miércoles, 29 de abril de 2015


 

(3 poemas + addenda del libro de Jasón)

 

Los cuerpos precipitan a la brasa del bosque

 

Los aún vivos cuerpos trizan sus balbuceos al volverse pavesas

Y caer al silencio y desesperadas oraciones. Precipitarse

al mudo de lo sagrado, a la llanura de lo zoológico.

Al sueño del deseo invisible…

 

¿Y tú, cuerpo mío, que supiste de la pertenencia y la Gravedad?

Y el sexo – ¡dioses! ¿dónde está su ironía?!- su asfixia asesinada y plena

que experimenta calma

y fuga -por fin- y desencuentro… en la humedad del bosque y

ocultaciones de certidumbre en el  pavor  del goce. Frondas de las multitudes

-urgidas- a la pérdida y a mirarse en el pánico.

(Terror de los que hubieron amado)

 

Estas inquisiciones tan inútiles como el amor (son) la sombra (son) los pulidos espejos de la resurrección (son eso). Y  lluvia que somete lo devorado. Preguntas

a lo acontecido, lo no recuperable, lo desierto…lo sagrado.

Y al metal execrable con que los sacerdotes cortan muslos del agua.

Allí donde la herida… donde besó el misterio.

 

Los cuerpos -sonora música- abren ojos abiertos

a un mesías exangüe y a tu voz cuando gimes

de extrema fragilidad  y grave ligereza de placer soterrado…

 

¡Ateridos amantes despiertan en los espacios donde nadie responde ¡

 

 

 

Están lloviendo peces

 

1. ¿En sueños, te parece? Lenta lluvia de peces…

De ungidos peces rotos por la Voz que traiciona.

 

Que a los mares esfuma, allí donde el suicidio devora cada ola…y

el aire se concluye en esa quietud hueca…perforación sin sombra

Donde pare la muerte.

 

Sombra Mayor, deslumbre de la mañana inútil.

 

 

 

2. Teme el pez a sí mismo, a su sombra tan ágil, mientras ya precipita

hacia todo vacío su leve cuerpo de violada doncella y transparencia helada.

Huye.

Resta estela  de vacío en su rápida traza. Pero no viene nadie a habitar su abandono.

Pero no, nada, nadie, se apropia de su espacio. Y de su vida que fungió luz y agua

en el alba olvidada.  Queda niebla y  el eco

y la melancolía donde fracasa el ángel impotente ante el hecho.

 

Resta vacío…papeles enmudecidos de sin textos por la tinta sin rumbo…

Signos infames  del sinsentido. De Todo lo arrojado y derrocado y diferido

hasta el año ya herido, torpes peces borrados, detritus sin la letra y

en el morir de lo pacificado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El mapa más fiel del territorio

 

Mutilado el deseo, se desordena el mundo.

Y preguntan los árboles falacias inverosímiles a las hormigas y  los ángeles

que vienen a comer su luz humana:

 

¿Tienen los asesinos certidumbres? ¿Las tienen los dueños de la nada?

 

El eclipse del cielo y de la carne ya ha ocurrido, entonces. Es rutina de infancia.

 

Matar y Poseer tienta a los tallos de la desolación; les habla quedo

como su dulce madre en la cálida noche. Dicen los verbos su pálido relato

de lo sido y será. Letra infinita.

 

(Sólo el desnudo de lo ya deshecho, mojado en la esperanza y en la fuga,

puede entrar en el bosque donde el vacío reina)

 

 

 

 

Libro de Jasón

 

 

 

[fragmento  séptimo]

 

Cuando consigue la máxima apertura  (sin piedad) de pupilas, al occidente

otea, husmea, perro del agua sucia, abandono de la carne, perdido dibujo de los sueños

y procura el silencio banal, la no palabra del olvido,  la música del árbol mutilado

 

se asegura -con afilado cuchillo abriendo los planos de ese goce- del fluir

del naufragio, todo extravío, la música del árbol que lo aturde.

 

Y silencio del tiempo ya castrado.

 

Y se sumerge.

 

Y traga el agua que le niega oxígeno…como toda tu sombra que se iza del lecho.

 

 

 

[fragmento  sexagésimo primero ]

 

Bajando a lo profundo donde lo humano es alga es onda fugaz es gota a gota…

ve alejarse su nave hacia un puerto de miedo.

Donde Argos encalla y acepta su destino. Y piensa la madera: he perdido las velas, mi carenado es cáncer y él se ha sumergido

en el tiempo exacto de morir.

Quiero ser lodo…un pecio apenas, una mancha de óxido en el dolor del agua.

 

Sobre todas las costas se han cariado los sueños. La ceniza

enamora paladar de guerreros y la ira de muertos…

y finge neblinas al oro inefable del azar y certeza de los eternos reyes.

 

Nadie habrá de comer ni habrá la espera del sosiego o

del desasosiego. La mañana no hace coito con la tarde roja.

Chisporrotean las ciudades como una nube de insectos inconcientes…

El lienzo de la nube y la luna se pudren….resbalan sobre un río negro

que atraviesa las agujas del mar.  La tormenta es lo seco. Lo absoluto tiempo.

 

Veo abrirse el paño de las genealogías.

 

He llegado a la precisa fuente. A la pregunta de infinitos dedos sucios

Que teje cada nudo. Y teje el ya postrero.

 

©carlosmamonde-

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