Carlos Hugo Mamonde
MI CASO NO ES EL DE FRANZ KAFKA
INDICE
6……………….Mi caso no es
31…………….. La biografía imaginaria de WB.
87……….….. … ¿Quién
habla de esa historia?
107…………….. Muñeca
Brava
119………… ….. Poemas para una casa sola
137…………… Una
lectura política de Hölderlin
146………………Fin de la visita a los santos lugares
152………………Espejo del que muere por la boca
COMO SI FUERA PROLOGO…
“Hola, Carlos Hugo. Te escribo con un poco
de retraso estas breves líneas; yo estoy igual y (…) he leído tu nuevo libro -bizarro- “Mi caso no es el de FK”…que me
enviaste, pidiéndome un prólogo ¿No te hice ya uno, hace algunos años para el
libro “La vida como era”? Tampoco hay que abusar de un señor mayor como yo. (Es
broma) Ya sabes que me gusta que me escribas a mi retiro en Colonia, a pocas
leguas de donde vivía Larsen, junto al viento del gran río inmóvil; viento que
espero que me lleve para arriba, el día que me vaya (Esta idea de “arriba” es
pura teología barata,” kitsch”, pero nadie se escapa).
Bueno, yendo al tema: me releo en aquel
prólogo: “(…) los cuentos de Carlos son espejismos, pánicos, seducciones (…)
“barrocos” (…) con lentitud van formando su atmósfera, te contagian despacito”.
¡Igual me pasé un poco criticándote! Ahora me parece que no fui tan positivo
como el recuerdo -de que lo pasé bien leyéndolos- me dice que debí haberlo
sido. Excúsame. Es la vanidad del crítico que quiere que se vea que lleva
navaja afilada. Pero, a mis años, ya todo se ha mellado. Menos mi curiosidad,
mi amor por cualquier hálito de vida y de deseo; mis ansias de amistad y calor
de los vivos (pese a que vivo solitario, por elección, desde que ella - mi
maga- se me murió…y cerramos el circo que teníamos, desde nuestro regreso del
exilio en París).
(…) estos nuevos relatos, de este libro
tan poco ortodoxo tuyo (pero ¿cuál es el canon?) no me parecen cuentos, al
menos en el sentido en que me enseñó mi padre (…) tienen estructura frágil, no
son “redondos” y cerrados (“esféricos” decía él) y me parece que lo que los sostiene, en
cambio, es un inenarrable deseo de
escritura, un goce de narrar, subvertir la forma, dejar que estalle la memoria.
Me parecen “tranches” de vida…brevísimas “nouvelles”
(perdona los galicismos que siempre me traicionan) No están mal…si te
arriesgaste en eso, de verdad.
Ahora, como decía el viejo “(…) hay que dejar
que los textos se defiendan solos, como gato panza arriba”.
Espero
que sigas escribiéndome. No me olviden. Pero igual ya no hay más prólogos. ¡Voy
a terminar siendo “escritor de prólogos”! como decía Jorge Luis. Aunque a él
–en el fondo-creo que le gustaba y lo decía por coquetería y por milonguear
nomás. Te abrazo, desde el frío de este otoño austral. !Addio fiorito…si non ti vedo
piú, felice morte!!”.
Horacio Oliveira
Vecino de Colonia del
Sacramento, en La Banda Oriental.
MI CASO NO ES
Mi
caso no es el de Franz Kafka, despertado por Dios una mañana en el callejón de
la Alquimia, a orillas del Moldava, convertido en un bicho, un gran insecto,
dice él…o lo dice, lo grita, ya lo dice el propio bicho porque quien debía
estar pensando en ese momento en que ya se había comenzado a escupir la historia no era otro
sino el bicho…en ese instante posterior a la noche, aunque aún se moviera a la
sombra de la mole de San Vito en el Castillo –los dedos de la sombra bajando
desleídos hacia las rampas de la vertiginosa iglesia de San Nicolás y los
pasadizos inhumanos, las casas mazmorras del pobrerío de ‘Malá Strana’- tenía
que ser el bicho –no un hombre- quien nos estuviera hablando… y si así
entendemos la voz y sentido de tal
persona -o cosa que balbucea- es porque somos bichos como ello lo es ya,
en ese instante.
Esta
sospecha es lo que más me hiere de ese cuento, que no releo desde hace décadas,
por ese dolor que me lijaba; y porque también hace ya muchos años que han
naufragado mis ilusiones literarias y ya sólo me dedico a una práctica que
parece haber quedado como la única verdad sin sombras de mi identidad: me
dedico a sospechar de los hombres y a matarlos –¿“asesinarlos” podría
decir (sin exagerar) alguien que me
mirara desde fuera de mi alma?- si me dan una perentoria orden del poder que me dice “mátalo”; con
razón o sin ella.
¡Sé cuán ridículo –y esnob- suena sugerirse un
perfil de asesino aficionado a la
literatura…alguien que especula con los reflejos, entre bellos y perversos, de
un alma poética!
Pero yo también he despertado esta
mañana. (Despertar para mi, en cierto modo es una bendición; por mis largos
años del potro del insomnio infernal…aunque este despertar ha sido
detestable…si es que ya no es él último, el deseado).
Desperté remoloneando, con la
vibración de los recuerdos desflecados de la vieja Checoslovaquia –donde viví
tantos años, ocultando mi daga cerquita del pecho: donde tuve que matar a una
joven pareja, ambos hermosos, durante los días de esperanzas de la “Primavera
de Praga”-…desperté un poco con los recuerdos de otro río, absolutamente
diverso del Vltava y al otro lado del Atlántico, un desmesurado río que se
ahoga en su propio lodo e inmensidad lamiendo a
Buenos Aires –donde tuve que dispararle al Rusito Saper, porque él
luchaba contra el gobierno de la Junta Militar; que me pagaba ¿(quién puede
entenderlo, un buen poeta como el Rusito, luchando hasta perder la vida por
cosas de la puta Historia?) y, al fin, con la luz de este otro río cotidiano de
mi vida en Lisboa, donde hoy habito enmascarado y todo me promete ya que
permaneceré y envejeceré hasta mi muerte.
Diversos ríos fluyendo diversos destinos y
rostros superpuestos para ocultarme como sicario, para perfeccionarme como tal,
no en un aura sino en una sombra sin límite. Muchas corrientes heladas para acurrucar mi cabeza y dormir junto a
ellas, gimiendo por el don del olvido…muchas corrientes para reflejarme al
despertar. Ciudades en que he vivido –junto a otras que prefiero no nombrar-
aunque no haya nacido en ninguna de ellas.
Lo
que me produce el pánico que estoy intentando sortear con este sofoco de
palabrerío sin fin de mi soledad…es que hoy me he despertado dándome cuenta de
que he olvidado el nombre de mi jefe superior, el nombre del fiscal oculto que
controla –a veces- mi sección y aún el nombre del propio ministro; mi amigo D..
Hasta se me ha ocurrido que durante la noche
he podido morder los eslabones y hoy la atadura del hierro ya se ha desvanecido
en la niebla, arrojándome al terror de hacerme cargo de mi propia conciencia.
En un entresijo del pánico pensé incluso – o tuve una tentación, que no es
pensar exactamente- de precipitarme hasta la iglesia de San Judas, que duerme a
la vuelta de mi esquina, en busca de un consuelo dudoso pero acaso posible…pero
he olvidado también el nombre de ese sacerdote alto que suelo ver pasar…el de
los alzacuellos roídos por su barba dura y el maloliente aliento, royéndole los
dientes amarillos.
¿Cómo
podría comenzar mi eventual confesión?: mire padre -¿o debo llamarle Padre?
aunque usted no sea él y él esté muerto desde mil novecientos sesenta y seis, cuando
me abandonó a la orfandad y a lo precario e inestable en el bamboleo del
planeta…si entiendo su punto de vista, padre,
el movimiento planetario no tiene un cuerno que ver con toda esta
sordidez de nuestras vidas, de mi vida, de esta mañana translúcida en que todo
se revela y es epifanía inversa de lo milagroso…-si así podría verse- tiene
usted razón; pero ¿por qué? ¿por qué me
llama usted Francisco, padre?…si mi nombre es otro, mi nombre son otros…bien es
verdad que los he olvidado ya…y ahora usted, Eminencia, quiere saber cual fue
primer crimen…creo que fue el asesinato de un pájaro que cantaba hermosamente
–no conozco los nombres de los pájaros, qué pena- cuando yo era aún adolescente, al que ¿confundí? con
un cuervo; si le disparé con una carabina muy ligera del calibre 22 long rifle
que me había regalado Carlos –mi padre se llamaba Carlos, perdone-… y sí, sí
…hasta hace poco he conservado esas amistades de la infancia con quienes salía
a matar. No, no recuerdo el nombre del amigo, de los amigos, que fueron
testigos…aunque dicen que al envejecer crecen como gigantes de emoción los
recuerdos de los amigos de la infancia, no me ocurre a mí ese curioso
fenómeno…por mi mucha culpa. Tiene razón Eminencia…así será... por esa culpa
río que me lleva. Con esos niños, además de aventuras sangrientas como
esa…entonces solíamos retar mucho a Dios…uno de nuestros retos predilectos era,
me parece, encaramarnos en el breve parapeto que abrigaba la torrecita de la
iglesia del pueblo…y poniéndonos cabeza abajo hacer la vertical sobre ese murete de apenas diez centímetros de
ancho –“hacer el pino” lo llamábamos nosotros- sosteniéndonos rectos como una
jabalina sólo sobre la tensión de los deltoides , en el borde mismo del abismo,
que prometía muerte, pero usted me reconocerá que la libertad humana se ciñe
solamente a tocar los límites de la
bondad y del mal y arriesgarnos a la falencia de la Promesa…esta era la
blasfemia de nuestros músculos, como blasfemaban las pequeñas balas
aquellas descabezando los pajarracos del
bosque, su inocencia, y difiriendo la ejecución de nuestros grandes crímenes
hacia un momento todavía futuro en nuestras vidas dejadas de la mano de Dios.
La noche de este otro crimen mío
–personal- que he venido a confesar
(Todo
lo dicho golpeado por el miedo que desconocía …lo dicho por mi y que he pedido
al padre Manuel Bueno –párroco de San Judas- que pase mi relato en limpio él mismo –escribiendo
en tercera persona- , para que se
evidencie un mirar desde afuera…donde yo no pueda justificarme. Y quiero que
así quede registrado; aunque haya varios errores de transcripción por su
parte)…además de lo raro de ver que esta es mi primera ejecución decidida por
mi mismo ¿en mi propio beneficio?...y no por el poder. Por fin, se diría, he
sido libre actuando en mi propio libérrimo acto de asesino; para mi único
beneficio, para la soberanía de mi deseo, sin órdenes superiores que me
justifiquen.
La noche de
este otro crimen mío (¿acaso fue esta noche última? ¿Usted cree, monseñor, que
por eso es que me siento tan culpable? ¿No será por mi maldad en sí miasma?
Pero usted insiste en que la culpa mayor es por mi homosexualidad… ¿pero eso
que importa, padre?, si yo amaba mucho, y verdaderamente, a Joao…no sólo era
lujuria de la carne, como usted insiste...era la ternura de Joao eran sus celos
locos y los míos….
Recuerdo,
apenas, que un coche –si, si… pudo haber
sido mi propio coche…ya se sabe que dormido todo sueño es incongruente y
caprichoso y las cosas se desplazan y superponen…bueno, ese automóvil estacionó
furtivamente cerca de los primeros chalés del barrio Alto (y aquí es dónde
usted debe comenzar a contar o a
transcribir…se lo agradezco Padre…le cedo la palabra…hable)…
“Un coche estacionó sin ruido, no más allá
de donde -tensando algo el oído- se escuchaban los últimos rumores del oleaje.
En la zona de Nazaré-playa, al norte de
Lisboa, por la carretera que sube hacia el norte, hacia Oporto –…ahí junto al barrio Alto de Nazaré, la antigua villa izada a un
promontorio por el funicular, alguien
estaba frenando y desconectando el motor…en esa calle ya alejada de la avenida
de la playa y del ruido noctámbulo de las discotecas.
Era poco
más de las tres de la mañana y estaba refrescando y haciéndose más añil la
sombra, como siempre antes de la madrugada. Un tipo se bajó del auto y casi
furtivamente trotó unos pasos hasta pasar la verja del chalé doce. Golpeó muy
despacito con los nudillos y ya estaba por sacar la llave del bolsillo cuando
alguien le abrió y lo hizo entrar.
--¡Por
Dios…te has dado cuenta de la hora que es…!--, protestó un muchacho joven que
había en la casa, mientras se ceñía una bata azulona, lo único que llevaba
sobre los calzoncillos. La bata tenía, en la espalda, un raro estampado chillón de un dragón rampante, que
al hombre siempre le parecía haberlo visto antes en alguna otra parte.
--¡No
empieces ya fastidiarme, no me jodas ya…por favor!, contestó el visitante,
quitándose la chaqueta que casi
arrojó a la cara del joven.
Joao
colgó la americana de F. en un perchero y murmurando algo por lo bajo se metió
en el salón. El hombre que había llegado en la noche rebuscó entre unas
botellas y empezó a beber algo.
--¿Y a mi no me das nada?…también
tengo sed--, le dijo el muchacho mientras se tiraba en el sofá.
--Me parece que ya bebiste
demasiado en el bar…--, contestó con sorna el otro.
Joao se puso de pie para ir a servirse algo. Tenía
la boca seca y respondió de mala gana.
--No te
metas conmigo…no tengo ganas de cachondeo a estas horas. ..y además que en el
bar no bebí nada. Cuando trabajo, trabajo…y volviendo a la hora que es…
El
hombre mayor se fue a sentar, con una copa y una botella en la mano, en un
sillón, frontal a la ventana por donde al amanecer se adivinaría el Atlántico.
El más
joven acabó a grandes tragos un vaso largo de whisky y empezó a quejarse, con
una voz falseada. Le reprochó al visitante su afición por las mujeres. Esas
“hembras”, dijo, esas “salidas”…No entendía que pudieran gustarle y que se
acostara con ellas, además. Como podía, incluso, haber llegado –en su juventud
a casarse con Bethania, una de esas-¡No comprendo nada, nada…!, gritó. Porque
no entendía que aquel hombre, su amante, pudiera haber hecho semejante cosa sin
decírselo; que hubiera llevado una doble vida sin arrepentimientos, dijo, sin arrepentirte después de tanto tiempo, años, juntos…después
de lo que yo te he dado…
--Muy
joven, eres demasiado joven…--, murmuró el hombre con tono calmo, aunque como
cansado ya de aquel diálogo de sordos.—Cuando tengas mi edad…a veces, bueno,
uno a veces hace las cosas porque
las tiene que hacer…eso es…
--¡ Ajá,
…--,comenzó a gritar , histérico e histrión, Joao. Y susurrando le agregó que
no me vengas con la historieta de siempre…que tus veinte años de diferencia,
que podrías ser mi “padre” y yo qué se…ya me da igual…porque lo cierto, lo
cierto, es que de tu parte me has pedido, exigido, fidelidad. Y fidelidad has
tenido, caradura, hijo de…!
El
hombre se puso de pie y se fue a mirar unos libros apilados sobre una mesa.
Joao saltó hacia él y lo agarró por el cuello de la camisa. Le gritó, descontrolado por los celos…te
estoy hablando yo, yo…dijo, furioso y ahogado por su falta de elocuencia y como
menguando la altura de la voz, rebuscando el recuerdo, acaso, de una intimidad
que habían tenido…y , al final, miró al hombre mayor con unos entornados ojos
como de muchacha sometida.
--…y
además, ese cuento de que ustedes los policías son muy celosos…---.dijo
Joao.—Bueno, ya sé, ya sé… los ex policías…los peones de la violencia…si, ya sé que renunciaste después de lo que pasó
en Abril…y que ahora eres joyero, una joya el señor…una joyita…
--¿Qué
quieres decir con eso…--, se sorprendió el otro, ya muy caliente la sangre.
--Quiero
decir, que yo, que yo…nunca te he puesto los cuernos, viejo de mierda---gritó
el joven remachando las palabras---,…nunca lo hice, nunca…y no por falta de
oportunidad, no…
El
invitado al chalé de Joao dejó los libros en su sitio y caminó en silencio
hacia la puerta. El muchacho corrió detrás de F. y lo agarró con fuerza por la
espalda. Le rogó al hombre que no se
marchara, le pidió perdón como un niño
por haberse abandonado otra vez a la debilidad de los celos y prometió,
prometió mil veces que no volvería a hacerlo…suplicó… quédate un ratito más….
quédate…te tengo una sorpresa., te tengo
una sorpresa, repetía…
Para el
hombre fue algo cursi y algo chocante. Después de salir un momento a la cocina,
Joao regresó con una botella de champán y copas y se movía lentamente y se
desnudó despacio y parecía escuchar una melodía triste que sólo estaba dentro
de su mente.
Treinta
minutos más tarde, el hombre que había llegado en la madrugada se irguió -desde
la tibieza de la carne del joven- y, en silencio, comenzó a vestirse. Joao lo
miraba entre aterrado y perplejo. Parecía que no podía creer que el otro se
marchase, pero al comprobarlo comenzó de nuevo su gangoseo quejicoso, ahora te
vas, ahora, después de haber hecho el amor, te vas…Pero el otro ignoró la súplica primero y los insultos después. Se
ató con parsimonia los zapatos y le dijo:
esto es lo que hay, muchacho; lo tomas o lo dejas…no me pidas más.
Joao,
atolondrado por la pena lo observaba marcharse a través de la bruma de sus
lágrimas. No podía reconocer a su amante en aquel hombre duro. Encorajinado por
el dolor le gritó al ex policía, ex
soldado, ex… ¡voy a decirlo, voy a decirlo, sí…todos sabrán
lo que eres…ya no te tengo miedo…todos sabrán que eres homosexual, gay,
maricón avergonzado…todos sabrán…!
Entonces
el amante de Joao se acercó casi
sonriendo, le acarició la nuca y la espalda con espantosa ternura, parecía
querer tranquilizarlo antes de abandonarlo.
La
caricia duró largos minutos. Entonces el hombre se puso de pie, dio un par de
pasos hasta el bargueño y ciñó con su fuerte mano la estatuilla de mármol de
una ninfa, acaso una Venus vaciada en bronce, dulce muchacha desnuda. Qué absurdo ¿será una ninfa o una
musa?...como musa podría ayudarme a volver a escribir poesía.
Y volvió junto a Joao que gimoteaba
sin tregua como un chiquillo aterrado…le acarició y besó suavemente la cabeza y
los hombros. Después con un solo y
fuerte, sólido, limpio golpe, le incrustó la estatuilla entre los
parietales y la coronilla... Hubo otro golpe, hasta dos golpes, dos relámpagos
callados, dos crujidos brillando en el silencio.
Las
lágrimas cesaron, los gemidos cesaron.
El
visitante nocturno salió a la noche, bajo las estrellas indiferentes. Del coche
arrastró hasta el chalé un par de bidones. En el dormitorio, empapó el cadáver
como si lo asperjara para una fiesta, roció la sangre de Joao caído boca abajo.
El gasóleo chocaba por su fuerte olor ajeno a todo parentesco con el amor que
fuera. Después, en repetidos viajes, llevó hasta el coche estacionado el
televisor, el vídeo, unos jarrones caros. Hecho el trasiego, el hombre encendió
su mechero y lo arrojó sobre el cuerpo que se enfriaba. Carne ya sin reproches,
carne sin enfados ni histeria, boca que no gritaría al mundo ni una sílaba
siquiera de la palabra maricón, la palabra
que lo avergonzaba. La palabra que él usara, en comisaría, para otras
técnicas…para reírse de los débiles, para acojonarlos, para que mearan encima
durante los hábiles interrogatorios.
Apenas
cinco años antes de aquella noche…en Peniche, a pocos kilómetros de Nazaré,
sobre el mismo horizonte de arena en el viento y frías moléculas atlánticas
chirriando en rompientes de espuma, tuvo lugar una boda. Se casaban Ana y
Francisco. Ella era de Faro y tenía poco más de cuarenta años. Era viuda y
madre de un chico casi adolescente todavía.
El novio, de cincuenta años, era de la región de Tras os Montes,
avecindado en Lisboa, viudo también desde hacía poco y padre de un hombre de
veinticinco, ya casado, y de una muchacha de casi veinte.
Se casaron Ana y Francisco. A los
pocos invitados – dos viajantes de joyería, colegas del novio; algunas amigas
de ella—ese casamiento les pareció raro: una pareja desparejada que quería
rehacer la vida tras la pérdida de sus
primeros cónyuges.
Ana
llevaba ya muchos años de soledad, conviviendo con J., su hijo de diecisiete
años. Estaba como acostumbrada a su
rutinaria vida. Su única distracción era jugar al bingo por escaso dinero, ir a un casino de vez en
cuando. Era operaria en una pequeña fábrica textil donde tenía algunas amigas
que la querían mucho, con ese trato íntimo, impertinente y cursi de los
barrios. Francisco, el novio cincuentón, después de un pasado laboral del que
no solía hablar, se había hecho representante de joyería. Al principio él fue
el más reticente ante una nueva boda, pero lo sedujo la tardía y dulce belleza
de la mujer.
Serás muy feliz con Francisco,
estoy seguro…-- tiernamente le comentó Joao al oído de su madre. Ana miró al
muchacho un poco sorprendida. Y de la sorpresa pasó al rubor porque tuvo que
besar al novio por agobiante petición de los invitados que los aplaudían.
Joao se pasó casi toda la velada
pendiente de su padrastro. Le rellenaba la copa, le preguntaba si le gustaba lo
que habían servido. Francisco le respondía sonriente y parecía tan complacido
con el joven que una vez, acaso, pareció
acariciarle la hermosa melena pesada y rubia. El hombre sabía que aquel niñato
–obcecado- le había insistido a Ana que se
casase. Ahora parecía agradecérselo.
A la vuelta de la luna de miel a
las Azores, la pareja se fue a vivir con
Joao y la hija menor de Francisco a la
casa del novio, en el barrio de Graça.
No se asomen por el balcón…--, les
dijo, riéndose, Francisco a los nuevos miembros de la familia. Por ahí se había
caído Bethania, la primera esposa.
La convivencia comenzó más o
menos fluidamente. Francisco viajaba
mucho por el interior de Portugal con sus muestras de joyería. Ana dejó la
fábrica de tejidos de punto y se dedicó a ser ama de casa. Algunos ratos
perdidos volvió, meses después, a su afición al juego.
--¿Cómo te fue ayer en la timba,
Anita…?—le preguntó él como bromeando una mañana de domingo, mientras se
preparaba la comida.
Bien, a veces se gana, a veces se
pierde…---, comentó ella, distraída leyendo con un ojo una revista.
A ver...mujer –dijo Francisco,
extendiendo la mano--, quiero ver la guita…
Y Ana reaccionó intempestivamente,
poniéndose de pie de un salto y
derramando lo que estaba bebiendo. Se le ruborizó cara y gritó con un grito que
parecía excesivo para su pecho estrecho: ¡No sigas, Francisco, no sigas…ya me
has hartado… no tengo otra cosa que esa pequeña distracción y dale y dale,
siempre con lo mismo…que si vuelvo
tarde, que te muestre lo que gané, que si perdí… yo no me meto con lo que haces
en tus viajes por ahí, ni en lo que
gastas ni cuanto ganas…te puedes ir al mismísimo
diablo…!.
Rugiendo
salió Ana de la cocina y se encerró en su cuarto. Atrancó la puerta con un
violento golpe que retembló en la casa. Y allí se quedó quieta, como
ensimismada, la mirada perdida, sentada con las piernas muy juntas en el borde
de la cama de matrimonio.
Francisco,
se sirvió una copa y se asomó al balcón fumándose un rubio. A los pocos minutos
Joao, su hijastro, se acercó para acodarse en la balaustrada junto a él.
--Oí los
gritos desde el baño…
--Ya
sabes. El juego…se gasta todo lo que gano…y no podemos, no podemos continuar
así, hijo, tenemos muchos gastos y ya no puedo más…
--Hablaré
con ella, Francisco…a mi me hará caso, ya verás…
Y habló y dijo cosas que parecían raras en un
muchachito de su edad…tienes que ser buena esposa para Francisco…él te quiere y
no se lo merece…es un buen hombre…vive para sacrificarse por nosotros, no lo comprendes, mamá.
Ana
estaba perpleja por los dichos de su hijo. Reproches y advertencias. Cuando
vivían los dos solos, del sueldo de ella en el taller de ropa, nunca hubo
reproches ni quejas. Francisco tenía una extraña influencia sobre el chico. Una
influencia perversa, pensó la mujer.
Entonces
decidió volver a trabajar con sus compañeras, para ser libre, para disponer de
su dinero, para taparle la boca a Francisco; que se metiera en sus cosas.
Telefoneó a María, la encargada, y la amiga le contestó que encantada que tu plaza siempre ha sido tuya y
cuando quieras…
--Volveré
a primeros de octubre…--, le aseguró a María.
Un mes después, el Día de los
Muertos, amaneció una mañana fresca de noviembre. Francisco se levantó
tempranísimo, antes que nadie en la casa. Estuvo dando vueltas por la cocina,
hizo el desayuno y despertó a su hija. Con ella se marchó en un tranvía a la media hora, observado desde el balcón
por una Ana intrigada. Antes que llegaran a doblar la esquina cercana, Joao
también salió al balcón y les preguntó a los gritos que a dónde iban a esa
hora. Pero no tuvo respuesta. Fue Ana quien le informó. Creo que se van al
cementerio, hijo mío. Y entonces Joao la sorprendió diciéndole que ellos
también debían acompañarlos. ¿Somos o no somos una familia, eh mamá…? dijo. La
mujer se quedó mirándolo como turbada.
Corriendo
como si lo llevara el diablo, Joao se vistió a toda prisa y la madre lo vio
salir saltando detrás de las huellas de su padrastro, gritando su nombre y el
de la muchacha. Con parsimonia, Ana también comenzó a vestirse y salió de la
casa para ir a deambular sin rumbo por las calles evanescentes de Graça y de
Alfama entre una niebla como de
retardado amanecer.
Ana pensaba o trataba de hacerlo. Procuraba ordenar confusos datos de su vida más
reciente. ¿Qué estaba ocurriendo; qué le estaba pasando a ella? No encontró la
senda para encontrarse a ella misma en su circunstancia actual. ¿Por qué estoy
haciendo lo que hago?. Nada estaba claro en
los últimos meses. Sólo el pasado se le antojaba diáfano, acaso puro.
Cuando pudo encontrar el rumbo entre la niebla que se levantaba ante un sol
difuso, Ana cogió un tranvía y fue a
llevarle flores a la tumba del padre de
Joao y a orar y a rogarle que la perdonara por haberse vuelto a casar con aquel
hombre, el extraño Francisco que tanto influenciaba al adolescente. Lloró en
silencio y después dejó abrirse el llanto, que empapó los recuerdos y los
presagios hasta que el alma pareció habérsele desfondado. No había llorado de
aquel modo ni en el día en que sepultaron esos huesos.
Después,
sin que nada cambiara demasiado, llegaron las navidades. La víspera de
Nochebuena, Ana encontró a su marido en el dormitorio acomodando con mimo unos
muestrarios de anillos de oro.
--Esta
mañana te llamó ese amigo tuyo de Oporto--, le contó ella desganadamente.
--Si,
ya lo sé. Más tarde volvió a llamar.
Tendré que ir a verlo.
--¿A verlo
hoy…hoy, la noche de Navidad…?. ¿Es que ni siquiera un día, una hora, puedes
pasarte sin verlo…sin correr al norte cuando te llama…?.
El
hombre terminó de guardar los anillos con mucho cuidado, en silencio, mirándola
a los ojos pero desde la indiferencia, como si estuviera muy, muy lejos y no a
su lado, en aquella habitación que habían compartido. De un cajón de la mesa de
luz sacó un montón de dinero y terminó de vestirse para salir. Ella lo siguió
hasta el comedor y algo le dijo .Sí, le pareció escucharse a sí misma
reprochándole que se marchara en Navidad. Pero ella sabía de algún modo que ya
todo le importaba muy poco. Lo que no llegaba a explicarse era por qué aquel
afán de reprochárselo, como si aún sintiera, como si estuviese viva.
Inesperadamente,
quien terció fue su hijo Joao pidiéndole que comprendiera a Francisco,
justificándole su ausencia, conciliador. Si él tiene que ir a verlo a Oporto,
será por algo importante, compréndelo, mamá, dijo.
Ana
estaba desconcertada, oía sin enterarse muy bien de lo que le pedía Joao. Y
entonces comenzó a gritarle a su hijo, perdido el control, desmadejada,
golpeada por una ola de algo parecido al odio
y al desprecio:
--¿Qué
ha hecho contigo, ese hijo de puta…dime, qué te da, qué te dice…por qué lo
quieres más a que a mí…más que a mí…--, gritaba y gritaba la mujer.
Ante la
indiferencia de Joao, Ana se revolvió contra Francisco, contra la estatua fría
de un Francisco que observaba la escena desde la puerta como si todo aquello no
fuese para nada con él, mientras Ana
seguía gritando con voz loca, airada,
desesperada.
--¡Dímelo
tú Francisco, dímelo, no te calles…qué le has hecho al chico, qué le has
dado!--.
Pero
todo fue inútil, como ya lo sospechaba la zona más secreta de su desesperación.
Francisco siguió con sus extraños viajes, impertérrito, inmune a todos los
ruegos y a todas las quejas. Estaba claro que ella le importaba poco. Y al
final la mujer pareció aceptar lo inaceptable, decidiendo que en cuanto pasaran
las fiestas se marcharía de casa. Lo haría aunque Joao se quedara, como lo
sospechaba, como lo temía. Aterradoramente.
El
último día de diciembre hubo una cierta especie de tregua. Se respiraba en el
hogar una paz súbita y rara. Era como una convención o un juego aceptado por
todos. Hasta Francisco parecía menos
distante y estuvo afable con sus hijos y cariñoso con Joao, como siempre. Los
chicos improvisaron una suerte de fiesta en el salón con un tocadiscos y
cerveza y cava. Los padres, discretamente, se marcharon a su cuarto. Francisco
más que alegre parecía bastante bebido. Con prisas comenzó a desnudar a Ana,
que se dejaba hacer como en un vértigo. La tumbó sobre la cama. Con sus brazos
poderosos la giró como una muñeca hasta ponerla boca abajo. Como un golpeteo
frenético, se repetían los besos del hombre sobre la nuca frágil. Se montó sobre ella.
--No,
no, por favor…--musitó ella débilmente--, estoy harta de que lo hagas
por…--apenas se la oía, tenía la boca apretada por la almohada--,…no,
Francisco, no…siempre, siempre por atrás no…¿es que no tengo cara?…a mi marido
le gustaba mirarme cuando…nos gustaba mirarnos cuando lo hacíamos…por favor…
Después
de aquella escena no hubo más contactos. Pasado el año nuevo, volvieron las
riñas. Y los viajes ignotos, las
ausencias de Francisco se multiplicaron. Ana le reprochaba que no fuese un
marido normal, como todos. Francisco le
echaba en cara, cuando se dignaba responderle, su afición al casino.
Una
tarde helada de fines de enero, de cielos como una blanca sábana
deslucida, Francisco bajó a la oscuridad
del garaje, mientras todos
parecían dormitar la siesta, medio atolondrados por el frío húmedo del Tajo.
Todos, excepto Ana que aquel día hacía
doble turno en el trabajo. Debajo del
asiento del coche lo esperaba la bolsa que había preparado. Mientras subía la escalera palpó las formas y el peso del
martillo, de la maza que había comprado. Para ayudar a mi hijo mayor a tirar un tabique en su vieja casa de la Baixa,
había pensado. Todos dormían. En la cocina, preparó un termo con té y limón muy
caliente. Lo único que de verdad me templa es el té, decía siempre. Y bebía
litros. Metió la botella en el bolso, con la maza. Salió de la casa sin hacer
ruido, caminando de puntillas;… como los ladrones, pensó. Y pensó en el pesado
martillo, no podía evitarlo.
Hacia el
atardecer llegó al taller, en una callecita de los suburbios. Era un salón
amplio y helador medio desvencijado, lleno de conos de hilos multicolores y un
ruidito incesante de bielas y cuchillas. Ana se puso pálida al verlo entrar, tal
su sorpresa.
--¿Qué
haces aquí?--, le gritó, sorprendida por su grito un poco extemporáneo. No
habrás venido a preocuparte por mí… a traerme un tecito, ¿no? Si alguien te ve
se engañaría pensando que me cuidas;…si supieran,… si supieran que te preocupas
más por mi hijo jovencito que por mí, ¿porque te preocupas más por él, no es
cierto, Francisco?
El
hombre la miró con mal disimulado odio, mientras sentía las mil palpitaciones
en que se le disparaba el corazón. Últimamente, cada vez que pensaba en ella y
en lo que se veía obligado a hacer, el maldito corazón se desbocaba. Y ahora
Ana no se callaba, no se callaba…qué dolor insoportable en las sienes… su voz
era como un avispero reventado; zumbando, zumbando insultos, zumbando
acusaciones, zumbando quejas…Todo el camino desde la casa hasta el taller se
preguntaba qué estoy haciendo, qué estoy haciendo…y ahora el avispero reventado
parecía la única respuesta, la respuesta deseada y tan temida.
--Y esta
amable visita a tu mujercita ahora lo arregla todo, no es verdad…habrás traído
el coche también, para llevarme a casa como a una señora…pues has de saber que
todavía tengo mucho trabajo…mal nacido…así que puedes irte por donde has
venido...puedes irte mejor a Oporto…a
ver al desgraciado ese que visitas…porque no te creerás a estas alturas que soy
imbécil…que no sé que eres un mariconazo, un zaraza de mierda...que te he
escuchado hablando por teléfono con él…y lo peor, y lo peor, lo que no soporto,
es saberlo a Joao cerca tuyo, monstruo… degenerado…
Y mientras
el muy lacerado corazón de Ana seguía abriéndose en su pena y su asco, como una
herida en su demorada purulencia, el hombre comenzó a acercarse lentamente
hacia ella, pisó su sombra…silenciosos sus músculos a espaldas de su esposa que
seguía gritándole, que había comenzado a sollozar, hipando,…silencioso el
hombre de espaldas a ella que seguía cortando hilos rojos con precisos golpes
de una gran tijera.
Pero
hubo un silencio largo que pareció obligarla a volver la cara hacia el hombre
que aguardaba. Entonces vio el fuerte brazo alzado. Y se encogió
instintivamente como un caracolillo en su casita. Sintió el crujido en un punto
variable sobre la frente. ¿Qué está pasando, qué me está pasando?; ¡no es
cierto…no es cierto lo que está ocurriendo!. Francisco parecía sonreír… pero
todo esto no es cierto, no es verdadero, es un mal sueño. Y las manos se tocaron la humedad
tibia que bajaba hacia sus ojos.
Se le
antojaba que estaba corriendo, o trastabillando hacia la puerta, hacia un vano
que se alejaba, se alejaba…y el hombre intentaba detenerla o levantarla o
golpearla y le apretaba el cuello con dedos agarrotados y le desgarraba en el
tirón un lóbulo, el lóbulo del pendiente de oro que le regaló Francisco cuando
la conoció, y ahora este hombre que me hace daño, que me hace mucho daño, Dios
mío…
Francisco
izó la mano armada dos veces más y golpeó en la masa roja, en el pelo… que
fuera de casi blanco oro y decaía como un revuelto sol rojo hacia la noche.
Pasado
un largo instante, Francisco se revolvió hacia el cuerpo yerto. Y vio unos
recipientes del taller con tinturas inflamables y roció el jersey rosa, los
muslos todavía tersos, la mueca de los labios, los ojos del inmenso asombro. Y
arrojó una cerilla, a tientas, no queriendo mirar lo que veía ahora que el
furor se remansaba.
La
policía rescató a F. con graves quemaduras, después que la caída de una viga
del taller lo encerró (¿voluntaria, involuntariamente? con Ana muerta.
Por esos
días, como entre sueños, Francisco recordaría que el comisario Chávez fue a
visitarlo al hospital. Que se sentó y
preguntó si podía fumar, como si le importara la respuesta, y sacó de un
portafolio dos recortes adheridos a las hojas de un dossier mecanografiado;
eran recortes de prensa, de “Noticias”, de Lisboa. Uno, fechado a fines del
verano del hacía un lustro hablaba de un cadáver encontrado en un chalé del
barrio alto en la colina de Nazaré. Aunque se lo halló medio calcinado, pudo
identificarse a Joao Melo, de 22, oriundo de Setúbal. Tenía el cráneo hundido.
Faltaban objetos de valor del domicilio.
--¿Querías
que creyéramos en los ladrones, Francisco? --.
--¿Estás
allí, comisario…eres tú que has venido a verme? Has venido a salvarme…
El otro
recorte tenía pocos días. Chávez lo leería, quizás; seguramente.
Narraba un incendio en una pequeña fábrica textil
cerca de los suburbios de Lisboa, hacia la salida al aeropuerto. El fuego había
costado la vida a Ana Henríquez, de 47, nacida en Faro. Pero lo más destacado
de la nota era que la mujer no había muerto por el fuego, sino por heridas en
el cráneo…
--Pero
eso ya lo sabemos los dos, ¿verdad,
Francisco? Y lo grave, para tú, es que esta vez hubo testigos. Sí, sí…su
compañera de trabajo, María, te vio cuando iba andando hacia la fábrica desde la parada del
autobús, cuando iba a reemplazar a Ana en el siguiente turno…
Chávez
se habría quedado en silencio, mirando el parque por la ventana. Se habría
puesto de pie como para irse, habría girado el picaporte para abrir…por el vano
de la puerta entreabierta se vería el perfil del policía de guardia en el
pasillo. Entonces, suspirando el comisario, el amigo, se abría sentado de
nuevo…
-- Y
ahora lo de siempre, ya me dirás…no entiendo por qué carajo lo hiciste,
Francisco.¿Por qué la jodiste, imbécil? Después de tantos años de este lado,
hermano,…aguantando y golpeando, codo a codo…contra los rojos, cuando Salazar,
te acuerdas…fue duro…después contra los ladrones, contra los asesinos,
contra…pero siempre de este lado, Francisco. ¿Por qué lo hiciste? Bueno, lo de
tu mujer, si me apuras, puede llegar a entenderse…pero ensuciarse las manos con
el afeminado ese de Nazaré…ensuciarse las manos…cuando tú y yo sabemos cuánto
despreciamos siempre a esos putos de
mierda…que les den bien por el culo ¡
Y en sus pesadillas de
convaleciente, aterrado Francisco se preguntaría ¿estás
allí, amigo Chávez, estás allí? Despiértame… ¡Oh!... Dios mío,
despiértame…”
(Nota: Hasta aquí transcribo fragmentos de un
cuaderno escrito en su celda por Francisco F.,”confesando mi crimen y homofobia”
(SIC).
Firma: Reverendo Manuel
Bueno, presbítero de San Judas, en la Diócesis de Lisboa)
Addenda:
“Informe sobre los trastornos del sueño del Sr.
F. F.”
El hombre llegó a Budapest en un vuelo de
la KLM a mediodía de un jueves 20 de mayo.
Venía desde América del Sur en busca del sueño.
Su viaje incesante se
había iniciado hacía ya más de quince años; desde que sufriera las primeras
dentelladas de una pesadilla insomne que fue como tormenta seca de granizo -sin
agua y sin clímax y sin descanso cierto-
salvo la evasiva y aterradora ilusión de que podría hallarlo – a ese
reposo amado- detrás del póstumo, fantasmal, cruce de los laberintos del
suicidio. Ilusión heroica... tan anhelada y huidiza...acto pueril, aferrado a
las manos de las comadronas del miedo.
Por razones obvias, el principio –la
raíz- de su infierno estuvo en Buenos Aires...y cruzó el Atlántico junto a él
–como su siamés, su alter ego, su sombra maldita- cuando huyó, buscando un
infinitesimal instante de reposo, hacia clínicas de Madrid y Barcelona. Y
también en La Salpetriére, en París, durante un invierno y una primavera
ya olvidados. Como ya era previsible, los médicos lo recibieron al principio
con incredulidad, con interés más tarde y con cansancio y agobio al final de
los reiterados fracasos de los tratamientos. Alguno habló de cirugía; otros de
hipnosis y de yoga y dietas y radicales cambios en las rutinas de su vida ¿pero
cómo podía él dejar de ser quien era, quien había sido y ...específicamente,
dejar de hacer lo que su profesión le requería desde los años de su juventud?
¿cómo es posible abdicar de la identidad... acaso?.
En España pasó nuevamente por fases
conocidas y por algunas nuevas variables, muy evidentes aunque imperceptibles;
algunas inefables aún para los propios médicos, salvo para él que conocía tan
bien su mal...que era tan buen conocedor
del monstruo... como era impotente para
romper esa casa de cristal y sombras donde vivía su espíritu desde la primera
noche en que lo arrebató el infierno.
¿Recordaba aún con nitidez la suma de los
actos de aquellas primeras semanas de estupefacción, incredulidad, pavor?
Resultaba difícil asegurarlo: la niebla agria de la desmemoria había comenzado
a roer -ya hacía mucho- las cuerdas sutiles que estabilizan la realidad.
Había ya olvidado casi completamente -por ejemplo-
la temeraria propuesta de un homeópata riojano afincado en Buenos Aires,
en el Paseo Colón, cerca de la Casa Rosada, de someterlo a una arcaica droga
quechua, milenariamente olvidada y reconstruida con esfuerzo sobrehumano -a
partir de fórmulas evanescentes que se hundían en el polvo y en las sombras de
signos tortuosos en devastados vasos cerámicos- por parte del famoso arqueólogo
Antonio E. Fuentes. El doctor Fuentes había recorrido la casi totalidad de Los Andes, a alturas próximas a
los 6.000 metros ,
viviendo la fragilidad de sus pulmones dependientes de botellas de oxígeno y de
sus ojos quemados por la nieve y la brújula...para recuperar junto a momias
perdidas algunas hierbas extraviadas por la Farmacopea Euro Americana para
siempre. Y consiguió un elixir que, al final, sus discípulos me ofrecieron en
aquella casona del Paseo Colón como si hubiese sido libación de los dioses.
Pero sólo consiguieron mi vómito.
¡Estuve
vomitando durante cinco días y los espasmos de mi estómago estragado me
produjeron llagas en tejidos que brillaban –incandescentes- en la penumbra de
las radiografías. Pero no arranqué a la
mala voluntad de mi destino ni un segundo de obnubilación y sueño!
En la primavera de 1992, una tarde en que
–por aburrimiento- intentaba, con más desidia que interés, imaginar los
paraísos del deseo...esa rueda donde los durmientes entran y salen día tras día, noche tras noche... como
entran y salen –en una rutina estúpida por su carencia de lucidez- de la carne
de sus amantes fortuitos... intentaba imaginarme –digo-
aquellos paraísos, mientras recordaba al unísono la emocionante tersura
de los hombros de B. (aquella única muchacha que amé en el pasado, con grave
peligro para mi alma)...
...Y aquella tarde de primavera meridional...
¡caí de pronto yerto al suelo de mi departamento...golpeado por un sueño
postergado que se parecía mucho al coma y que llevó a los facultativos a darme
casi por oficialmente muerto; si no hubiese yo súbitamente (¿pero dónde
estaba mi yo en aquel éxtasis?) empezado a roncar con un mal ruido de dragón
exhausto que dicen que provocaba inhumanas, inauditas, vibraciones ...acaso
mortales para las personas, como la misma voz del ángel Metatrón durante la cita nocturna de Moisés en la cumbre del Sinaí!.
Durante aquella primera y misteriosa pausa de
mi insomnio pude dormir –como lo
certifican los estudios que siempre llevo conmigo a todas las ciudades- durante
cincuenta y siete días y noches
continuos. Pero esto sólo ha vuelto a ocurrirme dos veces más en mi
vida.
Pero
yo sólo dormía aparentemente...parecía dormir a los ojos de los otros,
porque en el interior de la casa de mi alma todo era furia y desasosiego y
multiplicidad de eventos que ocurrían en escenarios que nadie hubiera podido
imaginar en todo el transcurso de los
siglos. Y yo era uno y varios –simultáneamente- en innumerables aventuras
disímiles ¿paralelas?. Me veía dormir y soñaba que dormía y me soñaba atento en
las vigilias del alba en mil amaneceres de violentos colores y viento
matinal y extranjero que me
besaba la cara...y retornaba a soñar que imaginaba dormir al fin...y que
finalmente podía soñar, como es uso en la tribu de los hombres.
¿Me veía dormir y soñaba que dormía y en
vigilia me soñaba en un unísono de lugares y tiempos que violaba toda costumbre
del espacio y el tiempo...?. Este es el esquema del laberinto.
Es
una obviedad absoluta –me disculpo-
decir que tras los largos años de mi
cruel enfermedad yo ya ni siquiera desesperaba ya, más allá de los
desiertos de toda desesperación; cuando una tarde ventosa de abril, cruzando la
madrileña Plaza Mayor, me llamó la atención el ansia con que un mendigo hurgaba
–refunfuñando- en una papelera ¿buscaba algo para leer...porque en las
papeleras nadie suele arrojar comida? Misterio.
Al
marcharse el desconocido con su enigmático
tesoro de periódicos viejos, dejó derramada tras sí una estela de
trocitos de papel multicolores bailando en el viento. Recogí uno que se me
pegaba a la pernera del pantalón. Era un cuarto de página de un tabloide
irlandés fechado hacía una semana. ¿Restos de la incuria de un turista
negligente o de un bárbaro hooligan borracho, saliendo en la madrugada
de un cercano y falsificado pub
inglés que hacía esquina con el Arco de Cuchilleros?.
Yo
no soy supersticioso ni creo en el destino. En realidad si alguien me
preguntara seriamente sobre el sentido estricto de lo que designan estas
palabras “superstición” “destino”; tendría un gran problema para
responder. Mi profesión –aunque radicalmente relacionada con el acecho de la
verdad- no es la de filósofo ni la de lingüista, precisamente. Y perdón por la
ironía. Pero acaso algo de lo que vulgarmente llaman “destino” fluía en
el viento que me trajo aquel recorte, hecho como a dentelladas en un diario
viejo.
Me llamó la atención un
modesto titulillo a dos columnas...que prometía tanto que no parecía serio.
“Médico húngaro cura el insomnio de un campesino que llevaba sin dormir desde el fin de la II Guerra
Mundial”. Y más abajo añadía que el paciente, Ferencz Erzskel; aún ya curado y diríase que insólitamente
feliz, seguiría encarcelado perpetuamente en una cárcel de los Montes de
Pilips, purgando dos asesinatos que había cometido acuciado por un desasosiego
voraz que le provocaba mutaciones
monstruosas e invisibles. Yo también conocía esos riesgos, esas tentaciones del
odio infinito...de modo que cuando terminé de leer, continué atónito varios
minutos en medio del viento y la soledad como si hubiese visto una milagrosa
epifanía del cielo, abriéndose sobre la fachada multicolor de la Casa de la
Panadería...
Hablé
enseguida por videoconferencia con los jefes de mi agencia, en América, y no
tuve que rogar demasiado –porque algunos ya conocían mi enfermedad secreta-
para conseguir una licencia sine die de mi servicio y poder marcharme
a Hungría cuanto antes.
Tras
un breve cambio de avión en el aeropuerto de Schiphol, el Airbus 380 de la KLM
llevó al hombre hasta Budapest, donde arribó pasado ya el mediodía del jueves
20 de mayo de 2010. Volaba ese día desde Madrid, pero en realidad venía desde
los límites australes del mundo en busca del sueño. Su viaje se había iniciado
ya hacía más de quince años en Buenos Aires; donde había residido, prestando
sus servicios imprescindibles, desde comienzo de los ’70. Viajaba sin tregua,
como es fama que lo hizo, hacía más de XV siglos, Marco Flaminio Rufo, buscando
beber en un río secreto, cuyas agua no
otorgaran ya la inmortalidad -como en el anhelo del desesperado tribuno romano-
sino la más modesta y gozosa mortalidad del sueño.
Había
estado, por su profesión, ya varias veces en la bella capital húngara. Pero era
su primera visita privada y parecía que tenía los ojos más abiertos para ver
más allá de objetivos predeterminados, más allá de ideologías estrictas e
inhumanas...para ver la luz conmovedora de la ciudad y el río y de sus
habitantes hospitalarios, hermosos.
Curiosamente, ¡se
despertó!...sintió que se despertaba
mientras la nave comenzaba a bajar preparándose para el aterrizaje.
Quizá se había quedado dormido sólo durante 30 o 40 segundos, a lo sumo, y pese
al rugido de los reactores que frenaban, invertidos. Pero hacía años que no
recibía esa bendición. Y la desconexión fugaz de sus nervios le había colmado
el corazón de bienaventuranzas. Ahora estaba casi seguro –pensó sonriendo- de
que en Budapest acaso podría hallar finalmente el agua absolutoria que le
devolviera la gracia del sueño, por así decirlo (se avergonzó un poco por estas
licencias poéticas algo cursis, lo sabía, que se tomaba cada cierto tiempo. No
respondían –por cierto- ni a su carácter ni a las fuertes exigencias de
autodisciplina de su profesión).
Y
el brevísimo sueño había sido, obviamente, distinto a sus sueños despiertos,
tan contaminados de lógica (“...todo lo pensable y racional es real y todo
lo real es pensable y racional”, como soñara –sofística, ingenuamente- Hegel) pero este breve sueño había sido de
aquellos de los territorios de la premonición... más bien. Era curioso como en
el escenario virtual de los sueños –diurnos o nocturnos o meramente fantasmales
e imaginarios- se abría un campo abonado para las intuiciones, los
presentimientos, los deseos y el remordimiento.¡Si yo pudiese vivir sin
remordimientos y sin esperanzas, en un puro presente inocente! (Pero este
era un programa para ángeles y no para hombres –ya lo sabía- y especialmente no para hombres tan frágiles
como él...).
El
taxista encendió su GPS chino y lo llevó
en volandas al centro del viejo Barrio
Cinco de Pest atravesando el Oktogon y la avenida Andrassy Üt hasta dejarlo
casi a los pies del puente Szécheny –aún con el recuerdo de los impactos de
metralla nazi en su elegante esqueleto-. El hombre se apeó en la puerta de la
consulta del doctor Zsolt Marai. Por
dentro, el viejo palacio había sido reformado y renovado y parecía un enclave
de la ciencia más vanguardista; aunque conservaba la dulce melancolía que
–recordó- corona siempre toda la ciudad, desde la época imperial de Sissí,
desde la época de los soviets, y aún hoy: en plena “primavera capitalista” y post-wojtyliana.
Las
horas de esa primera tarde pasaron rápidamente entre entrevistas de anamnesis
y exposición a flashes y luces estroboscópicas
y colgado en una especie de arnés
que, ora lo dejaba cabeza abajo, ora lo hacía girar como un trompo a cien
vueltas por minuto en un habitáculo a presión hiperbática, como si lo
estuvieran preparando para salir al espacio exterior y no para curarle la
maldición de su insomnio. El doctor Marai
y sus ayudantes hablaban con precisión y lentitud un inglés burilado, domado en
los años perdidos del exilio en América; de modo que parecían entenderse sin
dubitaciones con el extranjero recién llegado ...aunque él no comprendía a qué
conducía tanto aparato y trampantojo.
Cerca
de las veintiuna ya, el paciente escuchó reiterados rumores de cansancio y
proyectos de marcharse a casa entre los doctores. El se atrevió entonces a
comentar que si podía irse ya, tenía reservada -como siempre- una habitación en
el viejo Gresham, de la Roosevelt Ter, donde lo esperaban...pero todos movieron
negativamente sus cabezas y se mostraron sorprendidos y le informaron que, a
partir de ese momento, pasaría a residir en observación en la “Klynica Zentral Z. Marai”; donde lo cuidarían como a un
príncipe... aunque le darían poco de comer –algún caldo y té, a lo sumo- porque
desde ese momento debía considerarse sometido a dieta y a las órdenes y
cuidados de la doctora Lázsló.
Ante
semejante preparativo pensó, con extraña vergüenza, que lo meterían en una
ruidosa ambulancia para llevarlo a la ignota clínica, apenas presentida. Pero
fue una berlina oscura con un chofer caballeresco y tranquilizador quien lo
transportó, entre las primeras luces de la noche, hacia las inmediaciones del
gran estadio budapestian, el legendario “Stadionok” de la calle
Stephanios Üt, entre la tranquilidad de las sombras azules de los grandes tilos
de un previsible barrio residencial.
Frente a los óvalos rojos de las pistas de
entrenamiento –que acaso se verían desde su habitación de la tercera planta-,
se levantaba la Clínica.
Este era – ¡por fin había llegado!- el
previsible punto final de su travesía del círculo del infierno; se atrevió a
soñar...como sueñan con desenfreno los niños.
Y
aquella misma noche la doctora Gabriella Lázsló comenzó su terapia.
Después
de desembarazarlo del poco equipaje que traía, una enfermera le indicó por
señas que se pusiera el pijama y unas zapatillas de felpa. Le permitieron
conservar los calcetines. Sintió el raro desasosiego que precede al pudor. Aunque
comprendía que este sentimiento estaba allí fuera de lugar. Y así, someramente
vestido, cenó temprano en su cuarto un caldo de verduras, acaso demasiado especiado. Pero la paprika es
omnipresente en la dieta de los magyares. A las diez y media, otra enfermera
vino a buscarlo. Cruzaron, en silencio, larguísimos corredores en sombras.
Subieron un par de plantas por una escalera con los peldaños desgastados pero
brillantes por la cera de abejas. El hombre sintió un estremecimiento de frío
o, tal vez, de miedo.
Gabriella
Lázsló tendría unos 35 años de edad. Era espigada y pálida como casi todas las
mujeres en aquella tierra. Sus rasgos regulares no carecían de dulzura. El
color de su pelo era el del bronce viejo.
El
paciente la saludó en inglés...pero ella respondió al saludo con una frase en
italiano. Enseguida se excusó diciendo, más o menos, que aunque pareciera
extraño en esta época, ella no hablaba
inglés. Sólo hablo italiano y alemán...y húngaro, naturalmente; dijo con
cortesía. Estudié en Heidelberg. Y, desde 1995, paso siempre mis vacaciones de
verano en el Lido de Camaiore, una playita cerca de los montes de mármol
de Carrara. El hombre no supo qué
responder. Se excusó a su vez por su ignorancia del alemán y dijo a la mujer
que chapurreaba un poco el italiano y podría entenderla...porque lo había oído
de niño en casa de su abuela inmigrante, huída de Palermo en algún momento de
la Gran Guerra. El no pudo entender muy bien por qué aquella información sobre
los idiomas cruzados, los códigos inadecuados,
le produjo cierta angustia y pesimismo. Aquello, seguramente, no tendría nada que ver con su tratamiento.
Después
de leer con interminable detenimiento el informe del doctor Marai –leía y
levantaba la vista y lo miraba durante largos segundos con sus interrogadores
ojos grises- la médica llamó a otra enfermera y –entre ambas- procedieron a
quitarle la chaqueta del pijama y su camiseta. Le cubrieron el pecho y la
espalda con un líquido que parecía vaselina semilíquida pero que secaba
rápidamente. Así, le implantaron incontables electrodos que se quedaban
instantáneamente pegados en aquel menjunje. Después le dieron unas pinceladas
de lo mismo en el cuello y la nuca, en la frente, en los pómulos, en las
muñecas, en los tobillos. Y otros muchos electrodos se le adhirieron al cuerpo
como sanguijuelas. También le ciñeron al pecho unas bandas de goma que tenían
algunas placas metálicas fijadas a intervalos regulares. Estos sensores
electrónicos incrementaron su miedo. Le evocaban angustiosos recuerdos acerca de objetos similares, vibrando
eléctricos, que él no supo distinguir si
él mismo manipulaba en una escena
que había vivido... o soñado.
Después, le implantaron otros terminales de un electrocardiógrafo permanente. Y
en el antebrazo izquierdo le ciñeron otra banda elástica. “Esté tranquilo...es
un holter” creyó él entender -sin
entender- que le explicaba ella. Y una aguja hipodérmica le entró por
una arteria para medir los niveles de oxígeno en su sangre. Y una sonda uretral
lo ayudaría en su inmovilidad.
Intentando
distraerse miró hacia la calle por una ventana cercana. Estaban encendidas las
farolas y, al otro lado de la calle, estaban iluminadas más intensamente las
pistas de entrenamiento del Stadionok de la calle Stephanios. Un gran óvalo rojo -con andariveles
nítidamente marcados en blanco- brillaba en la noche. Por ese camino infinito
corrían rápidamente sombras de hombres y mujeres que entrenaban carreras y saltos. Le extrañó que hicieran
aquello a una hora tan avanzada de la noche. Acaso era costumbre de los
deportistas del país. Pensó que preguntar sobre este tema relajaría un poco la
tensión silenciosa que había en la
habitación donde lo preparaban. Pero no supo organizar una frase en italiano
que pareciera suficientemente buena para interrogar a la extraña sobre todo
aquello. Además, la doctora ya no lo miraba sino que charlaba animadamente en
su enigmático y rápido idioma -ininteligible para él- con la enfermera. Como si
ellas supieran lo que él pensaba, un momento después bajaron las persianas que
cerraban las ventanas herméticamente. Y los cristales eran dobles y los
aislaban de todo sonido exterior. La última imagen lejana que creyó ver –antes
del encierro- era la de alguien que hurgaba en las papeleras de la acera que
rodeaba al estadio, tal como lo hacía el
mendigo de la Plaza Mayor de Madrid. La enfermera expresó una frase más
corta y con una leve reverencia se marchó. Quedaron solos bajo una blanca luz
cenital.
Mientras
le sonreía con dulzura, como para
aplacarlo, la mujer le explicó con frases entrecortadas y mímicas que le
inyectaría un somnífero. El hombre intentó, sin éxito apreciable, hacerle
entender que no existía en el mundo un somnífero que hubiese logrado dormirlo.
Pero ella nada pareció comprender, detrás del misterio de su sonrisa.
Asiéndole
la mano lo hizo poner de pie. Le hizo señas de que no se enredara con tantos
cables ni los pisara. Lo dirigió hasta la cama cercana, que ya lo esperaba,
abierta. Lo hizo recostar muy lentamente. Para que no doblara el cuello, le aguantó
el peso de la nuca y la cabeza con sus manos tibias. Hacía tantos años que él
no sentía el contacto de otra piel, que la suavidad de la carne de la doctora
Lázsló lo estremeció como una electrocución. Rogó al dios en quien no creía que
ella no se hubiese dado cuenta. Le hubiese dado una insoportable vergüenza. Se
sentía vulnerable y frágil en manos de la extraña.
Había
logrado entender que –tras inyectarle el inútil somnífero- ella pasaría a una
pequeña habitación contigua desde donde velaría, controlando los aparatos que
harían la ‘polisomnografía’. A través de un espejo, opaco hacia la habitación
del hombre, la doctora László ya estaría mirándolo.
Siento
que me mira...y aunque me mira como a un enfermo, como a una cosa ¿tal vez como
a un monstruo?...ella será la primera persona que vele mi sueño en toda mi
vida...la primera mujer que me observe cuando entre en el sueño -¿entraré yo en
esa absolución?-...Dios mío, deseo tanto que el somnífero me duerma, para
descansar, para que ella me vea dormir, puerilizado como si fuera inocente por
única vez en toda mi historia. Siento que he blasfemado. Mi madre me decía
–curioso este recuerdo olvidado- “No tomes el santo nombre en vano”. Y
se que si ahora estoy orando estoy orando a la indiferencia de las estrellas, a
la indiferencia del mar que bate sin tregua, a la indiferencia de mi muerta
piedad por los otros.
¡Y ahora pido piedad... sabiendo que no la
merezco! Pero acaso pueda ser posible...mientras duermo...mientras agonizo,
mientras sus manos pulsan los artificios que interrogan el secreto de mi
condena, mientras...
Pero,
cuando sonó la alarma del electrocardiógrafo ya el hombre no pudo sentirla,
porque estaba cayendo en el abismo del sueño y aún más allá. La médica húngara
llamó por teléfono, gritó órdenes en mitad de la noche, se precipitó hacia la
habitación donde el hombre estaba perdiendo la conciencia. Un error quedaba
descartado. La dosis había sido mínima y todo estaba probado y protocolizado
por el doctor Marai.
Ágil
como era, la joven Gabriella Lázsló saltó sobre la cama del paciente
desconocido, lo montó a horcajadas para aumentar la fuerza de sus brazos con el
peso de su cuerpo y comenzó a darle un masaje cardíaco desesperado, mientras
sentía la sal de sus lágrimas bajándole por el rostro. El desconocido no
respondía al estímulo rítmico de sus manos...pero parecía -sin embargo-relajarse más y más y
distenderse sus facciones como cuando los durmientes, en todas las noches del
mundo, se abandonan dulcemente a la bondad del sueño, cierran su libro en la
página exacta, que marcan con una señal inequívoca, y apagan la luz de la
mesilla y cierran los párpados sobre pupilas dilatándose y que ya avizoran
simulacros del anhelado paraíso…del ineluctable fuego.
©carlosmamonde
El Libro de WB
...fragmentos
de ficción en los márgenes de una
biografía imaginaria de Walter Benjamín (Berlín , 1892- Port Bou, 1940)
(doce)
Walter es mi nombre –Walter Benedix Benjamin Schönflies...”Benedix” es mi nombre secreto...impuesto por mis padres
acaso por premonición del Holocausto- y hoy tengo doce años. He elegido esta
edad al azar para comenzar a narrar aquello que mi memoria guarde. Memoria de una identidad persguida por la
vida; memoria de un movimiento constante en busca de refugio: pasajes de uno a
otro sitio y a otro sitio...sin que el caminante columbre ni aún los bordes más
distantes del hiato..
Doce
años es una edad que aún está en la infancia...aunque simula distancias a la
infancia. (Pareciera que me place redundar: ya en otro texto autobiográfico mío
-seguramente olvidado- “Berliner Chronik,
1900” ;
elijo como foco otro momento de la infancia, antes de los ocho años). Nací, pues,
en Berlín -¡antes de las grandes guerras!- ... hacia el anochecer de un 15 de julio; en el dulce verano de 1892.
Berlín es una ciudad muy hermosa
y amo pasear por ella. A un niño, los itinerarios solitarios, como juegos
temerarios porque siempre he tenido un
pésimo sentido de
la orientación, aproximan secretamente a la ciudad.
(¡...inusual soledad, que conseguiría sólo cuando lograba huir de la
institutriz, la gouvernante
francesa... y trazaba mis secretos mapas, porque siempre le he dado vueltas a
la idea de organizar el sentido de mi vida como si fuera una topografía con
límites y rumbos..Banal utopía: pretender ir sólo un pequeño paso más allá de
la bella claustrofobia del Mitte!).
Pero,
pese a mis perpetuos lazos con Berlín,
-profundos lazos, porque perderse en una ciudad como quien se pierde en
un bosque exige un adiestramiento muy
especial- durante toda mi vida estaré obsesionado por la cumbre de la belleza: París. ¡Lo diré una
enésima vez más: París es el
“Zentralpark”...el jardín central del Universo!.
Tal
vez en el futuro de este texto solipsista que hoy imagino, se abra la
posibilidad –eventual- de dejarme
seducir por otras ciudades tan maravillosas como estas ( Paris
vécu... Berlín bien-aimé)...y en
otro hiato distinto a este año de 1904. Pero en este día que vivo, este es el
centro de mi ser. El centro desde donde hablo ¿para quiénes? Acaso para nadie.
Tal vez sólo para mi único amigo ciertamente fiel: Gershom Scholem... y
seguramente también para el muy querido poeta Fritz Heinle...que no me fue
fiel, porque murió a sus diecinueve años. Recuerdo cada día su suicidio, aquel
8 de agosto...el calor enfermizo y su muerte: ¡acompañado a la muerte por su
mujer bienamada!. Inicio de las pérdidas. (...con GS y con Ernest
Bloch...compartí algunos fugaces, escasos, nirvanas del haschis...! ¿Es que también
fuimos ignotos discípulos del Viejo de la
Montaña?) Escribo, seguramente, para el silencio de las
estrellas sin compasión.
Pero
mi deseo esta mañana es sólo el intenso deseo
del relato. Aunque hable para nadie. La existencia es
hablar para nadie, estrictamente. Pero
en las letras se abre un simulacro intenso del vivir. Los textos viven más
hondo que quienes los escriben. ¿Los textos viven más hondo que quienes los
escriben?. (Confío acaso demasiado en mi supuesta virtud para la escritura.(”…escritura en los dominios del misterio
(...) pero contaminada de subordinadas paratácticas (...) suena como si su
pensamiento recogiera las promesas de los cuentos y de los libros infantiles,
en vez de rechazarlas con la despectiva madurez del adulto”....como,
fraternalmente, me criticará un día
Theodor A). Aunque Adorno y todos deben comprender que si lo hice fue por una
devoción inhumana hacia Hölderlin (¡me
maravilla cómo el maestro Hölderlin quiebra, deshuesa , desordena el
lenguaje...sin que importe ya, al parecer, la comunicación...ni el sentido...ni
el sujeto!. Esto habrá de aceptarlo un
día cabal el mismo Theodor A.
Aunque en descargo de A., también debería
describir cómo él me comprenderá al atisbar mi heroica incapacidad para renunciar a la promesa de felicidad que todo hombre
atisba en sus años de infancia [aunque me parece recordar... que también
pensabas que yo veía el mundo desde la perspectiva de los muertos...] ¡Querido
amigo Adorno...cuánto te echare de menos –a ti y a tu amada Gretel Karplus- por
toda la eternidad!).
Bien.
¿Bien...?. El tema de mi novela es mi
vida. Porque creo vivir Historia...pero el residuo es Novela. Nada conozco peor
que este tema: mi persona, mi máscara...mi ser como el fracasado más profundo
del Mundo. Debo disculparme. Y cuando sea mayor creeré que la felicidad
está/estuvo fugacísima/ en la ribera de
la escritura. Escritura de lo desconocido. Lectura perpetua de lo
desconocido. Lectura ¿irreal? de la hermosura
de sentirse vivo... como una dulce naranja que purga zumo sobre un cielo de
violento cobalto y añiles y vacíos. ¡Así es la vida...que tanto amo...con la
potencia angélica de mis doce años!. (¿Por cuánto tiempo, con cuánta romántica
pasión...podré sostener esta verdad?). Además de la incertidumbre perpetua de
los meandros imprevisibles hacia donde el texto me desliza: porque al desplegarse los recuerdos se abre
–inesperada, incontrolablemente- lo esencial de cada imagen, sabor , tacto ...y
la memoria va de lo pequeño a lo más pequeño, de la pequeñez a lo microscópico...
y lo más grandioso espera siempre en aquello por descubrir en este microcosmos.¡
De ahí ese juego mortal en que Proust queda atrapado y en el que encuentra
sucesores; pero muy difícilmente
compañeros...!.
Meandros,
laberintos de la amadísima vida... a la que yo mismo le quebraré el cuello con
morfina –para defenderme de la vida/ defenderme de la muerte-- en un cubil de dolor intenso, en una mísera
pensión -la “Pensión Francia”- que ya está esperándome en Port Bou a una exacta
hora de la noche del 26 de septiembre de 1940. (¡Relato sin sorpresas este
relato que relata un niño de enormes ojos, negros, semitas...mirando a lo
infinitesimal como exponente de lo Absoluto!). ¿Matarme en un cuartucho
abismal izado sobre un pueblo tristísimo
en los Pirineos, en una hora de soledad
absoluta bajo el ataque del relámpago
nazi, del relámpago franquista? Hacerlo... sí, necesariamente, para poder morir
enteramente muerto...porque sólo sobre una carne muerta el Poder enmudece y deserta. ¿Dónde se oculta
entonces la potestad de Dios?.
Así
doy comienzo al “érase una vez” de
Walter Benjamín, en este atardecer de un
viernes de 1904. Pronto temblará
en el cielo la primera estrella del crepúsculo...allá sobre el violeta muerto
de los castaños húmedos del Oeste de Berlín, ciudad camino de las sombras, y será ya el “sabath” y marcharé con mi padre, desde la cotidianeidad de nuestra
casa en la calle Blumeshof, a la sagrada luz de la sinagoga para procurar aplacar a
Jehová...¿porque, solos, quién puede asumir coherentemente la irrealidad de
toda esperanza?
Me
ilusiona la idea de ir hoy al templo...especialmente porque podré viajar en el
coche nuevo de mi padre. Máquina antinatural que me arrulla con su zumbido: es
un coche inmenso y de los colores del negro y de la plata. Sólo para mi es su
secreto ronronear...porque sólo yo se que está vivo, aunque su des-ensamblaje pudiera matarlo, así como el soñar matará mis textos. Y despertar a la vigilia de la
Historia matará todo mi cuerpo. Lo veo en su cara. Porque el Daimler tiene una cara con dos acuosos ojos amarillos. Un
día le mencioné estas semejanzas a papá...pero él, naturalmente, se burló de
mi. Eres demasiado imaginativo y eso no me gusta nada, hijo...¡no, no me
gusta!, repetía... , mordiendo, muy nervioso, su pipa.
¡Este
es mi padre, Herr Emile Benjamin
Mayer!...pero casi siempre gusto de estar algún tiempo con él; ir a la
sinagoga, reencontrarnos con los Cohn, los Lepke, los Gershom, los Fränkel
...con tantos otros seres perdidos para siempre... Y me gusta especialmente ir
en su coche, en medio de las sombras del viernes que muere. Ha comprado el
Daimler este último invierno...porque ha ganado suficiente dinero vendiendo
unos cuadros aterrados (aterradores) de
Herr E. Munch. No entiendo por qué nadie reprocha a Herr Munch tanto dolor en
su arte. Mi padre, al contrario, lo lisonjea...lo invita con te o cerveza
caliente, en la trastienda de nuestra Kuntzgalerie, adjunta a la Casa de Subastas de Arte y Antigüedades Lepke&Benjamín,
en la Kochstraase. Algún día le
preguntaré a papá, o acaso al propio Herr Munch, por qué no vende él mismo sus
cuadros y gana tanto dinero como Herr
Benjamin y así el también se libra de la
pobreza de sus trajes, de los tranvías
helados del invierno con el viento del norte hincando sus dientes de nieve. Le
diré que se compre un coche como el de mi padre. ¡Esto es sólo un sueño, lo se,
pero me gustaría tanto otro destino para el viejo pintor!. Es maravilloso –ya lo he dicho- el Daimler de
papá, que él mismo suele conducir. Conduce en absoluto silencio siempre: quiero
decir que tenemos rigurosamente prohibido hablar con él para no distraerlo,
dice. Y, en silencio, viajamos por la
patria berlinesa, rumbo –casi siempre- a la Estación Central, en el noreste del
viejo Mitte, desde donde un tren nimbado de vapor como de magia nos llevaba los fines de semana
a Suderode o a Hahnenklee o a Bad Salzschlirt.
Pero esta tarde todo será distinto porque al Daimler lo guiará nuestro
chófer, Herr Rauch...porque él no es judío y puede hacer lo que desee o
necesite –conducir, trabajar...- aunque sea sabath y lo proclamen ya
todas las estrellas del cielo.
Este
límite infranqueable de la primera estrella del viernes, me parece a veces sólo
un cuento de hadas de mi bove Edwig, y otras veces me estremece. A mis doce años yo creo, sí, que las palabras
recitadas y cantadas de la Torah llegan a Dios, sus veintidós letras esotéricas
son suyas desde siempre (...alef, beit,
gimel, dalet, hei, vav, zayin, chet, tet, yud, kaf, lamed, mem, nun, samech,
ayin, pei, tzadik, kuf, reish, shin,
tav...) son tal vez Él mismo. ...siempre son Él, a cualquier hora y en
cualquier día en que las pronunciemos, o tan sólo las pensemos. De mayor,
seguramente lo comprenderé mejor. Pero las Letras son las claves del Mundo
(...recuerdo que, sobre la magia de los libros, escribiré un día de mi adultez
futura: (...) y en el colegio ,- o en el Jugendbewegung, o en el Gymnasium Kaiser Friedrich ; o en las clases de la querida
fraulein Helen Pufahl- finalmente, cada uno recibía su deseado libro de la
biblioteca. Durante una semana uno se entregaba, por entero, al torbellino del
texto que lo envolvía suave y
silencioso, denso e incesante como copos de nieve. Uno se internaba con
infinita confianza. ¡El silencio del libro llamaba y llamaba!. El contenido no era importante. Porque la
lectura coincidía con la época en que aún uno mismo inventaba historias en la
cama. Y el niño (Scholem, o Fritz, o Walter...) trata de seguir el rumbo
impreciso de esas historias. Se tapa los oídos mientras lee; y el libro está
sobre una mesa, demasiado alta y una mano descansa siempre sobre la página.
Todavía lee las aventuras del héroe en el torbellino de las letras como si
distinguiera los contornos de una figura y percibiera el contenido de un
mensaje entre los remolinos de una
tormenta de nieve. Su aliento se confunde con la atmósfera de los
acontecimientos...y todos los personajes lo respiran. El niño se mezcla mucho más íntimamente con los personajes que
el adulto. El acontecer y las palabras lo afectan muy hondo...y, cuando se
yergue, todo él se ha impregnado de lo
que ha leído).
Este
asunto del límite temporal de la primera estrella del sabath –como todas las fronteras- es un asunto de vida y muerte.
Pero
ya la veo cómo se iza, diamante inasible,
sobre el jardín y debo bajar y calzarme los chanclos; porque aunque es
ya es vecina la primavera, ha llovido sobre Alemania y a mi padre
no le gusta el chapoteo ni las huellas de pies mojados y dirá: hijo mío,
puedes acatarrarte y en sabath eso no está bien...
Me
gusta ver los adoquines fugaces desde la altura de las ventanillas. Y ver el
frío desde el artificio del abrigo. Frío de los otros, no perfectamente
abrigados por su capote de pieles, como mi padre. O como Dora, mi hermanita
pequeña, con su gorro de martas cibelinas, color de la plata. O como el hermoso
abrigo celeste de Georg, mi hermano mayor. ¿Este dolor será otro misterio para
cuando sea mayor?. Y la literatura; también la escritura, por supuesto.
Porque
estoy escribiendo poemas –muy, muy malos...dice
en sus cartas mi amada prima de Hannover, Brigit.
(mi vejez llega ya a los doce
años y cuatro meses de edad ¡ya estoy un poco más cerca de la muerte...!)
...Brigitte
sólo tiene dos años y medio más que yo, pero desde el trono sublime de su
femenina juventud ya cree ¡ saberlo todo
sobre “El Todo” ¡ Pero en fin, pese a sus malvadas –amadas- críticas, ya estoy
escribiendo...desde hace unos meses, cuando –adolescente- comencé mis estudios
en el Gymnasium Kaiser Friedrich, en Charlotteriburg.
Escribo sobre la importancia del abrigo, claro: ¡abrígate bien, muchacho!, me grita siempre mi padre cuando por las
mañanas se marcha a la Kuntzgalerie L&B o a la agencia de su corredor de
Bolsa. Y yo me quedo en casa, tras los cristales empañados escuchando el silbo sottovoce de mis bronquios en las disonancias del asma.
¡La
poesía! ...aus dem Geheimnes...en los dominios del misterio, la poesía -su cura y su absolución; y acaso su condena-
me acompañará siempre. Y aún más allá de siempre...porque
en este acto e instante quien esté leyendo leerá una memoria imaginaria cuya
osatura es el atrevimiento del poema en
lo futurible de los lindes...en una lengua
sin orden ni sujeto, como buscaba Hölderlin. ¿Y cómo irrumpe en lo real
esta memoria ficticia y subjetiva... por qué me ha vencido el yo? Me presiento aplastado por el yo...cuando siempre pensaré (y creo que
así lo escribiré un día) que mi creencia de que escribo –jamás vanitas vanitatum- un idioma alemán
mejor que la media de los escritores de mi época...es porque lo debo a la
obediencia, año tras año, de una única y brevísima regla que reza: no utilizar
en lo posible la palabra “yo”; excepto en la correspondencia personal. La otra consigna es escribir
con una seriedad animal, como también coincide conmigo mi Theodor Adorno. ¿Por
qué entonces hoy me vence el ego...como
mañana me vencerá la Muerte; a manos del estúpido odio franquista que me arroje
en manos de los nazis?
Toda
mi vida solo querré ser un poeta; pero habré de conformarme con la rama seca
del pensamiento. Toda mi vida anhelaré escribir epigramas al nietszchiano
modo...aunque distante de sus obsesiones. Epigramas como si fuesen
residuos...nunca poemas asertivos como los suyos...aunque evidentemente floten
demasiados celajes de su voz en mi alma
y en el aire eléctrico de nuestro tiempo histórico.
Y,
pecaminosamente, amanezco este sábado encerrado en mi asma y soñando hoy –como
siempre- con Brigitte y sus grises ojos que parecen de aria...aunque se
ahuyentan rasgados y como velados en su penumbra asquenazí...sus ojos
inolvidables...
...
y ensayo en mi mente epigramas... y tiemblo, culpable, al pensar que alguien algún
día pueda leer esta Memoria mía que jamás he escrito y siempre he balbuceado,
como se ensayan –balbuceando- los nombres de ciudades utópicas... meras sombras
en la topografía fantasmal de un país ignoto.
Y si alguien cometiera ese innoble acto
(¿deseado acto?) de penetrar en mis recuerdos, ideas, sueños...mi alma;
seguramente, gritaría: ¡falso,
falso...un muchacho de doce años no puede pensar lo no pensable!. Pero ocurre que ya ahora estoy
recordando/narrando desde mis veinticuatro años (¿el Tiempo...quién pregunta
por el sendero de ese Misterio?) tras el regreso de mi primer viaje a
París...la ciudad de mis sueños y de mi cuerpo y de mi mente...el sitio del
infierno de mi hermano Baudelaire...mon
semblable, mon frère...
¿24...?
...con
mi juventud se ha iniciado mi vida al
unísono con el tiempo que
entreabre la puerta oscura del siglo XX. Este nuevo siglo y yo apenas
nos conocemos y poco sabemos el uno del otro. Pero hablemos aún del XIX... el
momento en que, me parece, París es el gran retrato de la humanidad; es el
síntoma. Porque una civilización es siempre un complejo de síntomas; como
escribe Valéry. ¡Maravilla del hierro...que metaforiza nuestros sueños...y las
pesadillas que sobrevendrán!. Chaque epoque rève la suivante...
En
1897, un indochino afrancesado, Nguyen-Trong-Hiep, escribió que “(...) en esta ciudad de sueño; es dulce
observar el crepúsculo. Se sale a pasear. Las aguas son azules y las plantas
son rosas y las grandes damas salen a su promenade...seguidas de pequeñas
damas...”. Pobre Hiep: diríase que tu proustiano, romántico, París...se
desvanece hacia sombras de muerte... si alguna vez existió realmente más allá
del deseo y la mirada del deseante. París es bella sólo de un modo paradójico
porque es una puesta en escena del mercantilismo, de la imaginación ramplona de
pequeños burgueses que han hecho de la urbe un inmenso magasins de nouveautés...pero de esa avaricia ha emergido una
quimera abigarrada, tan fascinante y cruel y contradictoria como nuestro
corazón humano. Pero soy feliz
escribiendo mis impresiones sobre este
París decimonónico: lleno de paisajes de Eiffel, construidos por el Imperio para mayor gloria
de los tenderos. Siento una risa sardónica en mi alma, cuando cavilo en que la
ciudad de mis sueños ¡es más la ciudad de Emile, mi padre, que la ciudad de mis sueños!. Pareciera que
la comprensión de lo vivo sólo se realiza en una zona de radicalidad absoluta.
Y
en París, como en ninguna otra ciudad de la Tierra, la arquitectura toma el
papel del inconsciente. Arquitectura “snob” de los santuarios de peregrinación
a los fetiches de las mercancías. Paris de la moda... La moda es la forma que el fetiche de la mercancía elige, en cada
momento, para ser adorado.
Mi
primer contacto con París ha sido, como suele decirse, revelador: me ha
revelado la Naturaleza y la Creación...y, en su reflejo, me ha revelado el eco
de mi pequeño mundo berlinés. Esto sólo habría podido hacerlo París...allí
donde Balzac habló por vez primera de las ruinas de la burguesía; aunque sólo -y más tarde, más tarde...más
allá de mi muerte- sólo el surrealismo
podrá liberar la mirada aprisionada
entre aquellas ruinas.
París, donde el desarrollo del
mercantilismo ha destruido los ideales y
sueños del pasado; todavía antes que se desmoronasen los monumentos que exaltaron la mirada
burguesa...¡monumentos que ya comenzamos a ver como ruinas antes que se hayan
desplomado!.
Creo
que toda mi vida dialogaré con los misterios de
ese inmenso artefacto del hombre de mi tiempo que es la capital
francesa...hay cosas en su organismo que me fascina leer...como me fascina la
lectura de las letras de la Torah. Y las historias rabínicas de los Hagaddah. Decididamente pareciera que mi
destino es/será mediocre: leer...el
destino de la vertiginosa cobardía de leer...jamás seré un hombre de acción. Ni
lograré crear. El fracaso es mi inefable destino.
--“¡Pensar,
imaginar...eres un inútil Walter!”-- me dice, me humilla, mi padre (seguramente
desesperado) cuando piensa que dejará –obligado- su dinero en mis
manos...cuando la muerte lo desprenda del poder y la vida. Pero...mis poemas;
si, también mis poemas son mediocres (¿o acaso sólo lo fueron en aquella –
lejana- época de las lecciones en
Charlotteriburg?). “A tus versos les falta pasión...”, dice la prima Brigitte
en sus misivas desde Hannover.
--¿Qué
sabrá esa mujercita de pasión?--.
(¿Casi catorce años ya?. ¡Siento
el paso de las horas...!).
Escena en el invernadero
Allí
me escondía para leer a solas. Para volver a mirar -a solas- mis colecciones;
volver a gozar de mis colecciones de juguetes, de muñecos, de sellos.
Colecciones de mi infancia; que son premonición de mis afanosas colecciones de
fragmentos del mundo...
Colecciono
cada piedra que encuentro, cada flor arrancada, cada mariposa cazada...todo lo
que poseo es mera “colección”. Cada niño, apenas entra en la
vida es ya cazador … caza los espíritus,
cuya huella husmea en cada cosa y entre espíritus y cosas transcurre el tiempo
en su campo de conciencia; el tiempo en que ese campo permanece libre de seres
humanos. Le sucede como en los sueños; nada es permanente; todo le ocurre –así lo cree él- ...todo acaece,
todo le pesa. Sus años de nómade son años en la selva de los ensueños. Desde
allí arrastra las presas al hogar...para limpiarlas, consolidarlas, quitarles
el hechizo. Sus cajas de colecciones se convierten en zoológico y museo
policial y cripta. (...pero todo en desorden...) porque “ordenar” equivaldría a
destruir lo que aparenta: castañas que son estrellas, trozos de latón que son
un tesoro de plata, cubos de madera que son ataúdes, espinosos cactus que son
tótems...moneditas de cobre que son escudos. Hace mucho que el niño se mueve
seguro en la sala social de los mayores; o en la biblioteca del padre o entre
enervantes secretos del cuarto de la
madre...pero en su propio ámbito sigue siendo el huésped inseguro y errante...
…
otra colección muy amada es aquella de los viajes imaginarios, a través de los
sellos de correos, espiando el universo físico con un prismático dado la vuelta, a veces
contemplo la lejana Liberia, que extiende playa y palmeras detrás de su
brevísima faja de océano...así la retratan sus sellos. Otros días navego con
Vasco da Gama, alrededor de un triángulo que tiene dos lados iguales como la
esperanza; lados de cambiantes colores según el estado de la mar y del clima en
el Cabo de Buena Esperanza. Y cuando veo el cisne negro de los sellos de
Australia; extraña ave que sólo habita en antípodas y se desliza en aguas de un
estanque o de tranquilo mar. Los sellos son como tarjetas de visita que remotas
naciones dejan en la puerta de las habitaciones infantiles. Y transformado en
Gulliver, acaso, aquel niño viaja a través de países y de pueblos: toda la
historia de Liliput, toda su ciencia y su arte, sus matemáticas y los signos de
sus nombres que se asimilan en el sueño,. Y el niño que fui, participó en
Liliput en banquetes y mítines y en la púrpura que acompañaba la botadura de
sus barquitos y los aniversarios de sus absurdos monarcas arbitrarios y crueles...
.y todo sigue viviendo en la eternidad de mis colecciones.
El invernadero... embriagado por aromas
intensos, cálidos, exóticos. En el invernadero húmedo...pugnando por
respirar...como si fuese a ceñirse ya en mi tórax el lazo del asma. Pero a veces consigo que todo mi ser se
concentre, abnegándose, en las texturas
de este olor apasionante. Aún no conozco otro olor de lo biológico que me
excite más --...y este pequeño reino de la flora tiene una naturaleza sensual
que no encuentro en el aroma de los tilos de las avenidas berlinesas ni en el
parque frondoso que rodea la casa de verano de
mis padres en Postdam.
Estaba
–recuerdo o imagino- en el invernadero una tarde fría de mil novecientos cinco
cuando Pauline, mi madre, irrumpió en esa atmósfera: mamá que, siendo menor que
mi padre, una muchacha aún, yo veía –sin embargo- como vieja y vencida por la
quemadura de la vida;...irrumpió ella, elegante siempre y siempre melancólica,
como las finas vueltas de perlas sobre su modesto pecho –que presiento dulcemente cálido-.
Entró seguida por la aureola de su pelo
oscuro, sujeto por una horquilla de plata y tímidos brillantes...entró Pauline
en el artificioso laberinto de las plantas y su voz tierna gritó ¡Walter,
Walter...! a este animalito semiescondido tras las sombras de un Palo del
Brasil.
-...no
sé cómo puedes soportar este calor, hijito. ¡Ven, ven ahora aquí que traigo una
noticia para darte: tu prima hermana Brigitte vendrá desde Hannover para pasar
sus vacaciones escolares de invierno con nosotros!. Walter...mi niño...ven aquí y abrázame fuerte
y dime que te alegras...
¿Alegrarme?...sentí
un oscuro terror y un vértigo que pugnaban en mi pecho y en mis sienes. ¿Eso
puede llamarse alegría?. Pero corrí a los brazos de mamá, junto a quien tan
pocas oportunidades tenía de acercarme; siempre refugiada en sus habitaciones
de la segunda planta, pintando naturalezas muertas, paisajes imaginarios de
violentos colores.
Sus
manos, como siempre parecían de fiebre. Aunque yo sabía que no estaba enferma.
Es que, presumo, ella había nacido en un tiempo y una vida que acaso no le
correspondía y toda su existencia era agonía silenciosa. Muchos años después
sabré ya -por mis estudios y la vida- que este desangelado destino es la sangre de comunión de casi todos los
seres. Pero aquel quemarse de mi madre fue para mi la cumbre del abrigo. ¿Cómo
podrían mis torpísimos textos reflejar la temperatura de esa llama, vertebrando
la carne de Pauline... vacilante en la noche del universo?.
(Tarde, en la noche de ese mismo
día...)
...a veces pienso que Brigitte Schönflies
es aún una niña caprichosa; aunque por cierto es algo mayor que yo. Anhelo que
sea gravemente cierta y no suene falsa su risa felicísima. ¡ Porque cuánto temo
que no sea profundamente bondadosa!. Tampoco es malvada. ¿Cómo podría decirlo?.
Es que siento su dureza conmigo, sus sarcasmos. Y tampoco es una niña ya –como
yo aún suelo- ...es una hembra pequeña de la especie. Hembra pulida, como un cristal,
por la cultura...pero ya tan poderosa cómo sólo pueden serlo aquellas que han vivido mucho. (¿Acaso es la relativa
pobreza de su padre...acaso la traiciona la envidia?). Y ya no parece necesario
que confiese cuánto, involuntariamente, la amo... Estoy enamorado, fascinado
como un demente...y a ella dedico mis poemas. ¡Los mismo textos que reciben su
menosprecio y su burla!.
Estas
navidades, B. vendrá a visitarnos. Para ella existen las navidades porque su
madre no es judía, aunque casara con mi tío Schönflies. Y, por cierto...por
ella, de algún modo, también hay navidades para nosotros...aunque sólo como un
pálido contagio de la emoción de los gentiles. Porque nuestros calendarios y
nuestras pascuas tienen otro ritmo sagrado (En mi infancia fue cuando me sentí
–como judío- más diferente, más extraño...en mi vida adulta poco me importará
esta diferencia y esta incompatibilidad de ritos talmúdicos y cristianos...
¡aunque –obsesivamente- cada día será
más enfatizada por la mayoría de mis compatriotas alemanes!. Y llegará la hora
en que será banal el Mal...).
Rauch
fue a la Estación Central a buscar a Brigitte. Y ella entró en nuestro jardín
una tarde de diciembre, pisando entre el
temblor de los carámbanos en los
abetos. Como una sombra de mi madre –su tía carnal- ella es grácil; es
mimbre. Su pelo negro –su intensidad
varía con la luz- se parte en dos bandas sobre el rostro, como dos alas. Lleva,
es su orgullo, un único pendiente de oro con una gran perla, como una gota de
lluvia increíble. Es un regalo de mi madre.
Nuestros
tíos no son tan ricos como mi padre. En realidad mi tío, Herr Schönflies, hermano mayor de mamá, es sólo el encargado
de una oficina de representación de la firma
Lepke & Benjamín, en Hannover. Estas diferencias sembraron desconcierto en mi niñez. Un desconcierto
perenne del alma, aunque mi mente adulta podrá analizarlo,...un malestar moral
que me acompañará toda la vida. Incluso, dentro de decenas de años
--¡dioses...si pudiera detener la deriva de la Historia...o tan sólo purgarla
de sus lodos más tóxicos!--, cuando en 1933 sobreviva escribiendo, ya exiliado
en París, para la “Zeitschrift für
Sozialforschung” (¡un crítico futuro la anatematizará con sarcasmo por “su
marxismo peculiar y
heterodoxo”!)...nadie me creerá nunca si yo dijese que comencé a entreabrir mi
percepción sobre estas grietas en la sociedad de los seres a
partir de las contradicciones, desasosiegos, que ya entonces estallaban entre mi
espíritu y el de Brigitte; entre mi cuerpo y el suyo, entre mi casa y la suya...entre
mi deseo y la zona inaccesible de la culpa por todo lo malhadado entre los
existentes. Aunque, en este momento parisino, yo haya logrado ya ser
infinitamente más pobre que ella (“…al
huir de Alemania con nada más que una pequeña maleta, con dos camisas y un
cepillo de dientes”; como escribirá Hanna Arendt).
“Passagenwerk”
(o momentos intercambiables de una vida
parisina)
Si
en brevísimos instantes de tregua, logré olvidar la luz de B. para buscar la
mía...se lo debo ciertamente a esta especie de fugaz vita nuova junto al Sena; transeúnte perpetuo y laberíntico, penoso flaneur
o vago –que todo se predicará de mi-, en la utopía rectilínea del Barón
Haussman, perdido en penumbras ficticias de las calles en galería de Fourier.
¡Vida amadísima, por cierto , aunque fuese de honor sin fama, de grandeza sin
fulgor, de dignidad sin recompensa: la
plenitud de la vida de W.B. ¡
Y
todo lo que resta es lenguaje porque no
sólo de él me sirvo para procurar reconstruir el corpus del Pasado...sino que en
la (¿ilusoria, ónticamente ausente?) materialidad misma del lenguaje es
donde se despliega y vive lo que
cazan sus redes de sentido. Como es en el humus corrompido de la Tierra donde
se hunden los Imperios muertos...es en el humus del lenguaje donde lo sido de la mente es o fenece. ¡Ninguna otra topografía abriga al alba
misma o al crepúsculo!.
Y
en París, aunque no durara mucho, pude
pensar sin límites ni angustia. Terminé algún texto y comencé otros. Traduje
con tristeza y pasión a Baudelaire y,
junto con Franz Hessel, a Proust. Y viví
solitario, flaneur –es verdad-...pero
libremente solitario; porque no quise ver las caras de otros alemanes que entonces pululaban por
París: Ernest Jünger, Von Karajan, Carl Schmitt....
Traducciones,
traducciones: trabajos todos de la mente teórica porque mi biografía –aparte de
aquellos apuntes del mil novecientos- no fueron más allá de notas en un
cuaderno desgarrado en las zarpas de la
tormenta. Porque creo que lo autobiográfico tiene que ver con el transcurso
temporal, con el fluir constante de la vida...y sólo he dibujado espacios,
instantes de algo que no fluye.
Acaso
como simples actos vitales, de aquel
tiempo sólo puedo referir que en
París volví a ver a Gershom Scholem. Y fumamos haschís; como solíamos en aquel
breve y remoto pasado. Soñamos con marcharnos a Palestina. Vanos sueños. Aunque
él pudo cumplirlo. A mi sólo me esperan
breves y extraños viajes...primero iré al norte y al frío. Iré a Moscú.
Y,
cumplido en 1924 el duro viaje ruso, mi itinerario, las trazas de mi cuerpo
sobre la dulce tierra nunca me llevarán
más allá de la exótica –penosa-Ibiza o la casi postrera peregrinación a Dinamarca, para abrazar por última vez a Bertolt Brecht, entre las hayas ateridas y el
cercano ruido del oleaje perpetuo. [Y, antes de Ibiza, ¡una breve temporada
surrealista en San Remo, en la pensión que regenta mi ex mujer...!. Siempre
moviéndome; siempre en la órbita de una
perpetua fuga]
...extraños días en Ibiza
En el verano de 1933, Walter Benjamín
vivió en Ibiza unos días intensos y de
desesperante pobreza... tragando otra vez el agua amarga del exilio [destierro
de pobre que lo obligó –incluso- a admitir en su dieta la comida de los
campesinos, en base al cerdo, tan extraño para sus hábitos y cultura: “he comido para vivir sopa con huesos de
cerdo, huesos, hígado de cerdo frito,
las costillas, la olla podrida...”
Aunque
también asume una lección muy honda de la no buscada convivencia campesina: “comer
a solas vuelve fácilmente hosca y dura a la gente...quien tenga por costumbre
hacerlo, ha de vivir espartanamente para no degenerar”].
Pero, pese a estas contrariedades, fue un
tiempo fructífero para mi reflexión y escritura: el espíritu atormentado
dialogó con su ángel y redactó el enigmático texto del Agesilaüs Santander. Lo hago desde el centro de un enigmático
momento de honda pobreza: mientras
cultivo flores al borde del nivel de subsistencia.
Todos estos
avatares fueron testimoniados en una carta a mi hermana Dora.
Pero estos ángeles, percibidos entre los
olivos mediterráneos y el trabajo duro, difieren del Ángel de la Historia
que WB otrora viera en la pintura de
Klee (un ángel que parece pretender
alejarse con pavor de algo que mira atónito...tiene los ojos abiertos en
desmesura; igual la boca –como en El Grito de Munch...las alas ya se han
tendido) y de quien nos habló en Angelus
Novus. Ya no estamos hablando de ángeles del Bien. El Ángel de la Historia
tiene otra facies: la cara girada hacia el Pasado, viendo catástrofes dónde
nosotros apenas percibimos acontecimientos...catástrofes que izan piras de
ruinas ante la visión del ángel. Y el ser enigmático pareciera desear detener
su vuelo un momento para restañar esas ruinas y despertar a los muertos...pero
sus alas se quiebran en vuelo por la violencia de una tempestad que sopla del
Paraíso...a esta tempestad llamamos “progreso” y es la tormenta que arrastra al
ángel desquiciado, que nos deja, mientras el túmulo de ruinas se levanta hasta
el Cielo.
“Pronta
al vuelo está mi ala,
Gustosamente
volverá atrás...
Pues
si me quedase Tiempo de Vivir
Mi
suerte sería escasa”
la identidad de Agesilaüs
Y ya en su propio título, el Agesilaüs Santander nos convoca al
misterio, en su paradójica unión del nombre de una ciudad de España junto al de
un rey de Esparta. ¿Qué sentido tiene todo esto? En principio, seguramente es
otro de los anagramas con que me gustaba
jugar (¿jugar?). Gustaba de los anagramas porque en ellos la palabra, la sílaba y el sonido se
pavonean, emancipados de todo nexo tradicional de sentido, como cosas que
pueden ser explotadas alegóricamente.
Así,
solía firmar con el anagrama Anni M. Bie,
en lugar del apellido Benjamin. ¿Su
profundo conocimiento de los dramas barrocos de Calderón le dejaron ese placer
¿infantil? por los trampantojos lingüísticos?.
¡Pero
el anagrama Agesilaüs Santander,
(excluida la juguetona e impertinente i )
lo es de las palabras “Der Angelus
Satanas”... El Ángel Satanás...!
Y
a este texto, lo firmaré no con mi nombre, sino con mi nombre secreto Walter Benedix...como el que llevan todos los niños judíos; a quienes sólo les es
revelado cuando alcanzan la pubertad, en el bar
mitsvá.
¿Ángel?
La
segunda escritura del “Agesilaüs...”, reza:
Cuando
nací, pasó una idea por la mente de mis padres: la de que acaso
llegaría a ser escritor. Sería bueno, entonces que nadie notara
inmediatamente que yo era judío. De modo que añadieron a mi nombre otros dos
más, excepcionales, en los que no pudiera
notarse que los llevaba un judío; ni que pertenecían a él como nombres.
Hace 40 años, unos padres no podían dar
prueba de más visión. Aquello que tenían como una remota posibilidad,
acabó por cumplirse. Sólo que sus precauciones, que hubieran querido conjurar
el destino, fueron dejadas a un lado por aquel al que concernían. En vez de hacerlo
público con los escritos que componga,
procederé como los judíos con el nombre suplementario de sus hijos, que
permanece secreto. Sólo se los comunican cuando se hacen hombres. Pero como
hacerse hombre es posible que tenga lugar más de una vez en la vida y quizás el
nombre secreto sólo permanezca igual e inmutable para el hombre piadoso, es posible que al que
no lo es se le revele su cambio repentinamente con una nueva llegada a la edad varonil. Así a mí. No por eso deja de
ser el nombre que aúna del modo más estrecho las fuerzas vitales y hay que proteger de los no iniciados.
Pero
este nombre, en modo alguno, comporta un enriquecimiento de aquel al que
nombra. Al contrario: cuando es pronunciado, desaparece gran parte de su
imagen. Pierde, sobre todo, el don de aparecer semejante al hombre (¿). En la
habitación en la que yo vivía en Berna,
antes de salir de mi nombre a la luz ya armado con todas sus armas, dejó fijada
en la pared su imagen: Ángel Nuevo. Cuenta la Cábala que a cada instante Dios
crea un inmenso número de ángeles nuevos cuyo único propósito es, antes de
desvanecerse en la nada, cantar por un momento la alabanza de Dios ante su
trono. Por uno de ellos se hizo pasar el Ángel Nuevo ates de querer nombrarse.
Sólo temo haberlo apartado de su himno un tiempo inconvenientemente largo. Me
lo ha hecho pagar, por otra parte. Al aprovecharse de la circunstancia de que
yo hubiera venido al mundo bajo el signo de Saturno -el planeta de la rotación
lenta, el astro de las dilaciones y las demoras-, envió por el rodeo más largo,
más fatal, su forma femenina ras la masculina de la imagen, aún cuando no se
conocían, por más que hubieran estado muy próximas una de la otra.
“No
sabía, tal vez,, que con ello podían
mostrarse del mejor modo posible las fuerzas de aquel al que quería alcanzar, a
saber: esperando. Allí donde este hombre se topaba con una mujer que lo
fascinaba, estaba ya dispuesto a acecharla toda la vida y esperar hasta que
enferma, avejentada, en harapos cayese en sus manos. En pocas palabras, nada
podía debilitar la paciencia de aquel hombre. Y sus alas se parecían a aquellas
del ángel en que les bastaban muy pocos golpes para mantenerse mucho tiempo
fijo ante el rostro de quien se ha resuelto a no dejar.
Pero
el ángel se parece a todo aquello de lo que debí separarme: personas y sobre
todo cosas. El habita en las cosas que ya no tengo. Las vuelve transparentes y
detrás de cada una de ellas se me aparece aquel para quien están pensadas. Por
eso soy superior a cualquiera en hacer regalos. Por cierto, tal vez el ángel se
sintió atraído por aquel que regala y se queda con las manos vacías. Pues él
mismo, que posee pezuñas y agudas,
filosas,... alas de cuchillo, no hace gesto de lanzarse sobre aquel en quien ha
clavado los ojos. Fija sobre él su mirada largo tiempo, luego retrocede de
pronto, inexorable. ¿Por qué?. Para arrastrarlo consigo por el camino al
futuro, por donde él vino y que conoce tan bien que lo recorre sin darse la
vuelta y perder de vista al que ha escogido.
Quiere la felicidad: el conflicto en el que se
une el éxtasis de lo único, de lo nuevo, de lo aún no vivido; con el júbilo de
lo reiterado, del volver a tener , de lo vivido. No tiene, por esto, que
esperar nada nuevo en ningún camino que no sea el del retorno, cuando se lleva
consigo a un nuevo hombre. Como yo, que en cuanto te vi por vez primera regresé
[contigo] al lugar del que vine…
(esto lo escribí en Ibiza a finales del verano de 1933).
...digresiones GS...
Walter
lo conoció casualmente en Berlín, durante
la primavera de 1915. Benjamín
tenía la edad de veintitrés años y Gershom apenas llegaba a los
dieciocho. ¡Ángeles a la sombra del holocausto...su inalienable parusía !
Escribiendo
treinta años después, Gershom Scholem no
puede evitar el duelo de la evocación...y por él sabemos que comenzaron a
visitarse asiduamente, con la bella espontaneidad de los jóvenes...y la
intimidad del diálogo y la afectuosa amistad muy pronto los bendijo.
Ocho
ininterrumpidos años duraría –entre Berlín y Munich y Berna, la ciudad extranjera
donde compartieron el mismo barrio- aquel diálogo personal de salvación del uno
en el otro; hasta que GS emprendiera el legendario viaje a Palestina. En aquel tiempo, Walter comenzó a publicar una revistilla...con un nombre
como un texto de la Anunciación: “Angelus
Novus” (¿fantástica forma acaso entrevista en un secreto ángulo del “Ángel tras lo deseado” de Paul Klee?).
Y
en la Universidad de Berna ambos estudiaron filosofía al alimón, mientras WB
preparaba allí su doctorado. Y compartieron renovadas horas de amistad con
Bloch.
Gershom recuerda que a su regreso de Tierra Santa, ya
sólo vería a WB en dos encuentros postreros; ambos en París y durante escasas
semanas. Luego –por fortuna- no vendría
el silencio; pero sólo habría de unirlos ya el frágil lenguaje de su
correspondencia incesante; agua de vida en la espera ansiosa de cada uno.
Hablábamos
y hablábamos y hablábamos sin tregua...acaso para alcanzar la santa ebriedad que traspasa los cortes del
silencio en el mundo...
Mis
obsesiones perpetuas fueron las de todos los hombres: las preguntas de la noria
que escupe metafísica...y que en su veneno nos exaltan y en su ciénaga nos
pierden y abandonan. También la discusión sobre el judaísmo (¡y sobre nosotros mismos –extraviados/hallados- en el resplandor y la noche del judaísmo!)
nos acercó al pánico y al insomnio.
y recuerdo -una tarde- una tertulia que compartimos con
Holborn y Albert Salomón...estuvimos polemizando sobre problemas de Historia y
de sus métodos. Yo no sabía que Huizinga nos hubiese impresionado tanto, pero alguien enfsatizó y recordó para
nosotros parte del pensamiento de Huizinga, e hizo hincapié en su famosísima
frase “la Historia responde más de lo que
un sabio pregunta”.
Y,
glosando a Huizinga , recuerdo que comenté mi intención de escribir sobre ello poniendo en el axis del pensamiento la idea
de que en la Historia el concepto de desarrollo acaso estuviese totalmente suplantado por el
concepto de origen. Lo histórico, si
se entendiera así, ya no podrá seguir explorándose en el marco de un desarrollo
continuo, ilusorio.
Como he escrito en alguna parte la imagen de un marco, de un cauce, se
sustituye por la de un remolino y dentro de ese remolino fantástico giran el
antes y el después –la prehistoria, la post historia- de los eventos que
acaecen y de los equilibrios establecidos en torno a estos sucesos. A partir de
este cambio de enfoque, los verdaderos objetos develados por la Historia no
serán ya puros acontecimientos sino, más bien, ciertos estatutos inamovibles del
mundo en esos instantes del acontecer: por ejemplo el carácter agrario de
Rusia, la ciudad de Barcelona, los desplazamientos poblacionales en la Marca de
Brandenburgo, la bóveda en cañón...etc.etc.. Y, si además, forzamos esta idea
huizinguiana de negar el evolucionismo universal de la Historia; veremos que lo
determinante es más bien el choque de dos polaridades: lo histórico y lo
político; y más sutilmente los histórico y el suceso. ¡Estos son dos planos
radicalmente distintos!. Porque jamás podremos pretender que experimentamos
lo-histórico, ni aún en la perspectiva de que una descripción lingüística de un
evento nos aproximase a lo-histórico,
a tal punto que se pudiese tener los efectos de un suceso...y por tanto
tal descripción sería completamente inútil. Ni en el sentido de que hubiésemos
experimentado los sucesos que hubieran estados destinados a devenir Historia.
Otra concepción es ilusoria,... es periodística-.
[“(...) imposible dar siquiera una idea de
la filosofía de WB. Se desplegará en el tiempo, porque incluso su deseo más
secreto es el deseo de todos. Pero se ha perdido su mirada... que veía el mundo
desde la perspectiva de los muertos, como si yaciera ante él en una penumbra
solar (...) de manera incansable, esta mirada mortalmente triste derramó toda
clase de calor y esperanza sobre esta vida gélida”; pensó Adorno].
¿Escandalosas contradicciones?
Una
concepción mística de la Historia, representada por una imagen: una flecha
designa la dirección dinámica de lo profano y otra flecha la dirección de la
intensidad mesiánica, entonces la búsqueda de la felicidad de la humanidad
libre tiende ciertamente a alejarse de aquella dirección mesiánica; pero al
igual que una fuerza puede , en su camino, favorecer a otra que está en el
camino contrario, así el orden de lo profano puede favorecer la venida del
reino mesiánico (...) se sabe que los
judíos se vedan investigar el futuro. La remembranza, en la que hemos de ver la
quintaesencia de su representación
teológica de la Historia , desencanta el futuro, al cual presta sus oídos, obedientemente,
la magia. Pero no por ello convierte al futuro en un tiempo vacío. Pues para
ella cada segundo es la pequeña puerta por donde puede entrar el Mesías. (...)
La interrupción mesiánica del acontecer es una oportunidad, una chance
revolucionaria, en la lucha por el
pasado oprimido, (ruptura) en la mónada del objeto histórico que percibe el
materialismo dialéctico...”
(Algunas interrogaciones sobre
la mente de Walter en la mente de Scholem...)
“...aparte del azaroso enigma de
la amistad, jamás podré entender qué hace junto a mi, en la alta noche, este
judío extraño que se dice marxista, ergo hegeliano y
materialista...(¿“rabino/marxista” no es acaso un insoportable oxímoron, en la
tensión de los límites) y que debiera confiar sólo en la luz de la Historia
...pero a quien veo beber –como yo bebo- con sed del misterio de la cábala, de
los milenios de éxtasis de nuestro pueblo...¿cuál es en esencia la pregunta que
este hombre perpetuamente hace a mi alma?.
Preguntar el suyo sin esperanza de respuesta
porque yo sólo puedo responderle con
misticismo y fascinación y pánico hacia Jehová. ¿Entiende, acaso, mi querido hermano Walter, que yo soy aquél
que escribirá, años más tarde de su muerte
“Las tendencias principales del
misticismo judío”? (que publicaré en 1941 en Jerusalén y en América) ¿entiende
WB que yo soy el hombre que mejor será comprendido, acaso, por un Otro hombre de raza extraña, aunque
contemporáneo ya de nuestra sombras, un gentil que ya ha nacido y se llama
Jorge Borges y será llamado Borges [
como el triste Franz Kafka vecino pánico de Praga, que por mor de Max Broch,
devino luminoso Kafka kafkiano] ...Borges –un solitario escriba en las
antípodas del materialismo-; al punto que parafraseando mis intuiciones
escribirá “El Aleph”, un texto de sublime enigma donde parecen reflejarse - minuciosas- mis
propias vacilantes palabras, orando de algún modo al Misterioso: “(...) un
símbolo en el cual la existencia del
Creador y de lo creado devienen Uno; un rayo de luz que desde la abismal
oscuridad de las profundidades de lo existente se precipitan a nuestros ojos y
penetran la totalidad de nuestro ser;...en una totalidad momentánea percibida
intuitivamente en un místico “ahora”, al que sólo el símbolo da la dimensión
apropiada”.
¡Y el símbolo perfecto será El Aleph...!. Y
este extraño escribirá, también para mi,
sin conocerme, el poema “El Golem”:
“(...) estas verdades las refiere Scholem/
en un docto lugar de su volumen...”
¿ Dios, cuál es el aleph
personal de mi querido Walter?.
Filosofía y kaddish
Y
a tanto nuevo conocimiento que el alma de Scholem le regalaba, lo retribuía
Walter invitándolo a entrar en su
poesía. En aquel tiempo escribió los legendarios “Cincuenta y dos sonetos elegíacos a la muerte de Fritz Heinle” ¡el otro
inolvidable amigo que – con la mujer amada atada al flanco de su carne finita-
el 8 de agosto de 1914 se marchó a la muerte por propia mano en el perverso
“amanecer” de la Primera Guerra!. Nunca olvidaría el terror de aquella tarde
del doble suicidio en casa del doctor Fritz Fränkel. Inefabilidad del no-sentido que sólo vierte agua de angustia entre
las encías.
Fritz Heinle percibió esta angustia...pero
WB fue acaso el único que percibió en
Fritz Heinle también el gravoso peso de
la fatiga sobre el alma y la carne. ¿La fatiga del persistir en el ser...
es aún más perversa, a veces, que el vacío interrogante sobre la identidad de
la condición humana?.
Y el propio Walter Benjamin leía en alta voz a
GS muchos de aquellos poemas... como
un mortuorio y solemne
kaddish tardío e
imprescriptible...hondísimas, hermosas,
plegarias de la no-creencia...
¿acaso hubo razón en Adorno cuando
arguía que WB veía el mundo desde los
ojos de los muertos? Y también leyeron en griego los versos de Píndaro...y
de Hölderlin...y de Novalis.
Otra noche de Berna, recordando
al fantasma de Fritz Heinle...y a los de un múltiplo inefable de muertos,
Scholem escucha a WB:
…
desde hace siglos, Scholem, puedo ver cómo pierde su omnipresencia la
Muerte en la conciencia del pueblo...y
cómo se pierde la comunicabilidad de su experiencia y ya casi no podremos
narrarla (...) y esa pérdida de presencia se acelera porque los burgueses
imaginan técnicas sociales higiénicas con el objetivo de facilitarle a la gente
la posibilidad de evitar la visión de los moribundos...
Morir
era antaño un acto público y ejemplar en la vida de un hombre (piensa en los
pintores medievales que metamorfosean en trono el lecho mortuorio; al que se
asoma la mirada del pueblo a través de las puertas abiertas de la casa que
recibe a la Muerte). Pero morir en los tiempos modernos es algo que se empuja
más y más lejos del mundo perceptible de los vivos. En otros siglos ya apenas
había casa o habitación donde no hubiese
muerto alguien alguna vez (La Edad Media también experimentó espacialmente lo
que, en un sentido temporal, expresa tan significativamente la inscripción del
reloj solar de Ibiza:”Ultima multis”).
Hoy
los ciudadanos, en espacios intocados por la Muerte, son flamantes residentes
de la eternidad y, en el ocaso de sus vidas, son depositados por sus hijos en
sanatorios u hospitales. Pero es antes
que en el moribundo que, no sólo el saber
y la sabiduría del hombre adquieren una forma transmisible, sino sobre
toda su vida vivida, y ese es el material del que nace la posibilidad de
narrar. De la misma manera en que, con el transcurso de su vida, se ponen en
movimiento una serie de imágenes en la interioriad del hombre, consistentes en
sus nociones de la propia persona, y entre las cuales, sin percatarse de ello,
se encuentra a sí mismo y así aflora en
sus expresiones y miradas lo inolvidable; comunicando a todo lo que le
concierne esa autoridad que hasta un pobre diablo muerto posee sobre los vivos
que lo rodean.
En
el origen de lo narrado está esa autoridad y la Muerte es la sanción de todo lo que el narrador puede referir
(...) y por ello la narración de los antiguos estuvo basada en el plan divino
de la salvación, que es inescrutable, y
...mientras
el Historiador está forzado a explicar y demostrar de alguna manera por qué sucede lo que
sucede- en la narración aparece la exposición exegética que no
se ocupa de un encadenamiento de eventos
determinados, sino de la manera de inscribirlos en el gran curso inescrutable
del mundo....
[Fragmentos de sus diálogos en los ensayos
primeros del exilio...orgía perpetua del lenguaje, lazo de oro religándolos al ser...]
Música y poesía en la soledad de
la noche
¡...fiesta
inefable de nuestras almas entre las tinieblas del siglo veinte! Recitación de
poesía y audiencia de la música... (porque) Walter gustaba de poner discos y
escuchar estudios y conciertos mientras trabajábamos.
-
sabes, querido Scholem, mientras estés trabajando,... siempre intenta
sustraerte a la medianía de la cotidianeidad; porque su quietud a medias,
acompañada de ruidos triviales, degrada.
En cambio, verás como el acompañamiento de un estudio musical puede resultar
tan significativo para el trabajo como el perceptible silencio de la noche...
si ese silencio natural agudiza el oído
interior, la música es piedra de toque para una dicción del texto cuya plenitud
sepulta los ruidos más excéntricos. Procura siempre trabajar con esta
atmósfera....
Mazapán
A
Scholem le impresionó siempre la melancolía y la extrema cortesía y el recato,
la timidez de WB – su cortesía china...como
la llamara-. Y aunque llegaron a tutearse con el paso de los años; el íntimo
territorio de Walter sólo pudo llegar a entreabrirse. Ni aún con el mismísimo
Scholem, jamás compartiría demasiado W. su historia personal, su secreto.
¿Y
acaso existía un enigma?. Si lo hubo; este fue inefable. GS solía citar, como
una metáfora esencial de su amigo Benjamin, la anécdota del día en que, en una
calle berlinesa, Ernest Bloch presentó a WB a su nueva amiga.
Según se narra
este legendario encuentro fortuito; la joven habría quedado impresionada
por el aura de tristeza del desconocido
Walter. Y así lo interrogó, espontáneamente, por esa pena. Y él habría
respondido, sin hesitar, las famosas palabras:
- Fraulein... ¿nunca la ha sorprendido el
aspecto enfermizo que presentan las figuritas de mazapán?-
A Scholem le impresionó siempre, junto a
esa vaga angustia, el genio metafísico
de su querido amigo. Su talento sin límites...evidente en sus proyectos....
(¡Aunque paradójicamente llegara a tener
una insólita fama de escritor difícil;
en sus momentos de mayor “popularidad”, cuando colaboraba con Brecht o escribía
en la famosa revista berlinesa ‘Literarische
Welt’, bajo la dirección de Haas!).
Sus proyectos –que vio madurar entonces... ¡único testigo!- hacia la construcción
soñada de un sólido sistema metafísico y de filosofía del lenguaje y filosofía
de la Historia; del que Gershom llegó a leer numerosos esbozos. ¿Acaso, como
sostuvo más tarde, parte de la causa de la frustración del ingente trabajo
recayera en la súbita pobreza de WB? cuando
quien perdió toda la fortuna heredada de Herr Emile Benjamin en los años de la
devoradora inflación de la moneda en la República de Weimar; durante la tensa
calma de posguerra y ya próximo el perverso nacimiento de los dragones nazis.
¿Pudo acaso la pobreza quebrarlo y alejarlo del trabajo
académico sistemático...atándolo al periodismo ocasional y de supervivencia?.
Nunca cesó Scholem de interrogarse sobre este punto.
Como
tampoco dejó de preguntarse hasta su muerte por las causas profundas de la
inexplicable defección de WB del proyecto conjunto –acariciado sueño- de
marchar ambos a Palestina...donde acaso Walter pudiera, incluso, haber llegado
a salvar su vida... cegada por la tormenta de la blitzkrieg.
Gershom Scholem guardó siempre un
documento absurdo: un telegrama inconsecuente de WB que reza “El 1 de diciembre de este año llego en
barco a Palestina”.
¡La invisible velocidad de la comunicación
eléctrica para la epifanía de la llegada de un hombre que se anunciaba con
prisa...y que jamás arribó a la Tierra
Prometida y se perdió en lo invisible...!.
Como, desde la invisibilidad de lo ya sido,
rescata la voz de GS algunos muy nítidos perfiles del filósofo...y recuerda y
recuerda, ya anciano, como acaso sólo en el calor de la polémica de ideas, el
alma de su amigo –sesgada de laconismo y melancolía- vibraba y se atrevía y,
entonces ¡WB argüía... mirando espontánea y
abiertamente a los ojos del otro y su voz se alzaba hasta el énfasis más
fuerte y desusado de su discretísimo cuerpo!
(Residuos
de un sueño obsesivo...)
[...en un texto que jamás podré leer
porque fue terminado por mi amigo Bloch siete años después de mi suicidio, con el título de El Principio Esperanza, hay una idea
sobre la que conversamos más de una vez: para la conciencia, el sueño es una
especie de inocencia alegórica...y –por ello- la interpretación de los sueños
es un Miércoles de Ceniza...]
¿Un sueño es un texto narrativo –no
teórico- que puede leerse?. Realmente, no creo a pie juntillas -como mi querido
Ernest B.- en las teorías de Herr
Freud...pero ¿acaso no todo puede ser cierto? Claro que si fuese comparable a un texto también el sueño sería,
finalmente, un hermético escrito de recuerdos...que hablando con propiedad no es sino la posibilidad de introducir
infinitas interpolaciones en lo que ya ha sido...
Y de estas interpolaciones, he sufrido muchas, a través de las décadas de
repetición de lo soñado. De modo que, en mis notas, he elegido –al azar- sólo
una versión...acaso la más constante de la (falsa) trama de esta historia que
duerme, como los peces abisales, en el lago oscuro de mi alma.
Allí morará ese pez para siempre...que nadie
toque sus escamas frías...y que sus ojos ciegos me miren eternamente cómo la
única estrella que acaso pueda llevarme al bosque de la Muerte....
¡ El gran pez incomprensible que encontrarán
-aún tibio y ahogado en su morfina- en
la noche miserable de la pensión de Port
Bou ¡
[Y una última advertencia antes de entrar
en la compasión esencial de la noche (“lasciate
ogni speranza, voi qui entrate...”): aunque en 1917 -muy prematuramente- me casé con Dora Sophie
Kellner-Pollak (¡e incluso engendré en
ella a mi hijo Stefan!)...tras nuestro pronto divorcio, mi carne humana sólo ha
conocido simulacros de amor –por piedad y a precio de mercado- en los burdeles donde se admite a los flaneurs más pobres.
Y sólo he amado a Brigitte; desde que en mi
infancia “amé“ –es sólo una licencia del
decir- a la niña Louise Von Landau, muerta a los 10 años. (Acaso con la
única y fugaz y humillante excepción de Asja Lacis [creo que ya vuelto
totalmente imbécil por ella en, Moscú,… ¡por ella! llegué a aceptar un odioso menage à trois...]... hace ya tantos
años).
¡Pero en la plenitud final sólo BS existió en
los cielos y en la tierra!.
Pero BS se casó en Hannover con el Otro: aquel que amaba ella...el Otro a quien Brigitte deseaba. Tal vez
sólo este sueño habremos compartido. Sólo un sueño... aunque yo –fracasado y
estólido- llegué a creer alguna vez que el
amor sólo tiende a la muerte común de aquellos que se aman...y no a ninguna
otra diversa cosa.
[Feminidad
y virilidad en la coincidencia única del misterio, de la transubstanciación (“epifanía de los gentiles”), del ascua
llameante del absurdo].
El sueño
recomienza siempre
con un breve viaje mágico hacia el antiguo
teatro del balneario de Suderode, donde –con el patrocinio económico de mi
abuela- se representa” Guillermo Tell”...y B. entra en un cuarto, mi cuarto, ya
vestida para salir. La ciñe un bellísimo
vestido de sedas y bordados, con el escote ‘palabra de honor’ que tan sensual
la inviste. Su color es el azul pálido.
A veces, -en sueños de otras noches-
un rutilante rojo. Su cabello,
oscuro y pesado, ceñido en una trenza única ‘alla
radice’ italiana...que descansa en sus hombros, del color de la luna llena.
Lleva una sola joya: el pendiente de una
perla, ovalada y tibia y montada al aire
en oro, que fuera de mi madre.
-Hermano (¿)...date prisa; ya herr Rauch
nos espera- dice B.
Y
verla aguardándome me pone más nervioso aún y no atino a abotonarme ni la
chaqueta ni el chaleco. Brigitte se acerca a escasos centímetros de mi pecho.
Siento su aliento en mis mejillas. Sus dedos ágiles me rescatan de la torpeza.
Sentirla tan cerca exalta la ternura. Me reflejo en el acecho de sus ojos. La
beso, ansioso, en la palma de la mano.
Ella me responde buscándome la boca.
--¡Tu padre nos reñirá si llegamos
tarde...!-- dice B., ya enlazándome en el juego de masacre.
En
este punto el sueño reproduce -a veces- todo el drama de Schiller. Otras
noches,
hay sólo una violenta elipse
y en un fugaz segundo todo el drama ha terminado y, emocionados,
aplaudimos de pie. Al levantarnos, veo nuestros reflejos, un instante,
en un angosto espejo que cierra un lateral del palco. Diría que ambos, en la repetida noche del sueño, tenemos entre veintiocho y treinta años de
edad. B. está feliz y ríe y el mundo se ilumina con el rubor de sus mejillas.
Y
ella se cuelga de mi brazo y así salimos del teatro, con los corazones al
unísono.
--¡No esperemos a
Rauch..-.grita-...tardará un siglo llevando
a toda la familia, viaje tras viaje. Corre, corre Walter...que
alcanzaremos los primeros aquel coche de alquiler!.
Indicamos
al chófer un atajo por detrás del lago y entramos en la casa solitaria cuando
los demás estarán aún en el cotorreo del ‘foyer’ Por absoluta prudencia no enciendo más que
las luces imprescindibles. En este exacto momento del sueño hay un nudo de
angustia: miro el rostro de B. como si la viese por primera vez y descubro,
alterado, el énfasis de nuestro parecido.
¡ Un observador objetivo podría decir que
somos hermanos.. y más aún: jurar que somos mellizos...gemelos!.
Creo que
es en el vestíbulo donde ya nos quitamos los abrigos. Brigitte sube la escalera
como si volase, adelantándoseme. Cuando llego a nuestra planta, paso raudo
frente a los dormitorios de mis dos hermanos, y voy directamente a su cuarto;
urgido. Allí no hay nadie. Hay un momento de cruel confusión en que nada es
comprensible en la penumbra. La llamo dando voces, aunque creo que susurro “sottovoce”. Sin saber muy bien qué hacer me encamino a mi
dormitorio. B. ha desaparecido.
Junto a la luz que, desde el parque,
entra por la ventana de mi cuarto...está
ella de pie. Tiene ya el cabello suelto y sólo la cubre una camisa blanca. Veo
la agitación en sus pechos pequeños.
-¡Walter...-
musita ella- ...ya ves que somos uno...idéntica persona. Lo que hay dentro de
ti es la materia de mi propia carne...siento que ya todo es lo mismo!.Y
entonces B. besa y muerde los labios de mi sombra y yo la beso en el cuello y
la desnudo y acaricio su fragancia hasta llegar al feliz llanto... y la hecatombe. Y despierto
escindido. Y blasfemo y odio la vida ... ¡odio que nunca me había
permitido...ni repetiré...ni
pensarlo...!
(Ojos de los otros, lengua de los otros:
materia de la Historia...huyendo hacia el exilio de la muerte (...) sólo sobre
un muerto nadie tiene potestad”)
Cinco
días después del comienzo del otoño de mil novecientos cuarenta, el gran
escritor judío berlinés Walter Benjamín se suicidó, siguiendo el espíritu de su
epíteto. En su auxilio usó una excesiva dosis de tabletas de morfina.
Había
tenido que vivir huyendo y clandestino desde joven, cuando el ascenso nazi al
Poder. Al comienzo, prudentemente se alejó de su patria por breves temporadas
–como la de Ibiza, en la primavera de 1932...durante la cual escribió un texto
sobre el intenso barroquismo de Baltasar Gracián e hizo circunstanciales amigos
entre alemanes exiliados y algunos franceses- y más tarde enfrentó en París el
definitivo destierro. Paradójicamente no encontró una acogida fácil, -¿cuándo
el exilio puede ser fácil?- a pesar de su declarado amor por esta ciudad y por
la lengua y cultura galas. El estólido chauvinismo
de muchos nativos lo marginó. Ya lo habían perpetrado varios intelectuales
parisinos con otros compañeros, pensadores de la Escuela de Frankfurt.
Benjamín,
que fue siempre el más independiente entre ellos, no aceptó –sin embargo-
marcharse de Europa cuando todos
cruzaron el Atlántico.
Cuando sus amigos Theodor y Gretel Adorno le escriben, incitándolo en 1938 a emprender el viaje,
el valeroso -¿temerario?- WB responde enfatizando que, a su juicio, “aún quedan en Europa posiciones que
defender”. Y, enigmático; agrega: “jamás
se da un acto de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie”.
Civilización y barbarie, lo obseden. Y también: “...la humanidad se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su
auto alienación ha alcanzado ya el grado que le permite vivir su propia
destrucción como un goce estético”.
“Ultima multis”
Al
final...después de sobrevivir a su internamiento en el campo de Clos Saint
Nevers; WB cruza Francia hacia al sur, bajando hacia el rumbo de Marsella y
luego hacia el pueblo de Lourdes; en compañía de su hermana Dora; quien también
acababa de ser liberada de su reclusión en Gurs. En Marsella tuvo unas horas de
tregua en que pudo ver, por última vez, a
su amigo Arthur Koestler. Y también pudo escribir a Adorno una
misiva póstuma: “(...) la total incertidumbre sobre lo que va a traer el día siguiente,
la hora siguiente, dominan desde hace muchas semanas mi existencia. Estoy
condenado a leer cualquier periódico como si fuera una notificación personal y
a escuchar en cada emisión de radio la voz del mensajero de la desgracia”.
Ambos
eluden al principio a los cipayos de Vichy. Pero luego será ya únicamente
Walter sólo –agregándose a un desesperado grupo de fugitivos, que habían llegado como él en el tren de
Perpiñán y entre quienes se hallaban ya las testigos centrales de su agonía:
Lisa Fittko y Henny Gurland- quien intente pasar los Pirineos, hacia la
frontera española, buscando acercarse a Portugal...desde donde acaso sería factible
un tardío intento de escape a América; usando el visado que le había enviado su
amigo Mark Horkheimer desde Ginebra.
Y
al mediodía del día 26, intenta cruzar a Cataluña por Port Bou pero los
esbirros franquistas le cierran el paso y
cruelmente lo devuelven a Francia. Allí, un agente de la policía
colaboracionista le informa que pronto será arrestado por la Gestapo.
Entonces ya WB no sospecha sino que,
claramente, ve la muerte a mano de los verdugos nazis...y entonces prefiere
alcanzarla por su propia mano. Postrera libertad de las víctimas. Parece que,
ya en el fin, sólo le interesa la suerte que pudiera correr su maletín negro;
donde llevaba sus papeles; su fragmentaria obra. A Gurland entrega todo, junto
con dos cartas –para Gershom Scholem y para Hanna Arendt, respectivamente. Y
aún tiene tiempo para recordar a Theodor ya que
a la misma Gurland, aquel hombre
ya avecinado a la muerte, ruega: “Je vous
prie de transmettre mes pensées à mon
ami Adorno...”
Y,
tan imprevisible como súbitamente, el día 30 de septiembre la policía entrega a Horkheimer algunos pocos
objetos –ningún texto- que sobrevivieron a WB: sus gafas de miope, su reloj, su
pipa,...algunas cartas, huérfanas en el
legendario maletín negro; sórdido y
triste como el de un obstetra laico atento a la parición de las serpientes...
Cuerpos y papeles fragilísimos
Lo
legendario…apunta que el maletín negro fue el cofre del último tesoro que
coleccionó WB: el texto legendario de su “Libro
de los Pasajes” –acaso acompañado de las primeras versiones
provisionalmente tituladas “Paisajes
Parisinos”- (hasta ocho semanas
incluso, antes de su muerte, todavía
pudo W. escribir a Adorno, comentándole que trabajaba en esta obra; pese a las
terribles circunstancias de la entrada del ejército nazi en Francia). Y parte
de esa leyenda fue portada hasta América, hasta Chicago, por la berlinesa Lisa
Fittko –activa antifascista en Alemania y en Francia- ; quien logró sobrevivir.
Esta
mujer -que alcanzara tan extraña forma
de la fama como es la fama sobrevenida, involuntaria, agobiante y
desasosegadora de todo testigo de una agonía sacrificial del héroe en medio de la tormenta del relato
mítico—insistió siempre en que aquel
extraño y circunstancial compañero suyo en el desgarramiento de la huída, no
parecía tener mayúsculo interés en este mundo que hacer pasar su voluminoso
portafolios más allá de la frontera, al utópico sitio en que la amenaza cesa.
Más
que su propio cuerpo de fragilísima carne, aquellas letras parecían agitar el
más extremo cuidado de su corazón.
Pero los textos no fueron salvados por la mano
de Lisa, sino por las de Henny Gurland –a quien acompañaba su hijo Joseph, de
17 años- . Y los testimonios de ambas –y del muchacho- fueron finalmente unidos
por la tenacidad del ya anciano Scholem,
a principios de la década de 1980...y sirvieron para iniciar las primeras
investigaciones sobre aquellos banales y casi olvidados días de dolor de hacía
cuarenta años; investigaciones en el entorno de Port Bou y en la ciudad catalana de Figueres.
Los papeles oficiales y oficiosos que Scholem
llamó “las actas españolas” confirmaron [aunque no hubo “actas” judiciales
formalmente labradas; resta sólo una Carta con el sello de “Comisaría de
Investigación y Vigilancia de la Frontera Oriental”, que los nazis dirigieron a
Horkheimer (¿) y nunca llegaron a
entregarle] ...confirmaron el peregrinaje y los dichos de Henny (quien, una década más tarde, casaría en segundas nupcias en EE.UU. con
Erich Fromm) y de Lisa, durante el tiempo del suicidio de Benjamin y después...
Rasgos circunstanciales...
¿Importan
los detalles de la muerte de un hombre?. En la Fonda Francia, WB pasó la
noche del 25 al 26 de septiembre de 1940. Nunca sabremos la hora de la
¿valiente/cobarde? decisión, pero – solo en su cuartucho- a las diez de la
noche ingirió una cantidad desusada de tabletas de morfina. Fittko y Gurland
oyeron a través de la puerta clausurada los quebrados ruidos de la agonía. Y
agonizó muchas horas; hasta más tarde del mediodía siguiente. A esa hora, las
fugitivas llamaron a un médico, el doctor Ramón Vila; quien poco pudo hacer ya.
Y Vila llamó al sacerdote católico del pueblo. Esta paradójica presencia llegó
acompañada de dos monaguillos. ¡Toda una multitud ritual para el fracasado más
hermoso del mundo! Henny Gurland apeló a la ¿memoria? y al azar para fingir
conocimiento del rito católico. De ello dependía su supervivencia y la de
todos. Acaso por no comprometerse o acaso por compasión, el cura cumplió con
formulismo su deber y apenas preguntó nada. No surgió en ninguna boca la
terrible palabra ‘suicidio’. Terminado el ritual, Henny se procuró ayuda para
el enterramiento. En el Registro de Port
Bou, Vila consignó la muerte “por causa
de una hemorragia cerebral”. En el nicho número 563 –alquilado por Henny por cinco
años- del cementerio catalán, WB recibió
“cristiana sepultura” el sábado 28 de
septiembre.
Inexorablemente,
cinco años más tarde, el escaso dinero del contrato ya no pudo protegerlo y los
huesos de Walter Benedix fueron echados a una fosa común. Y se extraviaron para
siempre en la nada del todo. Nunca más
existiría una tumba del poeta alemán.
La salvación “otra”
Y
del texto que Walter quería preservar tanto como su alma, casi por muy poco
sólo nos queda nada más que su título; porque fue precisamente su inicial
salvadora, Henny Gurland, quien también
–posiblemente- lo destruyó más tarde. En un momento y lugar impreciso. ¡Texto
desgarrado en el corazón topográfico de la utopía!.
Henny
lo quemó en un momento impreciso que
ella insinúa en una abstrusa y tardía carta a Gershom. [Mensajes cruzados en el
insomnio... territorio último de las noches de dos ancianos judíos que
rememoran fluencias junto al río del Tiempo...] .¿La causa de esa destrucción?,
su enigma reposa junto con la etérea sombra de la conciencia de Henny en algún
meandro absurdo del laberinto de la Historia.
¿”Dinos,
Wilhem Friedrich: todo lo real es racional y todo lo racional es real”?
Cuando intento desesperadamente
explicarme cuál era su pensar, el de WB,
en esas horas postreras me saltan a la memoria dos frases suyas,
inolvidables: “(...) asombrarnos porque
lo que vivimos hoy sea ‘todavía’ posible en el siglo XX no es un asombro
filosófico” y “(...) la existencia no
debe significar meramente la vida”.
Con
ideas axiales como estas, WB había estado escribiendo toda su vida –en diversos
textos aparentemente autónomos- una
especie de genealogía arcaica de “lo moderno”. Sus textos no suelen ser lógica
hegeliana y sistemática...a veces, más bien,
parecen abordajes oblicuos más próximos a la visión integradora de la psiqué surrealista... sin adscripciones
al surrealismo del Manifiesto ni al
método paranoico crítico del
esnobismo daliniano.
Toda relectura global de WB es sin
embargo feliz. Acaso su persona fuera triste; pero en su obra jamás hallamos la
famosa “melancolía de las izquierdas”. Y, analizando, narra. Narrando, analiza.
Narra el mundo desde lo marginal, desde el “minimalismo” más que desde el
énfasis de grandes constructos teóricos. Aunque el cierre teórico ‘benjaminiano’ siempre es concluyentemente grandioso, como
relato de una ‘anti–epifanía’ del arte en la época de la reproducción técnica
de la imagen del mundo.
Escribiendo con los estilemas de un romántico
clásico más que con ideologemas marxistas –dialogados en su amistad con Brecht
y Lukacs-, WB [así lo ve Bloch] escribe una especie de “historicismo
fabulatorio”.
Y
en su “Tesis de la Filosofía de la
Historia”, dirá textualmente que la revolución es “un salto de tigre (...) hacia el pasado antes que al futuro, no para
demorarse en el burdel de la meretriz del “érase una vez” sino para hacer una
experiencia que haga saltar el continuum de la Historia”...sin dar nunca
cabida al progresismo ingenuo.
“Amanuense” de una obra avant
garde...que jamás se propone ser sistemática, WB relata procesos de ideas
en la estela de Schelling que soñó “una
filosofía narrativa”; como una especie de exhaustivo comentario textual de
lo real de un mundo que hubiese que leer cuidadosamente, ...como si el mundo
fuese escritura.
Difícilmente, podrá decirse que WB fue un marxista ortodoxo…
o militante: él tuvo su ser en los márgenes (como los míseros lo tienen
en los bordes heridos de la Historia) y
en sus escritos no hay nada que movilice a las masas sino que lo que WB respira
en ellas es la soledad.
Extraño marxista
que explora las huellas mesiánicas para abrir su teoría de la
salvación de los hombres.
¿Contradicción y misterio?
(para
quienes)... descreen –algunos- de las
investigaciones de Scholem Gershom en
torno a la extraña acción salvífica /sacrificial de Henny Gurland, su amiga y
confidente al fin y al cabo –junto con
Lisa- en aquellas horas postreras...el último texto en el que WB trabajaba al
momento de su muerte se conoce como “Fragmento
teológico político” (¿acaso parte de su soñado “Zentralpark”, del cual, a su vez el mítico Passagenwerk es un
fragmento y una culminación?) y bebe – como en el “Angelus Novus”-en la intuición de que su pensar y su vida corren
por un filo de cuchilla indescifrable entre
“la irrealidad de la desesperanza” y “
(...) el contexto de culpa de todo lo que es vivo”.
El
último (¿otro?) texto en el que WB trabajaba al acercarse su muerte se conoce
por una trivial intersección de
coincidencias... que hubiese fascinado hasta la estupefacción al propio André
Bretón:
Antes
de partir con su hermana hacia el sur, hacia la ignorada frustración de la
fuga, a mediados de agosto de 1940 (¿acaso el golpe de alas de un
presentimiento?) Walter Benjamín entra en el viejo palacio de la Biblioteca
Nacional de Francia, en París...
Entra
y, súbitamente, se dirige a un joven y desconocido empleado: que nada logra
entender de lo que le está sucediendo. Este muchacho es Georges Bataille... y
ya ha comenzado a escribir, casi secretamente.
Benjamín
abre ante él las fauces de su legendario maletín negro y extrae (¿el último?)
manuscrito. Lo deja sobre la mesa de (el ignoto) Bataille y, sin pronunciar
palabra, gira sobre sus pasos y se aleja hacia el rojo vacío de esa parisina mañana de verano.
Y
¿acaso ya lo sabe? se aleja hacia la muerte. Muerte de la misma materia de
inexperiencia que le permitió escribir sus textos. Muerte por extrañeza del
mundo. Muerte por pensar y no actuar. Muerte por no saber/poder modificar las
cuerdas (¿ineluctables?) de su vida. Muerte por honda experiencia de todo vacío
de inexperiencia.
“Jamás podremos rescatar del todo lo que
olvidamos. Quizás esté bien así. El
choque que produciría recuperarlo sería tan destructor que al instante
deberíamos dejar de comprender nuestra nostalgia”.
(Walter, pensó...).
El cruce del agua...
Y fue en
el terrible verano de 1940, cuando
Walter Benedix Benjamin intentó el cruce. Era ya de noche cuando su cuerpo se
arriesgó a pasar la frontera. La
Historia insiste en que jamás lo logró. Pero en aquella Hora comenzó a superar
a la Historia y a la Noche. Fue en el exacto punto donde el niño berlinés y el
hombrecito de mazapán permanecen; ya a salvo –siempre a salvo - del torvo mirar
de Agesilaüs.
&
Y en la ribera otra...
¿Encontraste; acaso? La
pequeña puerta del Mesías...
©carlosmamonde
¿Quién habla de “Esa Historia”…de esa cosa
enclaustrada sin aire?
Yo
soy Bruno Saper. Yo soy médico…o lo fui alguna vez ¿qué más da ya todo, ahora?
después de tanto tiempo. ¿Llegué a ser médico, realmente,…entre tanta muerte…No
recuerdo ahora con precisión este detalle. No recuerdo si tuve tiempo para
llegar a serlo.
“Creo” –debo decir, entonces- que fui médico u
odontólogo (¿o era especialista en Otorrinolaringología…como Wilhelm Fliess?)
por lo menos eso creo que ponían las aún
grabadas y borrosas palabras en una plaquita de bronce junto al portal donde
viví...donde vivíamos entonces –y tanto tiempo juntos, demasiado- con Inés (¿o
era Isabel su nombre? a medida que entro en el crepúsculo de los ancianos y la
mezquina sangre se retira de mi cerebro, como se retiran las olas cuando baja
la marea, la memoria se vuelve un hilo de agua y se aniquila, se derrumba como
un cuerpo al que le han vaciado de sus huesos). Decía que combatir la sordera ayuda a los niños y a los tartamudos y a los
extranjeros, los extraños que viven más allá de lo pronunciable, a entender
nuestra rara lengua, comprender nuestros secretos y nuestros símbolos. Ahora
veo que en realidad yo fui un
contrabandista y un traidor. Entre las
dos bandas del río, la banda del silencio eterno, la banda del ruido sin
sentido, yo llevaba y traía a personas inocentes, a quienes creía que -de algún
modo- salvaba pero a quienes en realidad traicionaba derivándolas del ensueño a
la mentira, de la certeza a la leyenda, de la luz de sus dioses a la
posibilidad de decir palabras de la lógica, palabras que nunca fueron más allá
de un simulacro, como caminar en el aire, como soñar que se vence a la muerte o
se vence al destino personal…cuando el destino había sido para muchos el
confortable silencio, aquel paraje donde las preguntas no alcanzan a
conmovernos con sus espantosas inquietudes; donde no llega –a través del
lenguaje- la violencia de los genocidios.
Aprovecho
para anotar estas líneas en mi agenda antes de que el sueño o la incipiente
demencia vuelvan a voltearme en sus nocturnos sueños, vuelvan a arrastrarme
hacia el espacio obsesivo donde las sombras no cesan de preguntar la misma
pregunta sin sentido ¿Qué es “Esa Historia”? ¿Qué es “sagrado”? ¿Qué es
venganza? ¿Qué significa “un atajo invisible hacia el sentido de “Esa Historia”?. ¿Quién y para qué me ha
enviado este cuaderno con fragmentos manuscritos…y el título con letra temblona
y casi infantil: “Esa Historia”? ¿Quieren decirme algo? ¿Advertirme…acusarme? Y
siempre hablando de una extraña guerra. Incesante. Repetitiva. Obsesa.
En
cada país del mundo, la constante repetición de las sangres bruñidas por el
pánico….los ritos infinitos.
¿Quién sino un dios degradado puede aún
torturarme sin tregua preguntándome y preguntándome y preguntándome cuál es el
sentido de toda esa violencia arrancando cada día de cuajo? ¿Sentido de qué
cosa, de qué temporalidad, de que extraños acontecimientos como los mismos de
mi vida y sus reflejos en el sueño? Soy una masa de nervios y de miedo que
respira por un agujero…por otro defeca…por los que simulan ojos creo que veo
aquello que no entiendo, por el agujero de
la boca aúllo como los perros extraviados…y la obsesiva pregunta sobre
qué sea “Esa Historia”, cuál sea el rumbo, la deriva…vuelve en el oleaje de la
alucinación o el sueño ¿Qué manos de asesino manipulan mi sueño, mis recuerdos
de Isabel, mis recuerdos del lejano Ushuaia? ¿O era en Trelew? Y mientras
vuelvo a soñar tengo plena conciencia de que -una vez más- nadie escucha mis
ruegos, nadie detiene el devenir, nadie puede traerme una tregua…una tregua
como una lluvia que me lave de todo lo mal hecho; que lave el estruendo del mundo.
Y entonces, huérfano de auxilio, cierro los
ojos y recuerdo, el cielo rosa, el ambiguo crepúsculo…
…sólo
recordaba el cielo rosa del crepúsculo en la casa de la montaña, no conseguía
recordar el dialogo, algunas palabras sueltas venían y danzaban, en la cabeza y
en vano trataba de armar algo coherente pero el puzzle de palabras se
empecinaba entre las nubes rosa del atardecer en la casa de la montaña, después
se abrió la puerta y de nuevo la misma pregunta, nunca una distinta. Siempre la
misma: ¿Qué es “Esa Historia”?...
Había
oído hacia algunos años en una clase de idiomas una palabra que le sonaba, quizás una homonimia, pero era imposible en
estos momentos recordar los ojos negros de Isabel mirándolo tras el humo del
café y el eterno cigarrillo que le manchaba la cara interna de los dedos,
habían sido felices, o eso creía, en la habitación de aquel hotel (¿se llamaba
“Saussure Petit Hotel”…o el “Hotel del Abismo”?) cuando se dejaban resbalar en el placer
sobre el sudor de las pieles en la penumbra cálida del cuarto de hotel en lo
gélido de Rawson, donde los alojaron, sintiendo el frío del miedo como agujas
clavándosele en las suelas de los mocasines; los trataban casi con cortesía,
nada de gritos ni insultos, sólo la pregunta: ¿Qué es ‘“Esa Historia”’? Y el
miedo golpeando la boca del estomago y el frío de algún líquido corriendo por
la garganta sentados frente a frente a la mesa en la terracita que cada
tarde comparten con otros parroquianos
extranjeros, pero no como ellos, extranjeros si, pero con otras preocupaciones y ocupaciones,
con otros pensamientos: con otra opacidad y otra hosquedad. ¿Cuando comenzarán
a preguntar: Qué es “Esa Historia”? Y de
nuevo los ojos oscuros de Isabel queriendo querer saber si quiero quererla rescatándome de los brazos que a veces me
aprietan el tórax para sentarme otra vez en la silla frente a la potente
luz del reflector de sus ojos encendidos
esperando una respuesta mía como si me quedase algo de mí es ese momento en que
no soy más que un arrebujo sucio de babas que no puede por que no sabe dar
respuesta a la eterna pregunta que machaca treinta mil muertas veces dentro de
la cabeza que no sabe y sigue sin
responder, y en tanto ella/ellos
esperando pacientes ante la zancadilla
de cualquier balbuceo. ¿Qué es “Esa Historia”?
Quién
la había pronunciado, dónde la había escuchado, algo levemente recordaba pero
era como descifrar signos en un damero desconocido, como buscar un objeto
oscuro, anónimo en la propia oscuridad, y sintió como la puerta se cerraba si
bien todo se inundaba de luz en ese nimio instante entre apertura y cierre aunque
el cuerpo antes alerta ahora estaba como suspendido en ese vacío viscoso de la
penumbra. Y el recomenzar con la trillada pregunta: ¿Qué es “Esa Historia”?
Y
--A
ver…el nuevo…el nuevo ingreso en este lugar oscuro. ¿Nombre…nombre? Rápido,
rápido… ¡Responde, es una orden…habla, pedazo de mierda!
Ya
me parecías el nuevo, por la cara que
pones. Esto es como todo –no tengas miedo, colabora con el programa- que al
final es aburrido por eso rotamos tanto; imagínate que todo esto es como las
imaginaciones del deseo con la
desconocida esa que ves pasar y te parece inalcanzable pero después la
conoces hablas con ella te sonríe. Viene el juego de la seducción, el deseo que
te desguaza y te unes a ella –tal vez- y al cabo de cierto tiempo cuando la
desconocida te llama, cuando el deseo rebota y te reclama sin postergación… a eso me refiero, es como si te llevaran al matadero de la desesperanza. Difícil
describir aquello –danzar muy apretado al dolor que simula la angustia de la
muerte- que no se conoce con lo que jamás hubo contacto, un color, una sombra,
la sombra de algún alguien, un sentimiento que no se tiene y sin embargo
esperan (si… porque esperan siempre tu grito y tu sometimiento) de uno una
respuesta que satisfaga sus ansias que no son sólo ansias sino miedo, si el miedo disfrazado de verde o caqui, pero miedo al fracaso, a la
herido de lo inexpresable…en lo
intangible… como son las palabras, fantasmas que chapotean en el aire
sucio. Palabras… esas cosas que significan cosas pero no se pueden tocar, ni
morder… pero si callar. Lo primero que te quitan son las palabras para que no
te reconozcas en tus propias ideas con el lenguaje perdido, después la cosa es
más fácil porque te das cuenta que a fuerza de repetir acabas moldeándoles algo dentro para acomodar lo que los otros
precisan acomodarles para no quedar mal parados con los otros de quienes dependen y que esperan respuestas.
Siempre es el miedo a perder algo, algo que te hicieron creer que tenías cuando
en realidad no eres más que un montón de ideas que se sustentan en palabras que
tu cuerpo transporta por allí, tan ufano, tan ligerito a veces, pero esto
solamente sucede cuando no piensas…o
como cuando recuerdas como era la vida antes de la asfixia. ¿Viste cómo te
hablo y te comprendo…dice el Otro? Aunque no lo creas yo estudié, tengo una
cultura pero de vez en cuando la vida te lleva y la maquina no perdona te
asfixia te escruta, te corroe y quieres salir pero no hay
puerta, la formación católica, el sueldo escaso, apostólica, la maquina
te aprieta, y romana, el reencuentro con aquel sacerdote que hoy es el
capellán, el reencuentro con el compañero del colegio militar, que es el mismo
y es un desconocido, la maquina te escruta, te da vueltas, te entretiene, te
convence de aquello que no te convence pero es la máquina quien piensa el enemigo es el otro, el diferente, la
maquina te adiestra sin gritos, con paciencia, casi paternalmente, casi con
ternura mientras te alarga las primeras complicidades que son las primeros
pagos de lo sin vuelta, y eres el sumergido pero emergente que la maquina saca
a flote, y cada vez menos palabras menos cuestionamientos, eres un tipo de
probada confianza en las probanzas de la sangre, fiel, obediente, si, obediente
si le debes respeto a la jerarquía del
compañero, al camarada en esta guerra nocturna que no es sino parte del
mismo dentado del engranaje de la máquina y otro trabajito, ¿Que es ‘“Esa
Historia”? ¿Donde estuviste anoche? A veces mi mujer, sabes, me espera con la cena y después, todavía levantada, el nene no paraba de llorar,
seguro que tenía fiebre, y el reproche pagado con la culpa, la máquina paga, yo
beso a mi mujer en un simulacro de ternura…pero la máquina te tiene dentro del
engranaje, y quieres salirte alguna vez haciéndote alguna pregunta tibia, pero
la respuesta ya te la puso en la cabeza la máquina. Y las preguntas en el aquí y
el ahora y también en el después. ¿Qué es ‘“Esa Historia”?...
Y
La
máquina
Porque
la máquina es también palabras, palabras sueltas, en sermón, en discurso,
huecas, vacías, palabras asentadas en un entramado de legalidad de lodo pero
que viene al caso en el espacio tiempo para que valgan para que sirvan a
quienes de ellas se sirven para que todos entiendan de qué se habla de que no
se debe hablar, esto se hace esto no se hace: cuál es el significado de todo? Y
a propósito que es ‘“Esa Historia”?, si el caso es que casi me suena pero no
consigo saber de dónde ni por qué me suena, tal vez la dijo ese judío sefardí
que vendía no se qué en un tenderete de una calleja de Córdoba. Si tal vez fue
él que me miró con ojos de catarata pero con brillo vivo para venderme (¿un
atajo a?) ‘“Esa Historia”’, una ¿towards?’, una ‘Torah’, una tolva una toalla,
una tralla, o metralla, una toga, una tregua como ilusión en forma de objeto, y
descansar por fin. Pero está lo oscuro que hoy no consigo recordar y que parece que debería por que se empeñan
en que dé una respuesta para conjurar al miedo que en todos producen las
palabras. ¿Por qué ese empeño en venderme una “Torah”…cómo pudo ver las
entretelas de mi alma?
Nunca
comprenderé por qué me persiguen palabras y sueños que no reconozco mías. Yo
soy en realidad un hombre que huye o un hombre que busca (¿acaso no es lo
mismo?) un hombre que ejecuta la justicia. Un rutinario asesino, que jamás
vacila, la mayoría de las veces. Y
además yo sé perfectamente qué significa “Esa Historia” y dónde se halla en
este laberinto. Incluso conozco la calle donde se oculta ese sórdido barcito de
mala muerte, en el suroeste de Buenos Aires. Porque “Esa Historia” es el
rimbombante nombre de un agujero donde –esta noche- me espera mi muerte…o acaso
una nueva postergación; y sólo muera mi desconocida enemiga. Esta noche iré
allí, exactamente a medianoche, y buscaré a quien se oculta bajo el falso
nombre de “Isabel” (otras veces gusta llamarse” Inés ”) y - si todo va bien y
logro identificarla- ya podré informar al Rabino…o incluso matarla allí mismo y
huir rápidamente, antes de que nadie pueda fijarse en mí y tal vez reconocerme.
He
viajado desde el otro lado del mundo para cumplir esta tarea. Y –si no fuera
una insultante frivolidad- hasta diría que me siento casi feliz porque sólo
faltan pocas horas para entrar en la sordidez de “Esa Historia” y enfrentarme a
lo decisivo. Debo ser, como siempre, eficaz y veloz. Mucha gente ha corrido
riesgos –e incluso algunos han perdido la vida- para encontrar ese detestable
burdel y desenmascarar la falsa personalidad de la mujer que buscamos.
…cuando
comenzarán a preguntar? ¿Qué es ‘“Esa
Historia”? Y de nuevo los ojos oscuros
de Isabel queriendo querer saber si quiero quererla rescatándome de los brazos que a veces me
jalan por los sobacos para sentarme otra vez en la silla frente a la potente
luz del reflector de sus ojos encendidos
esperando una respuesta mía como si me quedase algo de mí es ese momento en que
no soy más que un arrebujo sucio de babas que no puede por que no sabe dar
respuesta a la eterna pregunta que machaca treinta mil muertas veces dentro de
la cabeza que no sabe y sigue sin
responder, y en tanto ella/ellos
esperando pacientes ante la zancadilla
de cualquier balbuceo. ¿Qué es ‘“Esa Historia”?
El
vuelo de la compañía checoslovaca en que llegué a Buenos Aires fue una
verdadera pesadilla…más de treinta horas dando vueltas como un imbécil de
aeropuerto en aeropuerto para no dejar pistas, para cambiar mi identidad
frontera tras frontera…demasiado tiempo, en fin, para mal dormir y mal comer.
Pero las órdenes que me filtraban desde el entorno del rabí fueron inapelables
y claras. Toda aquella ceremonia de la confusión se les antojaba
imprescindible. Aunque el único que sufriera las consecuencias en su propia
carne fuera yo mismo.
Arribamos
al Plata durante un amanecer de otoño y alcancé a ver, bajo las acostumbradas nubes y nieblas, la panza
plomiza del gran río; como el largo cadáver de un pez de fantasía que hubiera
venido a desangrarse y morir entre estas
praderas infinitas. Como siempre que
lo sobrevuelo, no puedo evitar recordar y visualizar –es un recuerdo
imaginario, pero intenso- el cadáver oxidado, sin aire, del “Graff
Spee” que está encallado en el lodo
o cabecea en la corriente sucia desde un aciago día de esa guerra. Me duele
esta deflagración de la memoria como si yo mismo hubiese navegado y hecho
nuestra guerra entre aquel acero, que nuestro capitán prefirió hundir antes de
que cayera en manos de los ingleses que nos perseguían día y noche. Aquel
diciembre, los dedos del Reich casi llegaron a tocar las pampas; como una mano
victoriosa y aún no vencida.
Aunque ya estaba prohibido por la cercanía del aterrizaje, me
quité el cinturón y me escabullí a mear en el baño. Una torpe maniobra –lo
sé- para salir de la fascinante
alucinación que subía –y me arrastraba- desde la desmesura de aquel río.
Así, hace cuarenta y ocho horas y
llamándome ahora Lucas Asternaza, según otra documentación falsa, entré en
Buenos Aires y desde el aeropuerto hasta la ciudad –estaba casi exhausto- todo
pasó en un segundo porque creo que me dormí o casi me desmayé. La voz del
taxista que me urgía me despertó de mala manera en una calleja entre el Paseo
Colón y las viejas dársenas (un área donde en el pasado llegaba el ferrocarril
y millones de animales inocentes entraban en el degolladero de los
frigoríficos…siempre me fascinó Buenos Aires porque entre sus calles húmedas y
tristes siempre se mató a escala industrial). Y todo, aunque profundamente
diverso, no dejaba de parecerme familiar. Una calle semejaba Hamburgo, otra un
suburbio de Dresde.
Mi padre solía contarme siempre algo
parecido; aunque él había llegado como refugiado a bordo de un
vapor panameño, junto con otros ex oficiales de la ‘Werthmacht’ y algún indisimulable piojo de las SS; aterrado por
primera vez en su vida ante la mirada de un aduanero aindiado que lo
interrogaba en español. Todos sabían que
la eficaz Odessa había confiado sus nuevas vidas en manos de aquel leal general
germanófilo que dictaba una subespecie de “orden criollo”; pero no podían evitar la
desconocida emoción del miedo que los todopoderosos sufren en el vértigo de su
caída.
…que es ‘“Esa
Historia”?, si el caso es que casi me suena pero no consigo saber de dónde ni
por qué me suena, tal vez la dijo ese judío sefardí que vendía no se qué en un
tenderete de una calleja de Córdoba. Si tal vez fue él que me miró con ojos de
catarata pero con brillo vivo para venderme un ‘“Esa Historia”’, una ‘towards’,
una ‘Torah’, una tolva una toalla, una tralla, o metralla, una toga, una tregua
como ilusión en forma de objeto, y descansar por fin. Pero está lo oscuro que
hoy no consigo recordar y que parece que
debería por que se empeñan en que dé una respuesta para conjurar al miedo que
en todos producen las palabras…
Entre
los huesos del Graff Spee retumbarán
siempre los aullidos de los desesperados…las palabras cegadas de las notas
nerviosas en los fragmentos de papeles, hilillos podridos del lenguaje, entre
los cueros de las bitácoras muertas. Y en aquella lista del infierno está
también el apellido von Sapper. ¿Quién es este von Sapper?...es acaso
el abuelo…otro hombre diverso…es acaso
el nombre que tuviera un muchacho esforzado que va quemándose como una
candela entre el dolor de otra guerra
O
es el nombre de un cómplice ¿es un nombre falso? Como que coincide exactamente
con el apellido von Sapper que Isabel Schwartz adoptó la noche en que se cambió
de nombre –y de raza y de alma- para
pasarse a colaborar con el enemigo…y traicionar su sangre, traicionar el
recuerdo de nuestro amor, traicionar su familia –formada en torno a Bruno
Schwartz- traicionar la pureza de la luz…todo al impulso del miedo –o acaso del
valor- de aquel que reniega, de aquel que no acepta el tajo del destino, de
aquella que escupe a la cara de los ángeles y cae…¿acaso no es también como un
alto destino el de una mujer en solitario, que de pronto gira su rostro y
abraza al demonio?
Lo
que restaba hacer era ordenar los papeles y cada una de las fichas color sepia con los nombres de
cada uno de los tripulante de aquella embarcación hundida; y que por
insignificantes que fueran no menos
importantes ya que en ellos constaban los rangos y jerarquías y los puestos que
ocupaba la tripulación, y allí estaba
marcado en rojo con un grueso lápiz de aceite un solo nombre: “Max von Sapper,
nacido en Hamburgo, teniente de navío y contramaestre ”.
PERO
(Borrador
para una usurpación)
Me
llamo Lucas Asternaza.
Nací
de padres honestos en Ischilín, uno de los más humildes recodos de esa patria:
mi padre era fabricante de aceite de sebo (de gatos, de perros, de muertos anónimos) y mí madre cuidaba un pequeño cuartito, a la
sombra de la iglesia del pueblo, donde se ocupaba de los no deseados. En la
infancia me inculcaron buenos hábitos: no solamente ayudaba a mi padre a cazar
pequeñas bestias para su industria, sino que con frecuencia era empleado por mi
madre para eliminar los restos de su trabajo...
¿Puede
pensarse que mi destino podría calificarse de cruel? Tal vez…pero a lo largo de
mi vida he tenido noticias de otras vidas...
...estas
breves líneas ilustrarán lo que quiero contar:
1.
Un gringo melancólico, que criaba abejas,
sabía que una picadura de esos bichos
puede provocar un shock mortal. Y le decía siempre a su mujer: “yo me
mato”, porque no encontraba el gusto de vivir ni en su casa ni con su oficio.
Cuando murió, inmediatamente después de una picadura de abeja, un 8 de diciembre,
su mujer, interrogada, declaró que aquello había sido un suicidio. Pero el juez
de instrucción archivó el caso porque eso era indemostrable.
2.
Un poeta de la cercana Villa Quilino, que escribía poesías sin sentido, se suicidó con gas para dar a sus poesías
un sentido dramático global; aunque
postrero. Pero en la denuncia hecha en la comisaría se constata que sólo había
dejado el gas abierto por distracción.
3.Un
plomero –por necesidad; ya que estaba desempleado del ex Ferrocarril Belgrano-
con un fuerte agotamiento nervioso se tiró al canal de Sauce Punco con unos
tubos atados al cogote, con un peso exacto de 33 kilos.
4.
Un domador del Circo que solía parar en la explanada de la estación abandonada
de Dean Funes, cansado de la vida ambulante, entró una tarde en la jaula de los
tigres disfrazado de mono. Los tigres no eran feroces, pero, al no reconocerlo,
lo mataron. El caso fue registrado como suicidio.
5.Un
primo mío de Jesús María; sepulturero -todavía joven pero enfermo- se hizo
enterrar en mil novecientos setenta y seis ocupando el lugar de un muerto,
introduciéndose sin que nadie lo viera en un ataúd antes de que éste fuese
cerrado. El muerto, en cambio, fue encontrado después de una semana en su casa,
debajo de la cama.
Y
etcétera.
Pero
aún mucho más inhumano que el destino es el presentimiento:
Yo,
por ejemplo, soñé con un día dulce y
soleado en las sierras de Córdoba. Pronto – me dije en el sueño- sonarán las campanas de la iglesita
lugareña, porque hoy es domingo. Entre
los maizales, a la orilla del arroyo, dos chicos han hallado un caminito por el
que nunca habían pasado. En los pueblitos cercanos brillaba la mañana como
diamante en las sábanas puestas a secar. Los hombres oreaban el vino para el
mediodía y las mujeres preparaban tortillas crujientes y enloquecedoras. Los
pibes jugaban a la rayuela a la sombra de un sauce. Todo el sueño era la feliz
mañana de un día terrible…porque aquella tarde, detrás de la iglesia
abandonada de los jesuitas, un niño será
asesinado por un hombre feliz; que habita en mi sueño.
Y
Caminando
por El Bajo…
Datos
y mas datos, que había recopilado y ordenado; y ahora en Buenos Aires
llamándome Lucas Asternaza , así de simple, como diría el contramaestre, y
caminando solo por una calleja entre Paseo Colón y Balcarce, evitando el miedo,
recuperando la nostalgia, los aromas húmedos de cada rincón de ese callejón
donde debería encontrar la vieja joyería del orfebre mayor: el propio Rabino; y
aunque fuese lo único por hacer ese día sabía muy bien que la desconfianza seria el primer
obstáculo con el que me enfrentaría después de entrar en el pequeño local, con
mi carpeta con los datos y mas datos de aquellos hombres, y los posibles rastros
que tal vez me llevarían a un pueblo olvidado de Entre Ríos o a las
sierras de Córdoba, pero eso aún no lo sabíamos, ni él, ni yo, y tampoco
“Isabel”.
¿...y no era acaso “Esa Historia”, el otro
dato que me faltaba?
Mientras
cruzo la neblina, el frío, el mal olor del cercano Riachuelo…yendo , yendo,
yendo siempre hacia “Esa Historia” y hacia el momento de su muerte –o de la
mía- pienso en ella de una manera
absoluta: Isabel tendría entonces unos diecisiete años…aunque hoy eso nada
significa…pero en la década de los treinta era ya la edad de una mujer…y yo -
con casi veinte ya- estaba terminando el ‘Gymnasium’, en aquellos mitológicos años de la República de ‘Weimar’,
cuando el Tiempo del Hombre parecía infinito y el sonido de los bosques de la
madre Alemania sonaba a requiebros de ‘Ludwig van ‘Beethoven y no al gruñido
del cerdo ‘Adolf, osando en la materia más profunda de nuestro ser…y mi padre
era aún ‘Herrenführer’ en la policía de Berlín –aunque llegaría por su talento
al dorado ascenso a ‘Oberführer’, antes de la guerra-….e Isabel no se llamaba
Isabel, pero le gustaba ese nombre familiar que ella llamaba “mi nombre latino”
y lo prefería frente al altisonante Fraulein Lisbeth ‘Magdalena Schwartz, con
toda la eufónica música del tintineo de billones de monedas imaginarias que
componían la incalculable fortuna de su abuelo B. Schwartz, -único socio judío
de las portentosas acerías que habían estado, desde siempre, en las pálidas manos arias de la apolillada
nobleza de Pforzheim…
AÚN
[...el
sueño recomienza siempre con un breve viaje mágico hacia el antiguo teatro del
balneario de Suderode, donde –con el patrocinio económico de su abuela- se
representa” Guillermo Tell”...y Lisbeth/ Isabel Schwartz. entra en un cuarto,
mi cuarto, ya vestida para salir. (Vivíamos, ambas familias, en aquella zona al
norte de Kuntzsstrasse , junto al laguito artificial que yo una mañana
futura vería cegado de cadáveres.
Vivíamos tan cerca que habíamos jugado juntos desde niños e incluso ella, a
veces, me llamaba “hermano”)…en el sueño la ciñe un bellísimo vestido de sedas y bordados, con el
escote ‘palabra de honor’ que tan sensual la inviste. Su color es el azul pálido. A veces, -en sueños de otras
noches- un rutilante rojo. Su cabello, oscuro y pesado,
ceñido en una trenza única ‘alla ‘radice
italiana’...que descansa en sus hombros, del color de la luna llena.
Lleva una sola joya: el pendiente de una
perla, ovalada y tibia y montada al aire
en oro, que fuera de mi madre.
-Hermano (¿)...date prisa; ya herr Rostow
nos espera- dice I.-.
Y
verla aguardándome me pone más nervioso aún y no atino a abotonarme ni la
chaqueta ni el chaleco. Ella se acerca a escasos centímetros de mi pecho.
Siento su aliento en mis mejillas. Sus dedos ágiles me rescatan de la torpeza.
Sentirla tan cerca exalta la ternura. Me reflejo en el acecho de sus ojos. La beso,
ansioso, en la palma de la mano. Ella me
responde buscándome la boca.
--¡Tu padre nos reñirá si llegamos
tarde...!-- dice, ya enlazándome en el juego de masacre.
En
este punto el sueño reproduce -a veces- todo el drama de ‘Schiller que
escuchamos y vimos durante aquella velada. Otras noches, hay sólo
una violenta elipse y en un fugaz
segundo todo el drama ha
terminado y, emocionados, aplaudimos de pie. Al levantarnos, veo nuestros
reflejos, un instante, en un angosto espejo que cierra un lateral
del palco. Diría que ambos, en la
repetida noche del sueño, tenemos entre veintiocho y treinta años de
edad. Isabel está feliz y ríe y el mundo se ilumina con el rubor de sus
mejillas
Y
ella se cuelga de mi brazo y así salimos del teatro, con los corazones al
unísono.
--¡No
esperemos a R. (el chofer de su madre)- grita-...tardará un siglo llevando a toda la familia, viaje tras viaje. Corre,
corre Ludwig...que alcanzaremos los
primeros aquel coche de
alquiler!.
Indicamos al chofer un atajo por detrás
del lago y entramos en la casa solitaria cuando los demás estarán aún en el
cotorreo del ‘foyer’ Por absoluta
prudencia no enciendo más que las luces imprescindibles. En este exacto momento
del sueño hay un nudo de angustia: miro el rostro de Isabel... como si la viese
por primera vez y descubro, alterado, el énfasis de nuestro parecido.
¡ Un observador objetivo podría decir que
somos hermanos.. y más aún: jurar que somos mellizos...gemelos!.
Creo que es en el vestíbulo donde ya nos
quitamos los abrigos. Ella sube la escalera como si volase, adelantándoseme.
Cuando llego a nuestra planta, paso raudo frente a los dormitorios de mis dos
hermanos, y voy directamente a su cuarto; urgido. Allí no hay nadie. Hay un
momento de cruel confusión en que nada es comprensible en la penumbra. La llamo
dando voces, aunque creo que susurro “sottovoce”. Sin saber muy bien qué hacer me encamino a mi
dormitorio. Isabel ha desaparecido.
Junto a la luz que, desde el parque,
entra por la ventana de mi cuarto...está
ella de pie. Tiene ya el cabello suelto y sólo la cubre una camisa blanca. Veo
la agitación en sus pechos pequeños.
-¡Ludwig...- musita ella- ...ya ves que
somos uno...idéntica persona. Lo que hay dentro de ti es la materia de mi
propia carne...siento que ya todo es lo mismo!.Y entonces I. besa y muerde los
labios de mi sombra y yo la beso en el cuello y la desnudo y acaricio su
fragancia hasta llegar al feliz
llanto... y la hecatombe. Y despierto escindido. Y blasfemo y odio la
vida… ¡odio que nunca me había permitido...ni
repetiré...ni pensarlo...!]
ADEMÁS…
¿Para
agregar a mi agenda? (Restos de un monólogo de
Isabel, mientras aprende español en la orilla del Plata)
…fueron
tres años terribles, en la soledad, el miedo – terror a morir sola, a ser descubierta,
a jamás regresar -¿regresar
adónde?...¿adónde estaba, adónde había quedado esfumada aquella nación suya
que, en realidad, jamás había tenido, que sólo había sido durante fugaces años
un sitio mitológico al que había creído pertenecer…?- Tres muy largos, eternos,
años trabajando como limpiadora en unas oficinas bancarias por las noches –en
las horas durante las cuales el inmenso edificio helado quedaba casi
absolutamente vacío y disminuían matemáticamente todas las posibilidades de
que alguien interpelase a “Isabel”, la extraña, la extranjera que creían muda…Los márgenes del
riesgo bajaban al grado cero las posibilidades de que alguien intentase hablar
con ella y comprendiera enseguida que apenas hablaba tres palabras en español
¡cuánto pavor a ser descubierta…pavor que intentaba mitigar cantándose
mentalmente a sí misma viejas canciones alemanas!…pavor que no podía
morigerarse y que la hacía mearse encima muchas veces –entre los temblores de
su pánico- cuando adivinaba la lejana sombra de un guardia o policía
trasnochado que, entre bostezos, se daba una vuelta por aquellas estancias para
que no se dijera que él no había cumplido su misión de vigilar las invisibles
fortunas que sustentaban aquel esqueleto de cemento y hierro, cerca de la
esquina de Diagonal Norte y Sáenz Peña. Tres años eternos dedicando cada hora
robada al sueño y al agotamiento para estudiar esa lengua incomprensible y
melódica del otro lado del mar, tan lejos del balneario de Baden-Baden, tan lejos de la Alexanderplatz,
tan lejos de las amapolas que todos los veranos de su adolescencia subvertían
las colinas de Carintia, tan lejos de la Banhoff berlinesa, donde la potencia
del vapor de las locomotoras era como el resoplar secreto de los pulmones
infatigables del prometido ‘Reich’…
O
(¿Residuos de pensamientos de Asternaza o de la propia
Isabel?…cuando conocen, desde lejos, evanescentes fantasmas de Buenos Aires)
Di
una vuelta en torno a esa casona junto al río, buscando la puerta lateral que
me habían indicado. Había oído hablar de ello, pero no dejó de chocarme el
curioso color de aquella mansión gubernamental. Quizá era algo propio del
barroco de Sudamérica. Mostré la carta
que me habían dado en la oficina de la calle Tucumán, donde funcionaba un
clandestino despachito de coordinación entre los “refugiados” alemanes y el
gobierno bonaerense. Uno de aquellos granaderos inmóviles en una escalera de
mármol se condescendió a mirarme a la cara, leyó el sobre (parecía que no se
hubiese atrevido a abrirlo) y –haciéndome una venia- me indicó que pasara a lo que parecía una
mezcla de patio y claustro, muy lleno de ornamentos; con escudos que yo
desconocía.
Fugazmente,
vi pasar por la galería superior, una mujer rubia, muy menuda, que caminaba con
paso rápido e iba acompañada por un hombre uniformado que parecía un alto
oficial. Era su edecán, según supe más tarde.
Cuando subimos al piso superior, me llamó
la atención tanta gente que circulaba vestida de civil; yo había imaginado que
aquel régimen tendría debilidad por los uniformes…pero parecía que al general
le complacía más un ambiente distendido y casi de “club”. Muchas de aquellas
desconocidas eran mujeres jóvenes y
bellas, como iconos del tango.
Después
de esperar poco más de media hora (que me pareció medio siglo) en un despacho
enorme y medio vacío -de quien se presentó como “el Asesor”- escuchamos, en la
misma calle lateral por donde yo había entrado, el ruido de una motocicleta de
baja cilindrada; seguida de dos enormes y silenciosos coches negros atestados
de hombres con elegantes sombreros y armas desenfundadas. Observé con
discreción por una ventana y fue enorme mi sorpresa cuando vi que de aquella
moto ‘Lambretta’ (era más bien lo que
los italianos llaman un ‘scuter’ que
una motocicleta) desmontaba el mismísimo general. Yo no podía entender, por la
costumbre de otros modos de
representación del Poder, que el jefe de aquel régimen, llegase a la
sede de gobierno de modo tan informal. Con sus zapatos deportivos, su ‘pulóver’
a la moda, su chaqueta a cuadros con el cuello abierto…más parecía un jugador
de golf que un líder militar de éxito. Tenía la estatura y fuerza aparente de
un boxeador de peso pesado. Con su metro ochenta de estatura, su peinado oscuro
hacia atrás y su nariz romana, parecía más una copia criolla de Beniamino Gigli
o cualquier otro famoso tenor de ópera. El general tendría entonces poco más de
cincuenta años. Lo que más me llamó la atención fue ese brillo absurdo,
adhesivo, de su cabellera, que parecía
lustrada con el mismo betún con que los granaderos pulían sus altas botas.
Cuando
aquel hombre exótico se arrellanó y relajó en su sillón, una de las
innumerables secretarias le acercó –ya encendido- un cigarrillo encastrado en
una boquilla de nácar con adornos de oro. En aquel edificio, en aquella ciudad, todo el mundo fumaba excesivamente; la
atmósfera estaba muy cargada y casi todos tenían los dientes amarillos…salvo el
general, que los llevaba de un blanco estremecedor, que no era de este mundo.
Otra muchacha le pasó una pluma y pude ver -yo me había ido acercando
inconscientemente; aunque él no parecía haber reparado en mi presencia- cómo
trazaba su firma, de una manera ampulosa: una “jota” mayúscula muy grande y
llena de amplitudes narcisistas y, al final, con un cierre agresivo hacia
abajo, una letra “n” que era como el dibujo de un puñetazo; como la punta de un
anzuelo clavándose en un corazón
invisible.
Un momento después, aquel hombre estaba
hablándome. Y lo hacía en un alemán tan fluido que no pude evitar el
echarme a temblar.
Y TODAVÍA
.
¿30 años después…el encierro
irrespirable?
…dice
la frase hecha que hay que “hacer memoria”…pero
¿de la nada, del agujero que abre el pánico, qué puede hacerse…? Porque sólo
hay agujero ya, carencia, falta, caída en un pozo vacío…y no hay, no
quedan, palabras para juntar en una
cadenita; miguitas de Hansel y Gretel… y enganchar la memoria, no hay…
…y
ustedes me preguntan por la vida del Ruso –como llamaban a Bruno Saper desde la
infancia- y del Ruso ahora mismo sólo recuerdo que desapareció una noche que
llovía a mares sobre Buenos Aires, durante una larga sudestada que traía la
borrasca del Plata metiéndose como un estremecimiento desde los callejones de
La Boca hasta más allá del norte de
Palermo, así entraban los dedos ateridos de las rachas en ese día penoso. Un
tigre de viento bramando sobre Buenos Aires. No, no,…no recuerdo hechos muy
claros. Ustedes que son médicos, tienen que entenderme. Tienen que creerme que
yo no puedo recordar. Yo no estoy loco como dicen algunos…pero la memoria sí
que la he perdido; se me ha ido muriendo. ¿Habrá sido por la máquina en la
lengua y en las encías?
Bueno, todo no puedo, ni pensarlo puedo.
Pero hay como fotos fijas, como relámpagos donde yo lo veo. Sí, yo lo
conocí en mis épocas de pibe, de cuando
éramos adolescentes. Época de mucho miedo y de penuria aquella de los primeros
setenta…estaban ya matando gente todos los días los perros de las Tres A…los
aprendices de videlistas.
Entonces Saper…el Rusito, tendría como unos veintisiete o veintiocho años. Los dos éramos del mismo
barrio de Almagro. Y eso era todo.
Ustedes recuerdan de esa época casi lo mismo que yo, porque yo lo viví pero sin
darme cuenta…y después todo quedó en los diarios, en algunos libros, dicen, y
en las charlas de la gente más vieja, arracimada en los patios de los
atardeceres en torno a un mate o una
copita de anís, acaso.
¿De
cuándo él fue niño? Bueno…supongo –no lo
se, en realidad- supongo que vivió otras dictaduras, que después nos parecieron
un chiste malo, al lado de los asesinados de a miles, los tirados al río…los
que amanecían con un tiro en la nuca, incluso pibes de diecisiete años, como
unos que secuestraron en La Plata, me acuerdo. Así eran esos días. Encerrados
sin aire.
Lo que les parecía raro en Almagro era
que el Ruso era, dicen, un tipo que trabajara en lo que viniera con tal de
seguir estudiando medicina…pero lo que soñaba hacer, lo que le gustaba de
verdad era ser escritor…y contaba siempre algo de lo que estaba escribiendo,
escenas donde una novela iba creciendo o de pronto te leía un poema en
cualquier bar, por puro gusto. Dicen que escribía muy lindo. Pero sólo publicó
un par de cosas. Bueno, sí, se las publicaron los amigos; años después. Ustedes
ya saben eso. No me fuercen.
Dejó de escribir un día que estaba en
casa de Inés y cayó un operativo de los “grupos de tareas”, como gustaban
llamarse cuando salían de caza, y la secuestraron a ella y a un hermano de
ella; pero como de milagro no se lo llevaron al Rusito…porque su novia, entre
otros gritos espeluznantes, dijo que no lo conocía, que sólo era un muchacho
vecino que había ido a arreglarles un grifo que goteaba desde hacía días. Sí,
ya se que es absurdo, pero así fue la
historia. Así eran las cosas verdaderamente, entonces. Y cuando llegaron los
verdugos a su cubil, sus jefes y los oficiales de Inteligencia, los trataron por lo menos de pelotudos , de
imbéciles, de hijos de puta; les pegaron con un palo y les metieron un mes de calabozo de castigo porque se habían traído a quienes no
buscaban…dejando ir al Rusito, que era la presa.
Pero el Rusito no había huido. Parece que
se quedó en la casa de la chica que quería tanto, esperando a que
volvieran…quién sabe para qué. O él lo sabía. De modo que después de todo lo
que hicieron a Inés, cuando se cansaron de hacérselo, como dos días después un
capitán pensó que en la casa allanada habría pistas y volvió hasta Almagro y
cuando llegó a esa casa, desde una ventana, le dispararon con una escopeta y el
oficial respondió con un arma automática que a dentelladas hizo trizas todas las
persianas y debió darle al Rusito…porque quedó un rastro de sangre hasta el
patio y sobre un muro que había saltado y en la calle trasera por donde, esta
vez sí, se había fugado como pudo.
Parece entonces que en el momento en que
Bruno Saper saltó a la calle, se cayó a la calle, arrastrando una pierna y tratando de hacerse
un torniquete con el cinturón; pasó ese coche que dicen que vieron, un coche
negro, grande y lujoso, un Chevrolet 400 que ardía como el charol, que frenó
sin ruido y se bajó una mujer joven, que no era de Almagro, que era del centro,
y lo ayudó a levantarse y lo metió a empujones en el asiento de atrás y se esfumó en la noche de Buenos Aires.
Cuando logró saltar, el capitán disparó varias ráfagas hacia las lucecitas que se alejaban, pero dicen que
todas las balas se perdieron girando locas entre los árboles.
Cuando Bruno despertó, la blancura de
aquellas sábanas, ese albor de luz, lo hizo bizquear, aparte del dolor y sólo
vio desenfocada la silueta de la extraña y vio bien cerquita, pegadas a su
cuerpo desnudo, un sembrado de manchas rojas, sangre rutilante que parecía
flotar sobre las sábanas porque la blancura las detestaba. Escuchó bien el
ruido del agua de un grifo en una bañera, voces desconocidas…y la mujer se le
acercó a los ojos hasta hacerse visible y le puso una mano fría sobre la
frente, caricia tibia, y él como era poeta –siempre- se dijo que venía ella del
agua como una Venus soñada y entonces volvió a desmayarse. Y en el sueño estuvo
largo rato de pie mirando con la boca abierta aquella Venus de Botticelli que
–había leído- relumbra desde hace siglos en una ribera del río Arno ¡tan lejos
de Buenos Aires! Todo un día estuvo, de pie, mirando fijo a ese cuadro ¿o acaso
esto lo habré soñado yo?...arenas movedizas.
Alguna hora ignorada de algún día
siguiente comenzó a enterarse que estaba en el segundo piso de una casa antigua
del barrio de Caballito, frente al parque Rivadavia. Eso lo tranquilizó, porque
él solía ir por esa zona. Supo que estaba muy cerca de un café de ajedrecistas,
donde alguna vez había agonizado una partida lenta con un ingeniero alemán que
apenas hablaba pero movía los trebejos como en un ballet clásico.
Lo habían vendado con fuerza, desde el
muslo hasta la cadera, toda la parte machacada de plomo, que seguía
quemándolo…y estaba colocado de lado, sobre el costado sano, enfocando a una
pared celeste donde adivinaba sombras. Claro que retorciendo mucho el cuello
logró mirarla cuando vino ese día y lo hizo beber unas cápsulas con limonada
bien fría y le pregunto si le dolía menos y él supo que era una mujer de
treinta y pico, con un perfil maravilloso y un perfume que él soñaba a veces
en las novelas pero jamás había aspirado
en lo real. Y también sus manos eran una obra de arte…tal como había creído él
siempre que eran las manos de las mujeres de los libros de Proust.
Y ella fue y se sentó en una silla de
respaldo alto que estaba a los pies de la cama y, en el nuevo ángulo de visión,
Bruno pudo verle las piernas…y allí la mujer seguía siendo hermosa como en las
manos. Claro que hasta Bruno se sorprendía de tales mixturas locas del
pensamiento, en una situación tan rara, en casa de una extraña, en una escena
que se le había instalado de pronto –desde el desmayo- sin saber de dónde venía
ni dónde iba a parar aquella situación un poco absurda –pensó- yo aquí desnudo,
salvo el vendaje, medio estremecido por la fiebre y pensando en la belleza de
esta mujer ignota cuando yo tendría que pensar en Inés y en cómo volver a
salvarla…
Gracias señorita…balbuceó él, sintiendo
que no eran las palabras adecuadas. Pero más estúpido se sintió todavía cuando
le preguntó qué donde trabajaba ella y ella respondió que no trabajaba, que se
dedicaba a pintar. Bueno, es un trabajo, pero nunca he ganado dinero con eso…ni
me interesa tampoco, la verdad. Y él entró en otra extrañeza más honda: había
gente que tenía paz y dinero y seguridad como para dedicarse a pintar en
aquellos días de espanto, cuando todos los hombres y mujeres que él conocía
andaban cambiando sus huesos de un sitio a otro, noche tras noche, para que la
angustia o el fuego nos los pulverizara con el mismo fulgor del plomo que ahora
le había abierto las carnes…aunque todavía estaba vivo… seguramente gracias a
aquélla que vivía en una casa hermosa y buscaba en los pigmentos sus texturas
secretas y acaso algunas respuestas a ciertas preguntas que él mismo se
hacía…pero…
Veo que ustedes no me creen y me miran como a
un bicho raro. Pero así son los recuerdos.¿ Y acaso no era posible; acaso no
sabía él, como escritor que era, que
todos los vivos le hacen las mismas preguntas a la muerte? Igual daba
que pintaran, escribieran o temblaran por la
fiebre y el miedo.
Después
de hacerle cosquillas en una axila al tomarle la temperatura, la desconocida
sacudió el termómetro, sin decirle nada y volvió a ausentarse hacia el ruido
del agua, que seguía cayendo en el baño contiguo.
A
mediodía volvió, trayendo una bandeja con un poco de fruta y otra jarra de
limonada. Cuando él bebió escasamente, la mujer hermosa le dijo que tendría que
quedarse en esa cama unos días hasta que pudiera valerse por sí mismo. Y que
ella se iría por unas horas, porque esa era la casa de sus padres, ausentes;
pero que ella vivía en otro lado y tenía que volver porque seguramente estarían
alarmados y acaso la buscaran y entonces él estaría en peligro.
El
Ruso se quedó solo en el silencio enorme. Escuchó que llovía muy fuerte. No
supo cuántas horas pasaban. O tal vez incluso los días pasaban y pasaban. Y con
esfuerzo bebió unos tragos pero no podía comer por el malestar ni sentía
hambre. Se durmió y despertó y se durmió muchas veces y en una hora extraña
sintió que se orinaba y la cama empezaba a mojarse y haciendo un giro doloroso
consiguió sentarse en la cama y agarrándose a los muebles dio unos pasos
interminables hacia el baño. Ya el agua no corría. Tampoco su sangre se derramaba ya por las heridas y
se sintió mejor. Buscó con los ojos un teléfono, más por costumbre porque ¿a
quién iba a llamar? si apenas recordaba algo. Y vio que había otra habitación
tras un breve corredor y se envolvió en una sábana por una vergüenza súbita y
tardó como mil horas en arrastrar la pierna herida y el peso de un cuerpo que
pesaba demasiado…pero tampoco en el otro cuarto se veía un teléfono. Había una
salita con unos sofás de piel y un escritorio muy ordenado y toda una pared
llena de libros. Los libros lo atrajeron como una promesa, de modo que siguió
arrastrándose durante un lapso eterno. Y entonces vio, en un vano entre los
libros, la foto que brillaba. Era una foto de ella. Era extremadamente hermosa.
Su rostro era un paraíso… más aún que las manos y la línea estremecedora de sus
piernas. Pero en la foto no estaba sola. La acompañaba un hombre que también
sonreía. La foto tenía mucha luz, como tomada en un parque una mañana de verano.
Y el hombre vestía un uniforme de oficial.
Cuando
volvió en sí, Bruno estaba tirado en el piso de la salita y la mujer lo estaba
ayudando a volver a la cama, con delicadeza pero con fuerza. El sentía la
fuerza de aquel cuerpo tan esbelto y deseable.
-Se
que ha visto la foto- le dijo ella de pronto; mientras buscaba otras sábanas
limpias en un armario empotrado. -Pero no tiene que temer nada. Conmigo estará
seguro-.
-¡Tengo
que irme ya, enseguida…tengo que irme!- se escuchó el hombre que estaba gritando.-
¿Y por qué hace todo esto; y por qué me dice que con usted estoy seguro, cuando
usted es una…-
-Yo
sólo soy una mujer que también tiene miedo- dijo ella.
-¿Y
eso es todo? ¿Con esa explicación me conformo y me quedo tranquilo?-.
-Eso
es todo. Pero puedes irte. No estás prisionero en esta casa. Si crees que
puedes valerte, si crees que eso es posible, puedes irte en el instante que
quieras-.
-¿Pero
cómo voy a creerte, siendo lo que he visto…sabiéndote ya la mujer de ese tipo? ¿Es que acaso me estás
guardando hasta que él venga, tranquilo y cuando se le ocurra, a pegarme un
tiro? ¿Para qué todo este teatro, para qué estás curándome…qué clase de
perversión es la tuya?-
-No
va a venir nadie- dijo ella con convicción.
-¿Cómo
que nadie…?-
-El
de la foto es mi marido, si te interesa saberlo; pero no puede venir…-
-¿Por
qué no puede venir? ¿Qué me estás diciendo?… ¡loca de mierda! –
-El
ya no vendrá nunca porque no puede tocarnos, ni siquiera vernos ya puede…
¡Tienes que entender que nadie podría ya
ni reconocernos…porque ya estamos muertos!-
-Además
de ser un monstruo, estás completamente loca…pobre mujer-, dicen que dijo
Saper, casi como apiadándose. ¿Cuál es tu nombre real?
-Me
llamo Elizabeth…pero a mi me gusta más Isabel…¿bueno, te acuerdas que cuando
frené el coche para ayudarte a levantarte de la calle, cuando sangrabas… y
entonces escuchamos una ráfaga larga, muy larga?-
El
hombre rebuscó en su memoria un tiempo indeterminado hasta que volvió a
escuchar aquel trueno. Y asintió, mirándola.
-El
fue quién nos mató aquella noche. Pero es un cobarde, siempre lo fue…y cuando
llegó hasta el auto me reconoció y sintió pavor por haberme asesinado-
-Nos
había asesinado…-
-A
mi sí me había asesinado. El nunca te vio como persona, Bruno…vos sólo eras un
número más, un animal al que había que matar. Tuvo miedo por lo que me había
hecho a mi –aunque fuera por puro azar-, tuvo miedo porque mi padre es su
superior…-
-¿También
tu padre?-
-No,
no te confundas, el es un hombre viejo, sobreviviente del ’45, y retirado desde hace muchos años…pero
todavía lo respetan…esas cosas tan raras que tienen entre ellos-
-¿Y,
entonces…-
-Entonces
nos trajo a esta casa, que fue de mis padres, que yo heredé, donde nadie viene
nunca…y nos trajo y encerró nuestros cuerpos y huyó y desapareció y nadie sabe
nada de él y menos puede saber lo que nos pasó a nosotros-.
-Pero
antes has salido y has vuelto. Te he visto marcharte y dejarme solo ¿cómo se
explica eso?-
-Yo
no se que has visto…yo veo otras cosas, siempre cada uno ve una parte. Yo veo
que te duele y que tengo que curarte. Voy hasta el baño y vuelvo. Ya he ido y
he vuelto millones de veces….-
¿Y
cómo me dices, entonces que me marche; adónde puedo irme-
-Mientras
has estado sin conciencia durante millones de días, me he asomado a la ventana.
Afuera sigue estando la ciudad. Pero también ella está muerta, aunque allí sigue. Y acaso se pueda salir…pero yo no
me atrevo, voy hasta el baño y vuelvo, una y otra vez-
-¿Y
sigue la tormenta del día ese cuando nos mataron?-
-La
tormenta no para, no para, no para…es enloquecedor…y ahora trata de dormir; eso
se puede. Tratemos de dormir los dos. Me siento muy cansada-
Y
el hombre se tendió. Y ella se tendió a su lado. Casi con pudor y ternura,
Isabel (¿) se tendió rozándolo…en el
encierro donde moraban sin aire. El hombre sintió como el dolor se iba y cómo venía la sombra del deseo. Ella sintió
el placer de cómo él se acurrucaba contra su cuerpo. Ambos sintieron el golpe
de la lluvia en las ventanas y cómo se reunía su carne con su carne en las manchas de sangre –ahora podía ver
cuánto sangraba ella- cómo se mezclaban sus cuerpos en el golpe de las ráfagas, en el oro de las
balas, en la putrefacción de la lluvia, el olor de la sangre… el ruido de la
tormenta en el Plata; ese tigre bramando sobre Buenos Aires.-
© carlosmamonde.
MUÑECA BRAVA
Yo
deseaba destruir su belleza...y debí hacerlo. Algo en mi corazón lo anhelaba
más que todas las certidumbres.
Si no
fuese un cobarde, la habría matado. Esta es la coherencia que me debía y le
debía.
Nadie
podrá comprender la naturaleza de la luz
en aquel sitio adonde ella me había conducido. Al escribir estas
notas quisiera empezar -¿me será
posible?- por unas palabras verdaderas.
Con el
paso del tiempo, los hechos se han deformado o parecen pueriles: todo se pudre,
todo se vuelve opacidad y se desvanece en la corrupción de su propia forma.
Acaso
debí matarla durante aquel atardecer de sábado, cuando la rompiente del
Mediterráneo amenazaba chasquear eternamente; cuando... ¿falsamente?...confesó
que me amaba; cuando juró no regresar jamás a Altea. En ese instante debí
hacerlo: despeñarla en la cala embozada por la noche. Debí vencer mi terror y
dársela al mar que la llamaba rugiendo, restallando espumas, alejándose y
volviendo en una síncopa de oleajes.
Nadie la
hubiese oído caer, nadie. Recuerdo esa
hora de luz luida mientras yo la miraba fascinado..., apoyado en una
roca y observándola. Ninguna mujer fue tan bella en la historia de este pequeño
planeta. Vestía una camisa clara y se había recogido el pelo. Yo le pedí que lo
hiciera y ella aceptó, casi sumisa, sin su coquetería usual. Yo me sentí
totalmente feliz. Las agónicas luces del día rielaban en la cala. Sé que ella
era conciente de mi mirada obsedida. Me esforcé
por mirarla como se mira a una cosa, anonadándola en el espesor del paisaje de
tinta. Creo que si hubiese logrado mirarla con el punto exacto, e
inhumano, de desapego necesario, acaso
la habría perdonado. Pero ella parecía exaltarse en su deslumbrante victoria.
La llamé dos o tres veces, creo, dando voces para imponerme al mar. Yo quería
detener su persistente crueldad. Yo quería salirme de mi angustia que
gritaba:¡empújala ahora...empújala ya!.
Sospecho
que si algún curioso llega un día a leer estos recuerdos puede verse tentado
por simplificaciones psicologistas, tan en boga y tan frívolas. Pero, lo
siento, no cabe engañarse con tales facilismos. No hubo patologías. Acaso, sólo
una destemplada compasión en nuestras almas y una voluntaria carencia de
reconfortante cinismo.
Conocí a
Ana durante el invierno de 2003... Aún hacía poco que ella vivía con Gerardo.
El es ahora un novelista conocido en Europa. Mantuvimos cierta amistad durante
la época en que ambos, muy jóvenes, publicábamos en algunas revistas marginales
del país.
Apenas
verla por vez primera a Ana, intuí que aquella mujer era una víctima de su
propia hermosura: “es tan difícil pensar siendo este cuerpo, esta
fisiología...me han criado deliberadamente como una hembra”, me diría alguna
vez, sincera y ajena a todo feminismo.
En
aquellas reuniones que organizaba Gerardo, tertulias excluyentemente
masculinas, pronto pude entender con
cuanta paciencia ella soportaba nuestro estólido asedio. También vi el
relámpago de su vanidad, cuando parecía más vulnerable a las rendidas ofrendas
de los cortesanos de Gerardo. Entonces recordé a Pavese y sentí pena por ellos,
acaso por mi mismo: “...las mujeres son como hombres de acción...no intentes
nunca seducirlas con el espectáculo de tu propia inteligencia”. Pero en
aquellos días, la sensatez huía fuera del mundo cuando Ana bajaba a la sala de
aquel chalet de Las Rozas. Entonces, al regresar a casa en la cumplida
madrugada, torturado por el aliento gélido del Guadarrama, yo pensaba que Ana
era humillada hasta lindes de pena. Pero no la compadecía, ni detestaba a
Gerardo en su ceguera. Yo estaba también atrapado por la idea de poseer a Ana,
hollar lo más profundo de su tristeza de ídolo.
No volví
a ver a Ana durante varios meses, aunque pensé en ella. Por cierto, me tentó la
idea de llamarla por teléfono. Especialmente en mis noches de soledad, cuando
mis circunstanciales compañeras me abandonaban en la sima del aburrimiento y la
tristeza. Creo que intenté escribir algunos poemas fallidos, intentando
recobrar en la evocación verbal el aura de Ana. Y para entender el carácter de
la pasión de aquella criatura.
Para mi mal, he conocido muchas mujeres bellas
y frívolas. Su brillo no alcanzaba nunca a simular un sedimento de estupidez.
Sé que puedo ser acusado de misoginia por escribir esto...pero así sentía; así
juzgaba ¿justa, injustamente? , a pesar de mi ideal de equilibrio y
prescindencia. Pero en Ana, en cambio, alentaba la lucidez. Yo lo había
comprendido, así como ella adivinaba nuestro cretinismo...conocimiento que le
otorgaba un matiz de cortés distanciamiento a su conducta. Sentí compasión por
las servidumbres a las que la sometía su belleza, ese demonio, y el egoísmo de
su marido.
Hoy me
arrepiento –con un arrepentimiento no de orden moral, por cierto--, pero a
mediado del verano siguiente la llamé a Las Rozas. Por cierto que me había
informado previamente de que Gerardo estaba ausente, visitando Roma para
presentar su última obra.
Mi fugaz
y domesticada mala conciencia echó mano a sutiles razonamientos para
justificarme, de modo que cuando llegué al chalet sólo había en mi espíritu
excitación y vértigo.
Pese a
que yo confiaba en haber atesorado fielmente cada uno de sus rasgos únicos, la
mujer casi me pareció extraña, sorprendiéndome con la primicia de un rostro
velado por una rara concentración. Pero su mirada era la misma mirada
soñada. Con un gesto de disculpa, quitó
la música que Benedetti Michelangelo tocaba desde un disco y me pidió que
excusara su desaliño pues estaba pintando. Yo no conocía su afición. Subimos a
un pequeño estudio luminoso en la segunda planta. Y pareció olvidarse de mi
presencia mientras mezclaba óleos buscando secretas sincronías o disensos
cromáticos. Se negó con vehemencia cuando sugerí que me retiraría para volver
otro día en que ella no estuviese
trabajando; me ordenó que callase, que me sirviese un whisky si me
apetecía y que me sentará “por allí”.
Ana
vestía una camisa de su marido. Se me ocurrió que la blancura de la tela
amplificaba cierta especie de resonancia de su hermoso cuerpo, ecos de su
sangre temblando por la tensión de la búsqueda en el lienzo. La luz de su
mirada le bañaba el rostro y parecía crepitar sobre los labios, sobre la
temperatura de su boca apasionada por la voluntad.
Cuando encontró el pigmento y la forma
anhelada, aquella hembra se distendió dulcemente y fui testigo de una sonrisa
como no veía desde la infancia. Me tendió su mano, conduciéndome a una sala de
penumbras frescas que se agradecían en aquella torturante tarde de julio.
Mirándome con curiosidad por encima de su copa, mordisqueando un trocito de
hielo, haciéndolo juguetear entre sus dientes y su lengua, me interrogó sobre
mi trabajo, sobre algún presunto texto en “almácigo... abandonado por mi
desidia”, dijo. Yo miraba fascinado su rostro sereno, cansado y satisfecho y
aún más bello sin trazas de maquillaje. Era una cara como bruñida por la tarde
clara, una transparencia nueva en este mundo. Con la mirada sabia de quien
había enfrentado ya las pruebas, los ritos de pasaje.
-¿Por
qué has venido, Juan...?-, me preguntó con convincente curiosidad.
Aunque
demoré un largo instante mi respuesta, no estaba especulando frívolamente, como
a veces me ocurre, con los efectos, fastos o nefastos, de mis palabras en las
mujeres que pretendía seducir. Simplemente estaba tratando de asimilar la
súbita conciencia de que,acaso por primera vez para mi, con aquella mujer nunca
me sería permitida la menor impostura.
-Lo sabes, Ana,...lo sabes
bien...he venido esta tarde porque te deseo...-, contesté lentamente.
Creo que viví aquellas horas bajo
una rara perturbación...de modo que tengo recuerdos fragmentarios, escorzos,
sombras inestables de aquella realidad que parecía ocupada toda por su ser, por
su discurso sin esperanza que era para mí la encarnación de toda esperanza, por
la música de su corazón que, cercano al mío, temblaba como el viento en las
frondas.
-En un cierto sentido, Ana, tu
forma de ser y pensar y tu mirada tienen un acorde masculino...la mirada de un
cazador que me acecha para cebarse en mi memoria, mi cuerpo, mi dolor...allí
donde ninguna antes...--, murmuré tontamente, intentando refugiarme en el
castillo de las palabras, mientras me desguazaba su deseo y su risa.
-Lo sé, mi chico petulante...y
saber que lo sabes es lo que me enciende la sangre...gilipollas...ya calla...ya...
Y así fue como Ana, durante nuestra primera tarde de gloria me llamó, merecidamente, gilipollas.
Cuando
fuimos a la cama ocurrió aquel fiasco que pareció unirnos más profundamente (se
me ocurre ¿arbitrariamente? pensar) en nuestra breve, ansiosa, tal vez
frenética convivencia. Con pánico descubrí, mientras besaba sus muslos,
cerrando fuerte y supersticiosamente los ojos para no ahuyentar tan increíble felicidad, tal
fruición...descubrí acongojado que me hallaba súbitamente impotente.
Irremisiblemente impotente cuando, burlona paradoja, podía finalmente
abandonarme a mi inconmensurable deseo, cuya intensidad insensata no dejaba de
sorprenderme y emocionarme.
Apenas
lo advirtió, Ana me abrazó con ternura y con una fuerza tal que parecía querer
incrustarme entre sus hombros, mientras me besaba con rápidos besos aniñados.
Después se irguió en todo su esplendor, se retrepó felinamente sobre mí y con
su boca tibia reavivó mi sexo. Y me montó y ví sus grandes ojos celestes que me
poseían y redimían y sentí la íntima violencia de sus muslos atenazando mis
caderas y el apetito de su carne apoderándose de mí y hubiese querido
poder darle la nueva, desconocida, gratitud de
mi alma y darle de beber todo poso de dolor y apropiarme de su melancolía
para aliviar su peso y me embriagaba y su sudor fue la droga hermosísima,
embriagante, manando del relámpago del salto y de las góticas comisuras de su
boca y de axilas misteriosas y acres y de la cala ácida de su pubis debelado. Y
así, y así y así...fuimos abandonándonos al juego, cayendo al precipicio del
fuego, reviviendo la omnipotencia virgen de los primeros coitos y yo fui aquel
extraño que la desvirgó en Aigua Blava una tarde encapotada de nubes de los
primeros días de un olvidado septiembre y Ana fue la primera hembra que me
cogía de la mano para subir a la montaña maravillosa de la malicia, victoriosos
sobre el anatema de nuestros padres y sus manos parieron nuevamente mi cuerpo
dándole el hálito del dulce quejar de su garganta y el calor de su euforia y de
su risa que estaba coronando la pequeña y compartida expulsión violenta de la
muerte...
En
Altea, ella tenía una casita en la colina, para ella sola. Este es mi
santuario, dijo. Vamos, entra. Y me besó en la frente tras un interminable silencio
desde Madrid, sentada a mi lado en el coche; mirando el paisaje como si yo no
existiese ni pudiera oírme. Y todo ese silencio me desesperó como un exilio,
mientras procuraba adivinar cuál había sido mi delito.
Desde la
pequeña terraza podía verse el mar a pocos pasos. Yo he nacido lejos del mar y
lo conocí tardíamente. La cercanía de su respiración parece liberarme de la
gravedad y, acaso, escudarme de la muerte...por eso amo sus aguas densas. A la
terraza se abría una habitación llena de luz; cegadora en el alba. Recordé para
Ana unas líneas de Barral que el mar me trajo a la memoria:”quién sabe por qué la aurora legañosa,/por qué el alba de espina
amarillenta/ más que la estancia del día y de las olas/ resbaladizas de la
noche, injuria./ Por qué escupe su luz inoportuna/ sobre el instante débil,
sobre el miedo/ repentino a vivir, a ser el mismo /prisionero de perpetuas
costumbres”.
En la
terraza jugábamos...o mejor ella jugaba ante mis ojos ávidos, un juego
adolescente que la fascinaba: enmascararse en sucesivos maquillajes con los que
lograba mimetizar su rostro con
distintas edades y culturas...ahora era una marroquí del zoco de Yemal F’naa
con los ojos asombrados de kohl, ahora era una muchachita francesa de la Orilla
Izquierda, ahora era una vieja cantante de ópera hundida en el olvido y la
decrepitud, ahora era una puta negligente del Trastévere...Ana me dijo que ese
juego de íntimas máscaras era una especie de rito aprendido en sus años de
modelo para una conocida casa de alta costura. En el dormitorio de Altea
guardaba sobre un muro un póster suyo de entonces, asomando su hermosura de
muchacha a una portada de “Vogue”. Y yo pensé, aunque callé, que aquello era
como la iconografía de su infierno, porque no lograba casar aquella imagen
frívola –que había seducido a Gerardo- con la tristeza de la mujer amada, su existencia auténtica
que yo había conocido. Aquel fantasma congelado por la lente era
insoportablemente extraño. Pero, tal vez, una perversa máquina podía percibir
mejor que yo la sombra terrestre de mi Ana. No lo sé...y ya me he resignado a
mi incapacidad de comprenderlo.
Así,
enmascarada, jugaba Ana conmigo, mientras el Mediterráneo también parecía
enmascararse de desierto bajo el viento quemante que soplaba del África. La resolana inducía una quietud
de muerte en plantas y animales y provocaba deseos y espejismos que
confundíamos con el destino.
Habíamos
bajado al sureste, hasta Altea, para entregarnos a lo irracional. Pero ocurrió
algo extraño. Ana comenzó a despertarse antes del alba ahogada por la culpa,
respirando como una enferma anginosa. La angustia, inexplicable me decía, la
llevaba a zozobras del ánimo que ambos desconocíamos y le aherrojaba su
libertad para amarnos. ¿Es que quiero a Gerardo?, se preguntaba gritando.¿Es
que quiero a ese cabrón?, gritaba. Y parecía que toda su seguridad de bella
burguesa se roía. Habíamos pensado en que la impunidad se nos daría por
añadidura y estábamos encenagados por la culpa. Y aquella oscuridad que la
podía venía desde muy atrás, desde el pasado. Siempre he temido esto,
Juan...siempre, siempre, siempre; me decía llorando. Siempre he deseado los
deseos de otros. He sido el deseo paralizante de Gerardo. He sido el deseo tosco de los que
modelaban sobre mi, de los que me fotografiaban durante horas...
Durante
unas horas de tregua, bajé solo hasta el mar y me senté en la arena para
intentar pensar. Esta mujer, me dije, ha vivido como instrumento de otros. Y el
corazón me dio un vuelco cuando advertí que yo también podía estar usándola.
Pero procuré tranquilizarme y perdonarme. La fatalidad de su belleza la había
secuestrado en la banalidad y la apariencia...cuando su lucidez era absoluta y
podía penetrar más allá y más profundamente en la precariedad, en lo efímero,
en lo real: “es difícil vivir dentro de mi cuerpo...vivir en él como lo ven
ellos” –me había repetido insistentemente. Y también: “me han criado como un
juguete del hombre”.
Y pese a
ello, creyéndome excusado por mi amor egoísta, yo la acosaba con mi deseo.
Una
tarde apareció alegre, como si se levantara después de una larga enfermedad,
con la alegría con que un náufrago agotado escucha en la distancia cantar
pájaros. La humillación y la culpa parecían olvidadas. Acepté su mutación como
un don. Comprendí que nada debía preguntar.
Confieso
que durante aquellas efímeras horas fui feliz,¿fuimos felices?...aunque, pese a
mi empeño, no pude olvidar la amenaza de la ambigüedad en que vivíamos...la
amenaza de un odioso precio que, tarde o temprano, pagaríamos por ese hiato de
plenitud. Ana me había contagiado un cierto cariz de fatalismo suyo.”Los dioses
siempre reservan dos pesares por cada gracia que otorgan”, repetía...riéndose a
veces de sí misma. Había en su alma mediterránea un atavismo trágico. Alguna
vez quise burlarme de ello, diciéndole que, en realidad, debieron llamarla
Antígona o tal vez Circe; pero ella me contestó muy seriamente con un verso de
Homero:”...la belleza tiene como vecinos al peligro y la muerte”. Quise seguir
la broma recitando aquello de “no es reprensible que troyanos y aqueos padezcan
largos años por tal mujer...”, pero callé cuando Ana se quebró por el llanto.
Fue la
noche del martes cuando Ana abandonó
nuestro cuarto; silenciosa, agobiada por pensamientos que yo no
alcanzaba, sombría por sentimientos que yo no podía explicarme. Habíamos
luchado penosamente durante horas entre mi deseo (¿y tal vez su deseo?) y una
súbita e insuperable negativa a amarnos. Cuando yo, abrumado por el
resentimiento, le reproché su rechazo e incluso la insulté, buscando zaherirla,
Ana no respondió. A las seis de la mañana estaba paseando por la playa,
exhausta por el insomnio, aunque aparentemente tranquilizada después de la
tormenta. Al verme aparecer en la terraza, me llamó a su lado. Cuando me senté
en la arena, escrutándole los ojos apagados, me pidió que la abrazara.
-...tengo
frío, mucho frío, Juan –murmuró-...quédate así y escúchame...tú quieres una
respuesta, quieres saber por qué me he negado a acostarme contigo desde que
llegamos hace cuatro días a Altea...bien
¡No tergiverses
las cosas Ana –le grité, desaforado por mi frustración y acaso por mi vanidad
herida-,...quiero saber por qué me rechazas, por qué me mientes, por qué juegas
conmigo...joder, por qué, por qué lo haces...!.
-Tenía
la esperanza de que tú , al menos tú, me comprendieras –me contestó-,...pero
parece que ese es un sueño imposible...Juan, Juan...¿cómo podría explicarte que
ya no me acostaré contigo ...precisamente
porque te quiero...porque veo que tú también me estás convirtiendo en la
misma cosa que todos...Dios mío, tú también lo haces, tú también...-.
Pero no
la dejé concluir el balbuceo de su estúpida excusa. Sentí unos insoportables
deseos de golpearla, de hacerle daño. Y me puse de pie lleno de odio y le grité
que sólo era una cría, gilipollas y cruel y que pretendía cubrir con ñonerías
imbéciles lo que no era más desprecio y egoísmo y un juego malévolo de su mente
retorcida y...
Huyendo
de su presencia, en un autobús bajé hasta Calpe. Pero no era yo mismo quien
deambulaba por las callejuelas blancas, ni quien parecía absorto por el
teatro de la luz entre las nubes y el
mar. Creo que, después de comer algo por ahí, me senté a beber en un bar de
mala muerte. Bebí con ferocidad, como si cada trago fuese un puñetazo y una
blasfemia, un tajo que pudiese librarme de la angustia. Al caer la tarde, creo,
ya estaba muy borracho y había vomitado en las rocas de la cala, frente al asco
de los turistas. Procuré serenarme, o creí que era eso lo que estaba
intentando, desquiciado por el alcohol y el miedo. Me había caído al mar y
estaba temblando cuando Ana me encontró y rescató. Con mi razonamiento alterado
pensé, por un momento, que había logrado conmoverla hasta el remordimiento, que
había vencido en nuestra lucha, aunque fuese por el perverso camino de la
compasión.
Ella
misma me dio un intenso baño caliente que me revivió. Pero alguna pieza sutil
se había desenganchado en mi mente y algo terriblemente estúpido me estaba
ocurriendo. Si ella ponía amoroso cuidado en sus manos al restregar, minuciosa,
algún rasguño de las rocas, yo no podía interpretarlo más que como una grosera
sensualidad. Y la borrachera no puede disculparme, nadie puede hacerlo. Me
parece recordar oscuramente que le grité que era una puta que buscaba excitarme
para luego burlarse de mí:¡eres una sádica de mierda!, le grité. Y seguí
insultándola diciéndole que se creía muy lista porque era una burguesa llena de
guita que había comprado a Gerardo, como a tantos otros...y no porque fuese una
mujer hermosísima, como le gustaba creérselo cuando jugaba con los estúpidos
esnobs que la rodeaban; insensibilizándose hasta no poder reconocer a quien
realmente la amaba y que se cubriera ya, cúbrete putilla asquerosa, porque me
torturaba con la visión angélica de su cuerpo a través de la camisa mojada y y
me eché a llorar como un crío asustado e histérico y ella me lavó la cara.
-Mañana
regresaremos a Madrid-, fue su única respuesta a mi enajenación. Tenía el mismo
semblante de severa concentración con que la reencontré la tarde de mi primera
visita a su estudio.
Yo
estuve largo rato observándome en el espejo del baño. Me sorprendió el grado
del pánico que llameaba en mis ojos. Hubiese sido posible seguir el aroma de
ese terror por los grandes nervios hasta el centro del corazón. Yo estaba a
punto de perder a Ana; si no la había perdido irremisiblemente ya. Para
siempre. Para siempre.
Cerca de
medianoche crucé el jardín hasta el garage y arranqué a tirones los cables del
motor del coche. No se me ocurrió otra forma de postergar el momento de la partida,
el comienzo de la pérdida.
Durante casi dos días me mantuve alejado
de Ana, aunque mi supuesta indiferencia era una grotesca impostura pues me
pasaba las noches de puntillas, sin respirar, a la puerta de su cuarto;
enamorado de la música de su respiración. No volví a beber aunque continué
huyendo de la casa durante el día para dar largos e idiotas paseos, durante los
cuales tenía como ensoñaciones diurnas en las que me veía como una especie de
cazador al acecho de una bestia mitológica. Estaba como pirado. Y todo el
tiempo procuraba, sin mayor éxito, ignorar la raíz verdadera del dolor. Y
trataba de pensar con lucidez, buscando lo que llamaba “vías de escape”. Podía
tomar un tren en cualquier momento, abandonando a Ana en su casa, a solas con
sus contradicciones...que ya podía comportarse tan arbitrariamente como
quisiera sin ser yo la víctima propiciatoria. Pensé perfeccionar aquel acto con
la escritura de una carta en la que, eventualmente, mi insuperable inteligencia
desmontaría todo lo ocurrido analíticamente y ofrecería a Ana una radiografía
inapelable de su miseria y tal vez de su maldad. Pero no lograba yo confiar
plenamente en mis pensamientos, nublados desde el día de mi huída a Calpe. El centro de aquella carta, pensé,
sería explicarle cómo yo había pretendido “salvarla” a través de nuestra
malhadada aventura por las tierras del cuerpo y la emoción,... salvarla –digo-
de todo aquello que ella misma llamaba “mi esclavitud de los hombres;
esclavitud, sí porque ellos sólo han visto en mí una presunta hermosura y la
leyenda canalla que han levantado, calumnias,
hijos de puta, de que soy una especie de cortesana voraz...”.
Pero mi
“fraternal” deseo de salvarla había fracasado, lo reconocería; naufragando en
el descontrol de mi carne y, sobre todo, en la impostura de su falso cariño.
Desterrados de él, el deseo animal humilló nuestros gestos y los actos que
pretendíamos absolutos declinaron hacia una rutina genital.
Habíamos
soñado con tenderle una trampa a la decadencia del amor y acaso al mismo Dios,
para que éste no pudiese mirarnos sin perder su inocencia; pero al parecer sólo
habíamos ejecutado la vieja danza de los animales en celo.
El
viernes anterior a nuestro regreso, reparado ya mi pueril sabotaje al coche,
Ana me propuso una tregua. Me pidió una tregua mientras sonreía con una ironía
tierna:”porque no entiendo esta guerra donde todos pierden”, rió.
Comimos
en la terraza, corrompiendo con nuestros pensamientos la perfección de los
sabores. A las seis de la tarde, cuando yo trataba de morigerar el galope de mi
corazón concentrándome vanamente en imaginar el sendero de una gota de sudor
que me bajaba por el pecho, Ana vino al cuarto donde yo dormía solo desde hacía
días. Se recostó a mi lado, cruzadas sus manos sobre el pecho y se estuvo un
rato así, como mirando el infinito a través de mí...silenciosa, ausente. Yo
veía el esfuerzo de la luz por adecuarse al rigor de su perfil, a la suave
caída de sus senos sobre su tronco de muchacha, de flexible gato. Cuando
la contemplación me resultó insoportable, giré sobre mi lado dándole la espalda
deliberadamente, como si con aquel gesto, un punto teatral e ingenuo, pudiese
abolir el resplandor. Callada y tan callada que su mutismo me ensordecía, Ana
se acurrucó contra mí y comenzó a besarme...la nuca, los hombros, los
omóplatos. Yo cerraba con dolor los párpados y veía, en la noche de mis ojos,
el rastro fosforescente, caracol húmedo, de su lengua que iba pintando de gozo
a mi carne asombrada. Me desnudó y se desnudó sin prisas y fue copiando mi
cuerpo con el suyo. Abandonó el temblor de su pecho sobre mi columna. Cobijó
mis nalgas con el calor de su pubis. Encendió mis rodillas con el chasquido de
las suyas. Morreó las plantas de mis pies con la tersura de sus empeines.
-No
hables...no digas nada...no hables-, salmodiaba quedamente en mi cuello.
Abandonado
y entrando en el vértigo y pareciéndome que el tiempo se abría en una digresión
insospechada, creí sentir –ya en la alta noche-, distanciado y como si mi
cuerpo no fuese mi cuerpo, el trueno sordo de un acoplamiento. Y ya en la
madrugada, invasora, oí su ruego y sentí abrasar sus nalgas en mi sexo, en un gesto que no
habré merecido nunca, aunque viva para siempre, y me rogó que la penetrara
lentamente, por favor muy lentamente...y me decía que por ahí no me ha tomado nadie,
Juan...siente mi virginidad más absoluta...entra en mí como la primera vez, mi
amado compañero...
Al alba
de nuestra comunión, cuando yo la bañaba con el agua triste de la despedida,
Ana habló muy lentamente, como saliendo de las profundidades y procuró
explicarme ciertas alucinantes diferencias que soplan en el alma de una mujer,
ignoradas por la estolidez de los hombres.
-Yo no
podía hablarte de ello, porque tu creías que yo te rechazaba-,me dijo-...eres
un niño tonto, eres como santo Tomás Dídimo que necesitaba hundir sus dedos en
las Heridas para creer...”.
Cuando
intuí lo que había ignorado, ciego, sobre esta extraña raza, apenas pude con la
marea de mi remordimiento. Ana comentó después que lo que más lamentaba de sí
misma era su cobardía, que le había impedido terminar con una existencia que se
le antojaba agotada y corrupta, una agonía absurda. Acaso en ese instante hubo
un pedido de auxilio, pero no pude con el poco valor de mi ánimo.
Acaso
debía hacerlo durante aquel atardecer del sábado, cuando el tozudo Mediterráneo
licuaba espumarajos en la escollera. Cuando -¿falsamente...frívolamente?- me
juró que me amaba. Cuando dijo que ya no regresaría jamás a Altea. Cuando,
acodado en las rocas, yo la observaba.
Ninguna mujer fue tan bella en la
noche del mundo. Vestía una camisa clara y se había recogido el pelo. Yo se lo
había pedido y ella lo anudó con sus dedos...acaso por complacerme, quizás por
coquetería. Jamás seré igualmente feliz, lo sé...
Los
reflejos últimos agonizaban sobre el mar vencido y eran añil destello en su
mirada extraña.
Estos
fueron los escuetos hechos; tan banales y crueles.
©carlosmamonde
POEMAS PARA UNA CASA SOLA
Poema uno
Esa casa del niño hecha de verde
hierba
y árboles nadando el destiempo
del tiempo
que gritaba tu fuga
tu señorial dominio de la luz y
los ríos
tus canciones de seda entre tus
muslos de aire
colmados del deseo y de perlas y
de tristes naranjas y de pianos insomnes…
Poema dos
El cielo de esa casa soplaba de
tu boca como un rocío alegre
‘molto
allegro ‘vivace
en la tormenta helada que
deslumbra a los muertos en lo torvo del día
desflorando la gracia de la
materia exhausta
y el número secreto de los
versos que salvan…
La casa ya derrumba su compleja
armonía
y el desorden sublime de la
hierba me embriaga.
Poema tres
Al abrir tu discurso y sus
sensatos goznes
todo milagro expuesto cayó bajo
tus sueños…
quebraste el aura roja de
una manzana única
y el aire rutilante con que vistiera el día
el jardín de la casa.
Y la curva más dócil… agonizó en
el río…
Soñaste tu cuchilla y su torva
sintaxis
y toda cosa expuesta clausuró su
deseo
y aún la epifanía con que pisas
la hierba.
Ni el perfume vencido del huerto
de manzanas
ni azúcar de tu lengua
castigando la mía
soportan la vacía presión de tu
relato;
o el espejo vibrante que tus
clarines traen
a burlar mi caída…
Y soñaste cuchillas de
incertidumbre y hielo
ahogaste el transcurrir con tus
dioses que abaten.
Todo fue destronado en nuestra
casa sola.
Y se rompió la sombra y la luz y
la gracia…
aún antes del goce y del torpe
bullicio
que la esperanza gime cuando
muerde en la boca.
Ni el vencido perfume del huerto
de manzanas
columpia sus banderas
cuando la luz desangra…
Anemia de la vida bajo el texto.
Poema cuatro
Yo soy el perro que husmea y
amenaza
el que espanta hacia el miedo
bandadas de palabras
que se rompen las alas
entrechocando locas…
sobre un campo de soledad junto
a la casa;
campo de hedor de un invierno sin término.
Sobre ciudades mecidas por el
llanto
sobre las huellas de máquinas
vencidas…
por el desasosiego del horizonte
enfermo
temblando de ira y de
locura…vuelan
vuelan las sombras de los
cegados versos
y sus exhaustos pájaros les
niegan
la torva ascensión al Paraíso
y la ebriedad del viento y del
deseo…
En absoluto blanco y en absoluto
negro
(en mis ojos de perro no hay colores)
su música de sal abren tus
textos
y los árboles se incendian en tu
fiebre…
………………………………………..
¡Todo ha sido escrito…
yo soy el perro que husmea
tiritando,
bajo bandadas de palabras y el
silencio de los estorninos!.
Poema cinco
Sobre el tejado y el tañido del viento.
Yo voy dejando a mis ojos caer
a mis ojos irse, alontanando
y diseminados huyen entre
delgadas hojas de la mala hierba…
Ojos de la pálida piedra
fugitiva
ojos de una materia que acaso
hubiste amado
(¿yo lo sabré…algún día?)
Girando sobre la casa, el viento
ya me ha herido…
Y al solo que -de pie, tan solo,
permanece- el viento lo desdeña;
Tormenta de la vida que sopla
sobre el polen
y al agrio precipita…
Tu rostro bajo la tormenta se despide del mío
que va por itinerarios de la
pérdida…
y las piedras de molienda de lo
amado
y el corazón del insecto
egoísta.
Poema seis
Naufragio de la casa en tu memoria
hundimiento en el mar que todo
humilla
y se inicia lo fúnebre del día y
todo corre a llorar tu desapego
frío.
y todo es polvo de polvorientas
risas donde
el alma se escabulle vuelta
niña.
Roídos –huérfanos- ojos que se
desabrigan de los párpados.
Todo ha sido ya escrito.
La espuma del océano ha violado
la casa.
Poema siete
Duelen los dientes en la noche
fría
Y oyes el siseo de la espuma
¿o acaso es viento y fuego ese
siseo sordo?
que acosa las ventanas y
la noche del bosque y
el alba de la arena.
En la tarde incierta cuando
despojara
la desnudez del alma para venir
al sueño,
¿acaso ceñí con toda fuerza
el freno del caballo sometido?
Es la bestia que mira y
estremece
sus ijares de luz a la deriva
aterida humillación de su
silencio…
Caballo que me lleva al olvido y
a la lluvia:
tan lejos de la casa y del coito
que hubimos
tan lejos del prado y las
manzanas
que se llega hasta el borde del
pulmón agotado.
-¿Vendrás conmigo al campo donde
todo transcurre?-
grita el caballo…pero nadie oye.
Y no conoce el bosque su nariz
inocente
y piafa la demanda del morir que
lo monta
y prepara la derrama del cielo.
Poema ocho
El aire huele quieto en torno de
la casa.
El bosque canta enfermo apegado
a la lluvia.
Las voces más humanas olvidan mis
canciones
y las antiguas piedras ya veloces
mudan
a tiza y arena muerta y agua
negra…
que muerden las verduras que
copian a las formas;
mimetizan mis ojos…
y a los sueños y al seno
llameante de tu cuerpo,
¡aquel que ayer apenas
dulcificaba el aire!.
Nos sentamos, pueriles, sobre
abismos del lecho
a mirar en sus fugas la piedra y
la madera…
y la boca de araña que teje
enamorada.
¡Abre tú ya la puerta para que
todo extinga
esa boca de fábula que nos
desguaza el cielo…!
……………………………………………..
Acepto tu mirada y reposar en
ella.
Poema nueve
Tu tibia mano plancha
la sábana y la muerte
y llevas al armario los gemidos
del sexo.
Y toda luz se guarda
debajo del silencio
y barres los insectos que
duermen su tristeza
en la casa de ausencia.
Y por tus comisuras de racheädo
viento
corre aterido un beso
para volverse nieve y doblegada
muerte
-Prepararé café-, decides…
prepararás café…
decidida e insólita
a ocupar con tu pecho
la plenitud
y el mundo.
Y el frío te mutila tus dedos
que se arrojan
al río que los bebe.
Y en mitad de la noche tañe la
casa pura
y tañen tus dientes locos en su
vaivén de gloria
la música perpetua donde el
infierno abre
sus mapas de la huída y sus
flores más frágiles.
La oquedad de los árboles
empatiza en el huerto
con las benditas nubes y tu
mente que ríe.
………………………………………………..
Yo oculto las campanas para que
el dios no espíe…
Poema diez
El agua de la casa escribe
versos líquidos
que inyecta en las fisuras del
muro y de la carne
Con rotas letras pinta a
invisibles poemas
y tus lágrimas sorbe para trazar el viento…
y el corazón del huerto, atado
con cadenas.
Apenas comprendemos su sintaxis que inunda
los cuartos como lagos
encharcados y solos:
trae peces que alquila a los
mares sombríos
y la casa crepita bajo el zumbar
del frío…
Si cerramos los grifos fluye
helada la sed.
Poema once y final
El agua ya lo sabe y nos lava la
pena
y al asalto del cielo sube
izando su muerte.
Agua corrupta.
Agua
salvífica.
Agua de
la imprecación.
Agua del
deseo sin linde.
Agua de
la consumación de la tarde.
Agua de
la palabra degollada…
Los cuerpos en el fuego
Los aún vivos cuerpos trizan sus
balbuceos al volverse pavesas
volando hacia el silencio y desesperadas oraciones
al mudo de lo sagrado, a la
llanura de lo zoológico.
Al sueño del deseo invisible…
¿Y tú, cuerpo mío, que supiste
de la pertenencia y la Gravedad?
Y el sexo – ¡dioses ¿dónde está
su ironía? !- su asfixia asesinada y plena
experimentando calma
y fuga -por fin- y desencuentro…
en la humedad del bosque y
ocultaciones de certidumbre en
el pavor
del goce. Frondas de las multitudes
-urgidas- a la pérdida y al
mirarse en el pánico.
(Terror de los que hubieron
amado)
Estas inquisiciones tan inútiles
como el amor (son) la sombra (son) los pulidos espejos de la resurrección (son
eso). Y lluvia que somete lo devorado.
Preguntas
a lo acontecido, lo no
recuperable, lo desierto…lo sagrado.
Y el metal execrable con que los
sacerdotes cortan muslos del agua.
Allí donde la herida, donde besó
el misterio.
Los cuerpos -sonora música-
abren ojos abiertos
al mesías exangüe y a tu voz
cuando gimes
de extrema fragilidad y grave ligereza del placer soterrado…
¡Ateridos amantes despiertan en
los espacios donde nadie responde ¡
Cuando llueven los peces
1.
¿En
sueños, te parece? Lenta lluvia de peces…
De
ungidos peces rotos por la Voz que traiciona.
Que
a los mares esfuma, allí donde el suicidio devora cada ola…y
el
aire se concluye en esa quietud hueca…perforación sin sombra
Donde
pare la muerte.
Sombra
Mayor, deslumbre de la mañana inútil.
2.
Teme
al pez a sí mismo, a su sombra tan ágil, mientras ya precipita
hacia
todo vacío su leve cuerpo de violada doncella y transparencia helada.
Huye.
Resta
estela de vacío en su rápida traza. Pero
no viene nadie a habitar su abandono.
Pero
no, nada, nadie, se apropia de su espacio. Y de su vida que fungió luz y agua
en
el alba olvidada. Queda niebla y el eco
y
la melancolía donde fracasa el ángel impotente ante el hecho.
Resta
vacío…papeles enmudecidos de sin textos por la tinta sin rumbo…
Signos
infames del sinsentido. De Todo lo
arrojado y derrocado y diferido
hasta
el año ya herido, torpes peces borrados, detritus sin la letra y
en
el morir de lo pacificado.
MISSING PEOPLE…
1
(veo) árboles en lo blanco de la
respiración…
niebla de la palabra exhausta
y última luz y espejo de tus
ojos.
(oigo) aún se escucha en el
silencio de las manadas
tu voz de sobreviviente,
huyendo desde lo yerto;
lo cómplice de las nubes.
La desesperación del deseo…
2
Si un extraño despierta allí donde,
perdido,
el silencio se abre en un bosque
encerrado…
la impaciencia de la virtud
busca su muerte
parecida a la luz que disemina
la lluvia enloquecida,
la que cala…
La lluvia que pudre las certezas
en todas las habitaciones de la
Tierra
y en el zumbido de las
enfermedades.
Las tormentas que iluminan al
síncope
y al horizonte de lo
incomprensible...
en la rota mirada de quien
desaparece.
3
Si nadie abre sus ojos en la
noche
perdura lo invisible de su
propia esperanza
y todo lo viviente que procura
ramonear en la hierba
inacabable.
Lo eterno que aún vive en
combate
y fue apenas violado por el hedor de los hierros…
los ejércitos desatados,
lacerando…salvajes…
(los pequeños insectos de la
desesperación)
4
(aquel) tiempo inmóvil de
perdidos ojos
que disnea en la oscuridad,
dormitando su niebla y su
terror.
Acoplado a los ruidos del
corazón,
enfermo y tembloroso en su
pequeña música…
golpeado por la nieve de piedra.
Escucha la levedad de sus pasos,
la ingravidez de su inocencia
cayendo entre los pájaros que
amainan
Y el ardoroso viaje (del tiempo)
y tristeza del viajero sobre
todo
movimiento;
sobre las interrogaciones.
Y asombro del dolor;
su mano, la ominosa…
5
(entra a mirar) peces y caballos pintados
sobre muros y museos de una
nación desierta
donde ya los moluscos se tienden
en la arena…
para mirar el aire, mudo, de la
tarde
en que la Historia concluye
en la miseria de los diseños e
imágenes de lo porvenir…
¿Cómo mirar el rostro negro de
los príncipes,
los amos de caballos y los peces de hielo:
de los textos de las genealogías
donde todo jinete se alimenta
del corazón humano?.
6
Si tu cabellera nadara en lo
profundo
del más quieto vacío del verano:
¿cómo llegarás a la orilla, ya
comida
por el susurro de los que te
odian?
Tu silueta brillando en agua de
lo bello
supera a la escritura del poeta…
en toda velocidad;
toda dulzura.
7
Aún el mismo halcón y el mismo
cuervo
sienten el desamor y el
desaliento
cuando todo ya gira y va
cerrando
cada gozne de tus ojos humanos…
Y los vencidos, los que ya
habitamos
en las habitaciones infinitas,
te vemos a merced de las
tormentas
y los bosques de clavos
que atenazan tu gracia.
Si el valor es gracia del
combate,
si es la miel tranquila bajo el
pánico;
¿quién soy ahora, vencido por las moscas…
el sobreviviente roído por el
verbo?
8
Yo estoy aquí…no vivo en las
ideas,
ni en la aventura de lo
literario…
Me expresan las prisiones, lo
tangible
del miedo…
y me abrigo en el recuerdo de
los extraviados
de los asesinados tras los muros
de baba,
en huecos de la nada donde el
odio fermenta…
en los profundos hiatos donde
cesa el relato.
Que repiten tus ojos.
9
Yo estoy aquí…no he muerto
aunque haya muerto
en los baldíos de la mentira
y el envejecimiento de la tinta
que sostiene sus nombres en
guías telefónicas
que ya jamás responden.
Que callan en la falta de los
cuerpos perdidos, que
son apenas signos que pesan y me
hunden
en el aire impotente
y el paisaje de plomo.
Y el viento incorruptible
se rebela en los sueños
y en sus fotografías de una luz
cegadora.
UNA LECTURA POLITICA DE
HOLDERLIN
1.
“Il tempo fa passare l’amore...”
canta el débil juglar en la ribera de todo tiempo sido y aún lo
porvenir, que se oculta en lo ciego de la Estigia.
¿Mejor leer, acaso, que pretender un texto de ardua letra, de
vanidosa espuma aherrojada?
…conjeturó otro Ciego en quien todos pensamos…
Y en la segunda década del segundo Milenio, esta carne de
melancolía que me vive…repite los destinos de la poesía…
cuando toda carne y toda la belleza y aún el alma de la luz ya es
mercancía…bajo las garras del ángel de Paul Klee…
……………………………………………………………………….
1.0
Como suele, Carlos Mamonde lee con unción a Hölderlin…
como suele este ‘quidam’,
como puede este nadie…
Y lee aquellos himnos del ’Hyperión’ que al negro bosque vuelven,
a su intemperie vuelven,
a su promesa de extravío y de espejo vuelven,
en el viento de fuego…
Y dice Carlos la pregunta de su miedo (de Hölderlin):
“¿Para qué poetas en tiempos de
penurias?”,
nos interroga Johan Friedrich
¡Para cantar la huída de los dioses!...
le grita la oculta fiera, le grita el que susurra
¡para cantar la ira…!
2.
Que en las horas de errancia, de la eclipse de ausencia, los
dioses han huido…
Apolo, Venus, Dionisos,
abandonaron el mundo;
Desde entonces el día de lo humano camina a su extinción,
en la noche, en Occidente, en la casa de Occisos...
¡Ya el dios no reúne al macho ni a la hembra, al calor de su boca…
(…estamos a la sombra de la
lengua germana, música de Bach y de tormenta y trueno, donde Hölderlin canta la
exaltación del mundo, lo inestable del día, el amor paradójico, el
‘Trauerspielle’ que llora el duelo de todo lo perdido…de la sombra que huye, de
tu cuerpo ya frío -y tan amado-…del pezón que no mana, del mundo desfondado…del
camino al ‘Occissos’, la Casa de la Muerte del Sol, más allá de las manzanas de
oro, desvelo de los Argonautas…)
Lejos de Apolo, de Venus, de Dionisos…la fuga de Jasón más allá
del deseo…
/semidioses y dioses sin religión/ ni adoración ni templos, sin
curas y sin sinecuras… sin sinagoga ni mezquita/ sin papas ni papisas ni
teólogos…/
Los dioses que han huido convocaban la tribu…
amaban el pecado y el coito más profundo…
[y encendían hogueras del sentido, donde
ardieron los justos,
los beatos;
los mercaderes,
los sepulcros blanqueados…]
3.
Ya a la orilla del río me tumba un sueño, mortal y pálido,
afilado pitón…
y sueño que la Historia, se
ha apagado y caduca, en su pánico y
melancolía…
y es el tiempo de la indigencia y de la errancia…
¡Es tan pobre ya el Mundo, que ya nadie echa en falta los dioses
de su primera mañana amanecida!
(Ni siquiera esa falta es fisura y carencia….
para quienes habitamos el vacío del afecto)
4.
El día de la penuria sale lento del alba y le falta el suelo y el
abismo donde precipitarse…
Sólo resta el crepúsculo…
el que no será leve…
el de muy lento abismo, el real y duro…
El de la tiranía…el de la cosa
Largo es el tiempo…
pero acontece lo verdadero...
¿Perderemos el aura, el ser amenazado por lo ávido…
la investidura humana de la cosa…
la brizna de lo bueno?
¿Perderemos al Otro….
reducido a semblante?
¡Ay!… ¿dónde anclar el cuerpo cuando la lluvia cale?
¡Ay!… ¿dónde apoyar la sombra herida?
¿Dónde ya no ser síntoma ni pálido semblante?
5.
Momento de lo final, hiel de lo perecedero y desfondado…
fluencia de la pena y de un pavor pueril que lo avergüenza todo…
Transcurso sordo de la consumación…
trivialidad virtual…
y vernos de rodillas ante un relato imbécil…
el balbuceo que repite el desvanecimiento del sujeto y fiesta de
la materia, el monólogo de los idiotas del poder y la furia…
¿Parece que esta época se coronará de angustia?
¿Y el ser será un interrogante…ahogándose en lo líquido?
6.
Pero –entonces- escucho, desde el tesón gramsciano:
“todo lo sólido se desvanecerá en el aire por la presión de la
mercancía”…
y su voz me despierta, herido y aterido en la ribera de la muerte
¡Hay que soportar al abismo; como se soporta a un síntoma….!
Apenas un instante hesita…
y el poeta despierta…
y se revuelve contra el fin de la Historia…
contra lo naif que corrompe, contra leyendas del Apocalipsis...
y orina su caliente ira sobre lo óseo de la metafísica…
y la maldice como al fantasma de Hamlet…
¿Qué? ¿Se consuma el tiempo del idealismo?…
ese tiempo burgués que está en el tiempo pero consuma y congela al
Tiempo…
Sólo resta el desprecio.
Y la esperanza de extinción de los insectos infinitesimales.
7.
Pero, siempre, siempre,
ineluctablemente,
en toda crisis, el poeta restaura el habla de la tribu…
si acompaña el Deseo y…
si escupimos al vértigo y
el abismo de sus dioses de odio….
Porque ellos ya no pueden
sostener a sus ídolos.
Ya no pueden ellos sostener plegaria alguna.
Ya no pueden ellos sostener ningún sujeto.
Ya no pueden ellos sostener ningún saber.
Ya no pueden ellos sostener certidumbre de lo depredado.
8.
De la consumación sólo se sale por arriba…
izados por la poesía,
sutil cadena de oro con que
soñara Nietzsche…
Escala de los poetas para bajar al abismo y renacer en el diamante
del alba…
Pero en el tiempo de lo humano
vuelve la música de la pregunta de Hölderlin:
“¿para qué poetas en tiempos de penurias?”.
¡¡Para seguir el rastro el
rastro de los dioses huidos!!
Responden los poetas;
calzado el pie ligero,
pleno el carcaj de agujas
de la luz…
¡Para cazar un dios que supiese bailar!…
Responden todos.
Para mirar al rastro de los dioses huidos que supiesen bailar…
Y mi corazón se iza desde el sucio humedal de la Estigia…
y husmeo el rastro del bailar de un dios que huido fuese…
pero que aún fornica y
canta…
Sí… eternamente canta…
como sólo un poeta
loco puede…y canta y
la canción de su espíritu lo despierta y embriaga
allí,
en su calcinado oído de plenitud mortal…
en su texto de estrellas,
de mares insepultos,
de besos incandescentes…
Largamente muerto y replegado en sí mismo
mi corazón saluda
la belleza del Mundo.
©carlosmamonde
ESTE ES EL FIN DE LA
VISITA A LOS SANTOS LUGARES…
En el jardín virtual hay hojas
indefensas
súbitos brotes de la distracción.
veo sombras, nubes, pájaros
solitarios,
azul...y
formas de la muerte que ya
esperan nacer.
Aherrojada la paloma del
espíritu,... atónita
se demora en su vuelo
y disemina en los planos
del jardín su escándalo y zureo
despierta al demonio de la
siesta
de mi carne
y mis ojos se arrastran
sobre el brillo inmortal de los
muebles
y la dulzura
imaginaria del balcón
aterrado por domingos siniestros
Todo fluye de la improvisación:
acaso somos sólo un
murmullo de seres
dispersos en los húmedo
infiernos del jardín...,
dibujados por el error /cortos
destellos de un cristal estallado…
Jaulas
Alguien hizo los nudos que me
cierran la sangre,
sobre la sombra absurda de las
cosas y
en el borde de tu cuchillo de
tiempo...
alguien puso esta jaula donde
come mi imagen
lastimoso animal
soñada fiera...
y toda nuestra casa se llena de
visitas
que beben y que ríen y burlan
cada gesto
de este ser enjaulado
y su voz no se oye
-su gesto
su misterio...apenas
una traza-
en los espejos del deseo,
donde
crece la historia su nervadura real...
que todo va perdiéndose entre
las sombras de sus agrios cuerpos
y acaso yo los miro
también desde lo opuesto
como si viera rostros
de una historia infinita
Este es el fin de la visita a
los santos lugares:
cuando un desorden de melaza
ata
la vida y el olvido y la fiera y el horror de los transeúntes.
En la distracción, alguien hurta
los víveres
y se enajena el mundo: la leve
certidumbre de morir y de ser...
Estaba
atado a la escritura, aherrojado
Se cortó toda huída, estaba
atado
por el
hedor sin tregua de los días
por gravedad de sangre y
parentesco
con las cosas más turbias, que
son todas,
por la forma y el tiempo, lo
insensato...
Nunca escribió un mensaje o hizo
mapas
que sitiaran sus sitio de
derrota
que sumaran las cuentas del
vacío,
los nudos de una red que él solo
viera...
Algunos creen que existió y que
vive,
inane entre las cosas, como
cosa,
sin nombre ni herida donde irse
y es sólo mal y asombro, siendo,
estando, deleitando...puro
Ahora miente formas de sonetos
falsos y de
mal contados versos
contrahechos
Una
escena teatral
Estalla ya la hoguera en el
invierno, en la casa
del monte solitario, donde quemo
rastrojos de los ojos y
y huesos de los árboles
malditos; con una erguida flama
de amor imbécil y de vino
bueno...
La luz atrae al enemigo de las
dulces fauces
y todo se lo come, hasta las
sábanas,
de la casa abierta y
desarmada....
y el viento nos sostiene por un
instante eterno
comensales sobre el mantel vacío
de la tierra...
Estallan en los dientes las
cebollas y unos ajos tristísimos de niebla
¿Es que no viene nadie a
dialogar y herirme y besarme y
amarme con su carne...?
¡ esta fastuosa escena que se
apaga
necesita fastuosos
figurantes...!
Esta postrera cena no es un rito
ni una sutil metáfora;
afuera de la casa la tormenta
es todo lo que resta
ha muerto el día...
y la tinta está seca.
HAY UN CAMPO DE TIRO EN EL OJO DEL
DIA
El furor es hoguera
en torno a las palabras:
hay un campo de tiro adosado a las cosas.
Y ese pobre hombre canta,
como si fuera
un ángel...
aislado en la metralla.
¡Que alguien vaya a callarlo; por amor o por odio,
por piedad,... que alguien vaya¡;
Y sepa él ya la forma del callar que en el aire
bruñe la triste fronda con llamas inasibles...
Y contemple la sombra del exhausto sentido,
y su herida en el pecho… de pólvora y tañido.
Y LA LUZ SE CUBRIA
En el oro del alba
cantó la voz altísima
que anunciaba tu huída de mi lecho de asfixia:
Tu mirada desnuda sin compasión volaba
por la ciudad herida de ausencia y de desdicha.
Mi deseo veías como a un pez arponeado
sin temblor en tu alma ni piedad por lo sido.
Sólo esa voz desnuda sin manos ni cobijo,
sólo ese duro golpe en el parche del día.
Pero el aire era en calma
y la luz ya cedía....
Espejo del que muere por la boca
“¿cómo
pensar lo que está fuera de un texto?”.
Jacques
Derrida, Theorie d’ensemble
“Quiero
aclarar que estas cosas no las hacemos para diferenciarnos del resto del
barrio”. Julio Cortázar, Historia de
cronopios y de famas.
1.- Obviamente, comprendo que
toda palabra es insolencia o autocompasión, pero debemos hablar de ello: existe
un atajo secreto –velado por los dioses-, que permite abolir el destino. El
nombre de ese rumbo es “fracaso”. Pero no debemos alegrarnos: no es un proyecto
fácil. Exige lucidez y valor. Pero cuando se emprende este camino, una obra de
arte –el desdén hacia la dicha- nos aguarda en las riberas del Cielo. Después
del desierto de la razón, nuestra íntima ablución extinguirá los celos.
2.-Hay
una cita en la mitad del día
hay
una cita en la fiesta de la noche...
hay
un relato ambiguo que te mira
desde
el agua cruenta de unas pocas ventanas
y
una nostalgia de lo nunca sido
y
de lo violentamente arrebatado
escucha
respirar la incertidumbre,
perro
abatido por óptimas navajas,
que
luce la esperanza en sus pupilas:
no
hay un texto más triste que mi sangre
ni
música perdida que tu gracia...
3. ¿Por qué me has instalado en el drama del
hombre?. Mi fidelidad al absurdo me niega la poesía del odio;... pero ¿dónde
germinará el consuelo del suplicio?. Sin embargo, aunque yo no pueda
comprenderlo, hay hombres y mujeres que tienen tan eficaz trato con el
Verbo,... tal que ante el menor signo de infelicidad, acaso de vejamen, son aplastados
por el relato de la Historia; seres que se doblegan grácilmente, con una capacidad de renuncia que estremece y
es derogación y vértigo del ser. Estos agraciados, estos héroes del fracaso y
la derrota son, en el fondo, los menos lábiles, los menos autocomplacientes,
porque no pactan ni se venden al vocerío de la esperanza. A ellos les debemos
adhesión, no a quienes se hacen fuertes ante el adverso tiempo, no a los
airados y tozudos y creyentes que se atan al sueño de vivir; porque, aun cuando
éstos conquistaran el sentido, aún cuando prevalecieran sobre lo efímero, ¿de
qué les valdría su mendaz orgullo? Tarde
o temprano, ellos también se postrarían ante la muerte; o el más ínfimo de sus
simulacros...
4.- Fracasa el vegetal en su frescura,
tan sosias de la luz y la victoria,
y el amor se corrompe en las estancias
donde la bronca siesta de la muerte
alza su música de lengua sometida
su dulce claustro de sombra ineludible...
y el tiempo, más triste que tus tristes
ojos,
retuerce los herrajes con ternura
y lanza batallas numerosas
a la tibia confianza de los cuerpos.
5.-Si pronuncio el nombre circular del eterno, “Yo soy el que soy…” si
pronuncio las letanías de la indecibilidad... ¿me salvaré? Si me entrego a su
gratuito y perpetuo amor, su eucaristía, ¿olvidaré mis heridas? Si perdono a
quienes me vejan, ¿hallaré el consuelo que no conozco?
La ilusión nos hace fuertes, pero también
nos arriesga hacia lo vulnerable por el verde sendero de la ritual beatitud;
verde entre la niebla. Tentación y exaltación.
6.
Noche, noche, noche, cantinela sin rostro,
se
repite tu ritmo que enmascara los días...
y
es una riada de dolor lo oscuro
de
las quedas voces y los años, flecos
que
los jueves se estancan y extravían
de
noches rezagadas, de memoria
y
deseos que degüella el alba
obscena
de presagios, pies desnudos, mendacidad
dorada
de la fuga...
7.-Sobre la idea del Cielo; el postulante a
las bienaventuranzas debiera desnudarse
del palio mitológico con que ha afrontado las tormentas del miedo. Esto vulneraría
la cobarde ilusión y encendería fuegos en la noche; dibujaría tal vez las
flechas de la fuga. ¡Qué importa que este desasimiento ocurra hacia el ocaso de
la Historia, cuando ningún gesto parece necesario!. Este desdén,
por rastrera lógica, es veraz y loable. Aunque tardía, la inspiración de la
renuncia debe encontrar puertas abiertas
en nuestro corazón; aunque proclamen rebelión y caos. Si hemos hecho la enemiga
a la Esperanza y a la mendacidad de las promesas. ¿qué importancia tiene ya
este gesto inútil? Hay sabiduría en el
instante de cerrar los ojos. Este es el orgullo de los fuertes. Y su infierno.
8.- Sólo la fuga es la heredad del hombre,
sus flores de azar y de delirio...,
la
unción extrema de una canción absurda
en los labios del cómplice y la víctima
anzuelos de oro son tus pechos firmes
para librarme de la corriente yerta
donde lo agrio su tormenta fluye...
desnuda del poder y el sinsentido
vuelve tus ojos un instante sólo
sobre el texto harapiento, vana lluvia,
donde intento anclar mi nadería...
vuelve tus ojos y tu amor que espanta
el yerro de mis pasos, la esperanza...
9.-Programa Poético: Ulceración y éxtasis nos
comen en la inefable intersección del alma. Si en ese foco expandimos el Arte;
éste simulará al Sentido, Todo y Trascendencia. Existir como un texto de la
progresión en la Nada. Odiar/amar, como un texto sensual que nos incendie. ¿La
muerte?: texto inscrito en los márgenes con el degradado orgullo de la sangre
humana.
10.- No alcanzaré tus ojos que me otean
y pasan a mi lado por el filo, bosque de
angustias,
jardines humillados por las leyes, ciudades
absortas en lo estéril...
No miraré tus ojos, que me niegan.
¿acaso no he deseado tentación y relámpagos;
deseos suficientes y rebeldes y
yacer en ti misma, en tu sangre de pavor y
de ángel,
de modo que el abrazo blasfemara?...
ya comprendo que el amor ha caído
en el texto siniestro de los sacerdotes...
11.- Ignorar los discursos prestigiosos del
dolor y beber con Dionisos la mentira que rebosa de goce. Beber en el
evanescente vaso de la alegría. Belleza del simulacro donde nos traicionamos
sin piedad ninguna. Escupir la puerilidad de Fausto. Desvirgarnos en el fragor
de la mentira. Aniquilar los ídolos sonrientes; mofarnos de la servidumbre.
¿Tendremos el valor suficiente?. Existimos cuando somos abolidos.
12.- ¿qué puede construirse en la ribera del
viento?
apenas un coito, acaso, desbravado en la
niebla...
un
abrazo de música donde envidie la bestia
el pequeño destino de nuestros sueños,
llameantes,
en el fiero fragor del bendito destierro...
13.- ¿Abdicamos de la literatura si, por un
instante, nos extraviamos en un paisaje moral?. Metáforas de metáforas, babas
de las aporías, nos deslizamos en el vértigo alucinatorio de la gramática y su
sueño de sujeto nos consuela devorándonos. El salto hacia el margen sería
escribir en la eternidad. ¿Por ello, nada anhelo más que lo que temo:
inmortalidad?. Me someto y humillo por ella; gimo por lamer sus fieras fauces.
El Tiempo, con su diente, vencerá si me muero. Si pudiera no morir --¡oh, Dios
escondido,...!-; morir querría por puro agotamiento del goce y de la perversión
del goce en la sanguínea brasa del hierro
incandescente que somete al espíritu. Aquel que muere de cumplida muerte,
profetiza; pero la repetición infinita
es el programa de la locura.
©carlosmamonde
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