentimiento que no se tiene y sin embargo esperan (si… porque esperan siempre tu grito y tu sometimiento) de uno una respuesta que satisfaga sus ansias que no son sólo ansias sino  miedo, si el miedo disfrazado de  verde o caqui, pero miedo al fracaso, a la herido de lo inexpresable…en lo  intangible… como son las palabras, fantasmas que chapotean en el aire sucio. Palabras… esas cosas que significan cosas pero no se pueden tocar, ni morder… pero si callar. Lo primero que te quitan son las palabras para que no te reconozcas en tus propias ideas con el lenguaje perdido, después la cosa es más fácil porque te das cuenta que a fuerza de repetir  acabas moldeándoles  algo dentro para acomodar lo que los otros precisan acomodarles para no quedar mal parados con los otros  de quienes dependen y que esperan respuestas. Siempre es el miedo a perder algo, algo que te hicieron creer que tenías cuando en realidad no eres más que un montón de ideas que se sustentan en palabras que tu cuerpo transporta por allí, tan ufano, tan ligerito a veces, pero esto solamente sucede  cuando no piensas…o como cuando recuerdas como era la vida antes de la asfixia. ¿Viste cómo te hablo y te comprendo…dice el Otro? Aunque no lo creas yo estudié, tengo una cultura pero de vez en cuando la vida te lleva y la maquina no perdona te asfixia te escruta, te corroe y quieres salir pero no  hay  puerta, la formación católica, el sueldo escaso, apostólica, la maquina te aprieta, y romana, el reencuentro con aquel sacerdote que hoy es el capellán, el reencuentro con el compañero del colegio militar, que es el mismo y es un desconocido, la maquina te escruta, te da vueltas, te entretiene, te convence de aquello que no te convence pero es la máquina quien piensa  el enemigo es el otro, el diferente, la maquina te adiestra sin gritos, con paciencia, casi paternalmente, casi con ternura mientras te alarga las primeras complicidades que son las primeros pagos de lo sin vuelta, y eres el sumergido pero emergente que la maquina saca a flote, y cada vez menos palabras menos cuestionamientos, eres un tipo de probada confianza en las probanzas de la sangre, fiel, obediente, si, obediente si le debes respeto a la jerarquía del  compañero, al camarada en esta guerra nocturna que no es sino parte del mismo dentado del engranaje de la máquina y otro trabajito, ¿Que es ‘“Esa Historia”? ¿Donde estuviste anoche? A veces mi mujer, sabes, me  espera con la cena y después, todavía  levantada, el nene no paraba de llorar, seguro que tenía fiebre, y el reproche pagado con la culpa, la máquina paga, yo beso a mi mujer en un simulacro de ternura…pero la máquina te tiene dentro del engranaje, y quieres salirte alguna vez haciéndote alguna pregunta tibia, pero la respuesta ya te la puso en la cabeza la máquina. Y las preguntas  en el aquí y  el ahora y también en el después. ¿Qué es ‘“Esa Historia”?...

 

Y

 

La máquina

Porque la máquina es también palabras, palabras sueltas, en sermón, en discurso, huecas, vacías, palabras asentadas en un entramado de legalidad de lodo pero que viene al caso en el espacio tiempo para que valgan para que sirvan a quienes de ellas se sirven para que todos entiendan de qué se habla de que no se debe hablar, esto se hace esto no se hace: cuál es el significado de todo? Y a propósito que es ‘“Esa Historia”?, si el caso es que casi me suena pero no consigo saber de dónde ni por qué me suena, tal vez la dijo ese judío sefardí que vendía no se qué en un tenderete de una calleja de Córdoba. Si tal vez fue él que me miró con ojos de catarata pero con brillo vivo para venderme (¿un atajo a?) ‘“Esa Historia”’, una ¿towards?’, una ‘Torah’, una tolva una toalla, una tralla, o metralla, una toga, una tregua como ilusión en forma de objeto, y descansar por fin. Pero está lo oscuro que hoy no consigo recordar  y que parece que debería por que se empeñan en que dé una respuesta para conjurar al miedo que en todos producen las palabras. ¿Por qué ese empeño en venderme una “Torah”…cómo pudo ver las entretelas de mi alma?

      

Nunca comprenderé por qué me persiguen palabras y sueños que no reconozco mías. Yo soy en realidad un hombre que huye o un hombre que busca (¿acaso no es lo mismo?) un hombre que ejecuta la justicia. Un rutinario asesino, que jamás vacila,  la mayoría de las veces. Y además yo sé perfectamente qué significa “Esa Historia” y dónde se halla en este laberinto. Incluso conozco la calle donde se oculta ese sórdido barcito de mala muerte, en el suroeste de Buenos Aires. Porque “Esa Historia” es el rimbombante nombre de un agujero donde –esta noche- me espera mi muerte…o acaso una nueva postergación; y sólo muera mi desconocida enemiga. Esta noche iré allí, exactamente a medianoche, y buscaré a quien se oculta bajo el falso nombre de “Isabel” (otras veces gusta llamarse” Inés ”) y - si todo va bien y logro identificarla- ya podré informar al Rabino…o incluso matarla allí mismo y huir rápidamente, antes de que nadie pueda fijarse en mí y tal vez reconocerme.

He viajado desde el otro lado del mundo para cumplir esta tarea. Y –si no fuera una insultante frivolidad- hasta diría que me siento casi feliz porque sólo faltan pocas horas para entrar en la sordidez de “Esa Historia” y enfrentarme a lo decisivo. Debo ser, como siempre, eficaz y veloz. Mucha gente ha corrido riesgos –e incluso algunos han perdido la vida- para encontrar ese detestable burdel y desenmascarar la falsa personalidad de la mujer que buscamos.

…cuando comenzarán a preguntar?  ¿Qué es ‘“Esa Historia”?  Y de nuevo los ojos oscuros de Isabel queriendo querer saber si quiero quererla  rescatándome de los brazos que a veces me jalan por los sobacos para sentarme otra vez en la silla frente a la potente luz  del reflector de sus ojos encendidos esperando una respuesta mía como si me quedase algo de mí es ese momento en que no soy más que un arrebujo sucio de babas que no puede por que no sabe dar respuesta a la eterna pregunta que machaca treinta mil muertas veces dentro de la cabeza que no sabe y sigue sin  responder,  y en tanto ella/ellos esperando pacientes  ante la zancadilla de cualquier balbuceo. ¿Qué es ‘“Esa Historia”?

 

El vuelo de la compañía checoslovaca en que llegué a Buenos Aires fue una verdadera pesadilla…más de treinta horas dando vueltas como un imbécil de aeropuerto en aeropuerto para no dejar pistas, para cambiar mi identidad frontera tras frontera…demasiado tiempo, en fin, para mal dormir y mal comer. Pero las órdenes que me filtraban desde el entorno del rabí fueron inapelables y claras. Toda aquella ceremonia de la confusión se les antojaba imprescindible. Aunque el único que sufriera las consecuencias en su propia carne fuera yo mismo.

Arribamos al Plata durante un amanecer de otoño y alcancé a ver, bajo las  acostumbradas nubes y nieblas, la panza plomiza del gran río; como el largo cadáver de un pez de fantasía que hubiera venido a desangrarse y morir  entre estas praderas infinitas. Como siempre que lo sobrevuelo, no puedo evitar recordar y visualizar –es un recuerdo imaginario, pero intenso- el cadáver oxidado, sin aire,  del “Graff Spee”  que está encallado en el lodo o cabecea en la corriente sucia desde un aciago día de esa guerra. Me duele esta deflagración de la memoria como si yo mismo hubiese navegado y hecho nuestra guerra entre aquel acero, que nuestro capitán prefirió hundir antes de que cayera en manos de los ingleses que nos perseguían día y noche. Aquel diciembre, los dedos del Reich casi llegaron a tocar las pampas; como una mano victoriosa y aún no vencida.

       Aunque ya estaba  prohibido por la cercanía del aterrizaje, me quité el cinturón y me escabullí a mear en el baño. Una torpe maniobra –lo sé-  para salir de la fascinante alucinación que subía –y me arrastraba- desde la desmesura de aquel río.

       Así, hace cuarenta y ocho horas y llamándome ahora Lucas Asternaza, según otra documentación falsa, entré en Buenos Aires y desde el aeropuerto hasta la ciudad –estaba casi exhausto- todo pasó en un segundo porque creo que me dormí o casi me desmayé. La voz del taxista que me urgía me despertó de mala manera en una calleja entre el Paseo Colón y las viejas dársenas (un área donde en el pasado llegaba el ferrocarril y millones de animales inocentes entraban en el degolladero de los frigoríficos…siempre me fascinó Buenos Aires porque entre sus calles húmedas y tristes siempre se mató a escala industrial). Y todo, aunque profundamente diverso, no dejaba de parecerme familiar. Una calle semejaba Hamburgo, otra un suburbio de Dresde.

       Mi padre solía contarme siempre algo parecido; aunque él había llegado como refugiado  a bordo de un  vapor panameño, junto con otros ex oficiales de la ‘Werthmacht’ y algún indisimulable piojo de las SS; aterrado por primera vez en su vida ante la mirada de un aduanero aindiado que lo interrogaba en español.  Todos sabían que la eficaz Odessa había confiado sus nuevas vidas en manos de aquel leal general germanófilo que dictaba una subespecie de “orden  criollo”; pero no podían evitar la desconocida emoción del miedo que los todopoderosos sufren en el vértigo de su caída.

…que es ‘“Esa Historia”?, si el caso es que casi me suena pero no consigo saber de dónde ni por qué me suena, tal vez la dijo ese judío sefardí que vendía no se qué en un tenderete de una calleja de Córdoba. Si tal vez fue él que me miró con ojos de catarata pero con brillo vivo para venderme un ‘“Esa Historia”’, una ‘towards’, una ‘Torah’, una tolva una toalla, una tralla, o metralla, una toga, una tregua como ilusión en forma de objeto, y descansar por fin. Pero está lo oscuro que hoy no consigo recordar  y que parece que debería por que se empeñan en que dé una respuesta para conjurar al miedo que en todos producen las palabras…

 

Entre los huesos del Graff  Spee retumbarán siempre los aullidos de los desesperados…las palabras cegadas de las notas nerviosas en los fragmentos de papeles, hilillos podridos del lenguaje, entre los cueros de las bitácoras muertas. Y en aquella lista del infierno está también el apellido  von  Sapper. ¿Quién es este von Sapper?...es acaso el abuelo…otro hombre diverso…es acaso  el nombre que tuviera un muchacho esforzado que va quemándose como una candela  entre el dolor de otra guerra

O es el nombre de un cómplice ¿es un nombre falso? Como que coincide exactamente con el apellido von Sapper que Isabel Schwartz adoptó la noche en que se cambió de nombre –y de raza y de  alma- para pasarse a colaborar con el enemigo…y traicionar su sangre, traicionar el recuerdo de nuestro amor, traicionar su familia –formada en torno a Bruno Schwartz- traicionar la pureza de la luz…todo al impulso del miedo –o acaso del valor- de aquel que reniega, de aquel que no acepta el tajo del destino, de aquella que escupe a la cara de los ángeles y cae…¿acaso no es también como un alto destino el de una mujer en solitario, que de pronto gira su rostro y abraza al demonio?

 

Lo que restaba hacer era ordenar los papeles y cada una de  las fichas color sepia con los nombres de cada uno de los tripulante de aquella embarcación hundida; y que por insignificantes que fueran  no menos importantes ya que en ellos constaban los rangos y jerarquías y los puestos que ocupaba la tripulación,  y allí estaba marcado en rojo con un grueso lápiz de aceite un solo nombre: “Max von Sapper, nacido en  Hamburgo,  teniente de navío y contramaestre ”.

 

PERO

 

 

(Borrador para una usurpación)

Me llamo Lucas Asternaza.

Nací de padres honestos en Ischilín, uno de los más humildes recodos de esa patria: mi padre era fabricante de aceite de sebo (de gatos, de  perros, de muertos anónimos)  y mí madre cuidaba un pequeño cuartito, a la sombra de la iglesia del pueblo, donde se ocupaba de los no deseados. En la infancia me inculcaron buenos hábitos: no solamente ayudaba a mi padre a cazar pequeñas bestias para su industria, sino que con frecuencia era empleado por mi madre para eliminar los restos de su trabajo...

¿Puede pensarse que mi destino podría calificarse de cruel? Tal vez…pero a lo largo de mi vida he tenido noticias de otras vidas...

...estas breves líneas ilustrarán lo que quiero contar:

1. Un gringo melancólico, que criaba abejas,  sabía que una picadura de esos bichos   puede provocar un shock mortal. Y le decía siempre a su mujer: “yo me mato”, porque no encontraba el gusto de vivir ni en su casa ni con su oficio. Cuando murió, inmediatamente después de una picadura de abeja, un 8 de diciembre, su mujer, interrogada, declaró que aquello había sido un suicidio. Pero el juez de instrucción archivó el caso porque eso era indemostrable.

2. Un poeta de la cercana Villa Quilino, que escribía poesías sin sentido,  se suicidó con gas para dar a sus poesías un  sentido dramático global; aunque postrero. Pero en la denuncia hecha en la comisaría se constata que sólo había dejado el gas abierto por distracción.

3.Un plomero –por necesidad; ya que estaba desempleado del ex Ferrocarril Belgrano- con un fuerte agotamiento nervioso se tiró al canal de Sauce Punco con unos tubos atados al cogote, con un peso exacto de 33 kilos.

4. Un domador del Circo que solía parar en la explanada de la estación abandonada de Dean Funes, cansado de la vida ambulante, entró una tarde en la jaula de los tigres disfrazado de mono. Los tigres no eran feroces, pero, al no reconocerlo, lo mataron. El caso fue registrado como suicidio.

5.Un primo mío de Jesús María; sepulturero -todavía joven pero enfermo- se hizo enterrar en mil novecientos setenta y seis ocupando el lugar de un muerto, introduciéndose sin que nadie lo viera en un ataúd antes de que éste fuese cerrado. El muerto, en cambio, fue encontrado después de una semana en su casa, debajo de la cama.

Y etcétera.

Pero aún mucho más inhumano que el destino es el presentimiento:

Yo, por ejemplo, soñé con un día  dulce y soleado en las sierras de Córdoba. Pronto – me dije en  el sueño- sonarán las campanas de la iglesita lugareña,  porque hoy es domingo. Entre los maizales, a la orilla del arroyo, dos chicos han hallado un caminito por el que nunca habían pasado. En los pueblitos cercanos brillaba la mañana como diamante en las sábanas puestas a secar. Los hombres oreaban el vino para el mediodía y las mujeres preparaban tortillas crujientes y enloquecedoras. Los pibes jugaban a la rayuela a la sombra de un sauce. Todo el sueño era la feliz mañana de un día terrible…porque aquella tarde, detrás de la iglesia abandonada  de los jesuitas, un niño será asesinado por un hombre feliz; que habita en mi sueño.

 

Y

 

Caminando por El Bajo…

Datos y mas datos, que había recopilado y ordenado; y ahora en Buenos Aires llamándome Lucas Asternaza , así de simple, como diría el contramaestre, y caminando solo por una calleja entre Paseo Colón y Balcarce, evitando el miedo, recuperando la nostalgia, los aromas húmedos de cada rincón de ese callejón donde debería encontrar la vieja joyería del orfebre mayor: el propio Rabino; y aunque fuese lo único por hacer ese día sabía muy  bien que la desconfianza seria el primer obstáculo con el que me enfrentaría después de entrar en el pequeño local, con mi carpeta con los datos y mas datos de aquellos hombres, y los posibles  rastros  que tal vez me llevarían a un pueblo olvidado de Entre Ríos o a las sierras de Córdoba, pero eso aún no lo sabíamos, ni él, ni yo, y tampoco “Isabel”.

 

¿...y no era acaso “Esa Historia”, el otro dato que me faltaba?

 

 

Mientras cruzo la neblina, el frío, el mal olor del cercano Riachuelo…yendo , yendo, yendo siempre hacia “Esa Historia” y hacia el momento de su muerte –o de la mía-  pienso en ella de una manera absoluta: Isabel tendría entonces unos diecisiete años…aunque hoy eso nada significa…pero en la década de los treinta era ya la edad de una mujer…y yo - con casi veinte ya- estaba terminando el ‘Gymnasium’, en aquellos  mitológicos años de la República de ‘Weimar’, cuando el Tiempo del Hombre parecía infinito y el sonido de los bosques de la madre Alemania sonaba a requiebros de ‘Ludwig van ‘Beethoven y no al gruñido del cerdo ‘Adolf, osando en la materia más profunda de nuestro ser…y mi padre era aún ‘Herrenführer’ en la policía de Berlín –aunque llegaría por su talento al dorado ascenso a ‘Oberführer’, antes de la guerra-….e Isabel no se llamaba Isabel, pero le gustaba ese nombre familiar que ella llamaba “mi nombre latino” y lo prefería frente al altisonante Fraulein Lisbeth ‘Magdalena Schwartz, con toda la eufónica música del tintineo de billones de monedas imaginarias que componían la incalculable fortuna de su abuelo B. Schwartz, -único socio judío de las portentosas acerías que habían estado, desde siempre,  en las pálidas manos arias de la apolillada nobleza de Pforzheim…

 

 

AÚN

 

[...el sueño recomienza siempre con un breve viaje mágico hacia el antiguo teatro del balneario de Suderode, donde –con el patrocinio económico de su abuela- se representa” Guillermo Tell”...y Lisbeth/ Isabel Schwartz. entra en un cuarto, mi cuarto, ya vestida para salir. (Vivíamos, ambas familias, en aquella zona al norte de Kuntzsstrasse , junto al laguito artificial que yo una mañana futura  vería cegado de cadáveres. Vivíamos tan cerca que habíamos jugado juntos desde niños e incluso ella, a veces, me llamaba “hermano”)…en el sueño la ciñe un  bellísimo vestido de sedas y bordados, con el escote ‘palabra de honor’ que tan sensual la inviste. Su color es el  azul pálido. A veces, -en sueños de otras noches-  un  rutilante rojo. Su cabello, oscuro y pesado, ceñido en una trenza única  ‘alla ‘radice italiana’...que descansa en sus hombros, del color de la luna  llena.

 Lleva una sola joya: el pendiente de una perla, ovalada y tibia y  montada al aire en oro,  que fuera de mi madre.

       -Hermano (¿)...date prisa; ya herr Rostow nos espera- dice I.-.

Y verla aguardándome me pone más nervioso aún y no atino a abotonarme ni la chaqueta ni el chaleco. Ella se acerca a escasos centímetros de mi pecho. Siento su aliento en mis mejillas. Sus dedos ágiles me rescatan de la torpeza. Sentirla tan cerca exalta la ternura. Me reflejo en el acecho de sus ojos. La beso, ansioso,  en la palma de la mano. Ella me responde buscándome la boca.

       --¡Tu padre nos reñirá si llegamos tarde...!-- dice, ya enlazándome en el juego de masacre.

En este punto el sueño reproduce -a veces- todo el drama de ‘Schiller que escuchamos y vimos durante aquella velada. Otras noches,  hay sólo  una violenta elipse y en un fugaz  segundo todo  el drama ha terminado y, emocionados, aplaudimos de pie. Al levantarnos, veo nuestros reflejos,  un instante,  en un angosto espejo que cierra un lateral del palco. Diría que  ambos, en la repetida  noche del sueño,  tenemos entre veintiocho y treinta años de edad. Isabel está feliz y ríe y el mundo se ilumina con el rubor de sus mejillas

Y ella se cuelga de mi brazo y así salimos del teatro, con los corazones al unísono.

--¡No esperemos a R. (el chofer de su madre)- grita-...tardará un siglo llevando   a toda la familia, viaje tras viaje. Corre, corre Ludwig...que alcanzaremos los  primeros  aquel coche de alquiler!.

       Indicamos al chofer un atajo por detrás del lago y entramos en la casa solitaria cuando los demás estarán aún en el cotorreo del ‘foyer’  Por absoluta prudencia no enciendo más que las luces imprescindibles. En este exacto momento del sueño hay un nudo de angustia: miro el rostro de Isabel... como si la viese por primera vez y descubro, alterado, el énfasis de nuestro parecido.

 ¡ Un observador objetivo podría decir que somos hermanos.. y más aún: jurar que somos mellizos...gemelos!.

       Creo que es en el vestíbulo donde ya nos quitamos los abrigos. Ella sube la escalera como si volase, adelantándoseme. Cuando llego a nuestra planta, paso raudo frente a los dormitorios de mis dos hermanos, y voy directamente a su cuarto; urgido. Allí no hay nadie. Hay un momento de cruel confusión en que nada es comprensible en la penumbra. La llamo dando voces, aunque creo que susurro “sottovoce”.  Sin saber muy bien qué hacer me encamino a mi dormitorio. Isabel ha  desaparecido.

       Junto a la luz que, desde el parque, entra  por la ventana de mi cuarto...está ella de pie. Tiene ya el cabello suelto y sólo la cubre una camisa blanca. Veo la agitación en sus pechos pequeños.

       -¡Ludwig...- musita ella- ...ya ves que somos uno...idéntica persona. Lo que hay dentro de ti es la materia de mi propia carne...siento que ya todo es lo mismo!.Y entonces I. besa y muerde los labios de mi sombra y yo la beso en el cuello y la desnudo y acaricio su fragancia hasta llegar al feliz  llanto... y la hecatombe. Y despierto escindido. Y blasfemo y odio la vida… ¡odio que nunca me había permitido...ni   repetiré...ni pensarlo...!]

 

ADEMÁS…

 

 

¿Para agregar a  mi agenda? (Restos de un monólogo de Isabel, mientras aprende español en la orilla del Plata)

 

…fueron tres años terribles, en la soledad, el miedo – terror a morir sola, a ser descubierta, a jamás regresar  -¿regresar adónde?...¿adónde estaba, adónde había quedado esfumada aquella nación suya que, en realidad, jamás había tenido, que sólo había sido durante fugaces años un sitio mitológico al que había creído pertenecer…?- Tres muy largos, eternos, años trabajando como limpiadora en unas oficinas bancarias por las noches –en las horas durante las cuales el inmenso edificio helado quedaba casi absolutamente vacío y  disminuían  matemáticamente todas las posibilidades de que alguien interpelase a “Isabel”, la extraña, la  extranjera que creían muda…Los márgenes del riesgo bajaban al grado cero las posibilidades de que alguien intentase hablar con ella y comprendiera enseguida que apenas hablaba tres palabras en español ¡cuánto pavor a ser descubierta…pavor que intentaba mitigar cantándose mentalmente a sí misma viejas canciones alemanas!…pavor que no podía morigerarse y que la hacía mearse encima muchas veces –entre los temblores de su pánico- cuando adivinaba la lejana sombra de un guardia o policía trasnochado que, entre bostezos, se daba una vuelta por aquellas estancias para que no se dijera que él no había cumplido su misión de vigilar las invisibles fortunas que sustentaban aquel esqueleto de cemento y hierro, cerca de la esquina de Diagonal Norte y Sáenz Peña. Tres años eternos dedicando cada hora robada al sueño y al agotamiento para estudiar esa lengua incomprensible y melódica del otro lado del mar, tan lejos del balneario de  Baden-Baden, tan lejos de la Alexanderplatz, tan lejos de las amapolas que todos los veranos de su adolescencia subvertían las colinas de Carintia, tan lejos de la Banhoff berlinesa, donde la potencia del vapor de las locomotoras era como el resoplar secreto de los pulmones infatigables del prometido ‘Reich’…

 

O

 

 

(¿Residuos  de pensamientos de Asternaza o de la propia Isabel?…cuando conocen, desde lejos, evanescentes fantasmas de Buenos Aires)

 

Di una vuelta en torno a esa casona junto al río, buscando la puerta lateral que me habían indicado. Había oído hablar de ello, pero no dejó de chocarme el curioso color de aquella mansión gubernamental. Quizá era algo propio del barroco de Sudamérica. Mostré la  carta que me habían dado en la oficina de la calle Tucumán, donde funcionaba un clandestino despachito de coordinación entre los “refugiados” alemanes y el gobierno bonaerense. Uno de aquellos granaderos inmóviles en una escalera de mármol se condescendió a mirarme a la cara, leyó el sobre (parecía que no se hubiese atrevido a abrirlo) y –haciéndome una venia-  me indicó que pasara a lo que parecía una mezcla de patio y claustro, muy lleno de ornamentos; con escudos que yo desconocía.

Fugazmente, vi pasar por la galería superior, una mujer rubia, muy menuda, que caminaba con paso rápido e iba acompañada por un hombre uniformado que parecía un alto oficial. Era su edecán, según supe más tarde.

       Cuando subimos al piso superior, me llamó la atención tanta gente que circulaba vestida de civil; yo había imaginado que aquel régimen tendría debilidad por los uniformes…pero parecía que al general le complacía más un ambiente distendido y casi de “club”. Muchas de aquellas desconocidas  eran mujeres jóvenes y bellas, como iconos del tango.

Después de esperar poco más de media hora (que me pareció medio siglo) en un despacho enorme y medio vacío -de quien se presentó como “el Asesor”- escuchamos, en la misma calle lateral por donde yo había entrado, el ruido de una motocicleta de baja cilindrada; seguida de dos enormes y silenciosos coches negros atestados de hombres con elegantes sombreros y armas desenfundadas. Observé con discreción por una ventana y fue enorme mi sorpresa cuando vi que de aquella moto ‘Lambretta’ (era más bien lo que los italianos llaman un ‘scuter’ que una motocicleta) desmontaba el mismísimo general. Yo no podía entender, por la costumbre de otros modos de  representación del Poder, que el jefe de aquel régimen, llegase a la sede de gobierno de modo tan informal. Con sus zapatos deportivos, su ‘pulóver’ a la moda, su chaqueta a cuadros con el cuello abierto…más parecía un jugador de golf que un líder militar de éxito. Tenía la estatura y fuerza aparente de un boxeador de peso pesado. Con su metro ochenta de estatura, su peinado oscuro hacia atrás y su nariz romana, parecía más una copia criolla de Beniamino Gigli o cualquier otro famoso tenor de ópera. El general tendría entonces poco más de cincuenta años. Lo que más me llamó la atención fue ese brillo absurdo, adhesivo,  de su cabellera, que parecía lustrada con el mismo betún con que los granaderos pulían sus altas botas.

Cuando aquel hombre exótico se arrellanó y relajó en su sillón, una de las innumerables secretarias le acercó –ya encendido- un cigarrillo encastrado en una boquilla de nácar con adornos de oro. En aquel edificio, en aquella ciudad,  todo el mundo fumaba excesivamente; la atmósfera estaba muy cargada y casi todos tenían los dientes amarillos…salvo el general, que los llevaba de un blanco estremecedor, que no era de este mundo. Otra muchacha le pasó una pluma y pude ver -yo me había ido acercando inconscientemente; aunque él no parecía haber reparado en mi presencia- cómo trazaba su firma, de una manera ampulosa: una “jota” mayúscula muy grande y llena de amplitudes narcisistas y, al final, con un cierre agresivo hacia abajo, una letra “n” que era como el dibujo de un puñetazo; como la punta de un anzuelo clavándose  en un corazón invisible.

       Un momento después, aquel hombre estaba hablándome. Y lo hacía en un alemán tan fluido que no pude evitar el echarme  a temblar.

 

 

 

 

 

Y TODAVÍA

 

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¿30 años después…el encierro irrespirable?

 

…dice la frase hecha que hay que “hacer memoria”…pero ¿de la nada, del agujero que abre el pánico, qué puede hacerse…? Porque sólo hay agujero ya, carencia, falta, caída en un pozo vacío…y no hay, no quedan,  palabras para juntar en una cadenita; miguitas de Hansel y Gretel… y enganchar la memoria, no hay…

…y ustedes me preguntan por la vida del Ruso –como llamaban a Bruno Saper desde la infancia- y del Ruso ahora mismo sólo recuerdo que desapareció una noche que llovía a mares sobre Buenos Aires, durante una larga sudestada que traía la borrasca del Plata metiéndose como un estremecimiento desde los callejones de La Boca  hasta más allá del norte de Palermo, así entraban los dedos ateridos de las rachas en ese día penoso. Un tigre de viento bramando sobre Buenos Aires. No, no,…no recuerdo hechos muy claros. Ustedes que son médicos, tienen que entenderme. Tienen que creerme que yo no puedo recordar. Yo no estoy loco como dicen algunos…pero la memoria sí que la he perdido; se me ha ido muriendo. ¿Habrá sido por la máquina en la lengua y en las encías?

       Bueno, todo no puedo, ni pensarlo puedo. Pero hay como fotos fijas, como relámpagos donde yo lo veo. Sí, yo lo conocí  en mis épocas de pibe, de cuando éramos adolescentes. Época de mucho miedo y de penuria aquella de los primeros setenta…estaban ya matando gente todos los días los perros de las Tres A…los aprendices de videlistas.

 Entonces Saper…el Rusito,  tendría como unos veintisiete o  veintiocho años. Los dos éramos del mismo barrio de Almagro.  Y eso era todo. Ustedes recuerdan de esa época casi lo mismo que yo, porque yo lo viví pero sin darme cuenta…y después todo quedó en los diarios, en algunos libros, dicen, y en las charlas de la gente más vieja, arracimada en los patios de los atardeceres en torno a un mate o  una copita de anís, acaso.

¿De cuándo él fue niño? Bueno…supongo –no  lo se, en realidad- supongo que vivió otras dictaduras, que después nos parecieron un chiste malo, al lado de los asesinados de a miles, los tirados al río…los que amanecían con un tiro en la nuca, incluso pibes de diecisiete años, como unos que secuestraron en La Plata, me acuerdo. Así eran esos días. Encerrados sin aire.

       Lo que les parecía raro en Almagro era que el Ruso era, dicen, un tipo que trabajara en lo que viniera con tal de seguir estudiando medicina…pero lo que soñaba hacer, lo que le gustaba de verdad era ser escritor…y contaba siempre algo de lo que estaba escribiendo, escenas donde una novela iba creciendo o de pronto te leía un poema en cualquier bar, por puro gusto. Dicen que escribía muy lindo. Pero sólo publicó un par de cosas. Bueno, sí, se las publicaron los amigos; años después. Ustedes ya saben eso. No me fuercen.

       Dejó de escribir un día que estaba en casa de Inés y cayó un operativo de los “grupos de tareas”, como gustaban llamarse cuando salían de caza, y la secuestraron a ella y a un hermano de ella; pero como de milagro no se lo llevaron al Rusito…porque su novia, entre otros gritos espeluznantes, dijo que no lo conocía, que sólo era un muchacho vecino que había ido a arreglarles un grifo que goteaba desde hacía días. Sí, ya se  que es absurdo, pero así fue la historia. Así eran las cosas verdaderamente, entonces. Y cuando llegaron los verdugos a su cubil, sus jefes y los oficiales de Inteligencia,  los trataron por lo menos de pelotudos , de imbéciles, de hijos de puta; les pegaron con un palo  y les metieron un mes de calabozo de castigo  porque se habían traído a quienes no buscaban…dejando ir al Rusito, que era la presa.

       Pero el Rusito no había huido. Parece que se quedó en la casa de la chica que quería tanto, esperando a que volvieran…quién sabe para qué. O él lo sabía. De modo que después de todo lo que hicieron a Inés, cuando se cansaron de hacérselo, como dos días después un capitán pensó que en la casa allanada habría pistas y volvió hasta Almagro y cuando llegó a esa casa, desde una ventana, le dispararon con una escopeta y el oficial respondió con un arma automática que a dentelladas hizo trizas todas las persianas y debió darle al Rusito…porque quedó un rastro de sangre hasta el patio y sobre un muro que había saltado y en la calle trasera por donde, esta vez sí, se había fugado como pudo.

       Parece entonces que en el momento en que Bruno Saper saltó a la calle, se cayó a la calle,  arrastrando una pierna y tratando de hacerse un torniquete con el cinturón; pasó ese coche que dicen que vieron, un coche negro, grande y lujoso, un Chevrolet 400 que ardía como el charol, que frenó sin ruido y se bajó una mujer joven, que no era de Almagro, que era del centro, y lo ayudó a levantarse y lo metió a empujones en el asiento de atrás  y se esfumó en la noche de Buenos Aires. Cuando logró saltar, el capitán disparó varias ráfagas hacia  las lucecitas que se alejaban, pero dicen que todas las balas se perdieron girando locas entre los árboles.

       Cuando Bruno despertó, la blancura de aquellas sábanas, ese albor de luz, lo hizo bizquear, aparte del dolor y sólo vio desenfocada la silueta de la extraña y vio bien cerquita, pegadas a su cuerpo desnudo, un sembrado de manchas rojas, sangre rutilante que parecía flotar sobre las sábanas porque la blancura las detestaba. Escuchó bien el ruido del agua de un grifo en una bañera, voces desconocidas…y la mujer se le acercó a los ojos hasta hacerse visible y le puso una mano fría sobre la frente, caricia tibia, y él como era poeta –siempre- se dijo que venía ella del agua como una Venus soñada y entonces volvió a desmayarse. Y en el sueño estuvo largo rato de pie mirando con la boca abierta aquella Venus de Botticelli que –había leído- relumbra desde hace siglos en una ribera del río Arno ¡tan lejos de Buenos Aires! Todo un día estuvo, de pie, mirando fijo a ese cuadro ¿o acaso esto lo habré soñado yo?...arenas movedizas.

       Alguna hora ignorada de algún día siguiente comenzó a enterarse que estaba en el segundo piso de una casa antigua del barrio de Caballito, frente al parque Rivadavia. Eso lo tranquilizó, porque él solía ir por esa zona. Supo que estaba muy cerca de un café de ajedrecistas, donde alguna vez había agonizado una partida lenta con un ingeniero alemán que apenas hablaba pero movía los trebejos como en un ballet clásico.

       Lo habían vendado con fuerza, desde el muslo hasta la cadera, toda la parte machacada de plomo, que seguía quemándolo…y estaba colocado de lado, sobre el costado sano, enfocando a una pared celeste donde adivinaba sombras. Claro que retorciendo mucho el cuello logró mirarla cuando vino ese día y lo hizo beber unas cápsulas con limonada bien fría y le pregunto si le dolía menos y él supo que era una mujer de treinta y pico, con un perfil maravilloso y un perfume que él soñaba a veces en  las novelas pero jamás había aspirado en lo real. Y también sus manos eran una obra de arte…tal como había creído él siempre que eran las manos de las mujeres de los libros de Proust.

       Y ella fue y se sentó en una silla de respaldo alto que estaba a los pies de la cama y, en el nuevo ángulo de visión, Bruno pudo verle las piernas…y allí la mujer seguía siendo hermosa como en las manos. Claro que hasta Bruno se sorprendía de tales mixturas locas del pensamiento, en una situación tan rara, en casa de una extraña, en una escena que se le había instalado de pronto –desde el desmayo- sin saber de dónde venía ni dónde iba a parar aquella situación un poco absurda –pensó- yo aquí desnudo, salvo el vendaje, medio estremecido por la fiebre y pensando en la belleza de esta mujer ignota cuando yo tendría que pensar en Inés y en cómo volver a salvarla…

       Gracias señorita…balbuceó él, sintiendo que no eran las palabras adecuadas. Pero más estúpido se sintió todavía cuando le preguntó qué donde trabajaba ella y ella respondió que no trabajaba, que se dedicaba a pintar. Bueno, es un trabajo, pero nunca he ganado dinero con eso…ni me interesa tampoco, la verdad. Y él entró en otra extrañeza más honda: había gente que tenía paz y dinero y seguridad como para dedicarse a pintar en aquellos días de espanto, cuando todos los hombres y mujeres que él conocía andaban cambiando sus huesos de un sitio a otro, noche tras noche, para que la angustia o el fuego nos los pulverizara con el mismo fulgor del plomo que ahora le había abierto las carnes…aunque todavía estaba vivo… seguramente gracias a aquélla que vivía en una casa hermosa y buscaba en los pigmentos sus texturas secretas y acaso algunas respuestas a ciertas preguntas que él mismo se hacía…pero…

 Veo que ustedes no me creen y me miran como a un bicho raro. Pero así son los recuerdos.¿ Y acaso no era posible; acaso no sabía él, como escritor que era, que  todos los vivos le hacen las mismas preguntas a la muerte? Igual daba que pintaran, escribieran o temblaran por la  fiebre y el miedo.

Después de hacerle cosquillas en una axila al tomarle la temperatura, la desconocida sacudió el termómetro, sin decirle nada y volvió a ausentarse hacia el ruido del agua, que seguía cayendo en el baño contiguo.

A mediodía volvió, trayendo una bandeja con un poco de fruta y otra jarra de limonada. Cuando él bebió escasamente, la mujer hermosa le dijo que tendría que quedarse en esa cama unos días hasta que pudiera valerse por sí mismo. Y que ella se iría por unas horas, porque esa era la casa de sus padres, ausentes; pero que ella vivía en otro lado y tenía que volver porque seguramente estarían alarmados y acaso la buscaran y entonces él estaría en peligro.

El Ruso se quedó solo en el silencio enorme. Escuchó que llovía muy fuerte. No supo cuántas horas pasaban. O tal vez incluso los días pasaban y pasaban. Y con esfuerzo bebió unos tragos pero no podía comer por el malestar ni sentía hambre. Se durmió y despertó y se durmió muchas veces y en una hora extraña sintió que se orinaba y la cama empezaba a mojarse y haciendo un giro doloroso consiguió sentarse en la cama y agarrándose a los muebles dio unos pasos interminables hacia el baño. Ya el agua no corría. Tampoco  su sangre se derramaba ya por las heridas y se sintió mejor. Buscó con los ojos un teléfono, más por costumbre porque ¿a quién iba a llamar? si apenas recordaba algo. Y vio que había otra habitación tras un breve corredor y se envolvió en una sábana por una vergüenza súbita y tardó como mil horas en arrastrar la pierna herida y el peso de un cuerpo que pesaba demasiado…pero tampoco en el otro cuarto se veía un teléfono. Había una salita con unos sofás de piel y un escritorio muy ordenado y toda una pared llena de libros. Los libros lo atrajeron como una promesa, de modo que siguió arrastrándose durante un lapso eterno. Y entonces vio, en un vano entre los libros, la foto que brillaba. Era una foto de ella. Era extremadamente hermosa. Su rostro era un paraíso… más aún que las manos y la línea estremecedora de sus piernas. Pero en la foto no estaba sola. La acompañaba un hombre que también sonreía. La foto tenía mucha luz, como tomada en un parque una mañana de verano. Y el hombre vestía un uniforme de oficial.

Cuando volvió en sí, Bruno estaba tirado en el piso de la salita y la mujer lo estaba ayudando a volver a la cama, con delicadeza pero con fuerza. El sentía la fuerza de aquel cuerpo tan esbelto y deseable.

-Se que ha visto la foto- le dijo ella de pronto; mientras buscaba otras sábanas limpias en un armario empotrado. -Pero no tiene que temer nada. Conmigo estará seguro-.

-¡Tengo que irme ya, enseguida…tengo que irme!- se escuchó el hombre que estaba gritando.- ¿Y por qué hace todo esto; y por qué me dice que con usted estoy seguro, cuando usted es una…-

-Yo sólo soy una mujer que también tiene miedo- dijo ella.

-¿Y eso es todo? ¿Con esa explicación me conformo y me quedo tranquilo?-.

-Eso es todo. Pero puedes irte. No estás prisionero en esta casa. Si crees que puedes valerte, si crees que eso es posible, puedes irte en el instante que quieras-.

-¿Pero cómo voy a creerte, siendo lo que he visto…sabiéndote ya  la mujer de ese tipo? ¿Es que acaso me estás guardando hasta que él venga, tranquilo y cuando se le ocurra, a pegarme un tiro? ¿Para qué todo este teatro, para qué estás curándome…qué clase de perversión es la tuya?-

-No va a venir nadie- dijo ella con convicción.

-¿Cómo que nadie…?-

-El de la foto es mi marido, si te interesa saberlo; pero no puede venir…-

-¿Por qué no puede venir? ¿Qué me estás diciendo?… ¡loca de mierda! –

-El ya no vendrá nunca porque no puede tocarnos, ni siquiera vernos ya puede… ¡Tienes que entender que nadie podría ya  ni reconocernos…porque ya estamos muertos!-

-Además de ser un monstruo, estás completamente loca…pobre mujer-, dicen que dijo Saper, casi como apiadándose. ¿Cuál es tu nombre real?

-Me llamo Elizabeth…pero a mi me gusta más Isabel…¿bueno, te acuerdas que cuando frené el coche para ayudarte a levantarte de la calle, cuando sangrabas… y entonces escuchamos una ráfaga larga, muy larga?-

El hombre rebuscó en su memoria un tiempo indeterminado hasta que volvió a escuchar aquel trueno. Y asintió, mirándola.

-El fue quién nos mató aquella noche. Pero es un cobarde, siempre lo fue…y cuando llegó hasta el auto me reconoció y sintió pavor por haberme asesinado-

-Nos había asesinado…-

-A mi sí me había asesinado. El nunca te vio como persona, Bruno…vos sólo eras un número más, un animal al que había que matar. Tuvo miedo por lo que me había hecho a mi –aunque fuera por puro azar-, tuvo miedo porque mi padre es su superior…-

-¿También tu padre?-

-No, no te confundas, el es un hombre viejo, sobreviviente del ’45,  y retirado desde hace muchos años…pero todavía lo respetan…esas cosas tan raras que tienen entre ellos-

-¿Y, entonces…-

-Entonces nos trajo a esta casa, que fue de mis padres, que yo heredé, donde nadie viene nunca…y nos trajo y encerró nuestros cuerpos y huyó y desapareció y nadie sabe nada de él y menos puede saber lo que nos pasó a nosotros-.

-Pero antes has salido y has vuelto. Te he visto marcharte y dejarme solo ¿cómo se explica eso?-

-Yo no se que has visto…yo veo otras cosas, siempre cada uno ve una parte. Yo veo que te duele y que tengo que curarte. Voy hasta el baño y vuelvo. Ya he ido y he vuelto millones de veces….-

¿Y cómo me dices, entonces que me marche; adónde puedo irme-

-Mientras has estado sin conciencia durante millones de días, me he asomado a la ventana. Afuera sigue estando la ciudad. Pero también ella está muerta, aunque  allí sigue. Y acaso se pueda salir…pero yo no me atrevo, voy hasta el baño y vuelvo, una y otra vez-

-¿Y sigue la tormenta del día ese cuando nos mataron?-

-La tormenta no para, no para, no para…es enloquecedor…y ahora trata de dormir; eso se puede. Tratemos de dormir los dos. Me siento muy cansada-

Y el hombre se tendió. Y ella se tendió a su lado. Casi con pudor y ternura, Isabel  (¿) se tendió rozándolo…en el encierro donde moraban sin aire. El hombre sintió como el dolor se iba y  cómo venía la sombra del deseo. Ella sintió el placer de cómo él se acurrucaba contra su cuerpo. Ambos sintieron el golpe de la lluvia en las ventanas y cómo se reunía su carne con su carne  en las manchas de sangre –ahora podía ver cuánto sangraba ella- cómo se mezclaban sus cuerpos  en el golpe de las ráfagas, en el oro de las balas, en la putrefacción de la lluvia, el olor de la sangre… el ruido de la tormenta en el Plata; ese tigre bramando sobre Buenos Aires.-

© carlosmamonde.  

 

 

 

 

 

 

 

 

MUÑECA BRAVA


 

       Yo deseaba destruir su belleza...y debí hacerlo. Algo en mi corazón lo anhelaba más que todas las certidumbres.

       Si no fuese un cobarde, la habría matado. Esta es la coherencia que me debía y le debía.

       Nadie podrá comprender la naturaleza de la luz  en aquel sitio adonde ella me había conducido. Al escribir estas notas  quisiera empezar -¿me será posible?- por unas palabras verdaderas.

       Con el paso del tiempo, los hechos se han deformado o parecen pueriles: todo se pudre, todo se vuelve opacidad y se desvanece en la corrupción de su propia forma.

       Acaso debí matarla durante aquel atardecer de sábado, cuando la rompiente del Mediterráneo amenazaba chasquear eternamente; cuando... ¿falsamente?...confesó que me amaba; cuando juró no regresar jamás a Altea. En ese instante debí hacerlo: despeñarla en la cala embozada por la noche. Debí vencer mi terror y dársela al mar que la llamaba rugiendo, restallando espumas, alejándose y volviendo en una síncopa de oleajes.

       Nadie la hubiese oído caer, nadie. Recuerdo esa  hora de luz luida mientras yo la miraba fascinado..., apoyado en una roca y observándola. Ninguna mujer fue tan bella en la historia de este pequeño planeta. Vestía una camisa clara y se había recogido el pelo. Yo le pedí que lo hiciera y ella aceptó, casi sumisa, sin su coquetería usual. Yo me sentí totalmente feliz. Las agónicas luces del día rielaban en la cala. Sé que ella era  conciente de mi mirada obsedida. Me esforcé por mirarla como se mira a una cosa, anonadándola en el espesor del paisaje de tinta. Creo que si hubiese logrado mirarla con el punto exacto, e inhumano,  de desapego necesario, acaso la habría perdonado. Pero ella parecía exaltarse en su deslumbrante victoria. La llamé dos o tres veces, creo, dando voces para imponerme al mar. Yo quería detener su persistente crueldad. Yo quería salirme de mi angustia que gritaba:¡empújala ahora...empújala ya!.

       Sospecho que si algún curioso llega un día a leer estos recuerdos puede verse tentado por simplificaciones psicologistas, tan en boga y tan frívolas. Pero, lo siento, no cabe engañarse con tales facilismos. No hubo patologías. Acaso, sólo una destemplada compasión en nuestras almas y una voluntaria carencia de reconfortante cinismo.

 

 

 

 

       Conocí a Ana durante el invierno de 2003... Aún hacía poco que ella vivía con Gerardo. El es ahora un novelista conocido en Europa. Mantuvimos cierta amistad durante la época en que ambos, muy jóvenes,  publicábamos en algunas revistas marginales del país.

       Apenas verla por vez primera a Ana, intuí que aquella mujer era una víctima de su propia hermosura: “es tan difícil pensar siendo este cuerpo, esta fisiología...me han criado deliberadamente como una hembra”, me diría alguna vez, sincera y ajena a todo feminismo.

       En aquellas reuniones que organizaba Gerardo, tertulias excluyentemente masculinas, pronto pude entender  con cuanta paciencia ella soportaba nuestro estólido asedio. También vi el relámpago de su vanidad, cuando parecía más vulnerable a las rendidas ofrendas de los cortesanos de Gerardo. Entonces recordé a Pavese y sentí pena por ellos, acaso por mi mismo: “...las mujeres son como hombres de acción...no intentes nunca seducirlas con el espectáculo de tu propia inteligencia”. Pero en aquellos días, la sensatez huía fuera del mundo cuando Ana bajaba a la sala de aquel chalet de Las Rozas. Entonces, al regresar a casa en la cumplida madrugada, torturado por el aliento gélido del Guadarrama, yo pensaba que Ana era humillada hasta lindes de pena. Pero no la compadecía, ni detestaba a Gerardo en su ceguera. Yo estaba también atrapado por la idea de poseer a Ana, hollar lo más profundo de su tristeza de ídolo.

 

 

 

 

 

       No volví a ver a Ana durante varios meses, aunque pensé en ella. Por cierto, me tentó la idea de llamarla por teléfono. Especialmente en mis noches de soledad, cuando mis circunstanciales compañeras me abandonaban en la sima del aburrimiento y la tristeza. Creo que intenté escribir algunos poemas fallidos, intentando recobrar en la evocación verbal el aura de Ana. Y para entender el carácter de la pasión de aquella criatura.

 Para mi mal, he conocido muchas mujeres bellas y frívolas. Su brillo no alcanzaba nunca a simular un sedimento de estupidez. Sé que puedo ser acusado de misoginia por escribir esto...pero así sentía; así juzgaba ¿justa, injustamente? , a pesar de mi ideal de equilibrio y prescindencia. Pero en Ana, en cambio, alentaba la lucidez. Yo lo había comprendido, así como ella adivinaba nuestro cretinismo...conocimiento que le otorgaba un matiz de cortés distanciamiento a su conducta. Sentí compasión por las servidumbres a las que la sometía su belleza, ese demonio, y el egoísmo de su marido.

       Hoy me arrepiento –con un arrepentimiento no de orden moral, por cierto--, pero a mediado del verano siguiente la llamé a Las Rozas. Por cierto que me había informado previamente de que Gerardo estaba ausente, visitando Roma para presentar su última obra.

       Mi fugaz y domesticada mala conciencia echó mano a sutiles razonamientos para justificarme, de modo que cuando llegué al chalet sólo había en mi espíritu excitación y vértigo.

 

 

       Pese a que yo confiaba en haber atesorado fielmente cada uno de sus rasgos únicos, la mujer casi me pareció extraña, sorprendiéndome con la primicia de un rostro velado por una rara concentración. Pero su mirada era la misma mirada soñada.  Con un gesto de disculpa, quitó la música que Benedetti Michelangelo tocaba desde un disco y me pidió que excusara su desaliño pues estaba pintando. Yo no conocía su afición. Subimos a un pequeño estudio luminoso en la segunda planta. Y pareció olvidarse de mi presencia mientras mezclaba óleos buscando secretas sincronías o disensos cromáticos. Se negó con vehemencia cuando sugerí que me retiraría para volver otro día en que ella  no estuviese trabajando; me ordenó que callase, que me sirviese un whisky si me apetecía  y que me sentará “por allí”.

 

       Ana vestía una camisa de su marido. Se me ocurrió que la blancura de la tela amplificaba cierta especie de resonancia de su hermoso cuerpo, ecos de su sangre temblando por la tensión de la búsqueda en el lienzo. La luz de su mirada le bañaba el rostro y parecía crepitar sobre los labios, sobre la temperatura de su boca apasionada por la voluntad.

 Cuando encontró el pigmento y la forma anhelada, aquella hembra se distendió dulcemente y fui testigo de una sonrisa como no veía desde la infancia. Me tendió su mano, conduciéndome a una sala de penumbras frescas que se agradecían en aquella torturante tarde de julio. Mirándome con curiosidad por encima de su copa, mordisqueando un trocito de hielo, haciéndolo juguetear entre sus dientes y su lengua, me interrogó sobre mi trabajo, sobre algún presunto texto en “almácigo... abandonado por mi desidia”, dijo. Yo miraba fascinado su rostro sereno, cansado y satisfecho y aún más bello sin trazas de maquillaje. Era una cara como bruñida por la tarde clara, una transparencia nueva en este mundo. Con la mirada sabia de quien había enfrentado ya las pruebas, los ritos de pasaje.

       -¿Por qué has venido, Juan...?-, me preguntó con convincente curiosidad.

       Aunque demoré un largo instante mi respuesta, no estaba especulando frívolamente, como a veces me ocurre, con los efectos, fastos o nefastos, de mis palabras en las mujeres que pretendía seducir. Simplemente estaba tratando de asimilar la súbita conciencia de que,acaso por primera vez para mi, con aquella mujer nunca me sería permitida la menor impostura.

-Lo sabes, Ana,...lo sabes bien...he venido esta tarde porque te deseo...-, contesté lentamente.

 

 

Creo que viví aquellas horas bajo una rara perturbación...de modo que tengo recuerdos fragmentarios, escorzos, sombras inestables de aquella realidad que parecía ocupada toda por su ser, por su discurso sin esperanza que era para mí la encarnación de toda esperanza, por la música de su corazón que, cercano al mío, temblaba como el viento en las frondas.

-En un cierto sentido, Ana, tu forma de ser y pensar y tu mirada tienen un acorde masculino...la mirada de un cazador que me acecha para cebarse en mi memoria, mi cuerpo, mi dolor...allí donde ninguna antes...--, murmuré tontamente, intentando refugiarme en el castillo de las palabras, mientras me desguazaba su deseo y su risa.

-Lo sé, mi chico petulante...y saber que lo sabes es lo que me enciende la sangre...gilipollas...ya calla...ya...

Y así fue como Ana, durante  nuestra primera tarde de gloria me  llamó, merecidamente, gilipollas.

      

      

      

       Cuando fuimos a la cama ocurrió aquel fiasco que pareció unirnos más profundamente (se me ocurre ¿arbitrariamente? pensar) en nuestra breve, ansiosa, tal vez frenética convivencia. Con pánico descubrí, mientras besaba sus muslos, cerrando fuerte y supersticiosamente los ojos para  no ahuyentar tan increíble felicidad, tal fruición...descubrí acongojado que me hallaba súbitamente impotente. Irremisiblemente impotente cuando, burlona paradoja, podía finalmente abandonarme a mi inconmensurable deseo, cuya intensidad insensata no dejaba de sorprenderme y emocionarme.

       Apenas lo advirtió, Ana me abrazó con ternura y con una fuerza tal que parecía querer incrustarme entre sus hombros, mientras me besaba con rápidos besos aniñados. Después se irguió en todo su esplendor, se retrepó felinamente sobre mí y con su boca tibia reavivó mi sexo. Y me montó y ví sus grandes ojos celestes que me poseían y redimían y sentí la íntima violencia de sus muslos atenazando mis caderas y el apetito de su carne apoderándose de mí y hubiese querido poder  darle la nueva, desconocida,  gratitud de  mi alma y darle de beber todo poso de dolor y apropiarme de su melancolía para aliviar su peso y me embriagaba y su sudor fue la droga hermosísima, embriagante, manando del relámpago del salto y de las góticas comisuras de su boca y de axilas misteriosas y acres y de la cala ácida de su pubis debelado. Y así, y así y así...fuimos abandonándonos al juego, cayendo al precipicio del fuego, reviviendo la omnipotencia virgen de los primeros coitos y yo fui aquel extraño que la desvirgó en Aigua Blava una tarde encapotada de nubes de los primeros días de un olvidado septiembre y Ana fue la primera hembra que me cogía de la mano para subir a la montaña maravillosa de la malicia, victoriosos sobre el anatema de nuestros padres y sus manos parieron nuevamente mi cuerpo dándole el hálito del dulce quejar de su garganta y el calor de su euforia y de su risa que estaba coronando la pequeña y compartida expulsión violenta de la muerte...

 

 

 

       En Altea, ella tenía una casita en la colina, para ella sola. Este es mi santuario, dijo. Vamos, entra. Y me besó en la frente tras un interminable silencio desde Madrid, sentada a mi lado en el coche; mirando el paisaje como si yo no existiese ni pudiera oírme. Y todo ese silencio me desesperó como un exilio, mientras procuraba adivinar cuál había sido mi delito.

       Desde la pequeña terraza podía verse el mar a pocos pasos. Yo he nacido lejos del mar y lo conocí tardíamente. La cercanía de su respiración parece liberarme de la gravedad y, acaso, escudarme de la muerte...por eso amo sus aguas densas. A la terraza se abría una habitación llena de luz; cegadora en el alba. Recordé para Ana unas líneas de Barral que el mar me trajo a la memoria:”quién sabe por qué la aurora legañosa,/por qué el alba de espina amarillenta/ más que la estancia del día y de las olas/ resbaladizas de la noche, injuria./ Por qué escupe su luz inoportuna/ sobre el instante débil, sobre el miedo/ repentino a vivir, a ser el mismo /prisionero de perpetuas costumbres”.

       En la terraza jugábamos...o mejor ella jugaba ante mis ojos ávidos, un juego adolescente que la fascinaba: enmascararse en sucesivos maquillajes con los que lograba mimetizar su rostro  con distintas edades y culturas...ahora era una marroquí del zoco de Yemal F’naa con los ojos asombrados de kohl, ahora era una muchachita francesa de la Orilla Izquierda, ahora era una vieja cantante de ópera hundida en el olvido y la decrepitud, ahora era una puta negligente del Trastévere...Ana me dijo que ese juego de íntimas máscaras era una especie de rito aprendido en sus años de modelo para una conocida casa de alta costura. En el dormitorio de Altea guardaba sobre un muro un póster suyo de entonces, asomando su hermosura de muchacha a una portada de “Vogue”. Y yo pensé, aunque callé, que aquello era como la iconografía de su infierno, porque no lograba casar aquella imagen frívola –que había seducido a Gerardo- con la tristeza  de la mujer amada, su existencia auténtica que yo había conocido. Aquel fantasma congelado por la lente era insoportablemente extraño. Pero, tal vez, una perversa máquina podía percibir mejor que yo la sombra terrestre de mi Ana. No lo sé...y ya me he resignado a mi incapacidad de comprenderlo.

       Así, enmascarada, jugaba Ana conmigo, mientras el Mediterráneo también parecía enmascararse de desierto bajo el viento quemante que soplaba  del África. La resolana inducía una quietud de muerte en plantas y animales y provocaba deseos y espejismos que confundíamos con el destino.

       Habíamos bajado al sureste, hasta Altea, para entregarnos a lo irracional. Pero ocurrió algo extraño. Ana comenzó a despertarse antes del alba ahogada por la culpa, respirando como una enferma anginosa. La angustia, inexplicable me decía, la llevaba a zozobras del ánimo que ambos desconocíamos y le aherrojaba su libertad para amarnos. ¿Es que quiero a Gerardo?, se preguntaba gritando.¿Es que quiero a ese cabrón?, gritaba. Y parecía que toda su seguridad de bella burguesa se roía. Habíamos pensado en que la impunidad se nos daría por añadidura y estábamos encenagados por la culpa. Y aquella oscuridad que la podía venía desde muy atrás, desde el pasado. Siempre he temido esto, Juan...siempre, siempre, siempre; me decía llorando. Siempre he deseado los deseos de otros. He sido el deseo paralizante de  Gerardo. He sido el deseo tosco de los que modelaban sobre mi, de los que me fotografiaban durante horas...

       Durante unas horas de tregua, bajé solo hasta el mar y me senté en la arena para intentar pensar. Esta mujer, me dije, ha vivido como instrumento de otros. Y el corazón me dio un vuelco cuando advertí que yo también podía estar usándola. Pero procuré tranquilizarme y perdonarme. La fatalidad de su belleza la había secuestrado en la banalidad y la apariencia...cuando su lucidez era absoluta y podía penetrar más allá y más profundamente en la precariedad, en lo efímero, en lo real: “es difícil vivir dentro de mi cuerpo...vivir en él como lo ven ellos” –me había repetido insistentemente. Y también: “me han criado como un juguete del hombre”.

       Y pese a ello, creyéndome excusado por mi amor egoísta, yo la acosaba con mi deseo.

 

 

 

       Una tarde apareció alegre, como si se levantara después de una larga enfermedad, con la alegría con que un náufrago agotado escucha en la distancia cantar pájaros. La humillación y la culpa parecían olvidadas. Acepté su mutación como un don. Comprendí que nada debía preguntar.

       Confieso que durante aquellas efímeras horas fui feliz,¿fuimos felices?...aunque, pese a mi empeño, no pude olvidar la amenaza de la ambigüedad en que vivíamos...la amenaza de un odioso precio que, tarde o temprano, pagaríamos por ese hiato de plenitud. Ana me había contagiado un cierto cariz de fatalismo suyo.”Los dioses siempre reservan dos pesares por cada gracia que otorgan”, repetía...riéndose a veces de sí misma. Había en su alma mediterránea un atavismo trágico. Alguna vez quise burlarme de ello, diciéndole que, en realidad, debieron llamarla Antígona o tal vez Circe; pero ella me contestó muy seriamente con un verso de Homero:”...la belleza tiene como vecinos al peligro y la muerte”. Quise seguir la broma recitando aquello de “no es reprensible que troyanos y aqueos padezcan largos años por tal mujer...”, pero callé cuando Ana se quebró por el llanto.

 

 

 

       Fue la noche del martes cuando Ana abandonó  nuestro cuarto; silenciosa, agobiada por pensamientos que yo no alcanzaba, sombría por sentimientos que yo no podía explicarme. Habíamos luchado penosamente durante horas entre mi deseo (¿y tal vez su deseo?) y una súbita e insuperable negativa a amarnos. Cuando yo, abrumado por el resentimiento, le reproché su rechazo e incluso la insulté, buscando zaherirla, Ana no respondió. A las seis de la mañana estaba paseando por la playa, exhausta por el insomnio, aunque aparentemente tranquilizada después de la tormenta. Al verme aparecer en la terraza, me llamó a su lado. Cuando me senté en la arena, escrutándole los ojos apagados, me pidió que la abrazara.

       -...tengo frío, mucho frío, Juan –murmuró-...quédate así y escúchame...tú quieres una respuesta, quieres saber por qué me he negado a acostarme contigo desde que llegamos hace cuatro días a Altea...bien

       ¡No tergiverses las cosas Ana –le grité, desaforado por mi frustración y acaso por mi vanidad herida-,...quiero saber por qué me rechazas, por qué me mientes, por qué juegas conmigo...joder, por qué, por qué lo haces...!.

       -Tenía la esperanza de que tú , al menos tú, me comprendieras –me contestó-,...pero parece que ese es un sueño imposible...Juan, Juan...¿cómo podría explicarte que ya no me acostaré contigo ...precisamente  porque te quiero...porque veo que tú también me estás convirtiendo en la misma cosa que todos...Dios mío, tú también lo haces, tú también...-.

       Pero no la dejé concluir el balbuceo de su estúpida excusa. Sentí unos insoportables deseos de golpearla, de hacerle daño. Y me puse de pie lleno de odio y le grité que sólo era una cría, gilipollas y cruel y que pretendía cubrir con ñonerías imbéciles lo que no era más desprecio y egoísmo y un juego malévolo de su mente retorcida y...

 

 

       Huyendo de su presencia, en un autobús bajé hasta Calpe. Pero no era yo mismo quien deambulaba por las callejuelas blancas, ni quien parecía absorto por el teatro  de la luz entre las nubes y el mar. Creo que, después de comer algo por ahí, me senté a beber en un bar de mala muerte. Bebí con ferocidad, como si cada trago fuese un puñetazo y una blasfemia, un tajo que pudiese librarme de la angustia. Al caer la tarde, creo, ya estaba muy borracho y había vomitado en las rocas de la cala, frente al asco de los turistas. Procuré serenarme, o creí que era eso lo que estaba intentando, desquiciado por el alcohol y el miedo. Me había caído al mar y estaba temblando cuando Ana me encontró y rescató. Con mi razonamiento alterado pensé, por un momento, que había logrado conmoverla hasta el remordimiento, que había vencido en nuestra lucha, aunque fuese por el perverso camino de la compasión.

 

 

       Ella misma me dio un intenso baño caliente que me revivió. Pero alguna pieza sutil se había desenganchado en mi mente y algo terriblemente estúpido me estaba ocurriendo. Si ella ponía amoroso cuidado en sus manos al restregar, minuciosa, algún rasguño de las rocas, yo no podía interpretarlo más que como una grosera sensualidad. Y la borrachera no puede disculparme, nadie puede hacerlo. Me parece recordar oscuramente que le grité que era una puta que buscaba excitarme para luego burlarse de mí:¡eres una sádica de mierda!, le grité. Y seguí insultándola diciéndole que se creía muy lista porque era una burguesa llena de guita que había comprado a Gerardo, como a tantos otros...y no porque fuese una mujer hermosísima, como le gustaba creérselo cuando jugaba con los estúpidos esnobs que la rodeaban; insensibilizándose hasta no poder reconocer a quien realmente la amaba y que se cubriera ya, cúbrete putilla asquerosa, porque me torturaba con la visión angélica de su cuerpo a través de la camisa mojada y y me eché a llorar como un crío asustado e histérico y ella me lavó la cara.

 

 

       -Mañana regresaremos a Madrid-, fue su única respuesta a mi enajenación. Tenía el mismo semblante de severa concentración con que la reencontré la tarde de mi primera visita a su estudio.

       Yo estuve largo rato observándome en el espejo del baño. Me sorprendió el grado del pánico que llameaba en mis ojos. Hubiese sido posible seguir el aroma de ese terror por los grandes nervios hasta el centro del corazón. Yo estaba a punto de perder a Ana; si no la había perdido irremisiblemente ya. Para siempre. Para siempre.

       Cerca de medianoche crucé el jardín hasta el garage y arranqué a tirones los cables del motor del coche. No se me ocurrió otra forma de postergar el momento de la partida, el comienzo de la pérdida.

 

 

       Durante casi dos días me mantuve alejado de Ana, aunque mi supuesta indiferencia era una grotesca impostura pues me pasaba las noches de puntillas, sin respirar, a la puerta de su cuarto; enamorado de la música de su respiración. No volví a beber aunque continué huyendo de la casa durante el día para dar largos e idiotas paseos, durante los cuales tenía como ensoñaciones diurnas en las que me veía como una especie de cazador al acecho de una bestia mitológica. Estaba como pirado. Y todo el tiempo procuraba, sin mayor éxito, ignorar la raíz verdadera del dolor. Y trataba de pensar con lucidez, buscando lo que llamaba “vías de escape”. Podía tomar un tren en cualquier momento, abandonando a Ana en su casa, a solas con sus contradicciones...que ya podía comportarse tan arbitrariamente como quisiera sin ser yo la víctima propiciatoria. Pensé perfeccionar aquel acto con la escritura de una carta en la que, eventualmente, mi insuperable inteligencia desmontaría todo lo ocurrido analíticamente y ofrecería a Ana una radiografía inapelable de su miseria y tal vez de su maldad. Pero no lograba yo confiar plenamente en mis pensamientos, nublados desde el día de mi huída a Calpe. El centro de aquella carta, pensé, sería explicarle cómo yo había pretendido “salvarla” a través de nuestra malhadada aventura por las tierras del cuerpo y la emoción,... salvarla –digo- de todo aquello que ella misma llamaba “mi esclavitud de los hombres; esclavitud, sí porque ellos sólo han visto en mí una presunta hermosura y la leyenda canalla que han levantado, calumnias,  hijos de puta, de que soy una especie de cortesana voraz...”.

      

       Pero mi “fraternal” deseo de salvarla había fracasado, lo reconocería; naufragando en el descontrol de mi carne y, sobre todo, en la impostura de su falso cariño. Desterrados de él, el deseo animal humilló nuestros gestos y los actos que pretendíamos absolutos declinaron hacia una rutina genital.

 

       Habíamos soñado con tenderle una trampa a la decadencia del amor y acaso al mismo Dios, para que éste no pudiese mirarnos sin perder su inocencia; pero al parecer sólo habíamos ejecutado la vieja danza de los animales en celo.

 

       El viernes anterior a nuestro regreso, reparado ya mi pueril sabotaje al coche, Ana me propuso una tregua. Me pidió una tregua mientras sonreía con una ironía tierna:”porque no entiendo esta guerra donde todos pierden”, rió.

 

       Comimos en la terraza, corrompiendo con nuestros pensamientos la perfección de los sabores. A las seis de la tarde, cuando yo trataba de morigerar el galope de mi corazón concentrándome vanamente en imaginar el sendero de una gota de sudor que me bajaba por el pecho, Ana vino al cuarto donde yo dormía solo desde hacía días. Se recostó a mi lado, cruzadas sus manos sobre el pecho y se estuvo un rato así, como mirando el infinito a través de mí...silenciosa, ausente. Yo veía el esfuerzo de la luz por adecuarse al rigor de su perfil, a la suave caída  de sus senos sobre su  tronco de muchacha, de flexible gato. Cuando la contemplación me resultó insoportable, giré sobre mi lado dándole la espalda deliberadamente, como si con aquel gesto, un punto teatral e ingenuo, pudiese abolir el resplandor. Callada y tan callada que su mutismo me ensordecía, Ana se acurrucó contra mí y comenzó a besarme...la nuca, los hombros, los omóplatos. Yo cerraba con dolor los párpados y veía, en la noche de mis ojos, el rastro fosforescente, caracol húmedo, de su lengua que iba pintando de gozo a mi carne asombrada. Me desnudó y se desnudó sin prisas y fue copiando mi cuerpo con el suyo. Abandonó el temblor de su pecho sobre mi columna. Cobijó mis nalgas con el calor de su pubis. Encendió mis rodillas con el chasquido de las suyas. Morreó las plantas de mis pies con la tersura de sus empeines.

       -No hables...no digas nada...no hables-, salmodiaba quedamente en mi cuello.

       Abandonado y entrando en el vértigo y pareciéndome que el tiempo se abría en una digresión insospechada, creí sentir –ya en la alta noche-, distanciado y como si mi cuerpo no fuese mi cuerpo, el trueno sordo de un acoplamiento. Y ya en la madrugada, invasora, oí su ruego y sentí abrasar  sus nalgas en mi sexo, en un gesto que no habré merecido nunca, aunque viva para siempre, y me rogó que la penetrara lentamente, por favor muy lentamente...y me decía  que por ahí no me ha tomado nadie, Juan...siente mi virginidad más absoluta...entra en mí como la primera vez, mi amado compañero...

 

       Al alba de nuestra comunión, cuando yo la bañaba con el agua triste de la despedida, Ana habló muy lentamente, como saliendo de las profundidades y procuró explicarme ciertas alucinantes diferencias que soplan en el alma de una mujer, ignoradas por la estolidez de los hombres.

       -Yo no podía hablarte de ello, porque tu creías que yo te rechazaba-,me dijo-...eres un niño tonto, eres como santo Tomás Dídimo que necesitaba hundir sus dedos en las Heridas para creer...”.

       Cuando intuí lo que había ignorado, ciego, sobre esta extraña raza, apenas pude con la marea de mi remordimiento. Ana comentó después que lo que más lamentaba de sí misma era su cobardía, que le había impedido terminar con una existencia que se le antojaba agotada y corrupta, una agonía absurda. Acaso en ese instante hubo un pedido de auxilio, pero no pude con el poco valor de mi ánimo.

 

       Acaso debía hacerlo durante aquel atardecer del sábado, cuando el tozudo Mediterráneo licuaba espumarajos en la escollera. Cuando -¿falsamente...frívolamente?- me juró que me amaba. Cuando dijo que ya no regresaría jamás a Altea. Cuando, acodado en las rocas, yo la observaba.

Ninguna mujer fue tan bella en la noche del mundo. Vestía una camisa clara y se había recogido el pelo. Yo se lo había pedido y ella lo anudó con sus dedos...acaso por complacerme, quizás por coquetería. Jamás seré igualmente feliz, lo sé...

       Los reflejos últimos agonizaban sobre el mar vencido y eran añil destello en su mirada extraña.

 

       Estos fueron los escuetos hechos; tan banales y crueles.

©carlosmamonde

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

      

 

 

 

 

 

 

 

POEMAS PARA UNA CASA SOLA

 

 

 

 

Poema uno

 

Esa casa del niño hecha de verde hierba

y árboles nadando el destiempo del tiempo

que gritaba tu fuga

tu señorial dominio de la luz y los ríos

 

tus canciones de seda entre tus muslos de aire

colmados del deseo y de perlas y de tristes naranjas y de pianos insomnes…

 

 

Poema dos

 

 

El cielo de esa casa soplaba de tu boca  como un rocío alegre

‘molto allegro ‘vivace

en la tormenta helada que deslumbra a los muertos en lo torvo del día

 

desflorando la gracia de la materia exhausta

y el número secreto de los versos que salvan…

 

La casa ya derrumba su compleja armonía

y el desorden sublime de la hierba me embriaga.

 

 

 

Poema tres

 

Al abrir tu discurso y sus sensatos goznes

todo milagro expuesto cayó bajo tus sueños…

 

 

quebraste el aura roja de una  manzana única

y el aire rutilante con que  vistiera el día

el jardín de la casa.

Y la curva más dócil… agonizó en el río…

 

 

Soñaste tu cuchilla y su torva sintaxis

y toda cosa expuesta clausuró su deseo

y aún la epifanía con que pisas la hierba.

 

 

Ni el perfume vencido del huerto de manzanas

ni azúcar de tu lengua castigando la mía

soportan la vacía presión de tu relato;

o el espejo vibrante que tus clarines traen

a burlar mi caída…

 

Y soñaste cuchillas de incertidumbre y hielo

ahogaste el transcurrir con tus dioses que abaten.

 

Todo fue destronado en nuestra casa sola.

 

Y se rompió la sombra y la luz y la gracia…

 

aún antes del goce y del torpe bullicio

que la esperanza gime cuando muerde en la boca.

 

 

 

Ni el vencido perfume del huerto de manzanas

columpia sus banderas cuando  la luz desangra…

 

 

Anemia de la vida bajo el texto.

 

 

 

Poema cuatro

 

Yo soy el perro que husmea y amenaza

el que espanta hacia el miedo bandadas de palabras

que se rompen las alas entrechocando locas…

 

sobre un campo de soledad junto a la casa;

 

campo de  hedor de un invierno sin término.

 

 

Sobre ciudades mecidas por el llanto

sobre las huellas de máquinas vencidas…

por el desasosiego del horizonte enfermo

temblando de ira y de locura…vuelan

 

vuelan las sombras de los cegados versos

y sus exhaustos pájaros les niegan

la torva ascensión al Paraíso

y la ebriedad del viento y del deseo…

 

En absoluto blanco y en absoluto negro

(en mis ojos de perro no  hay colores)

su música de sal abren tus textos

y los árboles se incendian en tu fiebre…

 

………………………………………..

 

 

¡Todo ha sido escrito…

yo soy el perro que husmea tiritando,

bajo bandadas de palabras y el silencio de los  estorninos!.

 

 

 

 

 

Poema cinco

 

Sobre el tejado  y el tañido del viento.

 

Yo  voy dejando a mis ojos caer

a mis ojos irse, alontanando

 

y diseminados huyen entre delgadas hojas de la mala hierba…

 

Ojos de la pálida piedra fugitiva

ojos de una materia que acaso hubiste amado

(¿yo lo sabré…algún día?)

 

Girando sobre la casa, el viento ya me ha herido…

 

Y al solo que -de pie, tan solo, permanece-  el viento lo desdeña;

 

Tormenta de la vida que sopla sobre el polen

y al agrio precipita…

Tu rostro bajo la tormenta  se despide del mío

que va por itinerarios de la pérdida…

 

y las piedras de molienda de lo amado

y el corazón del insecto egoísta.

 

 

Poema seis

 

Naufragio de la casa en tu memoria

hundimiento en el mar que todo humilla

 

y se inicia lo fúnebre del día y

todo corre a llorar tu desapego frío.

 

y todo es polvo de polvorientas risas donde

el alma se escabulle vuelta niña.

 

Roídos –huérfanos- ojos que se desabrigan de los párpados.

 

 

Todo ha sido ya escrito.

 

La espuma del océano ha violado la casa.

 

 

Poema siete

 

Duelen los dientes en la noche fría

Y oyes el siseo de la espuma

 

¿o acaso es viento y fuego ese siseo sordo?

 

que acosa las ventanas y

la noche del bosque  y

el alba de la arena.

 

 

En la tarde incierta cuando despojara

la desnudez del alma para venir al sueño,

 

¿acaso ceñí con toda fuerza

el freno del caballo sometido?

 

Es la bestia que mira y estremece

sus ijares de luz a la deriva

 

 

aterida humillación de su silencio…

 

 

Caballo que me lleva al olvido y a la lluvia:

 

tan lejos de la casa y del coito que hubimos

tan lejos del prado y las manzanas

que se llega hasta el borde del pulmón agotado.

 

-¿Vendrás conmigo al campo donde todo transcurre?-

grita el caballo…pero nadie oye.

 

Y no conoce el bosque su nariz inocente

y piafa la demanda del morir que lo monta

 

y prepara la derrama del cielo.

 

 

Poema ocho

 

El aire huele quieto en torno de la casa.

El bosque canta enfermo apegado a la lluvia.

 

Las voces más humanas olvidan mis canciones

y las antiguas piedras  ya veloces  mudan

a tiza y arena muerta y agua negra…

 

que muerden las verduras que copian a las formas;

mimetizan mis ojos…

 

y a los sueños y al seno llameante de tu cuerpo,

¡aquel que ayer apenas dulcificaba el aire!.

 

 

Nos sentamos, pueriles, sobre abismos del lecho

a mirar en sus fugas la piedra y la madera…

y la boca de araña que teje enamorada.

 

 

¡Abre tú ya la puerta para que todo extinga

esa boca de fábula que nos desguaza el cielo…!

 

……………………………………………..

Acepto tu mirada y reposar en ella.

 

 

Poema nueve

 

Tu tibia mano plancha

la sábana y la muerte

 

y llevas al armario los gemidos del sexo.

 

Y toda luz se guarda

debajo del silencio

y barres los insectos que duermen su tristeza

 

en la casa de ausencia.

 

Y por tus comisuras de racheädo viento

corre aterido un beso

para volverse nieve y doblegada muerte

 

 

-Prepararé café-, decides…

 

prepararás café…

decidida e insólita

a ocupar con tu pecho

la plenitud

y el mundo.

 

Y el frío te mutila tus dedos que se arrojan

al río que los bebe.

 

Y en mitad de la noche tañe la casa pura

y tañen tus dientes locos en su vaivén de gloria

 

la música perpetua donde el infierno abre

sus mapas de la huída y sus flores más frágiles.

 

La oquedad de los árboles empatiza en el huerto

con las benditas nubes y tu mente que ríe.

………………………………………………..

Yo oculto las campanas para que el dios no espíe…

 

 

Poema diez

El agua de la casa escribe versos líquidos

que inyecta en las fisuras del muro y de la carne

 

 

Con rotas letras pinta a invisibles poemas

y tus lágrimas sorbe  para trazar el viento…

 

y el corazón del huerto, atado con cadenas.

 

Apenas comprendemos  su sintaxis que inunda

los cuartos como lagos encharcados y solos:

 

trae peces que alquila a los mares sombríos

y la casa crepita bajo el zumbar del frío…

 

Si cerramos los grifos fluye helada la sed.

 

 

Poema once y final

 

El agua ya lo sabe y nos lava la pena

y al asalto del cielo sube izando su muerte.

Agua corrupta.

Agua salvífica.

Agua de la imprecación.

Agua del deseo sin linde.

 

Agua de la consumación de la tarde.

Agua de la palabra degollada…

 

 

 

 

Los cuerpos en el fuego

 

Los aún vivos cuerpos trizan sus balbuceos al volverse pavesas

volando hacia el  silencio y desesperadas oraciones

al mudo de lo sagrado, a la llanura de lo zoológico.

Al sueño del deseo invisible…

 

¿Y tú, cuerpo mío, que supiste de la pertenencia y la Gravedad?

Y el sexo – ¡dioses ¿dónde está su ironía? !- su asfixia asesinada y plena

experimentando calma

y fuga -por fin- y desencuentro… en la humedad del bosque y

ocultaciones de certidumbre en el  pavor  del goce. Frondas de las multitudes

-urgidas- a la pérdida y al mirarse en el pánico.

(Terror de los que hubieron amado)

 

Estas inquisiciones tan inútiles como el amor (son) la sombra (son) los pulidos espejos de la resurrección (son eso). Y  lluvia que somete lo devorado. Preguntas

a lo acontecido, lo no recuperable, lo desierto…lo sagrado.

Y el metal execrable con que los sacerdotes cortan muslos del agua.

Allí donde la herida, donde besó el misterio.

 

Los cuerpos -sonora música- abren ojos abiertos

al mesías exangüe y a tu voz cuando gimes

de extrema fragilidad  y grave ligereza del placer soterrado…

 

¡Ateridos amantes despiertan en los espacios donde nadie responde ¡

 

 

 

 

 

Cuando llueven los peces

 

1.

¿En sueños, te parece? Lenta lluvia de peces…

De ungidos peces rotos por la Voz que traiciona.

 

Que a los mares esfuma, allí donde el suicidio devora cada ola…y

el aire se concluye en esa quietud hueca…perforación sin sombra

Donde pare la muerte.

 

Sombra Mayor, deslumbre de la mañana inútil.

 

 

 

2.

Teme al pez a sí mismo, a su sombra tan ágil, mientras ya precipita

hacia todo vacío su leve cuerpo de violada doncella y transparencia helada.

Huye.

Resta estela  de vacío en su rápida traza. Pero no viene nadie a habitar su abandono.

Pero no, nada, nadie, se apropia de su espacio. Y de su vida que fungió luz y agua

en el alba olvidada.  Queda niebla y  el eco

y la melancolía donde fracasa el ángel impotente ante el hecho.

 

Resta vacío…papeles enmudecidos de sin textos por la tinta sin rumbo…

Signos infames  del sinsentido. De Todo lo arrojado y derrocado y diferido

hasta el año ya herido, torpes peces borrados, detritus sin la letra y

en el morir de lo pacificado.

 

 

MISSING  PEOPLE…

 

1

(veo) árboles en lo blanco de la respiración…

niebla de la palabra exhausta

 

y última luz y espejo de tus ojos.

 

(oigo) aún se escucha en el silencio de las manadas

tu voz de sobreviviente,

huyendo desde  lo yerto;

lo cómplice de las nubes.

 

La desesperación del deseo…

 

 

2

Si un extraño despierta allí donde, perdido,

el silencio se abre en un bosque encerrado…

 

la impaciencia de la virtud busca su muerte

parecida a la luz que disemina

la lluvia enloquecida,

la que cala…

 

La lluvia que pudre las certezas

en todas las habitaciones de la Tierra

y en el zumbido de las enfermedades.

 

Las tormentas que iluminan al síncope

y al horizonte de lo incomprensible...

 

 

en la rota mirada de quien desaparece.

 

 

3

Si nadie abre sus ojos en la noche

perdura lo invisible de su propia esperanza

 

y todo lo viviente que procura

ramonear en la hierba inacabable.

 

Lo eterno que aún vive en combate

y fue  apenas violado por el hedor de los hierros…

los ejércitos desatados, lacerando…salvajes…

 

(los pequeños insectos de la desesperación)

 

4

(aquel) tiempo inmóvil de perdidos ojos

que disnea en la oscuridad,

dormitando su niebla y su terror.

 

Acoplado a los ruidos del corazón,

enfermo y tembloroso en su pequeña música…

 

golpeado por la nieve de piedra.

 

Escucha la levedad de sus pasos,

la ingravidez de su inocencia

cayendo entre los pájaros que amainan

 

Y el ardoroso viaje (del tiempo)

y tristeza del viajero sobre todo

movimiento;

sobre las interrogaciones.

Y asombro del dolor;

 

su mano, la ominosa…

 

5

(entra a mirar)  peces y caballos pintados

sobre muros y museos de una nación desierta

 

donde ya los moluscos se tienden en la arena…

 

para mirar el aire, mudo, de la tarde

en que la Historia concluye

en la miseria de los diseños e imágenes de lo porvenir…

 

 

¿Cómo mirar el rostro negro de los príncipes,

los amos de caballos y los peces  de hielo:

 

de los textos de las genealogías

donde todo jinete se alimenta

del corazón humano?.

 

 

6

Si tu cabellera nadara en lo profundo

del más quieto vacío del verano:

 

¿cómo llegarás a la orilla, ya comida

por el susurro de los que te odian?

 

Tu silueta brillando en agua de lo bello

supera a la escritura del poeta…

en toda velocidad;

toda dulzura.

 

 

7

Aún el mismo halcón y el mismo cuervo

sienten el desamor y el desaliento

cuando todo ya gira y va cerrando

cada gozne de tus ojos humanos…

 

Y los vencidos, los que ya habitamos

en las habitaciones infinitas,

te vemos a merced de las tormentas

y los bosques de clavos

que atenazan tu gracia.

 

Si el valor es gracia del combate,

si es la miel tranquila bajo el pánico;

 ¿quién soy ahora, vencido por las moscas…

el sobreviviente roído por el verbo?

 

 

8

Yo estoy aquí…no vivo en las ideas,

ni en la aventura de lo literario…

 

Me expresan las prisiones, lo tangible

del miedo…

 

y me abrigo en el recuerdo de los extraviados

de los asesinados tras los muros de baba,

en huecos de la nada donde el odio fermenta…

 

en los profundos hiatos donde cesa el relato.

 

Que repiten tus ojos.

 

9

Yo estoy aquí…no he muerto aunque haya muerto

en los baldíos de la mentira

y el envejecimiento de la tinta

que sostiene sus nombres en guías telefónicas

 

que ya jamás responden.

 

Que callan en la falta de los cuerpos perdidos, que

son apenas signos que pesan y me hunden

en el aire impotente

y el paisaje de plomo.

 

Y el viento incorruptible

se rebela en los sueños

y en sus fotografías de una luz cegadora.

 

 

 

UNA LECTURA POLITICA DE HOLDERLIN

 

 

1.

 

“Il tempo fa passare l’amore...”

 

canta el débil juglar en la ribera de todo tiempo sido y aún lo porvenir, que se oculta en lo ciego de la Estigia.

 

¿Mejor leer, acaso, que pretender un texto de ardua letra, de vanidosa espuma aherrojada?

conjeturó otro Ciego en quien todos pensamos…

 

Y en la segunda década del segundo Milenio, esta carne de

melancolía que me vive…repite los destinos de la poesía…

cuando toda carne y toda la belleza y aún el alma de la luz ya es mercancía…bajo las garras del ángel de Paul Klee…

 

……………………………………………………………………….

 

1.0

 

Como suele, Carlos Mamonde lee con unción a Hölderlin…

como suele este ‘quidam’,

como puede este nadie…

Y lee aquellos himnos del ’Hyperión’ que al negro bosque  vuelven,

a su intemperie  vuelven,

a su promesa de extravío y de espejo vuelven,

en el viento de fuego…

 

Y dice Carlos la pregunta de su miedo (de Hölderlin):

 

“¿Para qué poetas en tiempos de penurias?”,

nos interroga Johan Friedrich

 

 

¡Para cantar la huída de los dioses!...

le grita la oculta fiera, le grita el que susurra

¡para cantar la ira…!

 

 

 

 

2.

 

Que en las horas de errancia, de la eclipse de ausencia, los dioses han     huido…

Apolo, Venus,  Dionisos, abandonaron el mundo;

 

 

Desde entonces el día de lo humano camina a su extinción,

en la noche, en Occidente, en la casa de Occisos...

 

¡Ya el dios no reúne al macho ni a la hembra, al calor de su boca…

 

(…estamos a la sombra de la lengua germana, música de Bach y de tormenta y trueno, donde Hölderlin canta la exaltación del mundo, lo inestable del día, el amor paradójico, el ‘Trauerspielle’ que llora el duelo de todo lo perdido…de la sombra que huye, de tu cuerpo ya frío -y tan amado-…del pezón que no mana, del mundo desfondado…del camino al ‘Occissos’, la Casa de la Muerte del Sol, más allá de las manzanas de oro, desvelo de los Argonautas…)

 

Lejos de Apolo, de Venus, de Dionisos…la fuga de Jasón más allá del deseo…

/semidioses y dioses sin religión/ ni adoración ni templos, sin curas y sin sinecuras… sin sinagoga ni mezquita/ sin papas ni papisas ni teólogos…/

 

Los dioses que han huido convocaban la tribu…

amaban el pecado y el coito más profundo…

 

[y encendían hogueras del sentido, donde

ardieron los justos,

los beatos;

los mercaderes,

los sepulcros blanqueados…]

 

 

 

3.

 

Ya a la orilla del río me tumba un sueño, mortal y pálido,

afilado pitón…

y sueño que  la Historia, se ha apagado y caduca, en su pánico y  melancolía…

y es el tiempo de la indigencia y de la errancia…

 

¡Es tan pobre ya el Mundo, que ya nadie echa en falta los dioses de su primera mañana amanecida!

(Ni siquiera esa falta es fisura y carencia….

para quienes habitamos el vacío del afecto)

 

 

 

4.

 

El día de la penuria sale lento del alba y le falta el suelo y el abismo donde precipitarse…

 

Sólo resta el crepúsculo…

el que no será leve…

el de muy lento abismo, el real y duro…

El de la tiranía…el de la cosa

 

 

Largo es el tiempo…

pero acontece lo verdadero...

 

 

¿Perderemos el aura, el ser amenazado por lo ávido…

la investidura humana de la cosa…

la brizna de lo bueno?

¿Perderemos al Otro….

reducido a semblante?

 

 

¡Ay!… ¿dónde anclar el cuerpo cuando la lluvia cale?

¡Ay!… ¿dónde apoyar la sombra herida?

 

 

¿Dónde ya no ser síntoma ni pálido semblante?

 

 

 

5.

 

Momento de lo final, hiel de lo perecedero y desfondado…

fluencia de la pena y de un pavor pueril que lo avergüenza todo…

 

Transcurso sordo de la consumación…

trivialidad virtual…

y vernos de rodillas ante un relato imbécil…

el balbuceo que repite el desvanecimiento del sujeto y fiesta de la materia, el monólogo de los idiotas del poder y la furia…

 

 

¿Parece que esta época se coronará de angustia?

 

¿Y el ser será un interrogante…ahogándose en lo líquido?

 

 

6.

 

Pero –entonces- escucho, desde el tesón  gramsciano:

“todo lo sólido se desvanecerá en el aire por la presión de la mercancía”…

y su voz me despierta, herido y aterido en la ribera de la muerte

 

¡Hay que soportar al abismo; como se soporta a un síntoma….!

 

 

Apenas un instante hesita…

y el poeta despierta…

y se revuelve contra el fin de la Historia…

contra lo naif que corrompe, contra  leyendas del Apocalipsis...

y orina su caliente ira sobre lo óseo de la metafísica…

y la maldice como al fantasma de Hamlet…

 

 

 

 

 

¿Qué? ¿Se consuma el tiempo del idealismo?…

ese tiempo burgués que está en el tiempo pero consuma y congela al Tiempo…

 

Sólo resta el desprecio.

Y la esperanza de extinción de los insectos infinitesimales.

 

 

7.

 

Pero, siempre,  siempre, ineluctablemente,

en toda crisis, el poeta restaura el habla de la tribu…

si acompaña el Deseo  y…

si escupimos al  vértigo y el abismo de sus dioses de odio….

 

Porque ellos ya  no pueden sostener a sus ídolos.

Ya no pueden ellos sostener plegaria alguna.

Ya no pueden ellos sostener ningún sujeto.

Ya no pueden ellos sostener ningún saber.

Ya no pueden ellos sostener certidumbre de lo depredado.

 

 

 

8.

 

De la consumación sólo se sale por arriba…

izados por la poesía,

sutil  cadena de oro con que soñara Nietzsche…

 

Escala de los poetas para bajar al abismo y renacer en el diamante del alba…

 

Pero en el tiempo de lo humano  vuelve la música de la pregunta de Hölderlin:

“¿para qué poetas en tiempos de penurias?”.

 

¡¡Para seguir el rastro el rastro de los dioses huidos!!

 Responden los poetas; calzado el pie ligero,

 pleno el carcaj de agujas de la luz…

 

¡Para cazar un dios que supiese bailar!

Responden todos.

Para mirar al rastro de los dioses huidos que supiesen bailar…

 

Y mi corazón se iza desde el sucio humedal de la Estigia…

y husmeo el rastro del bailar de un dios que huido fuese…

pero que  aún fornica y canta…

 

Sí… eternamente canta…

como sólo un poeta

loco puede…y  canta y

la canción de su espíritu lo despierta y embriaga

allí,

en su calcinado oído de plenitud mortal…

en su texto de estrellas,

de mares insepultos,

de besos incandescentes…

 

 

Largamente muerto y replegado en sí mismo

mi corazón saluda

la belleza del Mundo.

 

©carlosmamonde

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

ESTE ES EL FIN DE LA VISITA A LOS SANTOS LUGARES…

 

 

 

En el jardín virtual hay hojas indefensas

súbitos brotes de la  distracción.

 

veo sombras, nubes, pájaros

solitarios,

azul...y

formas de la muerte que ya esperan nacer.

 

Aherrojada la paloma del espíritu,... atónita

se demora en su vuelo

y disemina en los planos

del jardín su escándalo y zureo

 

despierta al demonio de la siesta

de mi carne

 

y mis ojos se arrastran

sobre el brillo inmortal de los muebles

y la dulzura

imaginaria del balcón

aterrado por domingos siniestros

 

Todo fluye de la improvisación:

 

acaso somos sólo un murmullo  de seres

dispersos en los húmedo infiernos del jardín...,

dibujados por el error /cortos destellos de un cristal estallado…

 


 


 


 


 


Jaulas


 

 

Alguien hizo los nudos que me cierran la sangre,

sobre la sombra absurda de las cosas y

en el borde de tu cuchillo de tiempo...

alguien puso esta jaula donde come mi imagen

lastimoso animal

soñada fiera...

 

y toda nuestra casa se llena de visitas

que beben y que ríen y burlan cada gesto

de este ser enjaulado

y su  voz no se oye

-su gesto

su misterio...apenas

una traza-

en los espejos del deseo,

donde crece la historia su nervadura real...

 

que todo va perdiéndose entre las sombras de sus agrios cuerpos

 

y acaso yo los miro

también desde lo opuesto

 

como si viera rostros

      de una historia infinita

 

Este es el fin de la visita a los santos lugares:

cuando un desorden de melaza

      ata  la vida y el olvido y la fiera y el horror de los transeúntes.

En la distracción, alguien hurta los víveres

y se enajena el mundo: la leve certidumbre de morir y de ser...

 

 

 

 

Estaba atado a la escritura, aherrojado


 

Se cortó toda huída, estaba atado

por  el  hedor sin tregua de los días

por gravedad de sangre y parentesco

con las cosas más turbias, que son todas,

por la forma y el tiempo, lo insensato...

 

Nunca escribió un mensaje o hizo mapas

que sitiaran sus sitio de derrota

que sumaran las cuentas del vacío,

los nudos de una red que él solo viera...

 

Algunos creen que existió y que vive,

inane entre las cosas, como cosa,

sin nombre ni herida donde irse

 

y es sólo mal y asombro, siendo, estando, deleitando...puro

 

Ahora miente formas de sonetos falsos y de

mal contados versos

contrahechos

 


 


 


 


 


Una escena teatral


 

Estalla ya la hoguera en el invierno, en la casa

del monte solitario, donde quemo rastrojos de los ojos y

y huesos de los árboles malditos; con una erguida flama

de amor imbécil y de vino bueno...

 

La luz atrae al enemigo de las dulces fauces

y todo se lo come, hasta las sábanas,

de la casa abierta y desarmada....

 

y el viento nos sostiene por un instante eterno

comensales sobre el mantel vacío de la tierra...

 

Estallan en los dientes las cebollas y unos ajos tristísimos de niebla

 

¿Es que no viene nadie a dialogar y herirme y besarme y

amarme con su carne...?

¡ esta fastuosa escena que se apaga

necesita fastuosos figurantes...!

 

Esta postrera cena no es un rito ni una sutil metáfora;

afuera de la casa la tormenta

es todo lo que resta

 

ha muerto el día...

 

y la tinta está seca.

 

 

 

 

HAY UN CAMPO DE TIRO EN EL OJO DEL DIA

 

 

El furor es hoguera  en torno a las palabras:

hay un campo de tiro adosado a las cosas.

 

Y ese pobre hombre canta,

 como si fuera un ángel...

aislado en la metralla.

 

¡Que alguien vaya a callarlo; por amor o por odio,

por piedad,... que alguien vaya¡;

 

Y sepa él ya la forma del callar que en el aire

bruñe la triste fronda  con llamas inasibles...

 

Y contemple la sombra del exhausto sentido,

y su herida en el pecho… de pólvora y tañido.

 

 

Y LA LUZ SE CUBRIA

 

En el oro del alba

cantó la voz altísima

que anunciaba tu huída de mi lecho de asfixia:

 

Tu mirada desnuda sin compasión volaba

por la ciudad herida de ausencia y de desdicha.

 

Mi deseo veías como a un pez arponeado

sin temblor en tu alma ni piedad por lo sido.

 

Sólo esa voz desnuda sin manos ni cobijo,

sólo ese duro golpe en el parche del día.

 

Pero el aire era en calma

y la luz ya cedía....

 

 

 

 

 

 

 

Espejo  del que muere por la boca

                                        “¿cómo pensar lo que está fuera de un texto?”.

                                        Jacques Derrida, Theorie d’ensemble

 

 “Quiero aclarar que estas cosas no las hacemos para diferenciarnos del resto del barrio”. Julio Cortázar, Historia de cronopios y de famas.

                                 

                                              

       1.- Obviamente, comprendo que toda palabra es insolencia o autocompasión, pero debemos hablar de ello: existe un atajo secreto –velado por los dioses-, que permite abolir el destino. El nombre de ese rumbo es “fracaso”. Pero no debemos alegrarnos: no es un proyecto fácil. Exige lucidez y valor. Pero cuando se emprende este camino, una obra de arte –el desdén hacia la dicha- nos aguarda en las riberas del Cielo. Después del desierto de la razón, nuestra íntima ablución  extinguirá los celos.

 

2.-Hay una cita en la mitad del día

hay una cita en la fiesta de la noche...

hay un relato ambiguo que te mira

desde el agua cruenta de unas pocas ventanas

 

y una nostalgia de lo nunca sido

y de lo violentamente arrebatado

 

escucha respirar la incertidumbre,

perro abatido por óptimas navajas,

que luce la esperanza en sus pupilas:

 

no hay un texto más triste que mi sangre

ni música perdida que tu gracia...

 

 

  3. ¿Por qué me has instalado en el drama del hombre?. Mi fidelidad al absurdo me niega la poesía del odio;... pero ¿dónde germinará el consuelo del suplicio?. Sin embargo, aunque yo no pueda comprenderlo, hay hombres y mujeres que tienen tan eficaz trato con el Verbo,... tal que ante el menor signo de infelicidad, acaso de vejamen, son aplastados por el relato de la Historia; seres que se doblegan grácilmente, con una capacidad de renuncia que estremece y es derogación y vértigo del ser. Estos agraciados, estos héroes del fracaso y la derrota son, en el fondo, los menos lábiles, los menos autocomplacientes, porque no pactan ni se venden al vocerío de la esperanza. A ellos les debemos adhesión, no a quienes se hacen fuertes ante el adverso tiempo, no a los airados y tozudos y creyentes que se atan al sueño de vivir; porque, aun cuando éstos conquistaran el sentido, aún cuando prevalecieran sobre lo efímero, ¿de qué les valdría su  mendaz orgullo? Tarde o temprano, ellos también se postrarían ante la muerte; o el más ínfimo de sus simulacros...

 

4.- Fracasa el vegetal en su frescura,

tan sosias de la luz y la victoria,

y el amor se corrompe en las estancias

donde la bronca siesta de la muerte

alza su música de lengua sometida

su dulce claustro de sombra ineludible...

 

y el tiempo, más triste que tus tristes ojos,

retuerce los herrajes con ternura

y lanza batallas numerosas

a la tibia confianza de los cuerpos.

 

 

 

  5.-Si pronuncio el nombre circular del eterno, “Yo soy el que soy…” si pronuncio las letanías de la indecibilidad... ¿me salvaré? Si me entrego a su gratuito y perpetuo amor, su eucaristía, ¿olvidaré mis heridas? Si perdono a quienes me vejan, ¿hallaré el consuelo que no conozco?

   La ilusión nos hace fuertes, pero también nos arriesga hacia lo vulnerable por el verde sendero de la ritual beatitud; verde entre la niebla. Tentación y exaltación.

 

6. Noche, noche, noche, cantinela sin rostro,

se repite tu ritmo que enmascara los días...

 

y es una riada de dolor lo oscuro

de las quedas voces y los años, flecos

que los jueves se estancan y extravían

de noches rezagadas, de memoria

y deseos que degüella el alba

obscena de presagios, pies desnudos, mendacidad

dorada de la fuga...

 

 

  7.-Sobre la idea del Cielo; el postulante a las bienaventuranzas debiera  desnudarse del palio mitológico con que ha afrontado las tormentas del miedo. Esto vulneraría la cobarde ilusión y encendería fuegos en la noche; dibujaría tal vez las flechas de la fuga. ¡Qué importa que este desasimiento ocurra hacia el ocaso de la  Historia, cuando  ningún gesto parece necesario!. Este desdén, por rastrera lógica, es veraz y loable. Aunque tardía, la inspiración de la renuncia  debe encontrar puertas abiertas en nuestro corazón; aunque proclamen rebelión y caos. Si hemos hecho la enemiga a la Esperanza y a la mendacidad de las promesas. ¿qué importancia tiene ya este gesto inútil? Hay sabiduría  en el instante de cerrar los ojos. Este es el orgullo de los fuertes. Y su infierno.

 

8.- Sólo la fuga es la heredad del hombre,

sus flores de azar y de delirio...,

 la unción extrema de una canción absurda

en los labios del cómplice y la víctima

 

anzuelos de oro son tus pechos firmes

para librarme de la corriente yerta

donde lo agrio su tormenta fluye...

 

desnuda del poder y el sinsentido

vuelve tus ojos un instante sólo

sobre el texto harapiento, vana lluvia,

donde intento anclar mi nadería...

 

vuelve tus ojos y tu amor que espanta

el yerro de mis pasos, la esperanza...

 

 

 9.-Programa Poético: Ulceración y éxtasis nos comen en la inefable intersección del alma. Si en ese foco expandimos el Arte; éste simulará al Sentido, Todo y Trascendencia. Existir como un texto de la progresión en la Nada. Odiar/amar, como un texto sensual que nos incendie. ¿La muerte?: texto inscrito en los márgenes con el degradado orgullo de la sangre humana.

 

10.- No alcanzaré tus ojos que me otean

y pasan a mi lado por el filo, bosque de angustias,

jardines humillados por las leyes, ciudades

absortas en lo estéril...

 

No miraré tus ojos, que me niegan.

 

¿acaso no he deseado tentación y relámpagos;

deseos suficientes y rebeldes y

yacer en ti misma, en tu sangre de pavor y de ángel,

de modo que el abrazo blasfemara?...

 

ya comprendo que el amor ha caído

en el texto siniestro de los sacerdotes...

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     

 

   11.- Ignorar los discursos prestigiosos del dolor y beber con Dionisos la mentira que rebosa de goce. Beber en el evanescente vaso de la alegría. Belleza del simulacro donde nos traicionamos sin piedad ninguna. Escupir la puerilidad de Fausto. Desvirgarnos en el fragor de la mentira. Aniquilar los ídolos sonrientes; mofarnos de la servidumbre. ¿Tendremos el valor suficiente?. Existimos cuando somos abolidos.

 

12.- ¿qué puede construirse en la ribera del viento?

 apenas un coito, acaso, desbravado en la niebla...

 un abrazo de música donde envidie la bestia

el pequeño destino de nuestros sueños,

llameantes,

en el fiero fragor del bendito destierro...

 

 

 

 13.- ¿Abdicamos de la literatura si, por un instante, nos extraviamos en un paisaje moral?. Metáforas de metáforas, babas de las aporías, nos deslizamos en el vértigo alucinatorio de la gramática y su sueño de sujeto nos consuela devorándonos. El salto hacia el margen sería escribir en la eternidad. ¿Por ello, nada anhelo más que lo que temo: inmortalidad?. Me someto y humillo por ella; gimo por lamer sus fieras fauces. El Tiempo, con su diente, vencerá si me muero. Si pudiera no morir --¡oh, Dios escondido,...!-; morir querría por puro agotamiento del goce y de la perversión del goce en la sanguínea  brasa del hierro incandescente que somete al espíritu. Aquel que muere de cumplida muerte, profetiza; pero la repetición infinita  es el programa de la locura.
 
©carlosmamonde